11 de noviembre 2015
A mi maestro, Danilo Aguirre Solís, que de seguro este blog le hubiera causado una sonrisa amable
Entre 1498 y 1512, Nicolás Maquiavelo tuvo una frenética vida política-diplomática, pero cuando la República de Florencia fue derrotada y los Médicis regresaron al poder, pasó muchos años de su vida lejos del mundanal ruido, pero al contrario de Miguel Montaigne, siempre aspiraba volver a ese mundo (la política) que al decir de Max Weber, genera las más temibles fuerzas demoníacas.
Le tocó vivir uno de los períodos más sangrientos y terribles de Italia, dividida y gobernada por repúblicas y principados, cuando aún los bárbaros o los imperios europeos emergentes invadían lo que un día fuera cuna del gran Imperio Romano.
En medio de sus limitaciones económicas y aislamiento político se consolaba con la lectura. Y decía:
“En la puerta de mi gabinete me despojo de las ropas de campesino, cubiertas de polvo y lodo, me pongo mi indumentaria de corte y, decentemente vestido, penetro en el viejo santuario de los grandes hombres de la Antigüedad. Recibido por ellos con bondad y benevolencia, vivo de este sustento, único bueno para mí y para el cual he nacido. Converso con ellos sin reparos y me atrevo a pedirles cuentas de sus acciones. Ellos me contestan con indulgencia. Durante cuatro horas dejo de temer a la pobreza y la muerte no me asusta. En cuerpo y alma, me transporto a su lado.”
Fue en este período que Maquiavelo escribió la Historia de Florencia, sus Discursos, y El príncipe, pero fue esta última obra, llena de realismo, la que le daría fama y presencia continua en la Historia, y, desde luego, sus ideas sobre la política se ganarían el mote de “maquiavelismo”, pero sus razonamientos perduran aún como la más clara expresión de realismo político y social, e incluso a nivel de la vida privada.
Louis Gautier-Vignal y Marcel Brion sobre Maquiavelo, en biografías separadas, me hicieron por fin dar un repaso político integral a la vida y obra de quién no deja de iluminarnos acerca de la política real, la fortuna o suerte y el destino, pues aún en El príncipe, cuyas lecciones debemos tener en cuenta para las acciones de nuestras vidas, deja un espacio para un tema de gran sugestividad, intitulado, Del poder de la fortuna de las cosas humanas y de los medios para oponérsele.
Se encuentra en El príncipe apenas una docena de frases que establecieron lo que ha dado en llamarse el «maquiavelismo, dice el biógrafo Louis Gautier-Vignal, entre las cuales menciona las siguientes:
Para dominar con seguridad un Estado recientemente conquistado, basta con haber extinguido la dinastía de sus antiguos príncipes. No hay que olvidar que es necesario ganarse a los hombres o deshacerse de ellos. El usurpador de un Estado deberá cometer de una sola vez todas las crueldades que su seguridad exija, para no tener que repetirlas…
Un príncipe prudente sólo puede y debe cumplir su palabra cuando con ello no se cause un daño.
Y, desde luego, no podemos dejar de recordar la famosa frase de que El fin justifica los medios, en sus diferentes paráfrasis.
A veces me pregunto, cómo fue posible que en pleno Siglo XX, y más aún a comienzos de este nuevo siglo, hayamos creído en utopías y doctrinas como el marxismo, el socialismo, el fascismo, entre otras doctrinas mesiánicas –entre las cuales debemos incluir el sandinismo--, con las enseñanzas tan vivas y aleccionadoras de Nicolás Maquiavelo. ¿A caso la política real de América Latina en los últimos 30 años, e incluso antes, no ha sido la historia de una gran infamia? La frase de Nietzsche, “a los predicadores de la igualdad sólo les hace falta el poder para convertirse en fariseos”, creo que es una de las mejores definiciones del accionar de la izquierda utópica, en sus diferentes corrientes.
