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Argentina, de la incertidumbre a la sorpresa

Lo primero que habría que considerar de los resultados de la pasada elección son sus efectos beneficiosos para la democracia argentina

Seguidores del candidato a la presidencia de Argentina Daniel Scioli se retiran después de escuchar su discurso y conocer la victoria parcial del candidato de Cambiemos Mauricio Macri. EFE/Martin Di Maggio.

Carlos Malamud

26 de octubre 2015

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Una constante de los análisis menos sesgados durante la pasada campaña electoral en Argentina era la incertidumbre. ¿Alcanzaría Daniel Scioli la mítica cifra del 40% que le hubiera permitido evitar el ballotage en el caso de que su diferencia de votos con el segundo, Mauricio Macri, superara los 10 puntos porcentuales? Tras la noche del domingo y ya con buena parte de los resultados finalmente develados se ha visto como la incertidumbre ha mutado en sorpresa, tanto por la apretada a la vez que inesperada diferencia de votos entre los principales candidatos, menos del 3%, como por el tsunami político que ha supuesto la derrota del kirchnerismo en la Provincia de Buenos Aires.

El resultado de la primera vuelta mejora notablemente las expectativas de Macri, pero una vez restablecida la campaña, y a la espera de nuevas encuestas, la incertidumbre vuelve a primar. De momento cualquiera puede ganar los comicios del próximo 22 de noviembre, especialmente si partimos de la premisa de que toda segunda vuelta es una nueva elección. Y una vez más, la ecuación electoral se resolverá entre las ansias de cambio de buena parte de la ciudadanía, después de 12 años de kirchnerismo, y el deseo de mantener lo logrado manifestado por otra porción no menor del electorado.

La clave del resultado dependerá en buena medida de aquellos que en la primera vuelta han votado por Sergio Massa (más de un 21%) y del apoyo que quieran dar a cualquiera de los dos contendientes en liza. A la hora de valorar el peso del voto conservador (= oficialismo) recordemos que aproximadamente el 40% del electorado depende del presupuesto del estado (empleados públicos, jubilados y beneficiarios de planes sociales).

Lo primero que habría que considerar de los resultados de la pasada elección son sus efectos beneficiosos para la democracia argentina, quienquiera que sea el próximo presidente. Al haber sólo dos candidatos la elección se polarizará, pero al mismo tiempo se ha evitado la consolidación de un hegemonismo, el “modelo” kirchnerista, que hubiera tenido efectos devastadores sobre la salud institucional y la moral republicana de los argentinos. La ultraverticalidad de los últimos años dará lugar a un escenario donde el diálogo, las alianzas y el parlamento tendrán un protagonismo desconocido en el pasado reciente.


El tsunami de Buenos Aires también generará importantes movimientos tectónicos dentro del peronismo. Muchos caudillos tradicionales del conurbano han sido desalojados de las poltronas a las que llevaban largo tiempo abrazadas y que eran el origen de muchos de los casos de corrupción económica y política recientemente ventilados. Los deseos de ajuste de cuentas ya han comenzado y los pedidos de responsabilidad aumentarán con el correr de los días. Hasta ahora Cristina Fernández había logrado atravesar inmune este tipo de adversidades, pero parece que el cambio de época política la puede afectar de forma importante.

Del resultado del próximo 22 también dependerán las opciones del kirchnerismo de perpetuarse como corriente independiente dentro del peronismo o de ser barrido a medio plazo de las instancias decisorias del movimiento. En ese caso su capacidad de perpetuarse como proyecto autónomo es bastante limitada, especialmente si se mueve al margen del dinero público. Mucho me temo que la fidelidad eterna que juraban a Fernández “los pibes por la revolución” se irá disolviendo de forma paralela a su alejamiento de los cargos oficiales que actualmente ostentan.

Los desafíos y condicionantes para el nuevo gobierno siguen siendo considerables. Las dificultades económicas requieren soluciones drásticas y contundentes alejadas de la frivolidad característica de la conducta funcionarial del actual ministro económico Axel Kicillof. Recuperar la confianza del mundo no será tarea de un día y ni siquiera de una fuerte devaluación o de una negociación más o menos exitosa con los “fondos buitres”, que probablemente tras el relevo gubernamental cambien de nombre. La seguridad jurídica, el cumplimiento de los contratos y de la palabra empeñada, la seriedad en la relación con los amigos y aliados tradicionales del país debe volver a ser la norma, dejando las excentricidades moscovitas para un lugar secundario.

La llegada del nuevo gobierno también debe tener repercusiones para la política regional. Días antes del relevo presidencial se habrán celebrado las elecciones legislativas en Venezuela y el otrora apoyo incondicional a Maduro y a las opacas maniobras de Unasur deberá dar lugar a posiciones más críticas. Toda una revolución en las aguas cada vez más movidas del continente. Los resultados en las elecciones presidenciales de Guatemala y en las locales y regionales de Colombia también lo confirman.

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Publicado originalmente en Infolatam.


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Carlos Malamud

Carlos Malamud

Catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia e investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos.

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