26 de agosto 2016
A raíz de la pérdida de las elecciones, la dirigencia del FSLN autorizó me devolvieran a mi nombre la quinta confiscada a mi padre y otros bienes. Recuerdo que llegué a recoger la escritura que era un título de reforma agraria al Ministerio del Interior donde me avisaron que debía presentarme y preguntar por el Cro. José Figueroa. Cuando entré el edificio los pisos estaban casi vacíos de gente y de muebles. Recuerdo que de pie, a la orilla de un escritorio que casi iban sacando del local, Figueroa con gesto amable me hizo firmar la recepción del documento y me despido con su cortesía habitual de la oficina en la que terminaban de barrer y donde se percibía la disciplina y el silencio con que se avanzaba la entrega del edificio a las nuevas autoridades. Salí del ascensor con el documento bajo del brazo y un nudo en la garganta.
Cuando llegué a mi casa le dije a mis dos hijas (Karla había regresado de Estados Unidos): -creo que lo que podemos hacer es alquilar esta casa e irnos a vivir a la quinta aunque no tenga tantas condiciones, mientras vemos qué hacer-. Yo estaba sin trabajo y tenía bajo mi responsabilidad a mis dos hijas, mi tía Adelina y mi fiel empleada Teresa, aunque Karla encontró rápidamente trabajo en las Naciones Unidas.
Una mañana recogí al cuidador de la propiedad y cuando íbamos a medio kilómetro de la quinta, me dijo que había muerto en el monte a la orilla de la carretera yo me asusté, nos acercamos al sitio que me señalaba y efectivamente allí estaba el cuerpo inflamado de un hombre; dije que mi regreso a Managua iba a avisar a la policía, pues el pobre hombre no lo había querido hacer porque me dijo que en otra ocasión que reportó un tiroteo en la comarca de El Reventón se lo llevaron preso a él.
Puse la denuncia en Palo Alto y resulta que era un taxista del Reparto Schik que en otro lugar lo habían asesinado y fueron a tirar su cadáver a la carretera vieja a León. Este hecho ya me puso en guardia sobre la seguridad de ir a vivir allá con mi núcleo familiar matriarcal.
Cuando entramos a la propiedad todo era destrucción. El pozo aterrado, las tuberías rotas. El pantry de la cocina y los baños quebrados. La casa había sido utilizada como escuela de entrenamiento, supe que los dos primeros años estuvo bien cuidada. La guerra continuó y ya no se le dio mantenimiento pero además, parece que pocos meses antes de que me fuera devuelta habían entrado a desbaratar todo porque lo que encontré fue destrucción y eso me asombró, ya que hubiera entendido que se llevaran el zinc o puertas para utilizarlas, pero no los pedazos de inodoros, de azulejos de la cocina… regados por el patio.
Unos meses después regresó mi mamá con todos mis hermanos, ya les había preparado, sobre todo a ella, para lo que iban a encontrar, recorrimos la casa y tomaron fotos. Cuando regresamos a casa y quisimos comprar gaseosas mis hermanos se sorprendieron que debiéramos llevar las botellas si no queríamos que nos vendieran en bolsas plásticas.
Todos regresaron a sus países de residencia, Estados Unidos, España y Ecuador. Era el primer año de gobierno de doña violeta Barrios de Chamorro que tuvo el mérito indiscutible de haber contribuido al desarme y a la pacificación del país, aunque su gestión tuvo que enfrentar de forma permanente las embestidas de las fuerzas sandinistas comandadas por Daniel Ortega, que luego de un extraordinario discurso con el que entregó el poder por la vía pacífica, decidió "gobernar desde abajo". Esto hacía que la estabilidad aún no se vislumbrara como posible.
A partir del gobierno de doña Violeta comenzó el proceso de democratización, pero las políticas económicas se dieron a la inversa, pues como todos los países regidos desde el Fondo Monetario y del Banco Mundial comenzaron a propiciar el enriquecimiento de unos pocos (y en esa élite salía favorecida la clase históricamente pudiente bajo un gobierno afín y la nueva generación de capitales de la cúpula sandinista que se reservó gran parte de las propiedades confiscadas al somocismo). Este último dato lo expreso, como muchos, desde la propia deducción, ya que dentro de las filas del sandinismo, hasta donde sé, nunca se rindió cuentas sobre el patrimonio que le quedó al partido FSLN bajo el mando exclusivo de Daniel Ortega acompañado de Bayardo Arce y René Núñez.
