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Pobreza: El mal que acecha a todos en Nicaragua

Cinco historias de padres, madres e hijos que sufren cada día y cada semana, pensando si en su casa habrá comida a final de mes

pobreza

Iván Olivares

7 de mayo 2023

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“Manuel”, un desempleado de Chinandega, tiene varios años de estar en el desempleo. “Sofía”, una madre soltera de Carazo, ya va a cumplir un año desde que la echaron de su último trabajo. Ambos tuvieron que buscar alternativas para generar dinero en casa. En Managua, “Ana”, trabaja en una pastelería para seguir ayudando a sus hijos, “Guillermo” hace malabares para ayudar a su familia, mientras “Rogelio”, un universitario, trata de ahorrar al máximo para no recargar a sus padres.

En Nicaragua, más del 40% de los habitantes vive en pobreza; el crecimiento acumulado (casi 10.7% entre 2021 y 2022), y las remesas recibidas (casi 5400 millones de dólares en los últimos dos años, y más de 10 400 millones de dólares si se suman los últimos cinco años, ambos datos, según el Banco Central de Nicaragua), no se han traducido en una mejora de vida de la población, al punto que salir del país, sigue siendo la alternativa principal para progresar.

Sin empleo desde hace mucho tiempo, “Manuel” y “Sofía”, tuvieron que buscar formas para generar ingreso desde sus casas. Algo, aunque no fuera mucho el dinero conseguido, pero que les permitiera adquirir lo mínimo para vivir otro día para salir a buscar empleo.

“Sofía” es una caraceña de 37 años, que terminó sus estudios de Banca y Finanzas en 2006, pero nunca pudo ejercer su carrera “porque ningún banco me contrató allá [en Nicaragua], y dudo que alguno me contrate para eso acá [en Costa Rica]”, país al que emigró en diciembre de 2022, buscando las soluciones que no pudo encontrar en su país.


Rememorando lo ocurrido a lo largo de la última década, afirma que “la situación ha estado mal por varios años, pero ha empeorado en los últimos tiempos”, desde la época en que horneaba el pan, los churros y la repostería que su madre y su hermana le ayudaban a vender.

Era 2012, y ella trabajaba en una tienda de ropa usada donde le pagaban 2000 córdobas (poco menos de 85 dólares al mes, según el cambio promedio de ese año), que era muy poco, pero podía sobrevivir con eso.

Solo estuvo seis meses en ese lugar, pero lo dejó porque encontró empleo en un restaurante donde le pagaban 6000 córdobas al mes, lo que permitió ciertos desahogos. El hecho que su papá obtuviera una pensión reducida le permitió darse el lujo de sacar a pasear a su hija, entonces de poco más de tres años de nacida, y llevarla a conocer el mar, a bañarse en una piscina, o simplemente a comerse un helado.

Recibir propinas en el restaurante le daba cierto alivio económico, y hasta pudo ahorrar dinero. Trabajó cinco años ahí -aunque el desvelo la agotaba- hasta que encontró empleo en un supermercado, donde trabajó cinco años más, con el mismo salario de 6000 córdobas, que había alcanzado los 8000 cuando fue despedida en mayo de 2022.

Después de tres meses sin trabajo, consiguió empleo en una farmacia donde también pagaban 8000 córdobas, menos deducciones, pero el dinero solo alcanzaba para comer. Ya no podía llevar a pasear a su niña, y menos pensar en comprarle ropa. “El poder adquisitivo se me disminuyó totalmente”, asegura.

Sin esperanza de mejora

“Guillermo”, es un joven capitalino de 26 años de edad, que tuvo que abandonar la universidad para concentrarse en su trabajo de oficina en una mediana empresa. Su salario de 11 000 córdobas debería permitirle cubrir sus gastos personales y hacer planes para su vida, si no fuera porque él, y su abuela viuda, son los sostenes de ese hogar de siete personas.

Explica que su salario, más los casi 2500 que recibe su abuela (eso es la mitad de la pensión de su abuelo, fallecido recientemente), tienen que alcanzar para cubrir alimentación y gastos básicos del hogar, más los estudios de sus dos hermanos menores, rogando que nadie se enferme.

“Con mi pago no se hace mucho, se administre bien o mal. El problema está en los salarios, versus el costo de los productos básicos”, reflexiona aclarando que paga parte de la comida, el agua, y la electricidad del hogar. Al comprar ropa, prefiere ropa usada, porque “una camisa nueva puede costar 800 córdobas o más, y ya no se diga un pantalón. Los zapatos, siento que están más accesibles, aunque compro zapatos cada seis meses”.

En cuanto a diversión, confiesa que no sale mucho, ya que nunca le ha gustado, y cuando lo hace “tengo que ir rezando para que las cosas no sean caras. Por lo general, me divierto jugando con el celular o con un Nintendo viejo que tengo. No estoy estudiando, porque tengo que pagar la moto, y el dinero no alcanza para ambas cosas. Como la moto es nueva, no me da problemas más que el costo de la gasolina, que está supercara”.

