8 de junio 2016
El desaparecido politólogo norteamericano, Samuel P. Huntington, asegura que América Latina podría considerarse como una subcivilización o una civilización aparte, íntimamente emparentada con Occidente y dividida en cuanto a su pertenencia a él, pues los mismos estudiosos de la región no se ponen de acuerdo a la hora de identificarse a sí mismos.
Unos dicen: «Sí, somos parte de Occidente». Otros afirman: «No, tenemos nuestra cultura propia y única»; y un vasto material bibliográfico producido por latinoamericanos y norteamericanos expone detalladamente sus diferencias culturales. Pero aceptando este parentesco con Occidente, ¿qué tan occidentales somos?
Antes de contestar esta pregunta, vamos a enumerar las características culturales de la civilización Occidental, concentradas en Europa Occidental y Norteamérica, entre las cuales el profesor Huntington, enumera el legado clásico greco-latino y el cristianismo, las lenguas europeas y la separación de poderes, el imperio de la ley y el pluralismo social, los cuerpos representativos y el individualismo.
Sobre el legado clásico, afirma que Occidente heredó mucho de civilizaciones anteriores; entre ellas destaca la civilización clásica greco-latina. Los legados que Occidente recibió de esta civilización son muchos, en especial la filosofía y el racionalismo griego, el derecho romano, el latín y el cristianismo. También las civilizaciones islámica y ortodoxa fueron herederas de la civilización clásica, pero en ningún caso se acercan al grado en que lo fue Occidente.
El catolicismo y el protestantismo, es otra de las vetas de la civilización Occidental. El cristianismo occidental, primero catolicismo y después catolicismo y protestantismo, es históricamente la característica más importante de la civilización Occidental. La Reforma y Contrarreforma, y la división de la cristiandad en un norte protestante y un sur católico son igualmente rasgos característicos de la historia occidental, totalmente ausentes de la ortodoxia oriental (Rusia) y alejada en gran medida de la experiencia latinoamericana.
La lengua como factor distintivo de la gente de una cultura respecto a la de otra sólo cede en importancia ante la religión, dice al comentar sobre las lenguas europeas, pues Occidente difiere de la mayoría de las demás civilizaciones en la pluralidad de sus lenguas. El latín cedió su puesto al francés, el cual a su vez fue reemplazado en el siglo XX por el inglés, pero con la coexistencia de un sinnúmero de lenguas.
La separación de la autoridad espiritual y temporal, es otro elemento distintivo fundamental. A lo largo de la historia, junto al Estado existió primero la Iglesia y después muchas iglesias. Dios y el César, Iglesia y Estado, autoridad espiritual y autoridad temporal, han sido un dualismo corriente en la cultura occidental y su división, fenómenos que contribuyó enormemente al desarrollo de las libertades en Occidente.
La idea de que la ley es fundamental para una existencia civilizada fue heredada de los romanos, afirma al referirse a el imperio de la ley. Los pensadores medievales elaboraron la idea de derecho natural a la que debían atenerse los monarcas en el ejercicio de su poder, y en Inglaterra se desarrolló una tradición de derecho común. La tradición del imperio de la ley sentó las bases del constitucionalismo y de la protección de los derechos humanos, por ejemplo los derechos de propiedad, contra el ejercicio de un poder arbitrario. En la mayoría de las demás civilizaciones, la ley fue un factor mucho menos importante en la configuración del pensamiento y de la conducta.
El pluralismo social, es otro factor decisivo, pues históricamente, la sociedad occidental ha sido muy pluralista. Este pluralismo europeo contrasta claramente con la pobreza de la sociedad civil, la debilidad de la aristocracia y la fuerza de los imperios burocráticos centralizados que existieron simultáneamente en Rusia, China, los países otomanos y otras sociedades no occidentales. Este pluralismo europeo contrasta claramente con la pobreza de la sociedad civil, la debilidad de la aristocracia y la fuerza de los imperios burocráticos centralizados que existieron simultáneamente en Rusia, China, los países otomanos y otras sociedades no occidentales.
El pluralismo social dio pronto origen a Estados, Parlamentos y otras instituciones para representar los intereses de la aristocracia, el clero, los mercaderes y otros grupos o lo que Huntington llama los cuerpos representativos. Estos cuerpos brindaban formas de representación que en el curso de la modernización se transformaron en las instituciones de la democracia moderna. La representación a escala nacional se complementaba así con un grado de autonomía a escala local sin par en otras regiones del mundo.
Sobre el individualismo, Huntington enfatiza que muchas de las características de la civilización occidental que acabamos de mencionar contribuyeron a la aparición de un sentimiento individualista y de una tradición de derechos y libertades individuales únicas entre las sociedades civilizadas.
La lista anterior no pretende ser una enumeración exhaustiva de las características propias de la civilización occidental, advierte el politólogo, ni tampoco pretende dar a entender que dichas características estén presentes siempre y de forma universal en la sociedad occidental. Evidentemente no es así: los numerosos déspotas de la historia de Occidente ignoraron de forma habitual el imperio de la ley y disolvieron los cuerpos representativos. Tampoco quiere decir que ninguna de estas características se dé en otras civilizaciones.
Pero estas son las características que hoy predominan en las sociedades de Occidente, y que brillan por su ausencia en la mayoría de los países de Latinoamérica, pues tal como lo dice Huntington, la esencia de la civilización Occidental es la Carta Magna y no el Big Mac, pero más bien, es la praxis de la ley, y no promulgación formal.
Los indicios de modernidad que ha experimentado Latinoamérica no deberían de confundirse con su “occidentalización”, pues absorber la cultura pop y los artefactos tecnológicos no implica que estas sociedades se hayan occidentalizado, cuando en la realidad sus valores no encarnan los de Occidente.
Así, pues, América Latina, es un híbrido de civilización todavía en proceso de desarrollo, con un fuerte componente indígena y de mestizaje, además de un sustrato aristocrático heredado de España y Portugal.
Desde luego, el tema da para un debate.
El autor es director de la revista digital Cultura & Economía.