15 de diciembre 2024
La tarde del domingo 1 de diciembre de 2024, el sacerdote nicaragüense Floriano Ceferino Vargas, vio llegar a varios policías que lo detuvieron, después de oficiar una misa en la parroquia San Martín de Porres, en el municipio de Nueva Guinea. Un día después, se conoció que se convirtió en uno más de los desterrados de Nicaragua, y fue enviado a Panamá.
No se supo exactamente el motivo por el cual, el también vicario de la diócesis de Bluefields, en el Caribe Sur de Nicaragua, fue expulsado del país. La dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo tampoco suele dar ningún tipo de explicación.
Una semana antes, el 24 de noviembre de 2024, el periodista y pequeño empresario, Henry Briceño, fue detenido junto con su familia, y todos fueron desterrados de Nicaragua de forma clandestina del país.
Sacerdotes, defensores de derechos humanos, estudiantes universitarios, periodistas, empresarios, líderes campesinos, académicos, opositores y ciudadanos que protestaron desde la Rebelión de Abril de 2018 han sido desterrados de Nicaragua. La mayoría incluso han sido desnacionalizados y confiscados ilegalmente de sus bienes. Otros, salieron de Nicaragua y luego se les impidió volver.
Entre los ciudadanos desterrados de Nicaragua están:
- 222 expresos políticos, expulsados a Estados Unidos en febrero de 2023
- 94 ciudadanos desnacionalizados y confiscados, también en febrero de 2023
- Los obispos Silvio José Báez, Rolando Álvarez, Isidoro Mora y Carlos Enrique Herrera
- Más de 40 sacerdotes expulsados entre 2023 y 2024
- 135 expresos políticos desnacionalizados y expulsados en secreto a Guatemala en septiembre de 2024.
- Y además, centenares de ciudadanos que han sido desterrados por la vía de facto y se les impide regresar a su patria.
El Consejo Editorial de CONFIDENCIAL seleccionó como personaje del año 2024 a “Los desterrados”, más de 496 nicaragüenses a quienes el régimen declaró, de forma oficial o en secreto, como personas non gratas en Nicaragua y les decretó la muerte civil.
La vida de “los desterrados”
Conversamos con cuatro nicaragüenses, desnacionalizados, que representan a centenares de desterrados, que mantienen viva la convicción que regresarán a su patria, sin dictadura.
Ellos son el académico Ernesto Medina, un sacerdote que pidió mantenerse en el anonimato, la líder juvenil Adela Espinoza, y la activista política opositora Tamara Dávila. Ellos representan las voces y los anhelos de centenares de ciudadanos, cuya resistencia encarna la esperanza de un cambio en Nicaragua.
“Tengo que creer que voy a volver a Nicaragua”
Ernesto Medina, académico desnacionalizado en febrero de 2023 junto a otros 93 ciudadanos
El 15 de febrero de 2023 el académico y científico, Ernesto Medina, se convenció que no podría volver a Nicaragua y se resignó a solicitar asilo político, luego que la dictadura Ortega-Murillo le quitara su nacionalidad y sus bienes junto a otros 93 ciudadanos.
Se encontraba en Alemania, donde ya se había exiliado en los años setenta huyendo de la dictadura de los Somoza.
“El destierro para mí ha significado primero el desarraigo, el alejamiento de mis seres más queridos, las cosas principales de mi vida, la familia, el lugar donde nací, donde crecí, dónde dediqué los mejores esfuerzos de mi vida. Y naturalmente, el dolor de vivir en una tierra que, aunque me ha acogido bien, sigue siendo para mí una tierra extraña”, dice desde Zaragoza, España, donde finalmente se asentó.
Despojado además de todos sus derechos, incluyendo la pensión de jubilación, sobrevive en una modesta vivienda y gracias al apoyo de amigos, de colegas de la universidad alemana donde estudió y del Ayuntamiento de Zaragoza. “Pero no necesito más”, insiste.
El hecho de haber estudiado en Alemania, vivido en Alemania casi seis años, que luego haya trabajado como investigador un año en Suecia y un año en España, hizo que tuviera una red de amigos y de contactos por Europa.
Medina de 72 años, que fue rector de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN- León) y de la Universidad Americana de Managua (UAM), dice que, aunque su situación ha sido “dura”, se considera un “privilegiado”.
“Lo importante es vivir dignamente y sobre todo con la frente en alto (…) porque yo creo que lo que el régimen pretendía con estas sanciones tan crueles y brutales en contra de este grupo de opositores era hacernos agachar la cabeza, que nos rindiéramos, que pidiéramos perdón o que nos calláramos”, afirma.
