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Violeta Chamorro: la presidenta de la paz

Derrotó a Daniel Ortega y al FSLN en las urnas en 1990 y logró la reconciliación de un país devastado por la guerra

Carlos Salinas Maldonado

9 de octubre 2018

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La expresidenta de Nicaragua, Violeta Barrios de Chamorro, cuenta en sus memorias lo difícil que fue para ella asumir la presidencia de un país en ruinas a causa de la sangrienta guerra civil de los ochenta, que dejó decenas de miles de muertos. El 25 de abril de 1990, tras derrotar en unas históricas elecciones a Daniel Ortega Saavedra (hoy de vuelta en la Presidencia desde 2007), Chamorro era investida como la primera mujer presidenta de Nicaragua, en un ambiente de división y crispación y con los ojos del mundo puestos en una transición tan frágil como incierta.

“Sentí una gran angustia en mi corazón al recibir un país en guerra y destruido”, narra en sus memorias, Sueños del corazón. “La patria que heredé era una sociedad desgarrada por la división. Los nicaragüenses no nos reconocíamos como hijos de una misma patria. Podían más los intereses partidarios y personales que los legítimos intereses del pueblo”, relata Barrios de Chamorro, esposa del periodista y Mártir de las Libertades Públicas, Pedro Joaquín Chamorro, asesinado el 10 de enero de 1978.

Para hacerse una idea de la Nicaragua de aquel entonces, las cifras oficiales son elocuentes: en 1985 sumaban ya más de 400 000 desplazados por la guerra, la inflación había tocado porcentajes de más de tres dígitos, y el precario presupuesto nacional, calculado en unos 800 millones de dólares, lo consumía el conflicto bélico y sus consecuencias.

A sus casi 89 años, Doña Violeta, como se le conoce dentro y fuera de Nicaragua, se ha convertido en la mandataria más querida y admirada en este país. Su legado fue la paz y la reconciliación de una nación que aprendió a limar sus diferencias a través de las herramientas de la democracia y no con balas, aunque esa tradición que inauguró en 1990 ha sido abortada por la nueva dictadura y por la obsesión del presidente Ortega de mantener el poder a toda costa, como lo ha demostrado con la brutal represión desatada desde abril en contra de quienes exigen de forma pacífica el fin de su mandato. Represión que ha dejado más de 320 muertos confirmados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA.


Este primero de octubre, a 17 días de su cumpleaños 89, la familia Chamorro Barrios informó que la expresidenta había sido ingresada en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Metropolitano de Managua por “un accidente cerebrovascular o embolia cerebral”. El estado de salud de la exmandataria era “delicado”, pero estable y la familia pidió a los medios de comunicación respeto a su privacidad. En las redes sociales estallaron mensajes de aliento, respeto y cariño para la mujer que dirigió la transición democrática en Nicaragua.

Las dudas por su inexperiencia

Aquella transición no fue fácil. “Como mujer pacífica que soy y alejada de partidos políticos no puedo negarles que sentí miedo ante los enormes retos de la gran misión que me había encomendado el pueblo nicaragüense”, cuenta la expresidenta en sus memorias. No solo debía trabajar por instaurar la paz, reconciliar a la sociedad y levantar la economía de las ruinas en que la había dejado la guerra y la intervención estadounidense bajo la administración de Ronald Reagan. Chamorro tenía también que batallar al interior de la Unión Nacional Opositora (UNO), la coalición variopinta de partidos sobre la que llegó a la Presidencia, la presión internacional, el boicot del liderazgo del Frente Sandinista y las críticas de quienes la veían como una matrona, ama de casa sin experiencia en administración pública ni en política, que sería destrozada por sus adversarios o manejada políticamente por su yerno Antonio Lacayo Oyanguren (1947-2015), esposo de su hija Cristiana, su asesor más cercano y ministro de la Presidencia.

Chamorro respondió a esas críticas con fuerza en una entrevista concedida al periodista español Miguel Ángel Bastenier (ya fallecido) unos días antes de asumir el poder en 1990: “Ya sé que dicen que soy completamente analfabeta, pero no me importa, por un oído me entra y por el otro me sale; yo mando en la UNO, y nadie me dice lo que tengo que hacer. Todo lo que se diga sobre si manda este o el otro es una tontería. A mis ministros los nombraré yo. Sólo trato de ayudar a mi patria mejor de lo que lo hicieron ellos (los sandinistas), que trataron de comprar al pueblo con una regalía. Aquí la única que manda soy yo, Violeta Barrios de Chamorro”.

