10 de febrero 2019
El sacerdote Augusto Gutiérrez es uno de los cinco curas nicaragüenses obligados a exiliarse, por la represión orteguista contra la rebelión cívica que estalló en abril pasado. Lo ha hecho por las mismas razones que decenas de miles de nicaragüenses: recibió amenazas de golpes, encarcelamiento y muerte.
Gutiérrez era encargado de la iglesia San Sebastián, en el legendario barrio de Monimbó, de Masaya, que por segunda ocasión en la historia reciente de Nicaragua se alzó en rebelión contra una dictadura, primero la somocista en los setenta, y ahora la de Daniel Ortega.
En respuesta, Monimbó fue castigado con uno de los días más sanguinarios de la llamada “Operación Limpieza”, que el 17 de julio de 2018 arrasó, a punta de balas y represión, con las más de 200 barricadas levantadas por la gente en rebeldía. A penas tres días antes de aquella masacre, el sacerdote había dejado su parroquia rumbo a la vecina ciudad de Granada.
“Las amenazas pasaron del Facebook a llamadas por teléfono, en las que me amenazaron de muerte. También me decían que estaba financiando el terrorismo. De parte del Ministerio de Gobernación, les avisaron a los padres salesianos, que me iban a acusar formalmente y me iban a meter a la cárcel”, relató el sacerdote a CONFIDENCIAL.
Desde Guatemala, el padre Gutiérrez rechaza todas las acusaciones que le han hecho. “Son mentiras”, sostiene, y las atribuye a la molestia del régimen por la cercanía de los sacerdotes con la población. “No podíamos dejar a la gente, somos pastores, y al ver el ataque, la injusticia, y todo lo que pasó y sigue pasando, no podemos quedarnos callados”, afirma.
En Masaya, más de treinta ciudadanos fueron asesinados durante los meses más sangrientos de la represión orteguista, y el padre Gutiérrez ofició la misa de varios a quienes la población despidió en la capilla de San Sebastián, donde se improvisó un altar en memoria de los asesinados, varios de ellos jóvenes, obreros o estudiantes.
El sacerdote se había hecho cargo de la parroquia en enero de 2018, tres meses antes del estallido de la rebelión pacífica, reprimida brutalmente. En entrevista desde su exilio, el padre Gutiérrez relata cómo logró salir del país y su experiencia en medio de las balaceras contra el pueblo de Monimbó.
¿Cómo fue su salida de Masaya?
Salí el 14 de julio, junto con otros sacerdotes salesianos para descansar unos días en Granada. El 13 de agosto recibí la visita del padre director de Masaya, el padre Bosco Alfaro, para contarme que por mi seguridad, debía salir de Nicaragua. Ya estaban listas las personas que me iban ayudar a salir del país, y al día siguiente fui hacia la frontera norte. Cuando íbamos rumbo a la frontera, tuvimos que cambiar de vehículo en un momento determinado, por seguridad, y gracias a Dios los policías, paramilitares y encapuchados que encontramos en el camino, no pararon el carro. Pudimos dormir tranquilos, en el sentido que no hubo peligro mayor. Dormí en Nicaragua el 14, y el 15 temprano salimos para cruzar en un punto ciego. Entré a Honduras indocumentado y con el miedo de que del lado de Honduras, el Ejército nos detuviera en el camino, porque decir que era sacerdote sin papeles, pues era un peligro. En este país, los salesianos y el cardenal me auxiliaron. Pude arreglar mi situación migratoria.
“Si al pueblo le toca sufrir, sufrimos con el pueblo”
¿Cómo se siente después de haber vivido todo este periplo?
Nunca me esperé tener que vivir lo que han vivido miles de nicaragüenses. Nunca imaginé que a algunos miembros de la Iglesia nos iban a amenazar de esta manera. Pero no estamos exentos. Cuando intentamos ser fieles al Evangelio y a la defensa de la vida y la dignidad de la gente, a la búsqueda de la justicia, pues es parte de los riesgos, y si al pueblo le toca sufrir, pues también sufrimos con el pueblo.
¿Cuál es su situación en el exilio?
La congregación salesiana a la que pertenezco me ha acuerpado. Muchos fieles también en Nicaragua y en los países en los que he trabajado anteriormente, han estado muy cercanos. Permanezco en constante comunicación con las personas de Masaya, los que están en Costa Rica, y en otras partes donde los muchachos han tenido que huir. Les ha tocado difícil, pero mantenemos la esperanza de regresar a Nicaragua.
¿Qué apoyo ha recibido de la Conferencia Episcopal y de los obispos?
He sentido su cercanía. Sobre todo en la primera fase de esta crisis y de lo que nos tocó vivir. Tanto el cardenal (Leopoldo Brenes) y monseñor Silvio Báez, a través del teléfono, me han apoyado. Otros obispos se portaron como verdaderos padres conmigo, y les agradezco mucho a ellos.