Medina asegura que desde que tomó la decisión de quedarse en Europa, lo hizo para “sentirme una persona libre que podía seguir expresando mis pensamientos con toda libertad”, para apoyar a los estudiantes expulsados de las universidades de Nicaragua y para aportar a la unificación de la oposición.
“Tengo que creer que voy a volver. Como tengo problemas de salud muy serios, mi mayor ambición es primero ver crecer a mis nietos, porque tengo dos nietos pequeños que son la principal fuente de fortaleza que tengo. Y luego, el deseo de volver a Nicaragua. Yo no me imagino muriendo lejos de Nicaragua”, confiesa el académico.
“Se tiene que tragar todo lo que el régimen hace en contra de la Iglesia”
Sacerdote nicaragüense desterrado en 2023
Jesús, seudónimo con el que llamaremos a un cura nicaragüense que se encuentra en el exilio, luego de la persecución de la dictadura Ortega-Murillo, califica el destierro al que fue sometido como “una prueba” dentro de su ministerio sacerdotal.
“Ha sido difícil, porque ha sido no solo estar lejos de mi nación, sino lejos del pueblo y lejos de la familia, de las personas que uno tiene o ha tenido en su vida muy cercana. Es muy duro, pero a la vez también muy prodigioso porque no he sentido ese desamparo de Dios”, afirma.
Pero Jesús insiste en que desde que decidió salir por la persecución, su esperanza de volver sigue intacta. “Sabemos que los hilos de la historia, Dios es el que lo mueve. Así que esperamos que sea pronto el derrocamiento de la dictadura (…) yo mantengo la esperanza de regresar a mi patria y de volver a ir a los lugares o a las parroquias que solía visitar y celebrar mis eucaristías”, indica.
Señala que hay un “odio visceral” de la dictadura contra la Iglesia católica, por lo que se vive un tiempo “difícil”. Sin embargo, admite que, a pesar de eso, ha reinado el silencio, que en su mayoría tienen que guardar los religiosos, tanto los que están dentro como los que están fuera de Nicaragua.
“Por eso guardo el anonimato, porque siempre que uno habla, hay represión para las amistades, para la familia, para los laicos donde uno estuvo sirviendo. Siempre hay represalias”, insiste.
El sacerdote Jesús dice por eso la comunicación con su familia “es muy poca y aunque es doloroso tiene que ser así”.
En el caso de los sacerdotes y religiosos, explica que esporádicamente logra hablar con algunos. “Siempre están siendo perseguidos y cuando logro hablar con ellos, me comentan que algunos siempre son citados a la Policía para detallar qué hacen, para dónde van y qué es lo que van a hacer”, menciona.
Además, Jesús argumenta que es “comprensible” que los sacerdotes “aunque vean la injusticia” callen porque “si hablan con una voz profética” son encarcelados o desterrados.
“Es difícil porque hay sacerdotes que están muy descontentos por las acciones dictatoriales del régimen, pero no las pueden denunciar porque inmediatamente los echan preso o los exilian, por eso se tiene que tragar todo lo que el régimen hace en contra de la Iglesia”, insiste.
“Contar lo que viví en prisión es mi forma de visibilizar lo que pasa en Nicaragua”
Adela Espinoza, líder juvenil excarcelada y desterrada a Guatemala junto a 134 exreos políticos en septiembre de 2024
De forma espontánea, la líder juvenil Adela Espinoza se juntó con unas amigas para protestar contra la dictadura en la rotonda Centroamérica, en Managua, el 18 de agosto de 2023. Quemar una bandera rojinegra del Frente Sandinista de Liberación Nacional, ahora convertida en símbolo patrio, la llevó a la cárcel, donde permaneció 383 días encerrada.
Espinoza recuerda que en el distrito III de la Policía de Managua hubo una de las investigadoras de Auxilio Judicial que la tomó del cuello e intentó asfixiarla. “Me tuvo de pie diez horas, sin posibilidad de arrimarme a una pared, ni de tocarme la cara o alguna parte del cuerpo. Estuve esposada con las manos para atrás”, recuerda.
En la madrugada del 5 de septiembre de 2024, fue una de las 135 personas presas políticas excarcelada y desterrada a Guatemala.
“Para mí el destierro ha significado un reto bien grande. La verdad es que absolutamente ninguna persona está preparada para para esto. Ninguna persona está preparada para estar encerrada (en la cárcel) y al siguiente día amanecer en un país que no es el tuyo”, confiesa.