El legado de PJCH

Violeta Chamorro

El doctor Danilo Aguirre junto al Mártir de las Libertades Públicas y Héroe Nacional, Pedro Joaquín Chamorro. Cortesía

La expresidenta nació en Rivas, en 1929, en el seno de la familia formada por Carlos Barrios, Amalia Torres y sus siete hijos. Su vida de adulta estuvo marcada por el asedio a su marido, el encarcelamiento y el exilio. Pedro Joaquín Chamorro era una de las voces más críticas de la dictadura somocista y desde las páginas editoriales de La Prensa, una de las pocas instituciones democráticas del país, ejercía una valiente oposición.

Esa postura crítica, de denuncia frente a la corrupción y los atropellos del régimen, le costó la vida a Chamorro, asesinado por sicarios de la dictadura cuando se trasladaba en su vehículo a la redacción de La Prensa. Su asesinato conmovió a la sociedad nicaragüense. Fue el detonante que desató una ola de protesta nacional que desembocó en la insurrección popular que lideró el Frente Sandinista. Decenas de miles participaron en los funerales del proclamado Mártir de las Libertades Públicas, en una muestra de cariño y respeto, pero también repudio al régimen somocista. “Mi dolor era inconsolable durante los primeros días de mi viudez. Me quise refugiar en la soledad, negándome a salir y rechazando la compañía y el consuelo de mis propios hijos. Me sentía extrañamente alejada de todos los que también sentían la dolorosa realidad de la muerte de Pedro. De hecho, sobreviví de la auténtica congoja de la tragedia controlando bien mis sentimientos”, describe la exmandataria en sus memorias.

Violeta Barrios de Chamorro mantuvo vivo el legado de su esposo y las ansias de lograr una Nicaragua por fin en democracia. “Me di cuenta que la angustia que sentía no desaparecería jamás y que tenía que encontrar y darle algún sentido a su muerte. Si la sangre que se había derramado podía inspirar de algún modo a los miles y miles de personas que habían acompañado su féretro a levantarse contra Somoza, la muerte de Pedro no habría sido en vano. Comprendí que los sacrificios de mi vida con Pedro me habían preparado para ese difícil momento. El dolor que los dos habíamos experimentado nos había empujado a la acción”.

Ese fue el motor —como cuenta en sus memorias— que la llevó a involucrarse activamente en la política, formar parte de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (1979-1980), luego convertirse en voz crítica del sandinismo como presidenta y directora de La Prensa en los ochenta y más tarde en ser candidata de la UNO, por la que fue electa presidenta en unas elecciones supervigiladas y que atrajeron la atención del mundo. “Tengo fe en que si el muro de Berlín está cayendo, también en Nicaragua va a haber un cambio”, pronosticó en una entrevista concedida al diario español El País durante una visita realizada a Londres en noviembre de 1989. “Tengo la confianza en que ganaremos, porque confío en la sabiduría del pueblo, que ha perdido ya el miedo y sabe que su voto es secreto, y que su voto decide”, diría días antes de la elección.

Una difícil transición

Violeta Chamorro

Violeta Barrios de Chamorro durante el traspaso de la banda presidencial de manos de Daniel Ortega. Foto: Cortesía de La Prensa.

Chamorro derrotó a Ortega, contra todo pronóstico, con el 54% de los votos frente al 41% que logró el líder del sandinismo. El país enteró contuvo el aliento. Así lo contó más tarde la periodista mexicana Alma Guillermoprieto en las páginas de The New Yorker: “Cuando abrieron las mesas de votación a las siete de la mañana del domingo 25 de febrero, las largas colas de votantes no sabían que estaban por decidir el final de un régimen, y en las extraordinarias 34 horas que transcurrieron entre las seis de la mañana del lunes, cuando el presidente Daniel Ortega apareció en una conferencia de prensa televisada para reconocer su derrota, y su reaparición en público el martes, en una concentración sandinista, el país se detuvo completamente, mientras los nicaragüenses contemplaban atónitos la magnitud de lo que habían hecho y trataban de imaginar las inimaginables consecuencias de ese acto”.

Aquella mañana del 26 de febrero de 1990 Ortega también sorprendió a los nicaraguenses al aceptar la derrota y se comportó como un estadista. “Quiero expresarles a todos los nicaragüenses y a los pueblos del mundo que el presidente de Nicaragua, el Gobierno de Nicaragua, va a respetar y acatar el mandato popular emanado por la votación en estas elecciones”, dijo Ortega frente a las decenas de reporteros nacionales, corresponsales extranjeros y enviados especiales que cubrían aquella histórica conferencia, aunque dos días después prometería “gobernar desde abajo”.

