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Turbas FSLN imponen terror, muerte y secuestro en León

Al menos 15 estudiantes de Medicina que socorrían a heridos fueron secuestrados por las turbas. Un sacerdote intervino para su liberación

Alejandra Álvarez Gil, estudiante de sexto año de Medicina, estuvo entre las secuestradas por las huestes de Ortega. Carlos Herrera | CONFIDENCIAL.

Maynor Salazar

25 de mayo 2018

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La última publicación que compartió Manuel de Jesús Chávez Ramírez en su perfil de Facebook, fue un video del ataque de las turbas sandinistas a estudiantes en un tranque pacífico en León. La publicación la realizó a las 3:50 de la tarde, desde un ciber café, cerca de la Iglesia Guadalupe. Una hora después el hombre de 31 años caía herido de muerte por una bala. “¡Lo mataron, lo mataron! Nooo. Lo mataron. Le dieron en la cabeza, le dieron en la cabeza”. Otro video muestra a Manuel vestido de camisa roja y pantalón azul. Su mirada perdida, el rostro ensangrentado. Lo cargan otros muchachos, que piden el auxilio de una ambulancia. La bala que “dispararon los paramilitares” –según testigos– quedó alojada en su cráneo.

Manuel, que estudiaba noveno grado en el Colegio Rubén Darío los fines de semana, fue el único fallecido durante al ataque orquestado por simpatizantes y supuestos paramilitares del Gobierno del presidente Daniel Ortega, la tarde y noche de este miércoles 23 de mayo en León. En el enfrentamiento al menos 20 personas resultaron heridas por balas de goma, balines y morteros.

El joven no estaba protestando, aseguraron sus familiares, aunque algunos estudiantes consultados por CONFIDENCIAL dijeron que llegó a apoyar a los universitarios. Manuel luchó hasta el último minuto por su vida. A las 7:00 de la noche el doctor que estaba a cargo de su caso informó a los medios locales que estaba “entre la vida y la muerte”. Desafortunadamente, pasada las 10:00 PM falleció.


Sus familiares no saben quién lo mató. Los estudiantes aseguran que la bala provino de un arma de un paramilitar. “Eso sí, descartamos totalmente que hayan sido los estudiantes, porque ellos no andan armados”, dijo la tía del joven.

El origen y el secuestro

Alrededor de 150 estudiantes de la UNAN-León levantaron un tranque en la salida de la ciudad, rumbo a Managua. Uno a uno, los muchachos pasaban los adoquines para ubicarlos de forma ordenada en una hilera que abarcó las dos vías de paso. A pesar del agobiante calor y el inclemente sol, los chavalos completaron una barricada que no permitió el paso de los vehículos. 

Después de mediodía el tranque fue acosado durante horas por miembros de la Juventud Sandinista, acumulando una tensión que desembocó en un enfrentamiento entre ambos grupos. “Ellos dicen que venían marchando, pero marcharon directo a agredirnos. A ellos los llegaron a dejar en buses ahí por los juzgados y no eran gente de la ciudad, sino de Nagarote y Chinandega. La orden que llevaban no era marchar, era atacar”, contó Ángel Rodríguez, estudiante de Economía.

A eso de las tres de la tarde los grupos paramilitares del Gobierno atacaron a los estudiantes sin piedad. Primero fueron piedras, balines y luego morteros. Los estudiantes se defendían a cómo podían, sin embargo, el peligro aumentó cuando escucharon detonaciones de armas de fuego.

Un estudiante muestra uno de los balines que usaron las fuerzas paramilitares en el enfrentamiento. Foto Carlos Herrera

Un estudiante muestra uno de los balines que usaron las fuerzas paramilitares en el enfrentamiento. Foto Carlos Herrera

La batalla continuó. Los jóvenes llegaban afectados por los efectos de las bombas lacrimógenas a los puestos médicos que estudiantes de medicina habían improvisado en tres casas del sector.

Alejandra Álvarez Gil, estudiante de sexto año de la carrera, apoyaba a los estudiantes pasando trapos bañados en agua con bicarbonato. La joven de 23 años escuchó por boca de otros universitarios que los paramilitares le habían “pegado” a un muchacho en la cabeza. Ese fue Manuel. “Yo no lo vi, es que se lo llevaron en una ambulancia directo al hospital”, relató.

Al puesto médico en el que se encontraba Alejandra llegó un joven herido de bala en su pierna. Junto a dos compañeras atendieron al muchacho y lograron estabilizarlo. En ese momento los paramilitares ya habían penetrado el tranque y rondaban el sector en motos y camionetas.

“Estaba hablando con uno de los muchachos, y de repente pasaron dos camionetas con varios paramilitares. Nos vieron y frenaron en seco. Se bajaron rápido. Iban contra nosotros. Corrimos y cerramos las puertas. Ahí comenzó la pesadilla”, expresó la joven estudiante, quien confirmó que habían estudiantes de Medicina y de otras carreras.

