14 de octubre 2020
Las siguientes reflexiones se inspiran en uno de varios chats que sostenemos Héctor Aguilar Camín y yo cada lunes con banqueros y familiares (preferiría que mi familiar fuera banquero…), y en particular en una tesis especialmente perspicaz y original de Aguilar. Si a alguien no le gusta, es culpa de Aguilar.
Trump va a perder el 3 de noviembre; su partido probablemente pierda la mayoría en el Senado, y seguramente seguirá siendo minoritario en la Cámara de Representantes. Hasta aquí nada nuevo. Pero la derrota de Trump también va a ser la de sus partidarios o émulos en el mundo entero, ya que los adeptos de dichos amigos autoritarios del presidente norteamericano ya no podrán repetir incansablemente su principal argumento. Éste es ya casi universal: es cierto que nuestro Trump es un populista loco, ignorante, arrebatado, irreflexivo y autoritario, pero si los norteamericanos tienen al suyo y son el país más rico y exitoso del mundo, ¿qué tiene de malo que nosotros presumamos el nuestro?
Ilustración: Víctor Solís
¿De quiénes se trata? La lista es larga, pero empecemos en el barrio: por lo menos López Obrador y Bolsonaro, no sólo porque se autoproclaman amigos de Trump y lo han apoyado en su intento fallido de reelección, sino porque los parecidos son evidentes y han sido comentados por múltiples analistas en todo el mundo. En Europa tendríamos en alguna medida (le pido una disculpa a Javier Tello) a Boris Johnson, y sobre todo a Victor Orbán de Hungría, a Duda de Polonia, y, según la predilección geográfica de cada quien, a Erdogan en Turquía. Por último, en Asia, Narendra Modi y Duterte en Filipinas caben perfectamente en nuestra lista.
El caso de México es obviamente el más interesante. Un sector importante del empresariado y de la clase profesionista del país, que puede o no guardarle simpatía o resignación a AMLO, sostiene con distintos grados de vehemencia que la reelección de Trump le conviene a México. Unos alegan que seguirá siendo el único muro de contención contra los desvaríos presidenciales, ya que los demás contrapesos no funcionan. Otros piensan que su populismo es el mismo de Trump y de otros, y que se trata de un producto de época: así soplan los vientos en estos tiempos. Otros más le albergan cierta simpatía a Trump, y por lo tanto a AMLO (los menos).
En una encuesta comisionada por Crédit Suisse y levantada por Buendía-Laredo entre inversionistas en México, tanto basados en México como en el extranjero, resalta un dato. Sólo uno de cada cinco inversionistas con activos mexicanos ubicados en México consideran que la derrota de Trump sería buena para México. Pero más de la mitad de los inversionistas radicados en el exterior piensan que la victoria de Trump beneficiaría a México. En otras palabras, los empresarios mexicanos son más pro-Trump que los inversionistas con dinero en México pero ubicados fuera de México.
A partir del 4 de noviembre, la tesis de que cada quien tiene a su populista y que no es tan grave se caerá por su propio peso. Los delirios y las aberraciones de cuatro años de Trump habrán sido repudiados masivamente por la sociedad estadunidense. No es sólo justicia divina o funcionalidad de la democracia representativa. Presenciaremos la eficacia de los reflectores: cuatro años de cometer y decir barbaridades en público, todos los días, sí habrán hecho la diferencia.
En México, ya no se podrá postular que “a cada quien su loco”. El de ellos saldrá de la Casa Blanca, y posiblemente terminará en la cárcel. López Obrador no sólo perderá a un aliado, amigo y modelo. Se quedará sin el respaldo de una tesis falsa pero eficaz: si ellos tienen a su Trump, ¿por qué no tendríamos nosotros a nuestro AMLO?
Este artículo se publicó originalmente en Nexos. Jorge G. Castañeda fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Profesor de política y estudios sobre América Latina en la Universidad de Nueva York. Entre sus libros: Sólo así: por una agenda ciudadana independiente y Amarres perros. Una autobiografía.