“Defendimos la vida de algunos policías”
¿Cómo vivió el inicio de las protestas en Masaya?
El día 19 de abril, yo estaba en retiro con los jóvenes de cuarto curso del Colegio Salesiano de Masaya, en Catarina. Mientras estábamos en retiro empezamos a recibir las llamadas de los papás, (decían) que estaban atacando y que había enfrentamientos en la calle, en La Placita (de Monimbó), y los padres angustiados querían llevarse a sus hijos.
No podíamos regresar al colegio porque nos avisaron que la balacera estaba ahí. Después de varias horas de esperar, después de mediodía, pudimos entrar a Masaya por otra parte y llevamos a los muchachos con bien.
Esa tarde nos tocó ver desde las ventanas del colegio, la balacera que varias horas, siete horas, se prolongó. Después empezamos a ver que pasaban heridos los muchachos, que se estaban improvisando lugares de atención médica y después los primeros difuntos, los primeros asesinados por el régimen.
¿Cuál fue su reacción y postura frente a los ataques de la Policía Nacional y de los paramilitares hacia los ciudadanos?
La primera vez que salimos del colegio fue porque las mamás de los muchachos, que estaban apresados, nos pidieron ir a mediar para que los soltaran, porque ellos estaban participando, pero no eran delincuentes y no estaban haciendo más que defenderse. Acompañamos varias veces a las madres a la estación de la Policía y nos los entregaban.
Después de eso, el Gobierno decidió ya no permitir la mediación nuestra. Al principio estábamos nosotros, después el padre Edwin Román, junto con el señor Álvaro Leiva de la ANPDH (Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos). Eso fue lo primero que hicimos, ayudar a que salieran de la cárcel a los muchachos que estaban presos. Pero después nos tocó vivir la resistencia del pueblo de Monimbó y de toda Masaya. Acompañar también con la distribución de alimentos, de medicinas, en los lugares donde había atención para heridos, pues el hospital cerró las puertas y no atendía a los que caían heridos. Y después con mucho dolor, realizar el funeral de algunos muchachos de Masaya.
A usted le tocó oficiar misas de entierro de algunos jóvenes que fueron asesinados en Masaya.
Me tocó oficiar la misa de Jorge Zepeda, de cariño “Chabelo”. Fue un golpe duro y me duele mucho la muerte de los muchachos. Toda vida humana es sagrada para nosotros. También nos tocó defender la vida de algunos policías, a los que la gente, muy dolida y enardecida, quería linchar. Nos tocó defenderlos, entregarlos a la Policía. De eso hay testimonios, están varias personas que nos apoyaron en eso.
Nosotros estamos por la justicia y por la dignidad de la vida, y cada vez que un ser humano sufre, sobre todo cuando son cercanos y conocidos, nos duele mucho, más cuando es injusta y prematura la muerte, injusta y violenta como sigue ocurriendo en Nicaragua.
Diálogo, compasión, justicia y democracia
¿Qué estaba haciendo usted el día de la “Operación Limpieza” en Masaya? ¿Cómo vivió ese día la agresión a Monimbó, que culminó con la huida y la muerte de jóvenes?
Yo estaba en Granada. Los primeros días estuve en mi casa, pero después me fui al colegio, pues los paramilitares llegaron alrededor de la casa durante dos días, estaban armados. El día del ataque, la gente me llamó por teléfono y escuché su angustia. Escuché la balacera. Eran ráfagas de un calibre pesadísimo. Comencé a recibir más llamadas, porque tenía mucha comunicación con los muchachos, con las personas. Una de esas fue una catequista que me llamó para pedirme oración. Estaban debajo de la cama, la balacera pasando. Me sentía impotente y me sentía con el dolor profundo de escuchar y de sentir que estaban asesinado a mi gente, a la gente que quiero, que conozco, que ha sido cercana. Una de esas llamadas fue la de un periodista español. Ese día se hizo viral la grabación de una entrevista, en la que yo no pude contener las lágrimas.
Usted mantiene contacto con los ciudadanos de Masaya, ¿qué le dicen las personas que todavía sufren el acoso de los paramilitares y la Policía?
Normalmente nos llamamos para darnos ánimos, para mantener alta la esperanza de que pronto amanecerá la justicia en Nicaragua. Me cuentan cómo han pasado el día, cómo están, y me han dicho que la Policía sigue asediando el barrio y la ciudad. Hay mucha comunicación, gracias a Dios, a través de las redes. Es eso, unirnos en oración y pedirle a Dios de que pronto pase esta tragedia de nuestro país.
¿Cuál cree usted que debe ser la salida a la crisis?
La primera actitud que el mundo está pidiendo, y la mayoría del pueblo nicaragüense también, hacia los que gobiernan el país, es que cedan, y den paso a que el pueblo se organice democráticamente. Eso pasa por una actitud de diálogo, una actitud de cercanía, de compasión hacia el sufrimiento del pueblo, que exige justicia y democracia.