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Madres poco convencionales

Tres mujeres nicaragüenses cuentan cómo han vivido la maternidad, rompiendo las reglas, desde sus propios contextos

Noemí, madre lesbiana, posa junto a su nieta, Génesis, en el parque central de Nagarote. Foto: Carlos Herrera | Confidencial

Cinthia Membreño

29 de mayo 2016

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Este 30 de Mayo, Nicaragua celebrará el Día de las Madres. La maquinaria comercial aprovechará la ocasión para presentar la imagen de una mujer delgada, heterosexual, casada y dedicada de lleno a sus hijos. Pero en nuestro país hay diversos tipos de identidades ligadas a la maternidad (preferencia sexual, estado civil, nivel educativo, edad, profesión, entre otros) que son excluídos con frecuencia. ¿En dónde caben este tipo de madres?

Una madre adoptiva, una madre lesbiana y una madre trabajadora sexual contaron a Confidencial cómo viven la maternidad desde sus propios contextos. Ninguna celebrará el Día de las Madres, pues aseguran que en los últimos años se ha banalizado el homenaje que antes se rendía a personas como ellas. Este trío de entrevistadas asegura haber criado a sus hijos con la verdad. La decisión, afirman, ha rendido frutos. Estas son sus historias.

Médica, madre, feminista

La investigadora y feminista Ana María Pizarro, junto a Pedro, su hijo adoptivo. Foto: Carlos Herrera | Confidencial

La investigadora y feminista Ana María Pizarro, junto a Pedro, su hijo adoptivo. Foto: Carlos Herrera | Confidencial

Ana María Pizarro nunca quiso ser madre. Esta argentina nacionalizada nicaragüense no soñó con tener un hijo ni habló de ello durante su juventud. Pero algo cambió cuando tenía 31 años y se trasladó a El Crucero, municipio en donde pasó de no tener ningún niño a su cargo a atender, en su rol de doctora, a unos setenta chavalos a diario. Los pequeños orinaban sobre ella o la vomitaban. Sin embargo, fue justo allí –en medio de la pobreza de la década de los ochenta– que pensó en tener descendencia.


A los 43 años, Ana María descubrió que era estéril y decidió optar por la adopción. Aunque no tenía pareja, las leyes nicaragüenses permitían que personas solteras le dieran un hogar estable a niños huérfanos de distintos puntos del país. El proceso, estricto y meticuloso, era desarrollado por medio del Fondo Nicaragüense de la Infancia y la Familia (FONIF), una institución autónoma que era el equivalente de lo que hoy conocemos como el Ministerio de la Familia.

Ana María recuerda que para encontrar a Pedro, su hijo, se sometió a numerosas entrevistas y visitas domiciliares durante siete meses. Ella quería tener un varón y esperaba encontrar un niño de cuatro años que pudiera criar junto con su hermana, que vivía con ella. En su lugar, el FONIF le presentó a un bebé de un año y doce meses que, malhumorado porque lo habían despertado el día que lo conoció, le causó mucha gracia. “Yo dije: bueno, está bien. Tiene carácter firme, reclama por lo que le gusta”, recuerda, con humor, la doctora.

De los días posteriores no sabe con certeza si hubo o no un período de adaptación porque al día siguiente de llevárselo a su casa, por la mañana, Pedro la vio y le dijo mamá. Aquello le pareció increíble. “Cuando Pedro creció, solía decir que antes de que llegara él su mamá y su tía estaban tristes. Él se sintió bien recibido, sintió que lo habían buscado y que había sido deseado”, explica Ana María, quien también se desempeña como investigadora y activista feminista.

Aunque Ana le explicó desde el principio a Pedro que él era adoptado, ambos tuvieron que enfrentar las reacciones imprudentes de la sociedad nica. Sucedió cuando la gente no entendía por qué ella, de tez blanca, andaba con un niño moreno en brazos. O cuando un taxero le preguntó si su esposo era de otro color. O cuando delante de él, le preguntaban si Pedro era realmente de ella, que si lo había parido. Sin pensarlo dos veces, ella respondía que sí, que lo había parido con el corazón. “La gente es muy torpe y dice cosas que están plagadas de prejuicios y creen que los niños no se dan cuenta”, dice.

Para Pedro, ser criado por una feminista no ha sido fácil, pues ha tenido que desarrollar su propio criterio viviendo dentro de un sistema patriarcal y con una madre que lucha contra ello. Ana María reconoce que no es una madre tradicional y que su hijo ha encontrado en ella una persona para hablar de todo, en especial de tópicos sensibles como la sexualidad, la pornografía, la masturbación, las relaciones sexuales, el aborto, los anticonceptivos, la violencia, entre otros.