De cara al futuro, solo percibe que “la situación puede empeorar”, al ver la dirección en la que está siendo conducido el país. Admite que no tiene un plan para mejorar su situación económica, en especial, al constatar que sacar una carrera y obtener un título para ganar mejor, no garantiza nada, ya que hay muchos licenciados sin trabajo, “mientras que yo, que no tengo ese título, sí tengo empleo y gano más que ellos”.

Aunque ha llegado a hablar de boda con su novia, reconoce que sus ingresos no son suficientes para sustentar el gasto de pagar o alquilar una casa para irse a vivir con ella, y seguir ayudando a su familia. Solo sabe que “de una manera u otra, saldré adelante”.

A comer -y vender- aguacates

“Ana” es una mujer en sus cuarenta, que vive en Managua con su marido, y con dos de los hijos de ambos. En el pasado trabajó cuidando a una anciana. Después en un salón de belleza, y ahora en una pastelería donde labora algunos días a la semana. Al irse los hijos mayores de la casa, perdió el aporte que ellos daban, pero también se redujeron los gastos, así que ahora la meta es cuadrar las cuentas sumando sus ingresos con los 5000 córdobas de pensión que recibe su esposo jubilado.

Relata lo difícil que es conseguir un trabajo, pero también ir a trabajar. No solo porque el pago es muy bajo, sino también porque “tuve un accidente bajando del bus, y me torcí el tobillo”.

Mientras sus ingresos merman, observa con angustia que una libra de queso cuesta cien córdobas, y que aunque llevan meses esperando que baje, “no bajó y más bien sube cada semana”. 

“Los frijoles, que estuvieron a 40 córdobas, ahora están a 31 por libra. Los huevos se consiguen a seis o siete córdobas por unidad. Una libra de arroz cuesta 21 córdobas. La tortilla, que costaba dos córdobas, subió a tres”, enumera.

Siendo así, la única opción es medirse para cubrir los tres tiempos. El frondoso árbol de aguacate que tienen en el patio de la casa, les ayuda a complementar la dieta, y a obtener algún ingreso por medio de la venta de sus frutos, pero “la gente está sin dinero, así que tenemos que venderlos barato”, explica.

“Rogelio” es el hijo mayor de una familia de seis, en la que el papá y la mamá se ganan la vida enseñando. A sus 21 años, estudia una carrera afín a la veterinaria, y aunque ni el desarrollo de sus estudios, ni él mismo, requiere de hacer grandes gastos, siempre trata de ahorrar cada córdoba que recibe, para no ser una carga mayor para sus padres.

Los salarios de maestro que reciben papá y mamá, “nos obligan a llevar una vida limitada, porque no alcanza para comprar el cien por ciento de la provisión, pagar los servicios básicos, o vestirnos adecuadamente”, dice este joven capitalino advirtiendo que “si mis zapatos se dañan y todavía aguantan, los dan a reparar. Si no, piden dinero prestado a alguna amistad, me los compran, y después buscan cómo pagar”.

El dinero que recibe de sus padres se usa para pagar el pasaje, comprar un bono alimenticio para comer en la universidad y, quizás, hacer alguna pequeña compra. “Si necesito dinero adicional para hacer trabajos, o sacar fotocopias, tengo que pedirlo con tiempo para que busquen cómo ahorrar y dármelo”, relata.

“Rogelio” dice que quisiera encontrar trabajo para que ellos no tengan que preocuparse más por él, y ser autosuficiente. No es que no lo haya buscado, aclara señalando que consiguió colocarse en un puesto afín con su especialidad, “pero no estaba suficientemente calificado, porque necesitaban alguien que ya estuviera graduado, no estudiando la carrera, como yo, así que me dijeron que no volviera al día siguiente”.

Mientras concluye sus estudios, “Rogelio” espera que, para entonces, el mercado le ofrezca oportunidades que no parecen existir ahora.

Viendo pasar la vida en Costa Rica

“Sofía”, originaria de Carazo, recuerda que a veces compraba lo básico para una quincena, pero la provisión se le acababa en una semana, así que comenzó a recurrir a prestamistas que le proveían dinero con tasas de interés que oscilaban entre el 15% y el 20% mensual, para poder comprar leche y pan para su niña.

Ante tan difícil situación, la familia decidió trabajar de forma coordinada vendiendo hielo, helados, chocobananos, y hasta bananos con nieve de repostería en casa. Su mamá había sacado un préstamo con "Usura Cero" para comprar una fotocopiadora e instalar una pequeña librería, aprovechando que hay dos colegios cerca de casa.

Cuando la máquina se dañó, sacaron un nuevo préstamo para adquirir otra, que sigue en funcionamiento y permite atender tanto a los alumnos de los colegios vecinos, como a los ciudadanos que hacen gestiones en instituciones cercanas.

