24 de febrero 2016
El legado del sacerdote jesuita Fernando Cardenal, revolucionario, educador y hombre de fe, está marcado por su compromiso hacia los jóvenes con los que le tocó vivir y protagonizar grandes proezas, como la Cruzada de Alfabetización, y su esperanza de que las nuevas generaciones ¨volverán a las calles a hacer historia¨.
En agosto de 2008, a propósito del lanzamiento de su libro de memorias ¨Sacerdote en la Revolución¨, realizamos esta entrevista que se transmitió en el programa televisivo Esta Semana, en la que una y otra vez, Cardenal explica las razones de su optimismo en la juventud: ¨se necesita que la sociedad les ofrezca una causa grande, una causa noble, y que el que los convoque tenga autoridad moral¨, sentencia.
A diferencia de otros testimonios, este libro no empieza ni con tu nacimiento, infancia, o juventud, inicia en Medellín en 1969, en el momento que vos adquirís un mayor compromiso como sacerdote, un mayor compromiso social y religioso, ¿ese es casi como el momento de tu nacimiento?
Por eso es que lo puse como primer capítulo, porque fue el nacimiento a una vida de compromiso con los pobres, porque al vivir ahí, en aquel barrio marginado de Medellín, el barrio Pablo Sexto, donde casi todos estaban desocupados por el origen, eran gente de los tugurios que los habían trasladado para allá, entonces les dieron unas casitas, pero no les dieron trabajo, entonces ellos están fuera del lugar donde antes habitaban históricamente. Al no tener trabajo la situación era tremenda, de miseria, a mí eso me impactó. No eran cifras estadísticas, eran vidas de personas a las que fui queriendo cada vez más, y entonces el dolor de ellos se me hizo a mi muy fuerte, insoportable. Y la palabra insoportable llego a ser clave; llegué a decir la situación de los pobres de América Latina es insoportable, no se puede aceptar, hay que hacer algo para que eso cambie. Y luego, yo me comprometí con los vecinos, al regresar a Nicaragua, de que lo que me quedara de vida lo dedicaría a luchar por la liberación de los pobres, a la lucha por la justicia, por amor a ellos.
¿Se puede decir que te convertiste en un cristiano radical?
Un cristiano con una posición de un compromiso serio, radical, si querés llamarle así, con los pobres sí, el momento más importante, hasta este momento de mi vida, fue este. Este momento en que yo me comprometo para lo que me quede de vida, hasta el final, a luchar por los pobres.
Los jóvenes y la revolución
En estas quinientas páginas de este libro hay un recorrido por tu involucramiento en las protestas estudiantiles de la UCA, con el Movimiento Cristiano Revolucionario, con el Frente Sandinista, con el Grupo de los Doce, la alfabetización, la Juventud Sandinista. Pero encuentro en casi todo eso un elemento común, que es una conexión muy cercana tuya con los jóvenes. Me da la impresión que tu otra gran vocación ha sido de magisterio con la juventud.
Bueno, ciertamente es así. Yo esos años me sentía que estaba en el paraíso, cuando trabajaba con el Movimiento Cristiano Revolucionario, esos jóvenes tan fantásticos, vos los conociste, vos estabas ahí, eran vidas maravillosas, con una entrega al compromiso con los pobres inaudito, un compromiso por el país, por la historia, luego por la revolución, con una fuerza, una entrega, que ciertamente nacía de lo más profundo de los sentimientos del corazón, a mí eso me conquistó, ese ambiente.
Luego en la Cruzada me encontré una cosa exactamente igual, en otro ambiente ya, no estábamos ya en una lucha contra la dictadura, sino en una lucha contra el analfabetismo, pero el compromiso de los muchachos en la cruzada fue igual, es decir al extremo, entrega total, no había nada que diferenciara la entrega del movimiento cristiano revolucionario con la de ellos, nada más que en otra circunstancia.
Cuando terminó la Cruzada, a mí me querían nombrar viceministro del Ministerio de Educación, Viceministro de Educación de Adultos, se iba a fundar un nuevo viceministerio para darle continuidad a la cruzada, yo no quería estar ahí de funcionario, yo hablé con algunos de los dirigentes, convenciéndolos que yo no era el candidato para ese cargo sino (Francisco) Chico Lacayo (Parajón), que era mi segundo en la Cruzada, porque él había diseñado precisamente el proyecto de educación de adultos, él era el hombre. Pero que yo quería estar con los jóvenes, que me destinaran a la Juventud Sandinista, y luego me dieron el destino.