¿Cuáles fueron los factores que hicieron que Chamorro ganara la elección con un margen de más de diez puntos porcentuales? En el documental La transición: los años de doña Violeta producido en 2005, Mariano Fiallos, expresidente del Consejo Supremo Electoral (CSE), cita como causas principales “los problemas del Gobierno de Daniel Ortega, los grandes errores que había cometido el Gobierno sandinista. Después está la intervención de Estados Unidos y tal vez un factor muy importante: la escasez y la guerra, que la gente achacaba a la enemistad de Estados Unidos”.

En ese mismo documental el expresidente y escritor Sergio Ramírez analizó los resultados de aquella elección: “Nadie pensaba que por medio de unas elecciones una revolución popular pudiera perder el poder, porque se daba por descontado que una revolución popular cuenta con los votos de los más pobres. Me parece que este fue un tremendo error, porque la población no votó por clases sociales, votó en sentido vertical, de arriba hacia abajo, y el voto partió a todos los sectores sociales y la mayoría simplemente decidió no continuar con el Frente Sandinista en el poder”.

Tanto Ortega, como mandatario saliente, como Chamorro, presidenta electa, acordaron un Protocolo de Transición, cuyos negociadores eran el jefe del Ejéricito Humberto Ortega, el comandante Jaime Wheelock y el entonces mayor general Joaquín Cuadra; y por parte de doña Violeta estaba su yerno Antonio Lacayo, Carlos Hurtado Cabrera y Luis Sánchez Sancho, ahora Editor de la sección editorial de La Prensa.

Amnistía y el Ejército

Violeta Chamorro

La presidenta Violeta Barrios de Chamorro impone los grados de General de Ejército a Joaquín Cuadra Lacayo, el 21 de febrero de
1995. // Foto: La democracia de Pedro Joaquín y presidenta Violeta.

Aquel protocolo incluía al menos cinco puntos, entre ellos la “necesidad” de proporcionar “tranquilidad y seguridad jurídica” a quienes habían sido beneficiados con propiedades urbanas y rurales asignadas por el Estado antes del 25 de febrero de 1990. Además se establecía un traspaso del poder bajo “seguridad y confianza”, lejos, se leía en el texto, “de cualquier acto de revanchismo, represalias o venganza”. El protocolo hacía referencia al “respaldo” de ambos equipos de transición a la creación de una amnistía.

La Asamblea Nacional aprobaría –no sin oposición popular– la Ley General de Amnistía y Reconciliación Nacional, que se extendía del 19 de julio de 1979 al 13 de marzo de 1990. También fueron aprobadas otras legislaciones que como escribió el politólogo canadiense David Close en su libro Los años de doña Violeta. La historia de la transición democrática (2007), fueron diseñadas para proteger los intereses de los sandinistas. La amnistía –que también cubría a miembros de la Resistencia–, por ejemplo, protegía a quienes hubieran cometido crímenes durante el régimen sandinista, bajo el pretexto, analizó Close, de evitar represalias políticas bajo el nuevo régimen.

El torbellino de acontecimientos que se desarrollaron los meses y años siguientes demostró la fuerza de Chamorro. Tenía que enfrentarse a una maquinaria poderosa y con gran capacidad de desestabilizar su administración, tal y como sucedió en numerosas ocasiones. ¿Cómo podía cumplir su principal promesa de campaña, la de imponer la paz, desarmar al país y sentar las bases de un progreso económico en democracia gobernando con el sandinismo con su capacidad de boicotear sus iniciativas?

Chamorro tuvo que tomar decisiones difíciles para poder poner en orden las cuestas de un país quebrado. Eso pasaba por reducir el Estado y el número de empleados públicos, privatizar empresas públicas, regresar los bienes que fueron confiscados por el sandinismo y reducir privilegios y ayudas sociales otorgados por el viejo orden. “Las propiedades había que devolverlas, porque si no ¿cómo se iba a levantar este país? Obviamente había que respetar los títulos entregados en reforma agraria, pero es aquí donde nos encontramos nosotros como Gobierno en una situación infinitamente difícil, porque había que hacer justicia a los confiscados y al mismo tiempo respetar los derechos de aquellos que habían recibido títulos. En medio había fincas y empresas estatales que no se habían repartido y que había que devolver. Ese fue otro de los eventos dolorosos”, recordaría años después Antonio Lacayo.

Las protestas, asonadas, barricadas y actos de violencia se convirtieron en una forma de presión de la oposición sandinista. La crisis llegó a tal nivel que doña Violeta amenazó con dimitir si desde la oposición no negociaban una salida pacífica a la crisis. El exjefe de la entonces Policía Sandinista, René Vivas, admitió años más tarde que para resolver ese “polvorín” doña Violeta tomó lo que calificaría como “una gran decisión”, es decir “entender que tenía que gobernar con exceso de prudencia, con exceso de flexibilidad, mucho pragmatismo y sin los fundamentalismos que hemos observado en presidentes posteriores”, dijo en referencia al exmandatario Arnoldo Alemán.

