10 de julio 2016
Todas las grandes verdades empiezan como herejías
George Bernard Shaw
Uno de los temas que a mi parecer -desde la subjetividad religiosa- generan mayor controversia, es el tema de la homosexualidad. A partir de la difusión que ha tenido el atentado cometido en un club gay en Orlando (Florida) se revive el debate sobre el lugar moral que ocupan las personas no heterosexuales desde la adopción de una ética sexual biblicista, por ende, sobre la primacía que se les concede a las escrituras y la lectura literal de la biblia, se tipifica la homosexualidad como conducta “inmoral”.
Esa interpretación biblicista, implica que cualquier análisis que tome distancia de las lecturas apegadas a las escrituras, son un atentado contra el plan divino de Dios. Bajo esta deducción, todos los aspectos de nuestra vida, son producto y han sido pensados desde una voluntad divina plasmada en la biblia, por lo que hay ciertas prácticas que implican una desviación de los mandatos que ya han sido inscritos sobre nuestras trayectorias de vida.
Esta postura obviamente tiene implicaciones que pueden derivar en estructuras de desigualdades, estigmatizaciones, discriminaciones e injusticias, porque en la lógica biblicista, no caben individuos que se aparten de la voluntad divina. Esto, según Beberly Wildung [i], limita que se pueda hacer frente a “la genuina complejidad de los dilemas morales modernos o de su origen en el cambio histórico…ellos [los biblicistas] retratan falsamente el pasado como algo de una moralidad inherentemente superior al presente, para evadir las inconsistencias morales reflejadas en las escrituras” [ii]. Tal postura implica por ejemplo, que la homosexualidad sea una orientación que se estigmatiza sobre la base de una comprensión ahistórica de la biblia, sin establecer un diálogo más crítico sobre lo que representaban las escrituras bíblicas en condiciones históricas particulares.
Esas condiciones históricas, representan diversos contextos que incluyen “un milenio de historia y cultura” nutridas de pensamientos y acciones, que actualmente podemos concebir como éticamente injustificables, sin embargo, no existe una capacidad, para poner en debate el mensaje de las escrituras que son producto “de condiciones sobre las que tenemos pocos conocimientos precisos. Nunca se admite incluso que en las escrituras haya tensiones e incluso contradicciones” [iii].
El debate se neutraliza, desde el momento en que las personas que tienen interpretaciones literales de la biblia, insinúan detentar una especie de “autoridad” bíblica que los reviste de cierta supremacía sobre la vida mundana [iv] frente a quienes pretenden una interpretación más liberadora, dialógica y crítica de las mismas escrituras. Por ende, cualquier intento por establecer un diálogo más crítico sobre la forma en que tradicionalmente se ha concebido la homosexualidad a la luz de las interpretaciones literales de la biblia, es desde el inicio, una acción revestida de atrevimiento e inmoralidad, por el hecho de estar del lado de lo que se encuentran despojados de esa autoridad bíblica. “La frase 'La biblia dice' constituye suficiente garantía para cualquier argumento moral…. Además, los biblicistas…no reconocen nunca que el contenido de las escrituras frecuentemente refleja prácticas morales que, habiéndose trascendido históricamente, ya no deben considerarse adecuadas desde el punto de vista moral [v]”.
En esa línea, la mayoría de los biblicistas, realizan algunas veces una selección malintencionada -principalmente de las escrituras que componen el Antiguo testamento- en el que buscan como afirmar a través de algunas citas bíblicas, aspectos sobre los cuales condenar la homosexualidad. Uno de los ejemplos que quizás sea más citado para ilustrar el rechazo de las escrituras a la homosexualidad, es la historia de destrucción de Sodoma y Gomorra.
