6 de enero 2020
2019 cierra con un cuadro regional convulso, volátil e inestable. El ambiente social está crispado y poblado de estallidos sociales (Haití, Honduras, Ecuador, Chile y Colombia); el choque de poderes en Perú llevó al cierre del Congreso y a una elección de sus nuevos miembros que tendrá lugar el próximo 26 de enero; el fraude electoral en Bolivia forzó la renuncia de Evo Morales y la repetición de las elecciones que se celebrarán en el primer semestre del 2020; y las dos principales crisis –Venezuela y Nicaragua- siguen abiertas, generando grave sufrimiento a sus pueblos y agravando el drama migratorio. La pobreza volvió a aumentar (30.8%) y la reducción de la desigualdad se estancó (CEPAL, 2019). Hay un profundo malestar con la política y de desconfianza con las élites –debido a la falta de resultados y a las promesas incumplidas- que trae como resultado, en un importante número de países, presidentes débiles y crisis de gobernabilidad.
En términos económicos, la década que cierra ha sido decepcionante. Inició en 2010 exultante y llena de promesas, con una tasa de crecimiento del 6% que generó la falsa percepción de que nuestra región había escapado a las graves consecuencias de la crisis financiera del 2009. Había tanto optimismo que el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Luis Alberto Moreno, publicó un artículo en el Financial Times, en julio de 2010, bajo el título “Welcome to the Latin America Decade” (Bienvenidos a la década de América Latina).
Desafortunadamente los pronósticos (una vez más) no se cumplieron. La década cierra este año con un crecimiento anémico del 0.2% promedio regional (FMI). El crecimiento económico registrado durante el período 2014-2020 es el peor de las últimas siete décadas (CEPAL). Los datos sobre aumento de la productividad son igualmente decepcionantes. Obviamente hay una gran diversidad entre los países de la región que no debemos ignorar ni subestimar pero el balance regional es preocupante sobre todo en la actual coyuntura caracterizada, entre otros factores, por los precios bajos de las materias primas, crecimiento global débil (“desaceleración sincronizada” de la economía mundial y del comercio mundial en palabras del FMI), las tensiones comerciales entre los Estados Unidos y China y el impacto del Brexit.
En lo electoral, este año marca el fin del super ciclo, una maratón de 15 elecciones presidenciales que tuvieron lugar en América Latina durante el período 2017-2019; seis de las cuales se celebraron en 2019: tres en América Central (El Salvador, Panamá y Guatemala) y otras tres en América del Sur (Argentina, Uruguay y Bolivia, esta ultima anulada y recalendarizada para el primer semestre de 2020).
El nuevo escenario regional
América Latina emerge del súper ciclo electoral con mayor heterogeneidad ideológica y sin una tendencia dominante. La región no es la misma que al inicio de la década, cuando estaba dominada por la centroizquierda o la izquierda del ALBA (sobre todo Sudamérica). Pero tampoco es una región en la que se imponen de modo exclusivo los gobiernos de centroderecha o derecha.
Desde el triunfo de Mauricio Macri en 2015 -seguido por las victorias de Pedro Pablo Kuczynski en Perú, en 2016; Sebastián Piñera en Chile, en 2017, e Iván Duque en Colombia, Abdo Benítez en Paraguay y Jair Bolsonaro en Brasil, en 2018-, algunos analistas anunciaron que los gobiernos progresistas estaban acabados y que se venía un ciclo largo de gobiernos de derecha y centroderecha.
Empero, estos pronósticos no se están cumpliendo como lo demuestran los triunfos de candidatos de centro izquierda, entre ellos, el de AMLO en México (2018), Laurentino Cortizo en Panamá (2019) y el de Alberto Fernández en Argentina el pasado 27 de octubre.
Lo que sí se percibe es un claro voto castigo a los partidos oficiales en las urnas acompañado de un fuerte reclamo a los gobiernos en las calles. Son los oficialismos, con independencia del signo ideológico, los que están contra las cuerdas. En efecto, de las 15 elecciones celebradas entre 2017 y 2019 -14 si excluimos a Bolivia- en nueve hubo alternancia, sólo tres tuvieron continuidad (Ecuador, Costa Rica y Paraguay), mientras que en los dos restantes, la continuidad fue producto de reelecciones consecutivas en procesos electorales viciados de graves irregularidades (Nicolás Maduro en Venezuela y Juan Orlando Hernández en Honduras).