Ana María es madre soltera en una sociedad que no concibe la felicidad de una mujer sin la compañía de un hombre. La doctora asegura que se siente muy bien consigo misma y afirma que disfruta del tiempo que goza cuando dedica al menos una hora al día para sí. “Creo que Pedro nunca ha visto que a mí me haga falta una pareja. Nunca le he demostrado eso porque no es mi situación”, indica.

La creadora de Sí Mujer, una fundación que brinda atención médica a ciudadanas nicaragüenses, explica que siente un rechazo por la manera en que se promociona el Día de la Madre en la actualidad. La médica recuerda cómo, cuando su mamá todavía estaba viva, celebraban este día como un homenaje verdadero a las mujeres. No se trataba de regalar cosas materiales, sino de compartir tiempo con sus progenitoras y de celebrar su existencia.

“Ese día, el patriarcado saca todas sus herramientas y las muestra sin pena. Yo ya estoy esperando el artículo que celebre a la mamá más joven del año (…) empujan a las mujeres a la maternidad como el destino de su vida y a la vez las condenan cuando salen embarazadas. Están celebrando el sacrificio, la postergación o interrupción de los sueños de las mujeres. Entonces a mí no me causa ninguna alegría”, advierte.

Lesbiana, madre, abuela

Noemí Loaisiga supo a temprana edad qué significaba ser madre. Y durante su adolescencia, también descubrió que algunos hombres eran capaces de pegarle a las mujeres que habían parido a sus hijos. Ella lo experimentó en carne propia. Su pareja, entonces de 18 años, y ella, de quince, vivían juntos en una pequeña casa del caluroso municipio de Mateare, donde la joven había formado una familia tradicional luego de haber tenido a Raquel, la primera y única hija de aquella unión de hecho.

Pronto, Noemí se enteró de que el papá de su niña era mujeriego, que le gustaba mandar sólo porque era hombre y que no quería trabajar. Pero las cosas se salieron de control cuando él le levantó la mano. O más bien, cuando con aquella mano levantó un cable de luz con el que le pegó. En ese entonces su bebé tenía tres meses y ella, aún adolescente, empezó a cuestionarse por qué tenía que pasar por eso. “Yo dije: vé, hasta aquí nomás”, recuerda ahora, con 35 años de edad y miembro del Grupo Lésbico Artemisa.

Noemí se fue.

En medio de aquel episodio de violencia, hubo alguien que la defendió de los golpes: Elsa, su cuñada, quien además era lesbiana. La protagonista de esta historia descubrió que aunque le gustaban los hombres, sentía una atracción particular por aquella mujer. “Allí comenzó todo. Yo misma le dije a mi mamá, de broma en broma, que me gustaba la hermana del papá de mi hija. Mi mamá me dijo: ¿Y qué es eso, vos? ¿Y qué es esa sirvengüenzada?”, recuerda Noemí, entre risas.

Poco a poco, Noemí y Elsa empezaron una relación homosexual y decidieron vivir juntas. Sin embargo, no pudo llevarse a su hija porque su mamá se lo impidió, alegando que sería una mala influencia para la niña.  Noemí explica que el rechazo familiar llegó a tal punto que su mamá, por consejo de su abuela, la encerró en un cuarto y le pegó para que “se le quitara la sinvergüenzada”. Naturalmente, la paliza no funcionó y la relación lésbica que sostenía continuó por más de una década.

Cuando Raquel tenía cinco años, Noemí y Elsa le contaron en qué consistía su amor. “Su tía fue quien le explicó la mayoría de las cosas porque mi hija le tenía mucho respeto. Era una figura de autoridad. Ella reaccionó normal y nunca me contó de habladurías que se dieran en el colegio. Todavía me defiende cuando mi mamá me dice cosas. Hasta la vez, mi hija no se avergüenza de que su madre sea lesbiana. No lo hizo cuando era chiquita ni ahora, que tiene 19 años”, manifiesta Nohemí.

Raquel, una joven tímida para las cámaras, también es madre. Tiene una niña morena de cuatro años que camina contenta envuelta en vestidos de corte princesa, siempre de la mano de su abuela Noemí. “Me gusta ser abuela porque tengo ese pegostito que allí anda detrás de mi”, confiesa esta doméstica originaria de Mateare. “Todos somos alcahüetos con ella. Mi pareja da la vida por esa chavala. Cuando era bebé la dormía en su pecho y desde que Génesis comenzó a hablar le dice papá”, asegura.

Noemí se refiere a Juan, la pareja que encontró después de haber terminado con Elsa. Él nació mujer pero se identifica como un transexual masculino y ha vivido con ella desde hace diez años. Ambos comparten una humilde casa hecha con láminas de zinc en un anexo del municipio de Nagarote. No tienen ningún tipo de lujo, pero cuentan con una amplia vista del imponente Volcán Momotombo y disfrutan de la fresca sombra de un árbol de Tihuilote en el patio donde, por las mañanas, suele echarse su perro.