Le consulté a Carlos Carrión, Coordinador Nacional, ahí muy humildemente, que cómo vería él que llegara yo a trabajar con la Juventud Sandinista, y me quedé en un hilo esperando el sí o el no, porque no era normal que a una organización como esa, la juventud de la revolución, entrara un sacerdote, y a mi edad, entonces estaba mucho más joven que ahora, pero le llevaba 25 años a cualquiera de ellos, y me dijo Carlos, que había trabajado conmigo también en el Movimiento Cristiano Revolucionario, - me dijo-, para nosotros sería un orgullo que estés con nosotros. Y entonces me aceptó, pasé cuatro años, hasta que me sacaron para ser funcionario, me sacaron para el Ministerio de Educación, y ahí estuve hasta el final, del 84 hasta el final, hasta el 90.
En este libro hablás de tus encuentros, tus contactos con Oscar Turcios, Eduardo Contreras, Carlos Fonseca, con los Ortega en otro momento, y tu militancia en el Frente Sandinista. ¿Contemplaste alguna vez convertirte en un cura guerrillero?
No. Yo le pregunté a Eduardo Contreras, cuando me pidió que entrara al frente sandinista.
¿En qué año era eso?
Al año siguiente del terremoto (1973). Entonces me dijo que los dirigentes querían que yo entrara a la revolución. Entonces yo le pregunté la situación de la guerrilla, que cómo me afectaría a mí, qué pensaban de eso para mí, para tomar una decisión con mayor información. Entonces -me dijo- en la montaña hay chavalos de 17 años que son muy buenos combatientes, vos ahí no podrías hacer el papel que hacen ellos; pero ese muchacho no podría hacer el papel que vos estás haciendo en la universidad, en la iglesia, en la sociedad, queremos que ese muchacho siga en la montaña, y queremos que vos sigas trabajando para nosotros en la universidad, en la iglesia, en la sociedad. Ahí queremos que estés.
Entonces después de esa explicación así ya nunca volvía pensar yo en hacerme guerrillero, hasta que tuve una tentación muy fuerte la última vez que ví vivo a Gabriel Cardenal, ya en mera insurrección, hacia el final ya. El era el dirigente militar de San Judas, los habían sacado la guardia de San Judas, entonces él andaba repartiendo heridos para que los cuidaran en casas de amigos, entonces llegó a la casa de (Rafael) Payo Chamorro, que era amigo de él, y por casualidad esa era mi casa de seguridad, yo estaba ahí cuando llegó Gabriel. Cuando me encontró, me abrazó. Gabriel era, vos te acordás, lleno siempre de emoción, de alegría, entonces me dice: Fernando, me dice con palabras muy nicas que no les puedo decir aquí – vamos a darle una gran derrotada a la guardia, voy a sacar unas armas que tengo al sur de Managua, tengo un buzón, vamos a organizar San Judas y vamos a ganar, venite con nosotros.
En ese momento yo me sentí impulsado a irme con él, porque era un joven que había estado conmigo trabajando en el Movimiento Cristiano, y me dice que lo acompañe a combatir, entonces yo siento un deseo de ir con él; por otro, lado hay otra parte en mi interior que me dice: porque el padre (Arrupe), que te ha apoyado, no va a aceptar que pases a ser combatiente, tenés que seguir en la línea que estas únicamente de apoyo político, aun en la insurrección. En la casa de seguridad tenía algunas tareas políticas, entonces yo le tenía un gran respeto al padre (Arrupe), Superior General de los Jesuitas entonces. Yo me sentía comprometido con él para seguir el camino que él, yo estaba seguro, quería que yo siguiera, era el que estaba haciendo.