Enfrentarse al jefe del Ejército, Humberto Ortega, fue uno de los momentos más difíciles de aquella transición. “Estaba la cuestión de que el general Humberto Ortega seguía siendo el jefe de la organización más poderosa de América Central. ¿Debía sustituirlo o permitirle que siguiera en el cargo? ¿Cómo reducir las dimensiones de la poderosa organización militar de los sandinistas? ¿Cómo desarmar sus tropas paramilitares y desmantelar su política secreta sin la cooperación de ellos mismos?”, recuerda Chamorro que fueron sus reflexiones en los días siguientes a su elección.

Entonces la presidenta, tras discutir la situación con Antonio Lacayo, tomó una decisión crucial para el futuro del país y su maltrecha economía: reducir el tamaño del Ejército de 84 000 a 15 000 armados. Además ordenó destruir los depósitos de armas levantados en todo el país y colocar a los militares “firmemente bajo la jurisdicción del poder civil”. Para miles de madres nicaragüenses la decisión más importante, sin embargo, fue la de abolir el Servicio Militar Patriótico (SMP). Esas decisiones las tuvo que tomar con el apoyo de Ortega, a quien dejó a cargo del Ejército para mandar el mensaje a los militares de que “podían colaborar y confiar” en su Gobierno.

Esas decisiones provocaron una dura crisis en las filas de la UNO, organización que comenzó a agrietarse. Así lo recuerda Antonio Lacayo en el documental La transición: los años de doña Violeta: “Al garantizarle nosotros respeto y estabilidad a las instituciones armadas, incluyendo que quedara Humberto Ortega como jefe del Ejército, eso provocó un rechazo no solo en sectores de la ONU sino en bastantes sectores del pueblo. La gente decía: si aquí ganamos las elecciones, pues que se vayan al carajo estos sandinistas. Pero nosotros no habíamos ganado una guerra, habíamos ganado una elección dentro de un marco de una constitución que nosotros teníamos que respetar”.

Cuatro años después, tras superar la crisis de los rearmados —los llamados recontras y recompas—con la participación del Ejército Popular Sandinista, Chamorro enfrentó la peor crisis política de su Gobierno el dos de septiembre de 1993, durante un aniversario del Ejército, cuando anunció su decisión de retirar al general Humberto Ortega de la jefatura de la institución. Los mandos del Ejército encabezados por Ortega, y su hermano Daniel como líder del FSLN, reaccionaron amenazantes impugnando la decisión. Ese día, ante la amenaza de una eventual asonada político militar, Chamorro lloró acuerpada por sus ministros, pero resistió obteniendo un considerable respaldo político nacional e internacional, hasta que Ortega se sometió a un Código Militar en 1994, dando lugar a la transición militar en 1995.

Logros de la transición

Tras superar los momentos más duros de la transición, Chamorro tuvo que trabajar con esmero para sacar al país de la ruina económica, y sentar las bases de la democracia. Uno de logros fue garantiar la irrestricta libertad de prensa. La periodista Sofía Montenegro, ex editora de Barricada en los años ochenta, admite que con la Administración Chamorro se inicia “el periodo de la liberalización económica, pero también de la liberalización política. Es el periodo de auge de la libertad de expresión en Nicaragua, es la primavera de la libertad de expresión”.

El mismo Ortega admitió la trascendencia singular de Chamorro como artífice de la reconciliación. “Lo más positivo de la gestión de doña Violeta fue en favor de la reconciliación. Ella contribuyó con que se hubiera avanzado mucho más rápidamente con la despolarización. ¡Quién sabe qué hubiera pasado si el presidente hubiera sido otro de los que se mencionaban como candidatos a la Presidencia y que le disputaban la candidatura a doña Violeta para la UNO!”, dijo el eterno candidato del FSLN en el documental La transición: los años de doña Violeta.

Para muchos Ortega representaba esa amenaza y tras la división del FSLN en 1995, perdió nuevamente las elecciones de 1996. Chamorro entregó la banda presidencial a Arnoldo Alemán, candidato del Partido Liberal Constitucionalista (PLC), el 10 de enero de 1997. “Entregué al nuevo presidente de Nicaragua una Nicaragua grande”, explica Chamorro en sus memorias. En aquella ceremonia de investidura de 1997 doña Violeta reconoció también sus limitaciones. “En 1990 Nicaragua recuperó la libertad. He cumplido con el sueño de Pedro Joaquín, que Nicaragua volviera a ser República. Por lo que no pude cumplir y por lo que me equivoqué, les pido perdón”, concluyó.


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