Es cierto que las sociedades, sobre todos en los países industrializados donde imperan ciertos estilos democráticos, han evolucionado y que el Derecho se ha impuesto como limite a las instituciones sociales, pero la locución latina, Homo homini lupus, sigue siendo tan real como hace miles de años cuando las primeras civilizaciones se encontraron con el gran dilema de cómo encauzar nuestros instintos hacia lo que se ha dado en llamar un comportamiento más humano y ético.
Para Maquiavelo, los humanistas eran anticuarios, conservadores de museos, según algunos de sus biógrafos. En lo personal no estoy en contra del humanismo como corriente filosófica e incluso como doctrina del Derecho, pero siempre debemos tener presente una dosis de pragmatismo a la hora de juzgar nuestras acciones políticas y personales. Según él, en las acciones políticas como personales, la fortuna o el azar –o los Cisnes Negros, como los llamaría Nassim Taleb-- desempeñaban un papel importante y muchas veces determinante en la vida.
Cuando el fracaso era la consecuencia de un error de cálculo, de un fallo interno, de la torpeza, o de la falta de preparación o de psicología, en suma, consecuencia de una debilidad del individuo, entonces les retiraba su admiración a las personas. No así para los que la fortuna opera en su contra. Así, César Borgia, podría haber realizado grandes cosas, pero la suerte se había declarado en su contra. A la muerte de su padre, el mismísimo Papa romano, todo estuve en su contra.
Pero también desconfiaba en la suerte, y antes que a los elegidos de esta inconstante diosa prefería a los que ponían toda su esperanza en su propio genio y no solicitaban el favor de la suerte ni temían sus rigores, nos recuerda otro de sus biógrafos, Marcel Brion.
Maquiavelo prefería a alguien como el personaje representado por el grabado alemán, el Caballero de Durero, que seguía su camino con una especie de indiferencia heroica, a pesar de la Muerte, a pesar del Diablo y a pesar de las trampas que le tendían aquellos maliciosos acólitos de la Fatalidad, enfatiza Brion en otra parte de su biografía.
La política, para el maestro florentino y contemporáneo de Da Vinci, era una partida de ajedrez bien guiada, jugada por un hombre ejercitado, avezado a los fingimientos y a las dificultades, que sabía prever las sorpresas y, de antemano, estaba preparado para el contraataque. El buen político, desde los primeros movimientos, adivinaba el carácter de su adversario, sabía de qué manera jugaría y qué trampas era importante tenderle, evitando a la vez las que sin duda el otro habría dispuesto para atraparle.
¿No es este acaso un ideal de político?
El buen político, como el jugador de ajedrez, debe tener la cabeza y el corazón fríos. Y el mejor jugador es el que gana la partida, según Maquiavelo, pero desde luego, si la fortuna está de su parte.
Esto no significaba que Maquiavelo no respetara la institucionalidad, pues era partidario de la unificación de Italia y su prosperidad. Su obra no hace más que describir la política real de largos tiempos de anarquía y falta de respeto a las instituciones.
Para aprender y saber más
Una lectura del capítulo Del poder de la fortuna de las cosas humanas y de los medios para oponérsele, dice Maquiavelo:
“A fin de que no se desvanezca nuestro libre albedrío, acepto por cierto que la fortuna sea juez de la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja gobernar la otra mitad, o poco menos.”
Comparaba la vida con un rio embravecido que luego volvía a la calma:
“Así sucede con la fortuna, que se manifiesta con todo su poder allí donde no hay virtud preparada para resistirle y dirige sus ímpetus allí donde sabe que no se han hecho diques.”
“Pero no existe hombre lo suficientemente dúctil como para adaptarse a todas las circunstancias, ya porque no puede desviarse de aquello a lo que la naturaleza lo inclina, ya porque no puede resignarse a abandonar un camino que siempre le ha sido próspero.”
“Se concluye entonces que, como la fortuna varía y los hombres se obstinan en proceder de un mismo modo, serán felices mientras vayan de acuerdo con la suerte e infelices cuando estén en desacuerdo con ella. Sin embargo, considero que es preferible ser impetuoso y no cauto, porque la fortuna es mujer y se hace preciso, si se la quiere tener sumisa, golpearla y zaherirla.”
El príncipe, Nicolás Maquiavelo.