30 de agosto 2020
A pesar de que la pandemia ha obligado a muchos ciudadanos a tomar medidas de auto confinamiento para evitar el contagio de covid-19, existe un amplio grupo de proveedores de servicios que, aunque lo deseen, no pueden quedarse en casa. Ellos son considerados “esenciales”.
CONFIDENCIAL conversó con cuatro trabajadores que entran en esa categoría, quienes narran en primera persona la importancia de sus oficios en tiempos de trabajo remoto, delivery e internet. Ellos son: el sepulturero de un cementerio público, una despachadora de farmacia, un cajero de supermercado y un conductor de transporte público en la capital.
“Tengo contacto con 150 personas por día”
Manuel Gómez, de 26 años, trabaja como cajero en un supermercado en Managua. En su jornada laboral, de ocho horas, atiende alrededor de 100 y 150 personas por día.
Desde que me enteré del primer caso de covid-19 en Nicaragua, tengo miedo de contagiarme o de contagiar a los míos, pero debo trabajar. De mis ingresos dependen mi esposa e hija.
Antes de la pandemia tenía un horario quebrado, trabajaba cuatro horas por la mañana, descansaba otras cinco y regresaba por las noches. Ahora hago mis ocho horas de corrido. En mi trabajo han reforzado las medidas de protección, nos miden la temperatura antes de entrar y nos mandan a lavar las manos, ahora me vienen a traer y a dejar en un recorrido.
Quieren mantener protegido al personal, aunque hasta el momento han salido tres compañeros de subsidio, supuestamente con la enfermedad. En los hospitales donde los atendieron a ninguno le confirmaron que se habían contagiado, pero ellos cuentan que se sentían muy mal y tenían todos los síntomas de covid-19.
Aunque dicen que a los niños casi no les afecta el coronavirus, siento que los niños son los más vulnerables en mi casa. Tengo a mi niña pequeña y a mis dos sobrinas, por ellas en mis días libres trato de no salir para evitar cualquier contagio.
“Cuando sos pobre, el miedo no te puede ganar”
Jorge Obando es un sepulturero en un cementerio público desde hace 20 años. Jamás había trabajado de madrugada, como lo ha hecho por la covid-19. En los primeros dos meses de la pandemia trabajó de lunes a domingo.
Antes de la pandemia, pasaba días que no hacía ni una sola fosa, tenía que dedicarme a limpiar tumbas o esperar a que llegara algún familiar a preguntar por precios. Pero cuando comenzaron aparecer los muertos (por la pandemia), no paré de trabajar, necesitábamos más trabajadores; varias veces me traje a mi yerno para ayudarme.
No siempre teníamos la ayuda de la pala mecánica, como es un cementerio público, casi siempre hacíamos todo con coba y pala, varias veces llegue a mi casa con heridas en las manos.
Tengo miedo de contagiarme porque mi esposa y yo somos diabéticos. Pero no siempre uso la mascarilla porque es difícil escarbar, en el mero sol, con ella puesta. No me he enfermado de ningún problema respiratorio, aunque varios compañeros se enfermaron, no sé si de covid, pero se perdían sus quince días o un mes.
Yo no me puedo quedar en mi casa porque tengo que mantener a cuatro personas más: mi esposa, dos hijas y dos de mis nietos. Si yo no trabajo no comemos. Aunque tengo miedo de enfermarme de ese virus, es peor morirse de hambre. Cuando sos pobre el miedo no te puede ganar.
“La farmacia no cierra y si falto me corren”
Arlen Alfaro despacha en una farmacia en una ciudad de la Costa Caribe, desde hace dos años y ocho meses. En la ciudad, el mayor porcentaje de los contagios fueron en personal médico y de servicio de atención al cliente, aún con ese panorama no dejó de atender en ningún momento.
Yo trabajo ocho horas al día de lunes a sábado, tengo contacto con alrededor de 50 personas por jornada. No me puedo quedar en casa porque mi trabajo es necesario en estos tiempos. Las personas necesitan comprar sus medicamentos y por eso la farmacia no cierra, y si yo falto me corren.
Cuando me enteré del primer caso de covid-19, me llené de miedo; de inmediato pensé en mi familia. Mi miedo aumentó a mediados de mayo, cuando vi que mucha gente presentaba los síntomas del virus y venían en busca de medicamentos.
En mi rutina diaria tomo medidas más estrictas de higiene, cada vez que entro a mi casa, al trabajo o a algún negocio me lavo las manos. Utilizo igual la mascarilla cuando voy a la calle, me cambio de ropa al llegar a casa, en el trabajo utilizo alcohol gel y después de atender cierto número de clientes lavo mis manos, y sobre todo tengo mucho cuidado de no tocar mi cara con las manos. Aún con todas las medidas, un compañero de trabajo ya se contagió de covid-19.
“De nuestro trabajo dependen quienes atienden a los enfermos”
Óscar Molina conduce, desde hace 20 años, uno de los 27 autobuses de la ruta 106, en Managua. De sus ingresos económicos dependen 12 personas: su esposa, siete hijos y cuatro nietos. Tiene 63 años.
Cuando se dio el primer caso de coronavirus no me dio miedo. Solo en la cooperativa se escandalizaron, desinfectaban seguido los buses, nos exigen que usemos mascarillas todo el tiempo, que llevemos alcohol gel, que en las dos terminales nos lavemos las manos, y es prohibido dejar subir al bus a personas sin mascarillas.
Mi jornada de trabajo es de 12 horas al día. Ahora la salida del último bus de la terminal es a las 6 de la noche, ya la gente casi no usa bus, la gente está tomando sus medidas, no está saliendo a la calle. Antes en días buenos se subían unos 1500 pasajeros; ahora, no puedo hacer cálculo, pero casi siempre va vacío el bus. La gente trabaja desde su casa.
Nosotros no nos podemos quedar en la casa porque tenemos que sobrevivir del trabajo. No nos va a matar el coronavirus y nos va a matar el hambre, tenemos que trabajar, nosotros transportamos a enfermeros, bomberos, médicos, banqueros, los que venden comida. De nuestro trabajo también dependen los que atienden a los enfermos.