Sin embargo, los que acuden a esta cita bíblica, pasan por alto elementos éticos dignos de considerar, como el hecho de que Lot intentara entregar a sus hijas a unos hombres desconocidos, para salvaguardar a un grupo de extranjeros que estaban en su casa. En aquel momento histórico, en detrimento de los hoy conocidos derechos humanos de las mujeres “era moralmente aceptable que un hombre ofreciera a sus hijas a personas conflictivas para proteger a sus huéspedes extranjeros. Además, esta historia demuestra que, en ese periodo histórico se practicaba el incesto. Un pasaje invariablemente citado por los biblicistas para condenar la homosexualidad, de hecho revela una aceptación cultural del control masculino sobre la mujer. No obstante, se confirma una historia antigua que no tiene nada que enseñar sobre normas deseables de heterosexualidad, como evidencia que el homoerotismo es un abominable mal” [vi].
Aunque las mujeres eran una mercancía intercambiable para dar salida a situaciones conflictivas, este no es un foco de atención y análisis crítico para los biblicistas, porque el bajo status de las mujeres concedido en la biblia, permite naturalizar el hecho de entregarlas como carnada a un grupo de hombres. Asimismo, la historia que ha sido citada como una reprobación a la homosexualidad, en verdad constituye una ilustración “sobre la falta de hospitalidad hacia los extranjeros que tenían los antiguos israelitas…ninguna de las referencias biblicistas a Sodoma señala la homosexualidad como el 'pecado de Sodoma' [vii]”.
Éticamente no es responsable deducir a partir de una interpretación literal de la Biblia, modelos de conductas que hayan sido constituidos sobre las costumbres y hábitos de varios pueblos que naturalizaban entre sus acciones, la violencia física, asesinatos sobre pueblos enteros, maltrato infantil, incestos, machismo, reproducción de desigualdades, jerarquías que derivaban en exclusiones (etc). Generalmente estas acciones plasmadas en la Biblia, no constituyen para los biblicistas, disyuntivas algunas, para reflexionar sobre los pilares éticos bajo los cuales hemos interpretado las escrituras, ni sobre las que estas se han constituido. Se procede entonces, a someter nuestra realidad a contextos que no parecen ajustables a la actualidad, porque derivan en conductas moralmente injustificables.
Considero, que es pertinente reflexionar sobre a la posibilidad de integrar en la comprensión bíblica, una perspectiva histórica que ya ha sido planteada desde algunas teologías cristianas alternativas, desbordando la textualidad de las interpretaciones bíblicas, por un compromiso crítico, asumiendo que “somos responsables de llevar las normas bíblicas al diálogo ante nuevas circunstancias y sopesar la relevancia de otras orientaciones morales en el desarrollo de nuestro sistema de valores” [viii], partiendo del hecho que nuestro “pasado moral” no siempre es un horizonte deseable, sobre el cual construir nuestras experiencias de vida, sobre todo, la forma en como nos relacionamos con los otros. Por ende, es necesario asumir que el discurso teológico sobre la homosexualidad, no puede prescindir del análisis histórico sobre los contextos en que realmente se instituyeron las escrituras bíblicas como mandatos sobre la totalidad de nuestras vidas.
Es pertinente considerar también, que los actos reivindicativos de la agencia y libertad sobre nuestras vidas, no constituyen necesariamente expresiones demonizadas por el hecho de apartarse de la literalidad de las escrituras. Pero para reconocerlo, obviamente implica situarnos desde nociones mínimas que respalden la justicia social, para comprender la experiencia del otro, sin destruirnos injustificadamente. También conlleva asumir que la crítica histórica de las escrituras, no forma parte de un atentado contra la identidad cristina y la misma religión, sino un acto responsable y reflexivo, para encaminarnos en la construcción de una sociedad éticamente justa.
La autora es socióloga.
[i] Fue especialista en ética religiosa feminista.
[ii ] Wildung, 2012.
[iii] ibíd.
[iv] Bajo el binomio del buen cristiano y el mundano.
[v] Wildung, 2012
[vi] ibíd.
[vii] ibíd.
[viii] ibíd.