Pero entonces venía Gabriel con su entusiasmo. Yo estaba que sí me iba, no me iba, y finalmente decidí que lo que yo debía hacer era lo que desde el comienzo me había dicho Eduardo Contreras, no un trabajo militar precisamente, sino un trabajo de tipo político en cualquier ambiente que yo me encontrara. La cosa es que Gabriel salió de ahí. Me comprendió perfectamente, me dio un gran abrazo. Yo dije: tengo que seguir las normas que la compañía quiere que yo siga aquí, a pesar de que estoy en una situación extraordinaria, difícil. Al salir de ahí fue a sacar los fusiles al sur del Centroamérica, y bajando con los fusiles lo encontró la guardia a Gabriel, lo echó preso. Ahí tuvo una arenga a los otros presos, estaba desnudo, hablando del triunfo, que era seguro el triunfo. Animando a todos. Les está hablando un hombre que está muerto, les dice. Él sabía que lo iban a matar. Y después de hablar a los otros presos, lo sacaron y lo fusilaron.
En este libro además de rescatar el ejemplo de Gabriel, hablas de Oscar Robelo, de Javier Guerra, el Chele Guerra, Oscar Pérez Cassar, Lourdes Mayorga, Adolfo Aguirre, y muchos otros jóvenes del Movimiento Cristiano Revolucionario, ¿Qué representan esos jóvenes en tu memoria, entonces y ahora?
Bueno, representan el heroísmo, representan el fundamento de mi esperanza. Es decir, yo vi la capacidad de entrega de los jóvenes en esos tres escenarios en que estuve. La fuerza enorme, la entrega sin límites, sin condiciones, sin miedo a la muerte, en todas las situaciones, porque también en la Cruzada había amenazas de parte de la contrarrevolución, de matar, mataron a siete, uno tras otro, con el mensaje de que se regresaran todos a su casa o los iban a matar a todos. Mataron a la primera, Martha Lorena Vargas, después otro, otra, hasta siete. Se cansaron, porque ninguno se regresó.
Entonces yo espero profundamente que el futuro los jóvenes, llegado el momento, van a salir de nuevo a las calles a hacer historia, porque el heroísmo que yo vi, porque a mí me cuentan cuentos, yo vi con mis propios ojos, en esos jóvenes, la maravilla que hace un joven cuando se decide a comprometerse en una causa grande, importante, aunque sea difícil, aunque sea heroica, se comprometen. Esa es mi esperanza. Yo tal vez no lo vea el futuro, un cambio en el futuro de la sociedad, pero que se va a dar, mi esperanza esta puesta en los jóvenes como esos que vos has mencionado.
Te tocó ser también, como has dicho, responsable de formación de la juventud sandinista en los años de la guerra, muchísimos jóvenes fueron a la guerra, al servicio militar…
Y murieron.
Murieron unos en un bando, otros en otro bando. ¿Qué reflexión hacés sobre ese sacrificio? ¿Valió la pena tanto sacrificio, la pérdida de tantas vidas?
Es difícil, viendo la situación actual, decir que valió la pena. Yo sé que se hizo en el momento adecuado lo que se tenía que hacer, yo de eso no me arrepiento, se hizo lo que se tenía que hacer, pero tanta sangre, tanta muerte, para las pocas cosas que ahora tenemos de esa revolución, me parece que es algo desproporcionado, tanto sacrificio, tanta belleza de vidas que se entregaron, en tanta cantidad la cantidad de entrega, la cantidad en número, todo eso. Y uno dice: ¿qué estamos ahora teniendo de la revolución?
¿No hay una revolución para vos hoy en Nicaragua, como dice el gobierno actual?
Bueno, yo creo que basta abrir los ojos, no, y ver lo que fue la revolución y ver cuál de esos está ahora ejecutándose. Dejando las palabras, viendo las estructuras, ¿Dónde está en este momento la Nicaragua revolucionaria? ¿Qué estructuras son esas? Es decir, yo creo que es hablar por hablar.
El conflicto con el Vaticano
Hablemos de uno de los momentos más conmovedores de tu libro, por lo menos desde el punto de vista de lo que uno puede advertir desde tu ruptura personal, cuando sos expulsado de la compañía de Jesús, de los jesuitas, por la presión que está poniendo el Vaticano al Estado de Nicaragua ¿Cómo viviste ese momento?
