30 de abril 2023
—Hijo, algún día vas a salir de aquí. Esto no va a durar para siempre— le dijo Miguel Parajón a su hijo, Yader, durante la última visita en la cárcel El Chipote, el lunes 30 de enero de 2023.
—Si lo sé— le respondió su hijo, mientras se despedían con un fuerte abrazo.
Esas palabras, que se las repitió en las últimas dos visitas, fueron “moralizantes”, describe Yader Parajón, quien para ese entonces llevaba 512 días encerrado bajo un sistema carcelario diseñado por la dictadura para destruirlo física y moralmente. Nunca imaginó que diez días después saldría de prisión. Pero tampoco que el régimen de Daniel Ortega lo desterraría, junto a otros 221 presos políticos a quienes enviaron en un vuelo a Estados Unidos.
Desde entonces duerme poco. “Creo que sigo lidiando con el duelo del destierro”, explica. Pero lo que más angustia le causa, es saber que su padre, de 67 años, sigue en Nicaragua.
“Es un hombre que se mantiene fuerte, pero no deja de preocuparme que está sin nadie más, que tiene que lidiar solo con todo lo que le pase”, insiste. La vida de ambos, era hacerse compañía el uno al otro.
Yader Parajón es integrante de la Asociación Madres de Abril (AMA) desde la cual ha demandado justicia por el asesinato de su hermano, Jimmy Parajón, asesinado el 11 de mayo de 2018, durante las protestas contra el régimen de Ortega. “Eso me costó la cárcel”, denuncia.
La dictadura además lo castigó encerrándolo trece meses en una celda de castigo, de la que salió hasta que realizó una huelga de hambre. “Miraba el sol cada diez días”, recuerda.
Acogido por una familia solidaria
Cuando llegó a Washington, este joven universitario estudiante de Psicología, se sintió desorientado, sabiendo que en Estados Unidos no tiene a nadie. “Me quedé hasta el último día que pude en el hotel que nos alojaron”, detalla. Pero una familia de nicaragüenses, que lleva veinte años en ese país, le ofreció acogerlo.
Desde entonces está en Miami, a la espera de tener un permiso laboral. “Tengo techo y comida que es lo que necesito, pero estos días paso angustiado, extrañando mi país y poder abrazar a mi padre”, dice.
Confiesa que es una sensación extraña porque “estar preso es horrible”, pero al menos “cada vez que permitían una visita, aunque fuera muy esporádica, podía abrazar y tocar a mi papá”.
“Aunque fuese posible un parole o alguna forma de reunificación familiar, no puedo pensar en traer a mi padre, porque para él no sería tan fácil dejar su país, y tampoco para mí tenerlo aquí, porque por ahora más bien soy una carga para una familia”, valora.
Pensar en su padre, fue algo que ayudó a Yader a no dejarse morir ni volverse loco en la prisión. “Ya el hombre había perdido a uno de sus hijos y por eso siempre pensé en resistir, porque no podía dejarlo solo”, afirma.
Ahora hablan poco, aunque siempre están pendientes el uno del otro. “Pensar en un retorno es saber que me espera de nuevo un encierro, pero esta vez con ninguna certeza de salir de ahí”, confiesa.
“Mi meta es sobrevivir en las circunstancias que Estados Unidos me lo permita. Quiero terminar un estudio profesional, quiero trabajar, y hacer todo lo que mi país no me permitió”, expresa.
“Mi esposo apenas conoce a su última hija
“Alma” fue apresada junto a su hermano y su yerno en 2019. “Buscaban a mi marido, pero al no encontrarlo, nos llevaron a nosotros y desesperado porque nos liberaran decidió entregarse. Desde entonces estuvo preso hasta que la dictadura decidió desterrarlo”, cuenta.
Ella vive en Managua junto a sus cinco hijos menores. Sus otros cuatro hijos mayores, de otro matrimonio, son los que le han ayudado a sostenerse desde que su esposo, que se dedicaba a la carpintería, fue encarcelado. “Ahora está en Estados Unidos, un país al que nunca imaginó viajar y donde no tiene ningún familiar”, relata.
“La niña pequeña tiene ocho meses y él prácticamente apenas la conoció una vez en una de las visitas. Él llora, porque quiere estar con nosotros, pero no es posible. Los niños cada vez que hablamos por videollamada también le lloran y es doloroso no poder estar cerca”, detalla.
Para “Alma” es inexplicable el sentimiento que tiene ahora que su esposo recuperó la libertad. “Al menos en Nicaragua lo miraba cada cierto tiempo, pero ahora todo es virtual. Es una felicidad que esté libre, pero es un duelo no habernos podido abrazar”, indica.
Su esposo le cuenta que le cuesta dormir. Tiene muchas pesadillas después de pasar poco más de cuatro años encarcelado, “solo por haberse unido a las protestas contra la dictadura de Daniel Ortega”.
Desde que fue enviado a Estados Unidos fue apoyado por una familia nicaragüense. Vive en Atlanta y trabaja en un restaurante. Hace poco le salió el permiso laboral y ya se mudó a vivir solo. “Él ha dicho a los funcionarios con los que ha hablado que nos permitan llevarnos. Ha tocado muchas puertas, pero no hay una respuesta. Parece que eso solo será posible hasta que tenga sus papeles, así que nos causa dolor pensar en que pueden pasar varios años sin vernos”, menciona “Alma”.
“Régimen no deja salir a mis dos hijas”
Desde que salió de la cárcel y fue desterrado a Estados Unidos, el querer abrazar a sus dos hijas es el mayor sueño para Róger Reyes, un abogado originario de Jinotepe.
Aunque intentó sacarlas del país, el régimen de Ortega se lo impidió. “Se solicitó el permiso de salida, pero no hubo autorización de parte del Gobierno, alegando que aparecía en el sistema que debía llegar yo, porque sale como que no salí del país”, explica.
“Una cosa ilógica, porque fue el mismo Gobierno de Ortega el que me expulsó del país”, insiste. Por eso Reyes lamenta que, por ahora, “las fronteras van a estar cerradas para mis hijas”.
A algunos hijos de excarcelados la dictadura sí les ha otorgado permiso de salida. “Pero habemos otro grupo más pequeño que no nos han dejado y no sabemos por qué”, cuestiona Reyes.
Aunque logra hablar con sus hijas por videollamada, es difícil explicarles por qué no pueden reencontrarse. “Ellas me preguntan qué cuando vamos a volver a salir de paseo, que cuándo vamos a vernos. Mi esposa y yo no sabemos qué respuestas darles sin tratar de darles falsas esperanzas”, afirma.
Por ahora, ha buscado trabajo en lo que sea. Pero no ha encontrado nada en Maryland, donde vive gracias al apoyo de una familia nicaragüense que lo acogió, “a pesar de que no me conocían de nada”.
Durante el tiempo que Reyes estuvo encarcelado, hizo huelga de hambre por 47 días para protestar porque no le permitían ver a sus hijas. Solo las pudo ver cinco veces en los últimos meses de encierro.
“Por ahora mi futuro es incierto, pero estoy confiando en Dios en que pronto podré volver a ver a mi esposa y a mis hijas. Es un derecho que tengo de relacionarme con ellas, soy inocente de todos los delitos que me fabricaron y es injusto que nos sigan dañando, y sobre todo no entiendo por qué lastiman la niñez de mis hijas”, reitera.
“Estoy seguro que esas noches de soledad se van a terminar”, dice con la voz entrecortada.