Madeling Delgado es una joven rivense que a sus 23 años sueña con convertirse en doctora. Su sueño, sin embargo, se ve dificultado por la enfermedad que la afecta desde niña: Una Epilepsia Generalizada Cognitiva, que le dificulta comunicarse, memorizar información o concentrar su atención. Esta enfermedad la ha alejado de la escuela. Madeling, además, fue víctima de violencia sexual.
En febrero de 2014, aprovechándose de su vulnerabilidad, dos conocidos de la familia abusaron de ella, sin que Madeling pudiera denunciarlos. “Me estaba bañando. Vinieron los chavalos y se metieron al cuarto y me violaron”, narra con crudeza la joven, de un hermoso rostro redondeado y grandes y luminosos ojos almendrados. “Me dijeron: quitate la ropa. Me dejaron moretones”, recuerda Madeling.
La joven calló el abuso, porque los hombres que la violaron amenazaron con matarla a ella y su madre si los denunciaba. Zorayda Martínez, la madre de Madeling, detectó los síntomas del abuso, porque notaba que su hija estaba triste, no era la joven alegre a quien le gusta la música, bailar, ver películas.
Martínez regresaba todas las tardes del trabajo en una fábrica textil, tras extenuantes jornadas que comenzaban a las seis de la mañana y terminaban a las siete de la tarde, y veía a su hija lejana, distraída, ensimismada. “Le notaba moretones y le preguntaba: Madeling, ¿por qué esos moretones? Ella no me contestaba nada. Solo tronaba los dedos y se mordía los labios. Pasaron unos tres o cuatro meses así, deprimida”, comenta Martínez.
La de Madeling es una familia de obreros. Su madre y su padre trabajaban largas jornadas para garantizar una vida decente a Madeling y su hermano. Esa ausencia, y el hecho de la vulnerabilidad de la joven por su enfermedad, fueron aprovechados por Julio Bello, que convivía con una prima de Madeling, y Carlos Iván, familiar del papá de la joven, para violarla. Los abusos fueron continuos, hasta que Zorayda Martínez encaró a su hija.
“Un día le dije: ‘Madeling, vení, ¿qué pasó en este cuarto?, ¿por qué hay pisadas de zapatos en mi cama? Contame qué pasó aquí’. Y ella me respondió: ‘Te quiero contar, pero es que si te cuento vos me podés pegar. Y ahí fue que me contó que habían abusado de ella”, relata Martínez.
Así supo que los violadores de su hija eran hombres cercanos, conocidos de la familia. Supo que amordazaban a la joven, que la golpeaban. Supo que los abusos eran vaginales y anales. Supo de las amenazas de muerte. Zorayda Martínez se desplomó.
La mujer buscó apoyo en su familia, con sus vecinos, pero cuando la historia del abuso se conoció, el barrio entero –una zona polvorienta a un lado de la carretera hacia Rivas– se puso en su contra. “Aquí yo soy la mujer mala. Venían los familiares (de los abusadores) a ofrecerme dinero para que yo dejara el caso. Yo les decía que no, que mi hija no es ningún animal. Aparte de que ellos son unas personas con sus cinco sentidos bien puestos, saben lo que hicieron. Todo el barrio estuvo encima de mí. Para la gente yo soy la mala y ellos eran los inocentes”, relata Martínez.
Al estigma creado en la comunidad, se unió la pesadilla que fue el juicio para Madeling. Ambas mujeres pusieron la denuncia ante la Policía de Potosí, en Rivas, y los hombres fueron apresados ese mismo día. La joven tuvo que repetir una y otra vez la historia del abuso: Contarlo al médico forense que la examinó, a la sicóloga que la trató, al juez que llevó el caso. A pesar de la presión social, Zorayda siguió adelante con el proceso, con apoyo de organizaciones que trabajan contra la violencia de género. Los violadores de Madeling fueron hallados culpables y cumplen una condena de 15 años de cárcel cada uno.
Madeling convive con su enfermedad y debe tomar medicamentos anticonvulsivos, antiepilépticos y fármacos de alta potencia que funcionan como ansiolíticos y relajantes musculares. Dice todavía la afecta lo que le ocurrió, aunque intenta llevar una vida normal. Sin embargo, la enfermedad la mantiene alejada de la escuela, de las fiestas y de su sueño de vida de convertirse en doctora.
“Le pregunto a mi mamá si me da permiso para tener novio, solo eso. Tenía un novio que se llama Fabián. Y el muchacho vino a mi casa y me mamá le enseñó las pastillas y luego me dijo que no quería ser mi novio, porque soy enferma”, cuenta la joven. “No salgo a bailar, quiero ir a una fiesta, pero no puedo. Pero mi mamá me lleva a la playa”, dice Madeling.
Doble vulnerabilidad
Estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) revelan que la discapacidad afecta a entre un 10 y un 13% de la población mundial y alrededor de 250 millones de mujeres sufren algún tipo de discapacidad en el mundo. En Nicaragua, no hay datos actualizados. Un estudio preparado por La Federación de Mujeres con Capacidades Diferentes, Femucadi, con datos oficiales de 2003, registra que 461.000 personas mayores de seis años presentaban algún tipo de discapacidad en el país. La prevalencia de las discapacidades en el caso de las mujeres era del 9.1%.
El abuso sexual contra las mujeres discapacitadas representa un doble crimen. Y se agrava porque el embarazo resultante de una violación puede complicar la situación de salud. Datos del Instituto de Medicina Legal que en 2015 se realizaron 375 peritajes de los llamados delitos contra la integridad y la libertad sexual, de los que 321 casos, en los que se evidenció que hubo penetración, fueron contra mujeres.
