18 de octubre 2016
No entiendo cuál es el reclamo que se tienen los que critican el Premio Nobel de Literatura que se le concedió a Robert Allen Zimmerman por el simple hecho de ser un músico.
La música y la poesía están íntimamente ligadas desde siempre: Violeta Parra, Gustavo Cerati, María Elena Walsh, Juan Gabriel, Chavela Vargas, Silvio Rodríguez, Patti Smith, Juan Luis Guerra, Nina Simone, Carlos Mejía Godoy, Tracy Chapman, en fin, todos estos son algunos ejemplos de trovadores y trovadoras que han sido poetas y músicos al mismo tiempo. La lista es larga y la poesía es un género que dialoga con otros géneros artísticos; la poesía es ritmo, armonía y melodía, la poesía es acústica, visual y prosódica; está llena de una serie de elementos retóricos que la enriquecen como una forma de expresión polifónica, así que me parece incomprensible la controversia que se ha generado en torno a la distinción entre música y literatura a partir del Nobel que le dieron al genio de Minnesota.
Sin embargo, como era de esperarse, algunos escritores han salido como antimotines para decir que la novela, por ejemplo, entró en crisis porque premiaron a un poeta que, encima, es compositor de canciones o “letrista”, como quieran llamarlo. Otros se han quejado diciendo que este premio es un reconocimiento a la “cultura pop” cuando se entiende que el pop de los sesenta y setenta, es decir, bandas como The Beatles, The Rolling Stones o solistas como David Bowie, Leonard Cohen y el mismo Bob Dylan, eran los “músicos pop” de aquel entonces y hoy son considerados clásicos contemporáneos. Como vivimos en el siglo de lo efímero, donde cualquiera puede dejar su impronta en una frase de 120 caracteres, la mayoría de estos escritores ortodoxos, entre ellos el “chico malo” de la literatura escocesa, Irvine Welsh, se manifestó vía twitter diciendo que este premio es un reconocimiento a la “nostalgia mal concebida arrancada de la próstata rancia de hippies seniles y trasnochados”.
A partir de la afirmación anterior podemos inferir que la persona que salió a dar la cara por el reciente Nobel, es decir, la Secretaria General de la Academia Sueca, Sara Danius, también tiene próstata y es una hippie trasnochada y senil. Sumado a esto, resulta absurdo criticar el sentido nostálgico de este premio pues el Nobel nunca lo ha ganado un veinteañero, por el contrario, se lo llevan escritores de la tercera edad que han sostenido un trabajo intelectual y creativo desde su juventud hasta la madurez como ha pasado con el mismo Bob Dylan, cuya obra abarca más de 50 años. No sólo ha escrito letras de canciones con alto contenido poético haciendo un uso extraordinario de la rima y el verso libre, sino que también tiene un libro de prosa poética llamado Tarántula y escribió su autobiografía llamada Crónicas. Dylan es considerado por algunos críticos como el último poeta beat vivo de Estados Unidos, cuyo movimiento estuvo liderado en la última mitad del siglo XX por escritores como Allen Ginsberg (Aullido), John Kerouak (En el camino) y William Borroughs (Yonki).
No está de más decir que este incansable músico de voz carrasposa y temperamento huraño, también ganador del premio Pulitzer (2008), se une a otros escritores laureados con el mismo galardón anual, como es el caso de Ernest Hemingway (1953) y William Faulkner (1955), siendo así que los tres, además de compartir el Pulitzer, se reparten el Nobel cada uno por su cuenta. No es de extrañar, por lo tanto, que autores de importancia como Juan Villoro, Salman Rushdie y Stephen King, compartan su entusiasmo por el Nobel de Literatura otorgado este año al rock lírico y aforístico de Bob Dylan.
Por último, cabe destacar que el legado de Dylan es tan profundo que incluso los Beatles empezaron a incluir en su repertorio musical canciones de contenido social a partir de la influencia del intérprete estadounidense. Fue Bob Dylan quien, además de introducirlos para siempre en la marihuana, los criticó por la cursilería de algunas de sus primeras canciones. Fue tan importante la influencia de Dylan en los cuatro escarabajos británicos, que McCartney llegó a confesar en algún punto de su carrera que al escuchar Like a Rolling Stone (1965) se dio cuenta que dentro de la música popular se podía escribir una canción de más de seis minutos que además contenía una elegante letra de crítica social.
El impredecible Bob Dylan no se ha pronunciado acerca del Nobel todavía. Y en caso de rechazarlo, tampoco habría razón para sorprenderse demasiado. El “quinto beatle” ha sido un rebelde toda su vida y, pese a que tiene más que merecido este premio desde hace años, podría dejar su último gesto de rebelión al rechazarlo categóricamente, uniéndose así a Boris Pasternak y Jean Paul Sartre, los únicos autores que se han dado el lujo de rechazar otro lujo.