11 de diciembre 2015
Ashton Jarquín es un niño vivaracho con un distintivo particular. Este pequeñín de piel morena, sonrisa fácil y ojos negros siempre alertas, tiene escondido en su clóset una especie de juguete. Él le llama “la manito azul”, pero es, en realidad, la primera prótesis biomecánica creada con una impresora en tres dimensiones. A nivel internacional, se le conoce como “Bestia Ciborg”.
Tres días antes de cumplir siete años, Ashton recibició la prótesis con la que su brazo luce completo. Fue elaborada con bioplástico suave al tacto, termoplástico resistente y cuerdas elásticas. Oscar Jarquín, su papá, explica que ésta le permite completar tareas de motricidad gruesa, como agarrar objetos de cierto grosor o andar en bicicleta. Sin embargo, la manito azul todavía no es lo suficientemente refinada como para que el niño escriba con ella, se amarre los zapatos o se lave los dientes.
La Bestia Ciborg fue desarrollada por el chileno Jorge Zúniga, quien cuenta con un doctorado en ciencias por la Universidad de Nebraska-Lincoln, y un equipo de investigación de la Universidad de Creighton (EE.UU). Una de sus características más notorias es la presencia de dedos texturizados que permiten al portador tener un mejor agarre. Además, cuenta con un sistema de tensión a lo largo del guante para brindar mayor movilidad. Desde su lanzamiento en 2013, este diseño se popularizó dentro de Enabling The Future, una organización sin fines de lucro cuyos miembros fabrican prótesis de bajo costo para niños.
Ashton, quien esta mañana de finales de noviembre ha salido del Colegio Divino Niño Jesús luciendo un pulcro chaleco a cuadros rojo con negro, no tiene verdadera noción sobre la relevancia tecnológica de su manito azul. Lo que a él le importa es que con ella hace cosas que antes no podía. En las calles del corazón de Jinotega, desde donde tiene una amplia vista de las verdosas montañas del Norte, el niño se desliza perfectamente en monopatín, inclinándose sobre el manubrio y apoyando sus dos brazos en él. Cuando termina la demostración, nota que una de sus tías pasa a lo lejos. “¡Adiós tiáaaaa!” – le grita emocionado, mientras levanta su mano azul, en señal de saludo.
La historia detrás de una mano
Fue a través de un reportaje televisivo que Carla Rizo, mamá de Ashton, descubrió que existían en el mercado prótesis de bajo costo que se podían elaborar con impresoras 3D. Se enteró de que esta tecnología implica crear un objeto tridimensional mediante la superposición de capas sucesivas de material. La joven supo que a esa metodología se le conocía como fabricación por adición.
En redes sociales, Óscar encontró a Enrique Aguilar, un capitalino que había ganado el Premio Nacional a Innovación de CONICYT 2013 con un proyecto relacionado a impresión en tercera dimensión. Como este ingeniero en computación no tenía capacidad para imprimir la Bestia Ciborg con sus propios equipos, voluntarios de Asia y Europa – quienes pertenecen a Enabling The Future – se ofrecieron para hacerlo. Un británico dijo que podía hacer la prótesis, las medidas se enviaron a India para que un ingeniero biomecánico las revisara y se terminó de ensamblar en Reino Unido.
“Estas prótesis, que son de bajo costo, son biomecánicas. No llevan ningún motor, solo es por el movimiento del cuerpo. (La persona) debe tener un treinta por ciento de movilidad de lo que sería su antebrazo o su codo. Este niño no tiene exactamente lo que es la muñeca, sino un tercio de distal menos”, explica el ingeniero nicaragüense.
Tecnología para fines médicos
La prótesis biomecánica de Ashton fue fabricada en el exterior y es un ejemplo de lo que se puede hacer con una tecnología cuya patente data de la década de los ochenta. En Nicaragua, un grupo de innovadores está aprendiendo a elaborar modelos similares a la Bestia Ciborg utilizando distintos tipos de impresora 3D. Uno de ellos es el canadiense retirado Eric Friesen, quien junto al ingeniero Mauricio Castellanos han logrado manipular una impresora fabricada en China y otra en la Universidad Estatal de Michigan. El costo de cada una ronda los 500 dólares.
