12 de junio 2017
Las paredes de la sala están adornadas con veintisiete cuadros. Cada uno representa una historia diferente: el cumpleaños de su hija, el paseo al antiguo malecón de Managua, la foto de la niña cuando cursó tercer nivel, todos símbolos de alegría. Freddy Mercado no quiere traer su pasado al presente. “No hay necesidad, lo voy a recordar, pero tenerlo en fotos, eso no quiero”, asegura con aplomo.
El pasado que vivió Freddy Mercado está ligado con el vertedero municipal más grande que existió en Nicaragua: La Chureca. Un inmundo basurero que ocupaba 40 hectáreas en la periferia noroccidental de Managua y que durante cuarenta años acumuló alrededor de cuatro millones de metros cúbicos de desechos.
Freddy llegó al vertedero a los veintitrés años. Le dijeron que en ese sitio podía ganar buen dinero si se lo proponía. Agobiado por no contar con otro trabajo, empezó su aventura recogiendo desechos sólidos que se encontraban en las pilas de basura que los camiones recolectores dejaban cada vez que entraban al vertedero.
“A mí no me da pena decirlo. Cuando teníamos hambre, esperábamos los camiones que sabíamos que venían de los restaurantes, de los hoteles. Cuando llegaban nos lanzábamos para agarrar el mejor botín”, cuenta Mercado.
Para poder comer “sabroso”, algunos hablaban con los conductores de los camiones para que antes de entrar al basurero, les guardaran las sobras alimento en una bolsa de plástico. A cambio de unos córdobas, el chofer entregaba el encargo y el churequero comía “más fino”.
“Una vez, era tanta el hambre que me andaba, que me comí un macho… sí, un macho. Me comí una toalla sanitaria creyendo que era un hot dog y no me da pena decirlo. Menos mal nunca me comí algo envenenado”, dice a carcajadas.
Freddy soportó los picotazos que los zopilotes le daban en su cabeza cuando jalaba los sacos de los desperdicios de los hoteles. A veces tenía suerte y encontraba un pedazo de pollo. Cuando no había fortuna, se conformaba con una gaseosa que compraba en la venta y un pedazo de pan. En un día de trabajo, fácilmente podía ganar por lo menos 1,200 córdobas.
La Chureca era un centro de trabajo y un hogar. Algunos vivían en champas cerca de la basura y otros habitaban fuera del vertedero. Estas personas acostumbraron sus narices al hedor permanente del basurero. Durante el invierno emulaban a las arañas, construyendo y reconstruyendo sus casas cada vez que la lluvia las arrastraba. Eran más de mil 500 personas, entre niños, adolescentes, jóvenes y adultos, condenados al mismo estilo de vida.
La única promesa cumplida
Sandra Méndez lava el plástico, lo seca y después se lo pasa a su marido para que lo acomode en el carretón de madera. Ella también trabajó en la Chureca, junto a su esposo y sus cinco hijos. Se despertaba en la madrugada a palmear tortillas para llegar a vender al vertedero. Cuando terminaba su venta, sacaba un saco y empezaba a recoger vidrio.
Trabajar en el vertedero nunca representó una opción de vida para Sandra. Sin embargo, lo hizo para poder alimentar bien a sus hijos, quienes le ayudaban a recoger todo el vidrio que encontraban a lo largo y ancho del basurero.
“Habían muchos riesgos y a mí me preocupaba que mis hijos salieran cortados. Siempre andaba detrás de ellos, cuidando que no comieran alguna cosa extraña o se hirieran con una aguja. Vivir en la Chureca era bueno y malo. Bueno porque podías reunir suficiente dinero, y malo porque estábamos expuestos a la contaminación”, dice Sandra.
Todos los años, al llegar el mes de diciembre Freddy, Sandra y miles de churequeros, recibían la visita de cantantes, actores o diputados, que llevaban comida y regalos. “Recibíamos mucho apoyo. Y creo que por eso no nos íbamos. La gente decía, pobrecitos los del basurero, pero nosotros no éramos pobres. Teníamos dinero, pero claro, para eso pasábamos bajo el sol. Es que también era lo único que podíamos hacer”, considera Freddy.