Siendo que los ingresos de las fotocopias y la pensión reducida de su papá eran insuficientes, decidió viajar a Costa Rica, donde se sorprendió a sí misma disfrutando del sencillo placer de comer papas, porque su precio en Nicaragua pasó “de ocho córdobas, a 10, 20, 40 y 50 córdobas la libra”, sin olvidar que el queso subió hasta rondar los 100 córdobas, “más caro que una libra de pollo o cerdo”.

Recuerda que “hubo noches que cenamos solo pancito”, y que en casa implementaron la estrategia de echarle menos azúcar al café (para que durara el azúcar); o de ponerle menos frijoles al gallopinto, (cuando llegó a 38 córdobas la libra). “Si antes, con C$20 de frijoles resolvíamos el día, después era necesario comprar C$20 de frijoles para el almuerzo y C$20 para la cena. La gente está pasando hambre. A veces, comerme una fruta aquí en Costa Rica, me hace recordar que hacía tiempo que no las probaba en Nicaragua”, confiesa.

“Salí del país pensando en enviar dinero para pagar los estudios de mi hija, que está en secundaria, y ayudar a mejorar la librería, porque nos estábamos comiendo las ganancias, pero nada de eso se ha podido. Mis padres, de 72 y 67 años, requieren medicinas para sus enfermedades, pero en los centros de salud a veces ni siquiera hay acetaminofén, y ya no se diga otros medicamentos especializados. No poder ayudarles me agobia, me causa insomnio, pero mi padre me recuerda que ningún inicio es fácil, y que esté tranquila, porque ellos están sobreviviendo”, concluye.

Subempleo, para sobrevivir

180 kilómetros más al norte, en Chinandega, “Manuel”, también se esfuerza por sacar adelante un pequeño negocio, con la esperanza de que ese negocio lo saque adelante a él, a su mamá, a su papá, y a un tío. Su mamá (66 años) atiende una pequeña pulpería en casa; su papá (60), es taxista. Él, (33) tiene un minicíber, aunque no presta el servicio de alquiler de computadoras.

Narra que perdió su empleo cuando la dueña del negocio en que trabajaba decidió despedir parte del personal, ante la progresiva disminución de las ventas, fenómeno que se originó con la pandemia. La pequeña empresa de serigrafía, estampado, bordados, pero también librería, fotocopias y levantado de texto, sigue operando, pero solo a una fracción de su capacidad.

En la actualidad, su negocio funciona al 50% de lo que él quisiera. Con sus ingresos paga la cuenta de Internet. Su mamá paga la electricidad; su papá, otros servicios. Compran los alimentos entre todos. El tío recibe una remesa de vez en cuando, pero solo para adquirir cosas de uso personal, porque el monto es insuficiente para aportar en casa.

La estrategia familiar señala que hay que comprar en el mercado el arroz y los frijoles para una semana, y que de lo demás, solo se compra lo que se va a usar en el día a día. Prefieren ir al mercado, porque hallan precios más cómodos y negociables, mientras que el supermercado tiene precios fijos y no se puede pedir rebaja.

Consultado, dice que si se le dañaran los zapatos, los daría a reparar si se puede, y si no, esperaría a juntar el dinero para comprar un par nuevo. Si lo dañado fuera un aparato, (como un abanico), esperaría a obtener un ingreso extra para comprar uno nuevo, convencido de que si compra algo usado, en poco tiempo estará dañado y habrá perdido su dinero.

A pesar de las penurias, “Manuel” dice que no ha pensado en irse de Nicaragua, porque “me siento bien aquí, aunque no esté ganando lo suficiente. Pienso que lo mejor es estar uno en su lugar”, remarca.

“He buscado trabajo en varios lugares. He metido papeles, pero todos piden experiencia de cuatro o cinco años, o poseer moto, o carro. Fui a buscar empleo a un minisúper, pero me pidieron papeles que solo se gestionan en oficinas gubernamentales, y como el Estado estaba de vacaciones, perdí la oportunidad”, relata.

También fue a una empresa local que opera en régimen de Zonas Francas, donde le hicieron dos pruebas: una de habilidades manuales. La otra, auditiva y visual. Al final, solo le dijeron que no había pasado una de sus pruebas, sin especificar cuál, ni en qué había fallado, indicándole que no presentara más documentos.

Por esas frustraciones, se declara “hastiado de estar metiendo papeles en empresas que piden experiencia, o dicen ‘ahí te llamamos’, porque nadie me repone lo gastado. Mejor voy a acumular experiencia, conocimiento y dominio en temas de diseño, y de todos los servicios que puedo ofrecer en el cíber”, para poder seguir cuidando de sus sexagenarios padres, siendo que ninguno tiene derecho a solicitar una pensión del INSS. Aparentemente, nunca cotizaron.

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Iván Olivares

Iván Olivares

Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Durante más de veinte años se ha desempeñado en CONFIDENCIAL como periodista de Economía. Antes trabajó en el semanario La Crónica, el diario La Prensa y El Nuevo Diario. Además, ha publicado en el Diario de Hoy, de El Salvador. Ha ganado en dos ocasiones el Premio a la Excelencia en Periodismo Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, en Nicaragua.

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