El Estado está obligado a investigar estos casos, pero también a garantizar protección a las mujeres. Organizaciones feministas, sin embargo, han advertido que el Estado no previene, protege o asiste a las víctimas de este tipo de delitos.
Mayte Ochoa es asesora de políticas públicas de IPAS Centroamérica, una organización que apoya a las mujeres en temas de salud sexual y reproductiva y que ayudó a Medeling y su familia en el largo proceso para exigir justicia. Ochoa asegura que a pesar de que hay un modelo de atención a las víctimas de abuso, este no funciona.
“Este modelo de atención creado por las instituciones del Estado, establece toda una ruta que pasan las mujeres y las niñas que son víctimas de violencia sexual, pero que en Nicaragua no funciona como debería”, explica. “El hecho de que la ley no permita la interrupción del embarazo cuando una niña resulta embarazada producto de la violencia sexual es una falta del Estado. El no garantizar mecanismos de protección de esa niña, en su comunidad, también es una falta del Estado”, afirma Ochoa.
El aborto terapéutico fue penalizado en 2006 en Nicaragua en plena campaña electoral por un pacto entre la Iglesia Católica, el gobierno conservador del presidente Enrique Bolaños, y con el apoyo del entonces candidato opositor Daniel Ortega, del Frente Sandinista, y una mayoría de diputados que votaron a favor de penalizar a quienes practiquen un aborto, independientemente de que éste sea necesario cuando la vida de una mujer esté en riesgo.
Más de diez años después, grupos de mujeres en Nicaragua reivindican el derecho al aborto, como una medida de salud pública para evitar la muerte de mujeres en casos de embarazo de riesgos, violaciones de menores o cuando la vida de ellas está en peligro. Sin embargo, la penalización se mantiene, poniendo en riesgo la vida de las mujeres u obligándolas a ser madres aunque el embarazo haya sido producto de una violación.
Wanda no quería ser madre
Cuando Wanda López tenía 22 años fue violada por un vecino. Los sicólogos establecieron que la joven tenía la edad mental de una niña de nueve años. Wanda es ahora una mujer de 26 años que carga con el peso de sufrir discapacidad de desarrollo cognitivo, la enfermedad que la afecta desde pequeña. Vive en el Reparto Venceremos, de León, con su madre y su hija Elizama Izamar, de tres años, producto de la violación.
La joven, que además sufre estrabismo, cuenta su tortura en un pasillo de su casa en León –una construcción de concreto y hierro, materiales que agudizan el sofocante calor que caracteriza a la ciudad colonial--. “Mi caso fue algo muy difícil para mí. Mi mamá me mandó con mi prima a comprar una cosas y ese hombre se acercó donde nosotras y me dijo que si podía traerme acá a la casa. Mi prima dijo que no, porque no quería problemas con mi mamá. Pero él siguió insistiendo y con tanta insistencia yo cometí el gran error de decirle que sí. Y ahora me arrepiento muchísimo. Cuando quise reaccionar ya era demasiado tarde. No me gustó lo que hizo, la forma, el modo. Cuando ya terminamos de hacer todo yo me sequé mis partes y ahí fue donde yo perdí mi virginidad”.
Wanda llora al recordar lo que le sucedió. Su vida ya de por sí era dura, al no poder desarrollar las actividades consideradas normales para una mujer joven. El miedo a sus padres hizo que la joven callara el abuso, pero su madre se enteró por una vecina, cuenta. “Mi mamá me dijo que fuera al centro de salud y que me hiciera una prueba. Y me dijo que si no estaba embarazada, si estaba dispuesta a hacerme una operación para no tener hijos. Yo le dije que sí. Pero desgraciadamente salió positivo”.
La noticia fue un golpe emocional para la joven. Su mundo se vino abajo. “No lo podía creer. Para mí fue un impacto grande. Me decía: ‘¿yo embarazada?’ No puede ser. No es posible. No lo podía creer”.
Wanda y su madre interpusieron una denuncia contra el abusador, Emeregildo Narváez, quien fue condenado por violación y lesiones sicológicas graves. Su pesadilla, sin embargo, no terminó con esta condena. Fue obligada a ser madre. A Wanda la afectó el nacimiento de su hija. La joven, que no sabe leer ni escribir, al principio rechazó a la bebé. “No sé si será porque recuerdo lo que me hicieron, pero he sido grosera con mi niña. Es como que recordara todo lo que me pasó. Cuando recuerdo lo que me hicieron es muy duro para mí, muy difícil. Tal vez si hubiera recibido ayuda y me hubieran orientado cómo tratarla, tal vez yo no ‘fuera’ así”, asegura la joven.
En Reparto Venceremos de León, Wanda intenta aceptar a su hija y olvidar su violación. La pena la acompaña todos los días, aunque se esfuerza por cuidar de la pequeña, que ya asiste a clases. Wanda tiene el apoyo de su familia y espera que su hija tenga un futuro mejor. Las oportunidades que ella no tuvo. Por eso, dice, decidió denunciar lo que le ocurrió, no quedarse callada.
Lo mismo opina Zorayda, la madre de Madeling, la joven de Rivas, violada por dos vecinos. Ella alienta a las familias a romper el silencio y denunciar el abuso sexual: “Les sugiero que no se queden calladas, que hablen, que acudan a la justicia y pongan las denuncias”.