La visita de unos señores “cheles” junto al alcalde Dionisio “Nicho” Marenco, dio una señal de esperanza a las personas del basurero. A pesar de que en ocasiones anteriores habían escuchado que los iban a sacar de la pobreza y les donarían una casa, esta vez, hubo “algo” que les hizo creer en las promesas.
El cambió empezó bajo la administración edilicia de Marenco (2004-2008) cuando la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y la Alcaldía de Managua iniciaron la ejecución del proyecto de Desarrollo Integral del Barrio Acahualinca.
El componente medioambiental de la obra incluyó el sellado del vertedero, que favoreció al saneamiento del Lago Xolotlán, además de la instalación de una planta de clasificación de residuos y una de compostaje para abono orgánico, además de las mejoras en las condiciones del barrio.
Se construyeron 258 casas bajo los parámetros de vivienda social. Actualmente, en el complejo existen todos los servicios básicos, además de un puesto de salud, una escuela, un CDI, áreas verdes y de recreación, una estación policial y un centro histórico. El costo total de la inversión fue de 41.2 millones de euros.
“La primera dama de España (la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega), le dijo a mi hijo que si quería una casa y salir del basurero, y mi hijo le dijo que sí. Al inicio dudé, porque tantas cosas que decían, y tantos millones que iba a costar esto. Pero después nos dijeron que ya habían casas, que había de todo, fue algo muy alegre”, menciona Sandra.
“Es que a veces decían muchas cosas. Yo creí para esa vez como el 70 por ciento y tenía fe de que algún día saliéramos de la pobreza, de ese basurero. Los españoles hicieron un convenio con nuestro presidente y nos dijeron que íbamos a desalojar pero que nos iban a dar una casa bien bonita y una fuente de trabajo y así fue”, reafirma Freddy.
Cada casa tiene una sala, tres cuartos, un baño y un patio donde se pueden construir dos cuartos más. Freddy vive con su esposa y su hija de diez años. Sandra comparte su vivienda con su esposo y cinco hijos.
El aporte a la obra de parte de la Alcaldía de Managua no fue dineraria sino en especie. Las subvenciones facilitó el trabajo de Aecid al momento de empezar el proyecto, además la comuna se encargó de solucionar la problemática surgida con la propiedad de los terrenos donde estaba el vertedero.
Aecid entrega la obra a la Alcaldía
En 2012 la Aecid entregó a la Alcaldía de Managua el vertedero sellado y la obra horizontal de la urbanización Villa de Guadalupe. La comuna también recibió las infraestructuras sociales (centros de salud, escuela) y la planta de reciclaje.
La Planta de reciclaje fue diseñada para clasificar residuos sólidos urbanos y recuperar plástico, vidrio, papel, cartón, metales y materia orgánica para producir abono orgánico.
Confidencial solicitó una entrevista con Mauricio Díaz, director de la empresa, para mostrarle a la población cómo está funcionando la planta de reciclaje obra, sin embargo, ni el funcionario, ni la comuna, atendieron la solicitud.
Durante la elaboración de este reportaje, Confidencial estuvo presente en la inauguración que realizó el vicealcalde de Managua, Enrique Armas, en una extensión de proyecto de drenaje pluvial en Villa Guadalupe.
El vicealcalde se rehusó a responder las preguntas de este medio de comunicación, sobre los beneficios del proyecto para la comunidad. “Otro día lo hablamos, hoy no”, fue lo único que dijo Armas.
En Villa Guadalupe, los pobladores de la comunidad, hablan con orgullo de su nueva forma de vida.
Marisol Martínez mencionó que la situación de todas las personas ha mejorado, no solo por las casas, sino por el trabajo fijo que tienen los ciudadanos.
“Es otro ambiente, es otra infraestructura de nuestras viviendas, también lo económico, de igual forma, cambió todo lo que era el ambiente con todas las personas”, aseguró Silvia Guido, otra habitante.
Levi Sánchez, vecino del barrio, aseguró que los problemas de hace 31 años, ya no están presentes. “En la época de invierno, el mosquero era insoportable y el hedor terrible, ahora no es así, y es bueno, el cambio positivo todos lo vemos”, reflexiona.
Para Kamilo Lara, director del Fondo Nacional de Reciclaje (Fonare), la desaparición de la Chureca ayudó a eliminar una de las peores manifestaciones de contaminación para la ciudad de Managua.