Como observamos, la reelección consecutiva ya no garantiza triunfos. En Argentina, Mauricio Macri fue derrotado en la primera vuelta por Alberto Fernández. Y en Bolivia, el intento de una nueva reelección de Evo Morales (cuarto mandato y tercera reelección consecutiva) y el fraude llevado a cabo en la elección del pasado 20 de octubre, produjo una grave crisis post electoral que llevó a su renuncia, la anulación de las elecciones, la integración de un nuevo Tribunal Electoral y la convocatoria a nuevas elecciones, sin la participación de Morales.
Tampoco puede decirse que el triunfo de Fernández en la Argentina represente el inicio de un nuevo ciclo largo de gobiernos progresistas. Lo vemos en Uruguay, donde tras 15 años de gobiernos de centroizquierda del Frente Amplio, el triunfo de Luis Lacalle Pou marca un viraje hacia la centro derecha, es decir, en sentido totalmente inverso al de Argentina. Este caso es ilustrativo, porque se trata de dos países vecinos, situados en las orillas opuestas del Río de la Plata, que casi de forma simultánea giran en sentido inverso. Lo que tienen en común es que en ambos países perdieron los oficialismos.
Por su parte, el grupo ALBA sale debilitado. Lenin Moreno retiró a Ecuador en agosto de 2018. El actual gobierno interino boliviano rompió recientemente relaciones con el ALBA e ingresó al Grupo de Lima. Por su parte, los gobiernos de Venezuela y Nicaragua atraviesan serias crisis y fuertes cuestionamientos (internos y externos) respecto de su legitimidad democrática, tanto de origen como de ejercicio. Y Cuba, pese a darse una nueva Constitución y “elegir” un nuevo presidente y primer ministro –todo durante este 2019- sigue siendo un régimen autoritario.
Que escenario prevalecerá en el 2020? Existen condiciones para que tengamos un escenario regional igual o incluso más complejo, convulso y volátil que el que caracterizó al 2019. La modesta recuperación del crecimiento económico que proyecta el FMI para el 2020: 1.8% promedio regional, determina que América Latina seguirá siendo la región del mundo con el crecimiento más lento. Condiciones económicas adversas, programas de ajuste, falta de resultados e incumplimiento de las promesas de campaña, alta desigualdad, malestar social y un sistema político deslegitimado constituyen una combinación letal para quienes gobiernan. Además, la ciudadanía ha perdido la paciencia, es menos tolerante con sus gobernantes, es más exigentes con sus derechos y con sus demandas de menor desigualdad y mayor inclusión social, esta hiper conectada vía las redes sociales y no duda en salir a la calle a reclamar. Por todo ello, y a diferencia del pasado reciente, la tendencia prevalente de cara a los próximos años pareciera ser la de presidentes bajo fuertes presiones, acelerado desgaste, gobernabilidad compleja y ciclos electorales cortos.
Cómo navegar en estas aguas turbulentas? Dar respuesta a este complejo escenario no será tarea facil. Hay que buscar soluciones democráticas a los problemas de la democracia, ya que la alternativa es una peligrosa escalada de fuerte retórica populista, que lejos de mejorar terminaría empeorando aún más esta difícil coyuntura. Por ello los nuevos mandatarios electos durante el súper ciclo electoral (11 de los 14 llegan por primera vez a la presidencia) deberán poner en marcha una agenda renovada que apunte a sentar las bases de una democracia de nueva generación y mayor resiliencia, dirigida a mejorar la calidad de la misma, fortalecer sus instituciones, recuperar el crecimiento económico, blindar los avances sociales, repensar el modelo de desarrollo y cumplir con la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU.
Tendrán que concentrar su energía en recuperar la confianza de sus sociedades, aprender a oír mejor a sus ciudadanos y a gobernar en un contexto inestable, volatil y de alta incertidumbre. Deberán saber responder, asimismo, de manera oportuna y efectiva, a la mayor presión proveniente de los sectores medios quienes demandarán bienes públicos universales de calidad y medidas eficaces en materia de movilidad social.
Caso contrario, como ya hemos observado durante los últimos meses, la frustración y el malestar ciudadano podrían provocar, en un mayor número de países de la región, nuevos estallidos sociales, un aumento del divorcio entre políticos y ciudadanía, alta polarización y graves crisis de gobernabilidad.
Director Regional. IDEA Internacional