Bueno, que en un momento que duró cinco años, desde que comenzaron las presiones, primero aquí en Nicaragua, por los obispos, sobre todo por el Cardenal Obando, y luego ya esto pasó hacia el Vaticano hasta que llegaron a ponerme en la disyuntiva, o mi vocación religiosa o mi permanencia en la revolución. Para mí estar en la revolución es estar con los pobres, en ese momento, la revolución estaba identificada con los pobres, trabajar para los pobres para mí era estar en la revolución; entonces me decían, una cosa u otra; yo les decía: los dos. Yo estoy viviendo mi vocación religiosa con gran amor, y estoy viviendo mi entrega a los pobres de la revolución con gran amor, entonces ¿por qué quieren destrozarme, dividirme? Yo les decía, es como que le pongan, a los primeros cristianos les ponían una cuerda a un brazo, a un caballo, y otra cuerda a otro brazo a otro caballo, les daban a los caballos, los destrozaban.
Pero al final se impuso la disciplina y te quedaste con la revolución, fuera de la Compañía de Jesús.
Yo ofrecí una objeción de conciencia, y no se me aceptó esa objeción de conciencia. Había un canon que dice que, ahora no me recuerdo el número, que los sacerdotes no deben estar en partidos políticos ni en puestos de gobierno. Yo decía que ese canon es importante, yo no estaba contra el canon, lo que pedíamos era una excepción temporal por la importancia de una revolución, que es la primera en la humanidad que no se hizo sin los cristianos, a pesar de los cristianos, o contra los cristianos; era la primera en la humanidad que se hacía con los cristianos, con una masa enorme de cristianos, y hasta con sacerdotes en el gobierno. Entonces, aquí se estaba jugando algo importante para el futuro de América Latina, creíamos nosotros que había que estar ahí. Y mi objeción era: esto es de trascendencia, es temporal; volverá otro momento, como es ahora, en que ese canon ya no tenga, en que ese canon siga teniendo vigencia, y ya no haya necesidad de violar ese canon.
Tu renuncia al Frente Sandinista, después de la derrota del FSLN a inicio de los años 90, ¿significó eso para vos una renuncia a la política? ¿Era eso como un requisito para que pudieras volver a entrar a la Compañía de Jesús?
No, lo que pasa es esto, yo no fui a la política por la política, yo fui a la política por los pobres. En Medellín, un año antes que yo estuviera, los obispos de la segunda conferencia general del episcopado latinoamericano dijeron esta frase que se me quedó de memoria: “Que la política es la más noble y más eficaz forma de ejercer la caridad”. La más noble y la más eficaz. Entonces, yo entré para de una manera noble y eficaz trabajar por los pobres, pero no porque me atrajera la vida política.
Una vez, que con ¨La Piñata¨ y todo lo demás, ya no se está trabajando con esa identificación por los pobres, la política no tiene ningún sentido para mí. Para mí la política es algo que lo hice únicamente para trabajar por los pobres, no porque me sintiera con una vocación política, de participar en la política como vocación personal, no, para mí lo importante eran los pobres.
El retorno a los Jesuitas
Y sos un caso prácticamente único en la historia de los jesuitas, de la Compañía de Jesús, porque sos expulsado y luego volvés a hacer los votos religiosos y volvés a entrar a la Compañía.
En 460 años de historia nunca ha habido un caso, yo soy el primero. El primer caso que un expulsado de la Compañía de Jesús, y regresé porque el Superior General, que estuvo hasta hace unos pocos meses, me dijo a mi paso por Roma, yo andaba pidiendo dinero para una ONG que organizamos con un grupo de amigos del Ministerio de Educación para alfabetizar, andaba buscando financiamiento por Europa, pasé por Roma y pedí si podía saludar al padre Peter Hans Kolvenbach, que era el Superior General. Me dijeron que sí, que llegara, y tuvimos un almuerzo, y él me dijo casi textualmente: - yo he revisado de nuevo su expediente, y he encontrado en usted una auténtica objeción de conciencia, unido eso a su testimonio de vida, me llevan a querer que usted entre de nuevo a la compañía de Jesús.
Y volviste a empezar casi de cero.
De cero. Hice noviciado.
¿Cuántos años te tomó?
Un año. El derecho canónico pide un año de noviciado, luego ya pude hacer los votos, después del noviciado.
Las razones de la esperanza
Has hablado de tu esperanza que mantenés en los jóvenes de hoy. ¿Cómo ves a la iglesia de hoy en comparación con la iglesia a la que vos pertenecías en los años 70, en los años 80? ¿Esta iglesia de hoy en general, los jesuitas en particular, están jugando, en tu opinión, un papel de esperanza, de orientación?
