14 de mayo 2019
Antes del estallido social de abril, Mario Rocha tenía una vida plena en Nicaragua. Cantante lírico y compositor con 24 años de experiencia, trabajaba enseñando canto, dirigiendo un coro y como pianista acompañante de otros artistas. Tenía un proyecto independiente con el que hizo muchísimas presentaciones y formaba parte de la fundación Incanto, el proyecto que preside Laureano Ortega Murillo, y que lo confinó al exilio en Costa Rica.
Su relación con Incanto comenzó en el 2016, cuando fue invitado a cantar en las óperas y conciertos que organizaba la fundación. Rocha fue maestro de repertorio en un curso de técnica vocal, canto lírico y solfeo. Al año siguiente las clases fueron canceladas y solo se quedó apoyando artísticamente las actividades musicales.
En una entrevista en el programa Esta Semana, Rocha explicó que su relación con la fundación fue solamente artística. Nunca supo de dónde salió el dinero para pagar a los músicos nacionales e internacionales. “Tengo entendido que hay alguien que lleva la contabilidad y nos pagaban”, expresó.
El barítono observa las fotos de esos grandes conciertos con Incanto. Su sonido afinado junto a la de Laureano, el hijo tenor de Daniel Ortega y Rosario Murillo. “Éramos colegas, había compañerismo cuando hacíamos los ensayos. Cuando uno ensaya se llena de energía y disfruta la música que hace. Nosotros éramos colegas”, reitera.
Antes de desligarse de Incanto, Rocha había participado en cuatro óperas. En una de estas participó como solista (El lobo y el santo) y su pecho se infló, pues fue la primera que se ha puesto en escena en Nicaragua. El resto fueron conciertos de Navidad o boleros, también hubo uno de rancheras. Pero todo cambió, cuando decidió alejarse de la fundación, cuando Nicaragua explotó como un volcán y el dictador mató a punta de plomo a los primeros estudiantes.
La salida de Incanto
Rocha no soportó ver las noticias. El mito de que “no tenía sensibilidad” fue desbaratado por el sentimiento de empatía, dolor y justicia. La muerte de los estudiantes caló en su corazón, tal cual como si hubiese sido un familiar, un amigo o un conocido suyo. La Policía disparó sin piedad a los manifestantes, y Rocha entendió que estaba del lado equivocado de la historia. Que ese joven de 20 y tantos años bien podía ser un alumno suyo.
“Comencé a manifestarme en mis redes sociales desde el 20 de abril. Después tuve comunicación de parte de ellos diciendo ‘dejá de estar manifestándote porque están tomando nota’. Yo respondí que no me importaba, porque bien podía ser un alumno mío. Yo no iba a callarme”, aseguró.
Una semana después, la situación en el país fue insostenible. Rocha no soportó más y envió una carta por correo y WhatsApp a Laureano Ortega, agradeciendo la oportunidad de confiar en su trabajo, pero que no podía ser indiferente a la realidad nacional y por tal razón se había manifestado en contra de la barbarie policial.
“Escribí que no contaran más conmigo, porque no era ético, después de manifestarme, seguir en producciones de Incanto, y que a partir de la fecha no me involucraran más en nada porque no iba a participar en esto y que respetaran mi decisión”, aseguró Rocha.
Sin embargo, su renuncia trajo consigo amenazas de muerte a través de perfiles falsos en Facebook. Rocha deduce que sus troles pertenecían a la fundación Incanto, porque en sus mensajes se referían a los tres años que había colaborado artísticamente con ellos. Le dijeron que ellos habían hecho grande su carrera y que, sin el apoyo de este grupo, no sería quien es.
Rocha no sabe cuál fue el detonante para recibir esas amenazas de muerte. Desconoce si fue por la carta enviada a Laureano o por haber protestado a través de las redes sociales. Tampoco entiende por qué si una persona piensa diferente y quiere actuar para mejorar, tenga que pasar por tanta maldad y zozobra.
“Estaba tratando de ser lo más sincero y tomar mi decisión, y mi decisión era estar del lado del pueblo”, destacó.
La marcha de las madres y el exilio
A Rocha le tocó estar el 30 de mayo de 2018, en la madre de todas las marchas. Participó en la movilización y veinte minutos antes de cantar el Himno Nacional en el acto central, vio pasar a un joven muerto. Al momento de su presentación tuvo temor, pensó que en cualquier momento un disparo penetraría el centro de su cabeza.
“Terminé de cantar. Me moví de la tarima y gracias a Dios estaba el padre de la UCA y me fui de cruzada dentro de la universidad, en ese momento comenzó la balacera. Las balas pegaban en las hojas de los árboles. Nosotros nos fuimos a atrincherar detrás del Banpro de la UCA. No respetaron ni el dolor de las madres, porque ese era un homenaje a las madres que habían perdido sus hijos. Eso fue lo peor que me tocó vivir. Sucedió lo que nadie se imaginó que iba a suceder”, relató.
Rocha salió del país poco tiempo después de esa marcha. Entró a Costa Rica vía terrestre, antes de que el Gobierno distribuyera las famosas listas de captura de los “golpistas”.
“Yo no quería salir del país. Nadie quería salir del país, porque en esta circunstancia nadie quiere. Uno quiere ir a estudiar a otro país y sabe que va dos o tres años y en mejores circunstancias, mejores condiciones, pero no en estas circunstancias”, relató Rocha, quien agregó que “gracias a Dios, porque soy músico he sobrevivido con la música. ¿Cómo? Cantando, tocando el piano, dando clases”.
Rocha está formando un coro de exiliados nicaragüenses. Al llegar a Costa Rica no le fue tan bien, solo tenía 50 dólares, pero poco a poco ha salido adelante.
“Espero que el siguiente Gobierno que salga después que Nicaragua sea libre, apoye el arte, a los artistas, el arte digno que se compromete con el pueblo”, finalizó.