Actualmente, Espinoza sigue en Guatemala esperando regularizar su situación migratoria para llegar a Estados Unidos, donde pretende asentarse. Sin embargo, mientras tanto sigue alzando su voz contra la dictadura Ortega-Murillo.
A lo inmediato, dice que trata de visibilizar con las personas que conoce en Guatemala la situación del país, particularmente de los presos políticos. “Trato de mantener viva la petición de justicia visibilizando nuestra situación actual con personas que no tienen idea de lo que ocurre, tanto en Guatemala como en otros países”, apunta Espinoza.
Incluso, cree que contar su testimonio durante el encierro en prisión “es una forma de visibilizar” las violaciones de derechos humanos que vive el pueblo de Nicaragua.
“No iba a permitir que esto (el encierro y el destierro) lograra silenciarme, sin denunciar absolutamente nada de lo que me pasó. Mi testimonio puede ayudar a que la gente sepa lo que pasó y sigue pasando en Nicaragua”, sostiene.
Ella trata de vivir “el día a día” y “luchar contra la propia mente” por la soledad en la que vive en el exilio.
“Estar aquí en el destierro es no solo enfrentarte a la realidad que estás viviendo, sino también a lo que está viviendo tu familia y lo que está enfrentando el país en general”, expresa la líder juvenil.
“Decidí usar mi voz para denunciar a la dictadura”
Tamara Dávila, activista política excarcelada y desterrada junto a 221 excarcelados políticos en febrero de 2023
Durante los 606 días que la activista política y feminista, Tamara Dávila, estuvo encarcelada y aislada en prisión por orden de la dictadura Ortega-Murilla, jamás imaginó que la arrancarían de su patria.
“Nunca me imaginé que me iban a expulsar del país de la manera en la que lo hicieron. Jamás pasó por mi cabeza (…) esta práctica del destierro no había sido utilizado por ninguna dictadura”, dice la joven excarcelada y desterrada el 9 de febrero de 2023, junto a otros 221 ciudadanos nicaragüenses.
Además, la dictadura ordenó la confiscación de sus bienes y la pérdida de su nacionalidad. Ella afirma que durante todo el encierro tenía certeza que sería liberada, y pensaba que tendría que soportar “mayor hostigamiento, persecución y vigilancia”.
“Fue traumático que me desterraran. Creo que lo que Daniel Ortega quería era que dejáramos de trabajar, que rompiéramos lazos y eso no va a suceder nunca, yo sigo anclada a Nicaragua”, sostiene.
Dávila sigue trabajando en la oposición denunciando las terribles violaciones de derechos humanos cometidas por el régimen. “La dictadura ha provocado la tremenda sensación de vivir en una gran cárcel (…) tanto para los que están dentro como los que estamos afuera de Nicaragua”, insiste.
“Ellos nos están quitando la libertad, nos están quitando el país, pero también ellos se están quedando sin libertad y también ellos se están quedando sin país, cada vez más encerrados en su búnker (en El Carmen) y cada vez más temerosos hasta incluso de su propia gente y de su propio círculo de poder”, valora.
Para ella, la mayor intención de la dictadura “es destruir todo lo que pueda conectar a un nicaragüense con otro nicaragüense, adentro o fuera del país” y enviarle el mensaje a la población de que “Nicaragua es su propiedad”.
Actualmente, la activista está trabajando como docente invitada en un college de Estados Unidos. Pero todo su tiempo libre lo dedica a Nicaragua.
Aunque los desterrados saben que su testimonio es una forma de visibilizar las terribles violaciones de derechos humanos en Nicaragua, algunos han tenido que guardar silencio o denunciar este crimen en el anonimato porque temen la represión de la dictadura contra sus familiares. Para Dávila es entendible porque se enfrentan a una dictadura feroz.
“Conozco a muchísima gente que está en silencio y que está trabajando, en redes de solidaridad. Para mí el silencio no es sinónimo de no hacer, sin embargo, yo he elegido usar mi voz para denunciar”, admite.
La activista opositora asegura que sueña todos los días con volver a Nicaragua. “Ellos me quitaron mi casa, me quitaron mi nacionalidad, pero yo me sigo sintiendo nicaragüense”, insiste.
“Claro, que voy a volver. Mi mirada está puesta en eso, y no soy la única. Muchísimos tenemos la mirada puesta en volver y no solamente en volver a ocupar lo que es mío (…) sino trabajar porque nunca más volvamos a vivir esto, porque nunca más volvamos a tener a nadie de izquierdas o de derechas, a nadie que tenga afanes dictatoriales”, afirma.