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11 de septiembre: Las tempestades que allí se sembraron

Veinte años después, se puede decir que mucho de lo que hoy sucede en Medio Oriente (talibanes incluidos) es resultado de los errores de Occidente

Se trata del acto terrorista en Nueva York del 11 de septiembre y de la agresión a Afganistán iniciada el 7 de octubre del mismo año 2001.

Jaime Ordóñez

22 de septiembre 2021

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Todo el mundo ha escrito por estos días donde se encontraba el 11 de setiembre de 2001. Pues también contaré mi historia: estaba en un hotel de Lima, representando al Gobierno de Costa Rica en la aprobación de la Carta Democrática Interamericana por la Asamblea General de la OEA. Era el Embajador Especial de CR que había negociado ese tratado con el resto de países del continente americano.

Ocho de la mañana, hora del desayuno. Compartía una mesa de la cafetería con Roberto Rojas-López, el canciller de Costa Rica, y Antonio Cancado Trindade, entonces presidente la Corte Interamericana. No muy lejos estaba la mesa de México, Argentina, Brasil, todos los países de la región, incluida la de EE. UU., cuya delegación presidía Collin Powell. Y, de repente, atónitos —como todas las personas del planeta en ese momento— vimos en una pantalla de TV el avión de American Airlines impactando la primera torre. Media hora después, la segunda. Y, al poco tiempo, un tercer avión caer sobre el Pentágono. Supimos que el mundo sería distinto a partir de esa mañana.

Veinte años después, se puede decir que mucho de lo que hoy sucede en Medio Oriente (talibanes incluidos) es resultado de los errores que Occidente cometió a partir del 9/11/2001. Y también antes. Veamos brevemente:

1. Las Torres Gemelas fueron derribadas por Osama bin Laden (un personaje curioso, cuya familia había tenido relaciones militares y financieras con los EE. UU.) y especialmente con la familia Bush. Voy a dejar de lado la teoría de la conspiración, es decir la coparticipación de algún sector político-financiero de los EE. UU. en el ataque específico a las torres, pues no está probada. Lo que sí está probado es que Bin Laden fue apoyado por EE. UU. en la guerra de Afganistán contra la Unión Soviética desde 1977 hasta 1989. El mal manejo que hizo el Departamento de Estado en la época postsoviética (sobre todo en Arabia Saudí), transformó a Bin Laden de un aliado de ese país a su principal enemigo. Primer error. El yihadismo nació allí.


2. Segundo error: la invasión a Irak. Irak no tuvo participación en el ataque a las torres, ni tenía armas de destrucción masiva, como quedó comprobado tiempo después. Saddam Hussein, quien también había sido apoyado por los EE. UU. años antes, era un gobernante sanguinario, es cierto, pero había logrado algo casi imposible: crear paz y equilibrio entre sunnís y chiitas. Todo se destrozó con el ataque a Irak por parte de la coalición de los EE. UU., Inglaterra y España. Visto en retrospectiva, está claro que todo fue una invención de la política exterior que manejaba el vicepresidente Dick Cheney, uno de los principales accionistas de Halliburton, empresa que ganó parte de los 60 000 millones de dólares en ese proceso de “guerra y reconstrucción de Irak”. La misma empresa que vendió las bombas después reconstruyó, un negocio redondo y oscuro de miles de millones de dólares para beneficio privado.

3. EE. UU. no le hizo caso a uno de sus principales expertos: Samuel P. Huntington. El odio hacia los EE. UU. y hacia a Occidente —pronosticado años antes por el viejo profesor de Harvard, en su libro clásico Clash of Civilization— se acrecentó a partir de allí, de la invasión a Irak, y, después, a Afganistán. Los actuales talibanes ya existían. Habían sido fundados en 1994 por el mulá Mohammad Omar en Kandahar, y empezaron a tomar poder en Afganistán, con la caída del poder soviético. Sin embargo, la invasión a la región a partir de 2001 y 2002, ciertamente los desterró a las cuevas de esa región del mundo, pero fortaleció su fanatismo religioso y los odios a Occidente ante la presencia del Ejército de los EE. UU. por más de 20 años. Era un regreso anunciado.

El resto es historia. La guerra afgana le costó a los EE. UU. dos billones de dólares en veinte años (esto son 300 millones de dólares al día), y el resultado es el movimiento talibán fortalecido. Y el mundo islámico más polarizado que nunca. Biden tenía que salir. No tenía otra opción. Salió tarde y mal, es cierto, pero la culpa es de todos los Gobiernos previos de los EE. UU. en los últimos 20 años.

La clave nunca será la guerra, sino el diálogo. Ni los EE. UU. ni Occidente supieron leer bien a Huntington, ni tampoco a Javier Solana, ni a Said, ni a todos lo que venían promoviendo hace mucho tiempo el diálogo entre civilizaciones como clave para generar alguna armonía entre el mundo cristiano y el mundo islámico. Se hizo todo lo contrario: invadir países, en lugar de soft-diplomacy, soft-power.

Entre todas las potencias mundiales solo hay una que parece entender el nombre del juego: China. Sin hacer guerra, está ganando todas las batallas. No hace guerras: hace negocios. Un sistema represivo hacia adentro, con mano de seda hacia afuera. Occidente debería poner las barbas en remojo y estudiar con cuidado lo que está haciendo en política exterior el viejo imperio milenario, que, calladamente, va camino a convertirse en la superpotencia del siglo XXI.


*Director del Instituto Centroamericano de Gobernabilidad. Catedrático de la Universidad de Costa Rica.

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Jaime Ordóñez

Jaime Ordóñez

Doctor en Derecho Internacional. Phd Universidad de Madrid / MA, GW University, Washington DC. Profesor en la Universidad de Costa Rica (UCR).

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