10 de enero 2020
A monseñor David Zywiec Sidor lo recuerdan predicando en las montañas, cabalgando en el monte, navegando en panga y celebrando la misa en miskito, uno de varios dialectos del Caribe nicaragüense. El obispo era también el amigo que le gustaba conversar, hablaba de Dios y respetaba a quienes no pensaban como él.
La voz de Zyweic se escuchó entre pueblos indígenas y afrodescendientes, entre católicos y no católicos. Tenía una “gran capacidad de adaptarse” a los sitios donde llegaba y le encantaba la comida nicaragüense, de haber podido “habría multiplicado nacatamales” para darle a los más pobres, comenta monseñor Pablo Schmitz Simon, obispo de la diócesis de Bluefields y compañero de misión de Zyweic.
Quien fuera el primer obispo de la diócesis de Siuna llegó a Nicaragua en enero de 1975 siendo un fraile capuchino recién ordenado. De ascendencia estadounidense, dejó atrás las comodidades del primer mundo y comenzó una vida misionera en el Triángulo Minero nicaragüense, ahí experimentó la guerra, sintió el dolor de los indígenas y decidió quedarse para ayudarlos.
“Esta región dejó una marca sobre él”, recuerda monseñor Schmitz. Luego explica que en 1981 los superiores de la orden capuchina trasladaron a Zyweic al Convento San Francisco en Cartago, Costa Rica, para trabajar en la formación de los jóvenes capuchinos y una vez cumplió con su misión volvió a Nicaragua.
Zyweic “se dio cuenta de las cicatrices profundas que deja una guerra en el pueblo, sobretodo en el pueblo sencillo, el campesinado”, comenta Schmitz. Había mucho trabajo por hacer cuando otro conflicto estalló en el Caribe, esta vez “entre los colonos y los miskitos” por lo que el obispo también fue mediador en algunos casos.
“Demasiado sencillo”
Las manos de monseñor Schmitz no dejan de temblar, el anciano respira, hace una pausa y señala “hablar de monseñor David no es tan fácil, no es que era un hombre complicado, quizá era un hombre demasiado sencillo”. "Su vida fue un testimonio de fe”, agrega.
Zyweic también inspiraba confianza “era un hombre muy transparente” y “no tenía miedo de interactuar con personas no católicas”. Era un hombre de relaciones públicas “no importaba donde estaba siempre estaba hablando con uno, no importaba si eran de la misma fe, mismo color, o misma filosofía, él tenía que hablar y siempre hablaba y era interesante que la gente lo respetaba porque él respetaba también sus pensamientos, no era para tratar de convertirlos sino escucharlos y por su vida dar testimonio de fe”, recuerda Schmitz.
El padre Fernando Zamora, canciller de la diócesis de Siuna, no vacila al afirmar que monseñor Zyweic tenía “muy buenas relaciones con los moravos, con los anglicanos, con los pastores evangélicos, era muy cercano a todos ellos”. El obispo no sólo rompió la barrera entre las religiones, sino también la barrera cultural.
“Donde él estaba ese era siempre su lugar”, comenta Zamora. Zyweic no hacía diferencia entre las personas, “no importaba si eran miskitas, mayagnas, con todos conversaba de manera fluida”.
A criterio del canciller de la diócesis la huella de Zyweic, en el Caribe de Nicaragua es muy profunda, su dominio del miskito –aun siendo extranjero- le permitió “unirse al pueblo” y cambiarles la vida “porque el aspecto social no se puede omitir de la tarea evangelizadora que tenemos y monseñor David lo tenía bien claro”.
El religioso sirvió por más de 40 años en este país, salvo por algunas misiones en Costa Rica y Estados Unidos. En 2002, el papa Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar del Vicariato de Bluefields y en enero de 2018 fue designado por el papa Francisco como obispo de la Diócesis de Siuna, creada en diciembre de 2017.
En aquel territorio “cambió vidas desde el Evangelio, no buscando protagonismo ni que le dieran las gracias, simplemente estaba ahí en los momento de dolor, en los momentos difícil”, continuó Zamora.
Zyweic: Un roble de montaña
La muerte de monseñor Zyweic, el pasado 5 de enero, sorprendió a sus feligreses en el Caribe. Tenía 72 años, pero por su complexión física aparentaba menos edad, su sonrisa ocultaba los dolores que sufría debido al cáncer en la piel y el tumor cerebral que le impedía algunos movimientos de sus extremidades.
Era licenciado en Filosofía y Teología, y durante sus años del colegio “fue de los primeros en sus clases”, recuerda monseñor Schmitz. Su inteligencia y humildad le brindaron la capacidad de “llegar hasta el nivel de la gente más sencilla”.
Al funeral del religioso asistió una romería de campesinos que bajó de las montañas para despedirse de su amado pastor. El clero arquidiocesano también viajó desde Managua para depositar el féretro en la catedral de Siuna, un templo que Zyweic comenzó a construir hace un par de años.