12 de octubre 2015
El miedo es una de las cinco emociones primarias. De esta emoción se derivan muchos sentimientos, como por ejemplo: estrés, ansiedad, preocupación, angustia o desconfianza. Todos lo experimentamos todo el tiempo, aunque no siempre de manera consciente.
Lo peor del miedo es que, manejado inadecuadamente, nos paraliza y por tanto, nos impide conseguir lo que queremos.
Lo mejor del miedo es que es adaptativo, es decir, nos ayuda a sobrevivir. Sin el miedo que tuvieron los primeros humanos a que se los comiera un león, se los hubiera comido y no hubieran aprendido a defendernos.
El miedo es paralizante o adaptativo dependiendo de la sabiduría con que lo manejemos. Para poder manejarlo con sabiduría necesitamos ser conscientes de él y tomar control el mismo. La consciencia del miedo viene de la costumbre de vigilar nuestra mente, conectarnos con nuestros cuerpos y ponerle nombre a lo que sentimos. El control viene de saber clasificar los miedos:
Miedo impropio: es el miedo que tenemos a algo o a alguien que no puede hacernos daño o algo que es inevitable. Sobre estos miedos no tenemos control. Algunos ejemplos son el miedo a la muerte, a lo que los otros van a pensar, a que mi pareja me deje o me sea infiel o a la soledad. Como no tenemos control sobre ellos, los rechazamos, huimos de ellos y es en esta huida es donde hacemos cosas con poco sentido. Para estos miedos en asuntos útiles, hay que transformarlos de impropios a apropiados.
Miedo apropiado: es el miedo que viene de la toma de conciencia del daño que algo o alguien me provoca, que me mueve a hacer algo para preparame o protegerme. Éste es un miedo adaptativo que me ayuda a hacer cosas con sensatez.
En los casos anteriores, todos son miedos que - al volverlos apropiados - nos ayudan a hacer cosas buenas para nosotros mismos y a tener la vida que queremos. El miedo a la muerte, manejado con sabiduría, nos motiva a tener y mantener hábitos de vida saludables y cuidar nuestra salud en general.
De igual manera, aunque no podemos tener el control sobre lo que piensan los demás, sí podemos mantener una conducta correcta o dar nuestro mejor esfuerzo. En el caso de las parejas, no podemos controlar que nos dejen o nos sean infieles, pero sí podemos hacer esfuerzos por escoger una persona con la que se pueda construir una relación saludable y poner de nuestra parte para mantener la relación agradable y satisfactoria para ambos. Finalmente, el miedo a la soledad necesita impulsarnos a construir nuestra independencia, la satisfacción de nuestras necesidades por nosotros mismos, para que los otros sean bienvenidos en nuestras vidas pero sin ser indispensables.
Para poder emprender éste camino necesitamos cambiar el foco de nuestra atención. Con el miedo tendemos a prestar excesiva atención al objeto y a nosotros mismos. Esto hace que le demos un valor que no tiene y por eso nos da una experiencia aterradora. Esta atención excesiva a lo que estamos experimentando, hace que lo percibamos más peligroso de lo que es, que lo percibamos como permanente (en vez de transitorio, momentáneo, como todos los fenómenos), rechacemos lo que está pasando fuera de nosotros y esto no nos permite pensar claramente. De ahí surge que o nos quedamos paralizados, sin lograr hacer nada. O por el contrario, que empecemos a hacer cosas sin sentido, sin control.
Lo que necesitamos hacer es:
Desenfocarnos del objeto del que creemos que nos genera miedo. Podemos ayudarnos tomando consciencia de ¿a qué es a lo que tengo miedo cuando me aparece el objeto? Para poder entender que a lo que tenemos miedo de lo que me va a pasar a mí, no el objeto en sí. Por tanto, ¿qué tan razonable es éste miedo?
Soluciono, me preparo o acepto: Para tomar la decisión de lo que he de hacer, necesito preguntarme ¿Puedo hacer algo en el momento para controlar ese miedo? Si no puedo hacer algo, me relajo buscando la protección para poder hacer algo más adecuado.
No es posible controlar todo lo externo, pero puedo controlar mi mente para vivir el miedo de una u otra forma.
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