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El fusilamiento del General Ponciano Corral

La indecisión política contribuyó a que el general pactara con William Walker, lo que trajo consecuencias negativas para Nicaragua

Eduardo Estrada

8 de septiembre 2015

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El fusilamiento del General Ponciano Corral, acaecido el 8 de noviembre de 1855, conmovió a la población provinciana de Granada, y adelantó las condiciones para la incipiente resistencia de la invasión filibustera. Este hecho había sido precedido por asesinato del joven canciller conservador Mateo Mayorga, realizado también en la plaza de Granada. El mismo Corral, camino a la plaza, reconocería que su muerte era consecuencia de haber pactado con el predestinado de los ojos grises.

Pensando tener una gran influencia en el presidente Provisorio, Patricio Rivas, unos días antes de que fuera apresado, el General Corral se jactaba de haberle ganado la partida a los liberales, y por las calles de Granada, sonriente decía: “Les hemos ganado con su propio gallo.” Pero la historia sería otra…y así sucedió cuando se terminó de conformar el nuevo gobierno.

La conformación del nuevo gabinete y los nombramientos que logró Walker, dieron un giro a favor de los democráticos o liberales de la ciudad de León, e hicieron saber al ministro Corral, que la causa legitimista estaba perdida… Nicaragua peligraba junto con el resto de Centroamérica con la presencia del jefe de la falange americana. En un momento de desesperación y cuidando no ser descubierto, Corral escribe al General Tomás Martínez, radicado en Managua, para que haga llegar correspondencia al entonces presidente hondureño, Santos Guardiola. En una de las cartas expresaba su descontento y desesperación, según se puede leer en las siguientes líneas:

“Nosotros estamos muy mal, muy mal, muy mal...Nicaragua, Honduras, San Salvador y Guatemala se pierden si dejan que esto tome cuerpo…”


Las cartas fueron interceptadas por Walker, quien al descubrir lo que tramaba Corral, se apresuró inmediatamente a encarcelarlo y programar su juzgamiento por un Consejo de Guerra, conformado solamente por norteamericanos, a petición del mismo general conservador. El Consejo de Guerra, encabezado por el filibustero Corriel C. Hornsby, condenó al ministro de Guerra Corral y resolvió que debía ser fusilado el 8 de noviembre de 1855.

“Yo debo este pecado, yo solo debo pagarlo”, declararía Corral poco después de conocer la sentencia.

El apasionado historiador, Jerónimo Pérez, relata que a las dos de la tarde de ese día, salió Corral para el patíbulo asistido por el padre Vigil, sin que se le notase la menor emoción o palidez en su fisonomía. Con gran entereza –-relata—el general legitimista, ya en el patíbulo, puso un pie sobre el asiento que le habían preparado y desatándose la corbata la dobló sobre su pierna y luego se cubrió él mismo los ojos, a modo de pañuelo. Se sentó y una columna de rifleros americanos mandada por el Coronel Gilman le hizo una descarga que puso fin a su existencia.

Jerez y otros oficiales legitimistas vieron desde el balcón de la casa de mando de Walker el fusilamiento, mientras el ministro norteamericano, John Hill, apuntaba en su diario:

“Yo estuve en la plaza de Granada el 8 de Noviembre de 1855, cuando al doblar de las campanas de Catedral, el aire solemne de los grupos de espectadores, indicaban algún acontecimiento de grave y solemne importancia.

Un pelotón de soldados salió marchando del cuartel y con ellos apareció el general Ponciano Corral. A un lado suyo iba un sacerdote, llevando en su mano una pequeña cruz y al otro su fiel amigo, don Pedro Rouhaud, el cónsul de Francia .La espléndida personalidad de Corral parecía abrumada por la calamidad, los rasgos de su rostro tenían las señales de extremado sufrimiento mental.

Tomó asiento en el banquillo fatal, que fue colocado en el espaldar hacia la pared de la catedral. Con toda calma sacó un pañuelo, lo dobló con sus manos y se lo ató alrededor de los ojos, luego juntando las manos en actitud de oración, murmuro la palabra “listo”. Un pelotón de rifleros de Misisipí a una distancia como de diez pasos, al oír sus palabras, disparó y cada bala atravesó su cuerpo de parte a parte, cayó muerto del banquillo y su espíritu partió a dar cuenta de sus actos sobre la tierra”.

El cinismo del llamado ministro filibustero Hill llegó al extremo de citar unos versos de William Shakespeare, como postdata en su diario. Estos versos exaltan aquel hecho histórico e ignominioso en forma trágica, cual si él mismo los hubiera escrito:

¡Con toda sus culpas en plena flor,

tan lozanas como una planta de Mayo!

¿Y quién, salvo Dios, sabe cómo saldó su cuenta?

Aunque todos los indicios me inclinan a pensar

¡Cuán dura es su desgracia!

(Hamlet, Acto III, Escena III)

Tomás Martínez, a la cabeza de un pequeño grupo de hombres armados en Managua, era la única fuerza regularmente organizada con que contaban ahora las fuerzas legitimistas, pero también se vería afectado por los acuerdos de octubre y la decisión de José María Estrada de deshacer el gobierno. El general Martínez, que se convertiría en héroe de la resistencia nacional, se vio obligado a refugiarse en Honduras.

Walker le envió un mensajero para que se presentara bajo garantía de no hacerle daño, pero Martínez no se fio de las intenciones del filibustero. El 10 de Noviembre, apenas dos días después del fusilamiento de Corral, el ministro John Wheeler, se apresuraría a reconocer al gobierno provisorio de Patricio Rivas, respaldado militarmente por Walker, antes que le llegara una comunicación oficial del Gobierno de Estados Unidos de abstenerse en hacerlo.

No obstante, unos meses después Washington reconocería al gobierno que en apariencia encabezaba Rivas, pero que por el poder de las armas ejercía Walker. Estados Unidos siempre estaba buscando como asegurar la Ruta del Canal, ya sea a través de los filibusteros o con la fuerza de las cañoneras, según la conveniencia de la coyuntura política internacional.

El general Corral tuvo la posibilidad de enfrenar a Walker con su pequeño ejército, pero las acciones terroristas del filibustero, la desintegración del gobierno conservador del presidente José Ma. Estrada (que huyó también a Honduras), además de su indecisión política, contribuyeron a que hiciera un pacto con el líder filibustero, con consecuencias negativas para su persona y la incipiente república nicaragüense, que se debatía en guerras localistas entre liberales y conservadores.

(Ver libro del autor, William Walker, ilusiones perdidas en Amazon).


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Eduardo Estrada

Eduardo Estrada

Escritor y desarrollador de aplicaciones educativas. Director del Centro de Entrenamiento y Educación Digital (CEED).

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