Los sujetos trataron de abrir la puerta, pero no lo lograron. Sin mediar palabras, tiraron varios morteros a la casa. Quebraron las persianas. Lanzaron piedras. Eran alrededor de 20 hombres, mayores de 30 todos. Lanzaron bombas de gases para sofocar a las 15 personas que estaban adentro, junto a Alejandra.

La casa de Alejandro Urroz fue destruida por las turbas sandinistas. Fotos: Carlos Herrera.

La casa de Alejandro Urroz fue destruida por las turbas sandinistas. Fotos: Carlos Herrera.

Al final los atacantes pudieron más que la resistencia de los estudiantes. Desbarataron la puerta y amenazaron a todos los presentes. “Nos dijeron que saliéramos y que no hiciéramos ningún tipo de forcejeo. Salimos las mujeres con las manos en la cabeza, nos agredieron, nos empujaron. Aunque les dijimos que éramos estudiantes de Medicina, nos les importó, nos insultaron, nos ofendieron. A una muchacha le golpearon la cara, a otro le quebraron la nariz”, relató Alejandra.

Los quince subieron custodiados por los hombres a las camionetas. Alejandra continuó explicando que ellos solo estaban atendiendo a los heridos, pero sus palabras no surtieron efecto. Al contrario, embraveció más a los paramilitares, quienes sacaban en cara la muerte de uno de los suyos en el enfrentamiento. Un muerto que todavía no está confirmado. 

Los jóvenes partieron rumbo a un destino incierto. En la casa que servía como puesto médico, solo quedó Alejandro Urroz, el dueño de la vivienda. “Yo estaba conmocionado. Nervioso. Me sentía culpable porque no pude hacer nada para defender a los muchachos. A mí me hincaron en el suelo, agarré a mis dos perras y esperé que no hicieran nada. Solo se fueron, pero yo me quedé angustiado”, aseguró.

Secuestrados en la casa Departamental del FSLN

Silvio Martin Rueda Guevara, párroco de la iglesia La Merced, en León, atendió el llamado de varios pobladores que pedían su intervención para que las turbas sandinistas dejaran de atacar las casas y los otros dos puestos médicos improvisados.

Llegó y auxilió a los ciudadanos, quienes le aseguraron que dos camionetas se habían llevado a 15 estudiantes con rumbo desconocido. El sacerdote recibió una llamada. Era Evert Delgadillo, jefe Departamental de León. “Me dijo que llegara porque tenían a los muchachos en ese lugar. Yo le respondí que no podía, que iba a llegar otro padre, pero insistió que yo debía llegar”, cuenta el párroco.

En ese momento, pero del otro lado de la ciudad, Alejandra seguía preguntando a qué sitio llevaban a ella y sus compañeros. “No nos dijeron nada. Nos respondieron que esto nos ganábamos por andar en las protestas, que éramos unos malagradecidos con el Gobierno e íbamos a aprender una lección. Cuando la camioneta se detuvo y nos sacaron, supe que estábamos en la casa departamental del Frente", relata.

Antes de entrar a la casa, los muchachos fueron despojados de sus pertenencias. Luego los metieron a dos cuartos. “Era un ambiente hostil. No sabíamos qué nos iba a pasar. Te juro que pensé lo peor, porque con todas estas cosas que hemos visto, pues sabemos que esta gente es capaz de hacer lo que sea”, relató Alejandra.

Los cuartos eran custodiados por tres antimotines. También estaban las fuerzas de choque del Gobierno. “Nos decían que cuando saliéramos nos iban a pegar, que nos iban a enseñar quién era el pueblo. Estábamos con miedo. Ellos estaban de paranoicos. Nos decían que no llamáramos a nadie, a pesar de que nos habían quitado los celulares”.

El párroco Silvio Martin Rueda Guevara, de la iglesia La Merced, fue clave para la liberación de los estudiantes secuestrados. Foto: Carlos Herrera.

El párroco Silvio Martin Rueda Guevara, de la iglesia La Merced, fue clave para la liberación de los estudiantes secuestrados. Foto: Carlos Herrera.

Estando dentro de los cuartos, fueron atacados con piedras. Nadie salió herido. Luego golpearon la puerta, pero no sacaron a nadie. En la Casa Departamental del Frente había en ese momento más de 40 personas. Alejandra llegó a pensar que esa sería la última noche de su vida, sin embargo, en el momento menos esperado, llegó el padre Rueda, junto a dos párrocos más.

“No nos detuvimos a hacer averiguaciones, lo que nos interesaban era saber si los jóvenes estaban bien y que nos lo dieran”, enfatizó Rueda. El párroco habló con Delgadillo y le pidió que también entregaran a los jóvenes las pertenencias que les habían ocupado.

“Menos mal que no los llevaron a las celdas, porque eso nos hubiera costado un poco más la salida”, expresó Rueda, quien consideró que no es lo normal que grupos identificados plenamente como sandinistas llevaran secuestrados a quince jóvenes a la casa departamental del partido de Gobierno.

