22 de julio 2024
Según el calendario electoral, dentro de una semana los venezolanos acudirán a las urnas para elegir presidente. En el corto camino que resta, los obstáculos para impedir que la voluntad popular se exprese plenamente se han acumulado en forma alarmante. No dudamos de que aumentarán durante los próximos días. Ni siquiera puede descartarse, aunque parece improbable, que el régimen detenga el proceso. Y es muy posible que, si gana la oposición, a la que todas las encuestas serias le otorgan arrolladora mayoría, el régimen manipule los resultados o, incluso, los desconozca.
Así de serio es el panorama. La desesperación del dictador Nicolás Maduro y sus cómplices cada vez es más manifiesta, y se ha transformado en todo tipo de patrañas para perpetuarse en la presidencia. El pueblo las rechaza, pero su poder real, más allá de las manifestaciones, las protestas y el voto, es limitado. Esperamos que resulte suficiente y contundente.
Los datos de las preferencias electorales son elocuentes. Según la encuesta más reciente, de la empresa Delphos y la Universidad Católica Andrés Bello, Edmundo González Urrutia, candidato de la oposición unitaria, ganaría hoy con el 59,1% de apoyo; Maduro apenas obtendría un 25%. El resto se distribuiría entre candidatos menores.
Dado el entusiasmo palpable de la población hacia González, potenciado al máximo por el carisma y energía de la imparable María Corina Machado, es muy posible que estos datos se mantengan de aquí al próximo domingo, o incluso crezcan. Es decir, el panorama es muy oscuro para el oficialismo. Ante esta realidad, sus maniobras para descarrilar a como dé lugar la voluntad del pueblo se han multiplicado.
Ya es de sobra conocida la inhabilitación de candidatos, particularmente Machado, para vaciar de liderazgo la papeleta de la Mesa de la Unidad Democrática, que encabezaba. Pero su pronta sustitución por González, hasta entonces casi desconocido, sumada a la energía del movimiento, permitió dotarla de nuevo y fuerte aire.
Durante el último mes, más de 70 dirigentes opositores han sido detenidos con cargos espurios. Incluso han penalizado a personas contratadas para proveer de agua a los partidarios de Machado. Pero la ola democrática no ha podido ser detenida.
El registro electoral de venezolanos residentes en el exterior ha sido obstaculizado al extremo, y ha dejado a millones incapacitados para ejercer el derecho ciudadano al voto.
Como maniobra para generar confusión, Maduro, quien fue postulado no solo por el Partido Socialista Unido de Venezuela, sino por una serie de microagrupaciones controladas por él, aparecerá más de diez veces en la papeleta electoral. Además, el Consejo Nacional Electoral, bajo dominio oficialista, le ha adjudicado los espacios superiores.
El jueves, la opositora Machado denunció que los vehículos utilizados por ella y su equipo de campaña fueron vandalizados por agentes de Maduro en la ciudad de Barquisimeto. Rodearon la urbanización donde pernoctaban y, entre otros desmanes, “cortaron la manguera de los frenos” del vehículo en el que se movilizaba, declaró en la red social X.
A lo anterior se han añadido constantes mensajes intimidatorios de Maduro. En el más reciente, también el jueves, amenazó con que, si no es reelegido, el país podría enfrentar un “baño de sangre” y una “guerra civil fratricida” impulsada por “los fascistas”, el poco original epíteto que utiliza para referirse a las agrupaciones democráticas. La semana pasada fue aún más vitriólico. Dijo que el 28 de julio “se decide guerra o paz, guarimba (protesta violenta) o tranquilidad, proyecto de patria o colonia, democracia o fascismo”.
“¿Están preparados? ¿Están preparadas? Yo estoy preparado, tengo el amor por Venezuela, tengo la experiencia, no le tengo miedo ni al demonio”, añadió.
Todo esto es señal de que su disposición a entregar el poder es, virtualmente, nula. Si la presión del pueblo lo persuadirá, o si, ante su negativa a reconocer una pérdida, otras instancias de poder, dentro o fuera del régimen, lo obligan a hacerlo, son variables esenciales por considerar. La voluntad de que regrese la democracia no admite dudas. La posibilidad de que se le abra el camino es en extremo dudosa. Pero no se debe cejar en el empeño.
*Editorial publicado en La Nación de Costa Rica