En 1995, Angelita Saballos, mi amiga de adolescencia, me entrevistó como Decana de la Facultad de Humanidades de la UCA. A la pregunta - ¿Cómo te sentís ahora? Le contesté, como aquel verso de la canción ranchera en el mismo lugar y con la misma gente. Efectivamente había vuelto a mi alma mater donde trabajé durante nueve años antes del triunfo de la revolución y donde estudié la carrera de Humanidades con mención en bibliotecología.
Ahora no era funcionaria administrativa sino académica y por momentos volvía a tener la sensación que nada había sucedido en Nicaragua a pesar del inmenso sacrificio humano de la población y de la inversión de esfuerzos por sacar adelante el país y su revolución. De nuevo me volvía a ubicar como profesional de clase media (ahora, como diría Gorostiaga, empobrecida, no acomodada) en la misma universidad de donde salí a trabajar por un futuro mejor para mi pueblo y de nuevo la tarea que me correspondía hacer era pedir dinero a los ricos para que estudiaran los pobres.
Diario enfrentaba los problemas del estudiantado: recuerdo el caso de una muchacha de Boaco que se vino a trabajar como doméstica donde una familia de Managua. Cuando ya no le pudieron pagar, aceptó comida y transporte a cambio de que la dejaran ir a la universidad a continuar sus estudios de Trabajadora Social. Luego ya ni eso pudo garantizarle la familia y se vio obligada a interrumpir sus estudios. El fondo de becas estaba agotado.
Otro caso es el de las cuatro hermanas Benavides, creativas, artistas las cuatro: de teatro y de artes plásticas, solo el papá estaba empleado, no podía con cuatro a la vez en la universidad. Escribí cartas, constancias y ellas hicieron su parte: adjuntaban videos con sus actuaciones y/o muestra de sus pinturas, así lograron conseguir apoyo y terminar su carrera. Rápidamente las demandas superaron mi capacidad de gestión, de tal manera que un día me eché a llorar de impotencia al relatarle a mi pareja, Sergio Morazán, los múltiples casos. Sergio, queriéndome consolar, me habló con actitud radicalmente práctica y me dijo: "pero cómo vas a resolver esos problemas, no sos dueña de la universidad, no sos la rectora, ni siquiera manejás el presupuesto de tu facultad, está bien que hagas lo que esté a tu alcance, pero no te vas a enfermar por eso".
En esa década de los noventa enfrentábamos la economía de post guerra y en lugar del Plan Marshall nos aplicaron las medidas del FMI a la región. La globalización asomaba su rostro, aunque en el ámbito académico se definía como algo aún sin un perfil preciso, solo atisbada y abordada por los filósofos nacionales, Alejandro Serrano, por ejemplo, con su doble rostro de la post modernidad o el apasionamiento en el tema, de Freddy Quezada.
Recordé las palabras de Julio Adolfo Rey Prendes: "La guerra va a terminar y ya no le interesamos a las grandes potencias; nuestros pueblos quedarán solos y más pobres…"
Aún no se había hecho visible el rostro de la violencia y el narcotráfico.
Finalizado mi período como Decana de la Facultad de Humanidades, me traslade al Centro Ecuménico Fray Antonio de Valdivieso aceptando la propuesta del padre Uriel Molina, de asumir la dirección, ya que por razones de salud y edad quería retirarse y depositar su cargo en una mujer. En esta nueva etapa logré que me acompañaran MicheleNajlis, dedicada intensamente a la teología en búsqueda de un mensaje libertador para las mujeres, y Martha Cabrera, doctorada en Psicología en Alemania, que estaba iniciando nuevas propuestas terapéuticas dentro del campo de su profesión.
Desde la década de los noventa hasta años recientes me involucré profundamente en el compromiso de la sociedad civil, convencida siempre de la necesidad del cambio de nuestro país y región, pero clara de que las nuevas formas de lucha y el esperado triunfo le corresponderán a esta nueva juventud.
He regresado a mi “iglesia doméstica” como me diría María del Socorro Gutiérrez, a ver crecer y disfrutar a mis catorce nietos y a atender a mi mamá residente en los Estados Unidos, en su ancianidad. Ahora rezo por la paz mundial, por los migrantes, por la salud de todos y cada uno de mis seres queridos. Escribo y observo los nuevos problemas de la humanidad: violencia, migraciones y en el trasfondo lo mismo: la inequidad. Pero dentro de este panorama continúo ratificando mi confianza en el ser humano, convencida de mi fe cristiana por la que continuaré siendo optimista por necesidad vital.