Este 30 de Mayo, Noemí no festejará el Día de la Madre. Para ella, este lunes será un día normal. Ejercerá sus labores de doméstica, un trabajo que requiere levantarse temprano en la mañana y regresar a su casa hasta muy tarde. “Qué voy a estar celebrándolo, para mí no es ninguna alegría”, declara quien no ve que la sociedad reconozca la maternidad lésbica. “Nos critican porque somos madres, porque primero vivimos con un hombre y luego con una mujer, porque no somos como las madres heterosexuales. Pero de todos modos, a mí no me importa lo que piense la gente”, afirma.

Una madre transgresora

María Elena Dávila, fundafora de la Asociación de Mujeres Trabajadoras Sexuales Girasoles Nicaragua. Foto: Carlos Herrera | Confidencial

María Elena Dávila, fundafora de la Asociación de Mujeres Trabajadoras Sexuales Girasoles Nicaragua. Foto: Carlos Herrera | Confidencial

Como mujer, María Elena Dávila ha roto una serie de preceptos morales instaurados por el patriarcado. Desde que tiene 38 años, esta esteliana se desempeña como trabajadora sexual por libre elección. Y desde 2007, vela por los derechos de personas como ella, poniendo en la palestra pública los intereses de la Asociación de Mujeres Trabajadoras Sexuales Girasoles Nicaragua, una organización que busca mejorar las condiciones de vida de sus pares.

Más allá de su labor como miembro de la sociedad civil, María Elena es madre de dos hijos varones. La fundadora de RedTraSex explica que la maternidad le llegó por imposición social. Cuando se casó a los 22 años, sintió que debía cumplir con el requisito de tener un bebé porque era lo que le habían enseñado. “Yo hice lo que se esperaba de mi, no era algo que yo deseaba y tampoco fue como que me lo hubieran preguntado”, recuerda.

Al ver aquella época de su vida en retrospectiva, María Elena asegura que aprendió que la sociedad de su tiempo no le dio la libertad necesaria para decidir qué quería hacer con su futuro. Ahora sabe que ser madre puede ser una opción, que también es una decisión personal y que, por sobre todas las cosas, es una gran responsabilidad. “Me doy cuenta que la maternidad es un asunto complejo. Cuando tenía 22 años no lo veía así. Y la verdad es que se sufre por igual, siendo madre soltera o con hogar”, manifiesta.

María Elena tiene un hijo de 30 años que ya es profesional, y un hijo de 20 años que está estudiando la universidad. Ambos saben en qué consiste el trabajo de su madre y que tomó ese camino para cubrir sus necesidades cuando estaban pequeños. La esteliana recuerda que decidió contarles quién era cuando se enteró de que aparecería en los medios de comunicación como representante de RedTraSex, para firmar un convenio entre la organización y la Procuraduría de los Derechos Humanos.

“Ellos lo aceptaron. Siempre los eduqué con la verdad. Les dije en qué trabajaba porque las personas generalmente hacen comentarios para que nuestros hijos se sientan mal. Quería que supieran que lo que hago también es un trabajo (…) Mis hijos lo cuentan de una manera normal, no se inhiben y eso ha sido importante porque más bien están sensibilizados”, reconoce quien ha sido madre soltera durante los últimos veinte años.

Pero no todas las trabajadoras sexuales dan la cara. Y según María Elena, muchas enfrentan un gran rechazo por parte de sus familias, pues al descubrir a qué se dedican son amenazadas por sus parejas o les privan del derecho de criar o visitar a sus hijos. De acuerdo a la fundadora de RedTraSex, las compañeras que provienen de familias altamente religiosas o conservadoras consideran que el oficio que desempeñan es inmoral o terminan creyendo que darán un mal ejemplo a la niñez.

“Por lo menos en el caso de las trabajadoras sexuales, desde el momento en que te etiquetan piensan que tus hijos no van a ser buenos porque se supone que les estamos dando un mal ejemplo, pero no es así. Nuestros hijos, independientemente de las dificultades o situaciones que vivimos, son guiados para que sean buenas personas”, expresa.

A pesar del estigma, María Elena considera que los sectores sociales que las critican hoy día son menos que cuando ella empezó y percibe una mayor apertura hacia el trabajo sexual. La esteliana afirma que no celebra el Día de las Madres porque el 30 de Mayo se ha convertido en un asunto comercial. Para ella, ser mamá es un asunto de todos los días, sin importar la edad que tenga el hijo. Al menos los suyos ya son independientes y con ellos ha desarrollado una relación estrecha.

“Somos más que madre e hijos, somos amigos. Tenemos confianza y resolvemos nuestros problemas juntos. Si hay que llorar, lloramos. Si hay que reír, reímos. Si hay que gritar, gritamos, pero siempre lo hacemos juntos”, confiesa.


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