Las emisiones de gases de metano y de efecto invernadero hacia la atmósfera, los grandes incendios que afectaban a la comunidad occidental de la capital, eran parte del combo de contaminantes que ofrecía el vertedero.
“Aquí hay un paquete importante de beneficios, partamos de la calidad de vida de las personas que antes convivían hurgando comida dentro de los desperdicios, peleando con los zopilotes, la amenaza a la salud pública que había dentro de ese colectivo de familias”, explica Lara.
El proyecto también tuvo un impacto positivo en la recuperación del lago de Managua, pues la impermeabilización total del suelo ayudó a que la infiltración de líquidos, que antes contaminaban el lago, no cayeran en el manto acuífero.
“Teníamos una afectación del paisaje, el mismo tema de la dirección de los vientos, esos incendios llevaban contaminantes al sector ahora desarrollado en el puerto Salvador Allende y evidentemente se limpió el rostro y creo que es cuando le hemos comenzado a dar la cara al lago Xolotlán”, continúa Lara.
Los problemas post-Chureca
Irónicamente, a pesar de la extinción de un oficio peligroso y precario que les permitía ganar el sustento, ahora algunas familias se quejan de falta de oportunidades económicas, o no están preparados para aprovecharlas.
Marisol Martínez, habitante de Villa Guadalupe, sostiene que existen despidos en la planta y no se conoce el motivo. Al final esto lleva a las personas a regresar al vertedero y exponerse a los peligros de hace años.
Sandra Méndez, quien trabaja dentro de la planta, evita hablar sobre los despidos. Pero asegura que con el salario que gana en la planta de reciclaje, no completa para comprar la canasta básica. Ella gana entre 150 y 200 córdobas al día.
En los últimos meses, un grupo de exchurequeros demandaron el ingreso al antiguo basurero. Pero el director de la Planta de Reciclaje no les permitió el acceso.
Los exchurequeros se agruparon y demandan a la Alcaldía de Managua que les permita el ingreso a la planta. Alegan que son personas que desde los inicios estuvieron en el basurero y es un “derecho” que les corresponde poder entrar a la planta.
German Salgado es el coordinador de los exchurequeros. Su esposa recibió una casa y el trabajo se lo dieron a su hijo. “Dijeron que era mejor que trabajara mi hijo y así nos quedamos varios. Lo que ellos no pensaron fue en que todos necesitábamos trabajar. Al inicio nos permitían el ingreso a la planta pero ahora no, nos sacan con la Policía”, reclamó.
Las autoridades de la Alcaldía de Managua, argumentan razones de seguridad, para impedirles el ingreso.
El ambientalista Kamilo Lara, propone una solución alternativa a la planteada por los afectados. “Una de las opciones para esta gente, es que formen con apoyo de Rednica, cooperativas que tengan el apoyo municipal. Y que sean multiservicios. Que seleccionen basura orgánica de las comunidades y la comercialicen. Porque basura es lo que sobra y abunda en el país”, refirió el ambientalista.
Lara menciona que si se deja entrar a esta gente a la planta de reciclaje, el trabajo que se hizo con el cierre de la Chureca se vendría abajo, pues estarían más ciudadanos en peligro y expuestos a muchos riesgos. “Ya tenemos que superar esto”, consideró.
Algunas personas que trabajan en la planta, y que pidieron el anonimato, esperan que se llegue a un acuerdo entre la Alcaldía y exchurequeros, para evitar que las protestas continúen.
En Villa Guadalupe
Mientras tanto, en las calles de Villa Guadalupe, ya no se respira la contaminación de antes. Las casas no son de cartón y con la llegada del invierno, no hay peligro de que el agua inunde la vivienda.
Sandra termina de limpiar el plástico y junto a su esposo consiguen pesar el material. Auguran que tengan una ganancia de 500 córdobas con lo que van a vender al acopio.
Se sienta en su hamaca y dice con ahínco que aunque se gane poco, no cambiaría lo que tiene ahora por lo que padeció en el pasado.
Freddy se despide de nosotros, pero antes de marcharnos recuerda que solo tiene algo que nunca va a botar. Es el instrumento que usaba para escarbar en la basura. “Esto siento que es como una reliquia”, menciona con un poco de nostalgia.