Delgadillo explicó a Rueda que habían capturado a los jóvenes, porque los habían encontrado en las protestas y con morteros. Una versión que no coincidía con la ofrecida por Alejandra y por Urroz, el dueño de la casa que funcionaba como puesto médico.

“Los muchachos estaban atendiendo a los heridos. No estaban en la protesta, no tenían armas. Su error fue ayudar a los heridos”, explicó Urroz.

“Recuerdo que entraron a la casa, revisaron todo, quebraron las cosas. Cuando nos estaban montando, les abrimos las mochilas para que vieran que solo teníamos gazas y vendas”, aseguró Alejandra.

La salida de los estudiantes fue organizada por el padre Rueda y los otros dos religiosos. A la cabeza iba un párroco, detrás de él la mitad de los secuestrados. En medio otro cura y seguido de él los demás muchachos. Al final, el sacerdote Rueda, custodiando y asegurándose que nadie resultara lastimado.

Todos sintieron miedo. La cantidad de personas que estaba fuera de la casa departamental no ayudaban a mantener la calma. Luego de caminar en fila india, los estudiantes salieron del lugar, a pie, rumbo a la iglesia de La Merced. 

https://twitter.com/JorgeaHurtado/status/999489311035875328

El día después

En las calles de León, un día después del ataque de grupos paramilitares a estudiantes universitarios, existe un ambiente tenso. A simple vista, las personas realizan sus labores cotidianas, pero hay algunos (estudiantes) que no pueden caminar con tranquilidad por la ciudad.

“Nos tomaron fotos a todos, videos, nos preguntaron nombres, número de cédula”, dice Alejandra.

Algunos integrantes del Movimiento Estudiantil 19 de abril, temen salir siquiera a la venta. Ángel Rodríguez, estudiante de Economía, considera que luego del último enfrentamiento, debe cuidarse más. Lo han seguido motorizados y algunos carros. Ha logrado escapar de la vista de esos fulanos.

El padre Rueda espera que situaciones como las que vivió el pasado miércoles 23 de mayo, no se vuelvan a repetir. El párroco considera que cualquier acto que genere violencia debe ser condenable y que todos los sectores deben buscar la paz.

“Cuando incitamos al odio, de un lado o el otro, no abonamos para la paz. Cuando nosotros estamos sembrando cizaña no abonamos a la paz. Si yo siembro una tela de duda sobre el otro, cómo puedo dialogar con el otro o que el otro también me ofrezca una salida”, refirió Rueda.

El jueves 24 de mayo los estudiantes levantaron nuevamente la barricada para protestar pacíficamente. Foto: Carlos Herrera.

El jueves 24 de mayo los estudiantes levantaron nuevamente la barricada para protestar pacíficamente. Foto: Carlos Herrera.

Cerca de la salida de León, rumbo a Managua, la casa de Urroz parece  que fue azotada por un terremoto. La vivienda quedó “patas para arriba”. Vidrios por todos lados y varios electrodomésticos desbaratados. El sofá en el que la familia de él se sentaba a ver televisión, está dañado.

A pesar de que sabe que debe lidiar con el gasto de reparaciones de su casa, Urroz es claro en afirmar que si mañana, otro grupo de estudiantes pidiera su hogar como puesto médico, él ayudaría nuevamente. “Soy boy scout y debo servir a mi comunidad”, expresó.

Alejandra piensa igual. Dice que no abandonará la lucha estudiantil. No piensa alejarse de los puestos médicos. Su trabajo es ayudar a los heridos que resulten de los enfrentamientos entre estudiantes y paramilitares.

La tarde del jueves, en León, en el mismo punto donde ocurrió el ataque de los paramilitares, los jóvenes universitarios y pobladores de las zonas aledañas, levantaban tres barricadas en señal de protesta pacífica en contra del Gobierno del presidente Ortega.

Mientras esto sucedía, en el barrio Salomón de la Selva, exactamente en la calle cuatro, a trescientos metros del tranque, Manuel Chávez descansaba en un ataúd, acompañado de sus familiares. Sus tías y su mamá, con la mirada perdida, suspiraban con suma tristeza. Manuel partió sin despedirse de ninguna de ellas. 

El jueves no hubo ataques. Solo una familia llorando la pérdida de su ser querido.

El ataúd de Manuel Chávez. Sus familiares demandaron justicia por su muerte. Foto: Oswaldo Rivas

El ataúd de Manuel Chávez. Sus familiares demandaron justicia por su muerte. Foto: Oswaldo Rivas.


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Maynor Salazar

Maynor Salazar

Periodista. Investiga temas de medio ambiente, corrupción y derechos humanos. Premio a la Excelencia Periodística Pedro Joaquín Chamorro, Premio de Innovación Periodística Connectas, y finalista del premio IPYS en el 2018.

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