Eric descubrió a Enabling The Future navegando en la web y decidió que ayudaría a niños de escasos recursos de Rivas – el departamento donde él vive desde hace seis años – donándoles prótesis que pudiera imprimir él mismo. Hace un mes, el canadiense viajó a Michigan para aprender a ensamblar este tipo de máquinas. Pero entender el software dependió de la ayuda de Mauricio, quien brinda asesoría técnica a pequeñas y medianas empresas, además de entender lenguaje de programación.
En el camino, Mauricio y Eric se han topado con una serie de limitantes. Entre ellas, el irregular flujo de energía eléctrica que caracteriza a la ciudad de Rivas. “Cualquiera que quiera involucrarse en el mundo de la impresión 3D debe considerar que si la luz se va en medio de la impresión, el proceso se echa a perder. Lo que hicimos fue crear un sistema de respaldo con un inversor y un cargador, así que cuando la luz se va, podemos continuar por otras tres horas”, explica el canadiense.
La escasez de material es otro obstáculo con el que hay que lidiar para imprimir cada parte de la prótesis. El filamento PLA o ABS que se utiliza para crear las capas de cada objeto impreso, se debe importar desde Norteamérica, China o Costa Rica, lo que eleva sus costos. “Incluso para países que son más activos en esto, como El Salvador o Colombia, un rollo que usualmente cuesta treinta dólares en Estados Unidos, puede rondar los ochenta si se trae desde fuera, lo que lo hace prohibitivo”, lamenta Friesen.
Innovación en la educación
En Managua, aficionados a la robótica como Neville Cross también experimentan con la impresión 3D. Pero para él, armar una máquina como la suya, que trajo desde Argentina, es un proceso de aprendizaje que disfruta y por el que vale la pena pagar más, en el caso del filamento. La idea es que al comprender su funcionamiento, también sabe cómo reparar errores.
“Uno de los grandes valores del proyecto con el que me involucro es que si podés hacerlo, podés romperlo, y si lo podés romper, lo podés reparar. Y si lo reparás, estás aprendiendo (…) Hay distintas marcas y conjuntos comerciales que te brindan soluciones prácticamente hechas, pero cuando empezás desde cero, cuestionás todo desde el inicio”, explica.
A largo plazo, Cross pretende promover la robótica – como rama de la ingeniería mecánica – en los colegios nicaragüenses. Sin embargo, considera que primero debe cambiar el paradigma educativo para involucrar más a los estudiantes en el proceso de toma de decisiones. En la medida en que se explica a un joven el por qué y para qué de las cosas, asegura, plantean preguntas más profundas.
En ese sentido, Eric Friesen manifiesta que al ser la impresión 3D un ámbito nuevo en Nicaragua, las universidades no están lo suficientemente actualizadas con el tema pues imparten más teoría que práctica. “(Los estudiantes) aprenden mucha teoría, pero no son capaces de traducir esto en lo que puede hacer una impresora (…) En Norteamérica y otros países, estudiantes de secundaria hacen manos para otros compatriotas, así que es muy probable que los jóvenes logren hacer lo mismo aquí”, expresa el canadiense.
Enrique Aguilar, el ingeniero que consiguió la prótesis para Ashton y quien propuso un proyecto para crear un laboratorio de impresión 3D ante el Consejo Nicaragüense de Ciencia y Tecnología (CONICYT), espera que la innovación se promueva en nuestro país con el uso de estas máquinas. “Si desde pequeños los niños de escuelas públicas tienen acceso a una impresora 3D, en unos veinte años serán los ingenieros que estarán preparados para las tecnologías que vienen”, expresa.
El ingeniero en computación asegura que durante su crecimiento biológico, Ashton Jarquín usará unas seis o siete prótesis en su brazo derecho, mismas que los voluntarios de Enabling The Future irán mejorando para suplir sus necesidades. Gracias a la tecnología 3D, éstas costarán una fracción de lo que podría valer una hecha con fines comerciales, sea bioelectrónica, con motores o injertada en su brazo.
Para Ashton y sus padres, este solo es el inicio de una aventura. “Es el comienzo, tal vez no sólo para mi hijo sino para muchos otros niños y adultos que no han podido tener una oportunidad así. Para mí significa una oportunidad muy grande. Es el primer paso de lo que puede tener mi hijo en un futuro”, concluye la madre.
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Con la colaboración de Juan Carlos López.