Yo creo que es difícil dar una opinión general de lo que es toda la iglesia, porque la iglesia también son los laicos, no solamente los sacerdotes, pero no estamos en esta situación como en tiempo de la revolución, donde una gran parte de los sacerdotes, de los religiosos, de las religiosas, de los laicos estuvieron comprometidos con la revolución por una causa importante para el país.
El otro día estaba oyendo recordar a la comandante Dora María Téllez, cuando combatía en León, ella dormía en el convento de las monjas de la Asunción, es era su casa de seguridad era el convento de las monjas de la Asunción, ahí llegaba ella a descansar. Religiosas, monjitas estuvieron apoyando. Entonces había una posición de apoyo muy grande.
Ahora, para mí lo más importante sería decir, yo estoy muy contento con el nuevo Arzobispo (Leopoldo Brenes), me parece que es una persona excelente, y que es un cambio muy importante, es un hombre muy sencillo, pero al mismo tiempo está siempre muy entregado a los pobres.
Las palabras que más se repiten en este libro son: compromiso, alegría, juventud, también hay momentos de desgarramiento personal tuyo, de ruptura, de dolores interiores; además de dolores de cabeza que te tocó para escribir este libro por problemas de tu salud. ¿Tenés esperanza en el futuro?
Tengo una gran esperanza, y mi esperanza está fundada no solamente en motivaciones religiosas, sino muy importante es para mí el contacto que tuve con los jóvenes. En esos tres escenarios capté ese compromiso de los jóvenes. Pero quiero decirte una cosa, yo dejé la Juventud Sandinista para pasar al Ministerio de Educación completamente admirado y maravillado de la capacidad de entrega de los jóvenes.
Pasé al Ministerio de Educación y encontré en los adultos tanta capacidad de entrega, como los jóvenes, en situaciones más difíciles, por estar casados, por tener hijos, había gente maravillosa entre los militantes del Frente Sandinista del Ministerio de Educación. Entonces yo ahora lo que puedo decir es que mi confianza está puesta en el ser humano, en los jóvenes con mucho cariño, con mucha ilusión, pero también en el ser humano, el adulto, había adultos de todas las edades en el Ministerio de Educación que se entregaron en todas las circunstancias que pasamos nosotros en esos años, porque era una etapa muy dura, estoy hablando del 84 al 90, etapas de cada vez más difícil, de mayor agresión, de cortes de café, que no es lo mismo que un jovencito vaya a una finca a cortar café.
Pero eso fue hace veinte años, Fernando. ¿Hoy?
Mi esperanza sigue estando en ellos. Lo que pasa es que yo creo que se necesitan dos condiciones para que un joven, un adulto se entregue, un ser humano se entregue, primero una causa grande, noble, importante, si es difícil mejor, que la sociedad les ofrezca. La sociedad no le está ofreciendo ninguna causa a la juventud ni a los adultos, no hay quien diga vamos a hacer tal cosa, no hay; y lo segundo es, que el que dice vamos a hacer tal cosa, tenga autoridad moral. Cuando se junta la causa y una autoridad moral que llama a hacer algo, el joven y el adulto, el ser humano se entrega. Pero en Nicaragua ninguna de las dos cosas está pasando, entonces los jóvenes están desmovilizados.
Y el último capítulo de tu libro es sobre la esperanza.
Sí, porque es que yo siento que a los jóvenes, y también a los adultos, a todos nos hace falta esperanza. Hay cierta sensación de derrota, todo se perdió, no quedó nada, la mentira de los políticos, toda la suciedad. Aquí lo que es el Estado en general: Consejo Supremo Electoral, Corte Suprema de Justicia, Contraloría General de la República; todas esas cosas, estamos nosotros cansados de oír como eso no funciona, o si funciona, funciona únicamente para los dos partidos políticos que están en pacto, pero que no son instituciones que respetemos nosotros, porque hay ahí hombres honorables, que respetamos, no. Entonces todo eso te lleva a que la gente se sienta sin ninguna causa, sin ninguna cosa por donde proyectarse. Tienen capacidad, energía adentro, pero no encuentran el cauce por donde pueda ir.
Pero todo eso genera pesimismo, y vos decís que hay esperanza.
Sí. Yo, porque tengo esperanza por los jóvenes y después por los adultos, aprendí a ver la esperanza también en los adultos, quiero transmitirles a mis lectores la esperanza de que esto va a cambiar.