20 de agosto 2020
El miércoles 29 de julio en Murcia, España, Eleazar Blandón recibió una alegre noticia. A su Whatsapp llegó el mensaje de su hermano en Jinotega, Nicaragua, en que le contaba que su pasaje de avión para regresar a Nicaragua estaba ya comprado. “¡Me estás salvando la vida!”, contestó feliz.
Menos de una semana después sus familiares, todavía perplejos, llorarían su muerte y levantarían un pequeño altar con su fotografía, rodeada de flores, de dibujos recortados de ángeles y palomas blancas, en medio de telas blancas y moradas, frente al que rezarían los nueve días que manda la tradición del duelo católico.
Empezaron los largos y tediosos trámites para un viaje trasatlántico que parecía imposible de lograr en medio de una pandemia que despejó los cielos y paralizó las rutas aéreas, para la repatriación de sus restos. Pero la tenacidad de su familia y la solidaridad de vecinos, amigos, otros nicas en España y decenas de personas que se conmovieron con su muerte lo lograron: el jueves 27 de agosto, faltando un cuarto para las tres de la tarde, aterrizará en Managua el vuelo charter con su cuerpo en el Aeropuerto Augusto C. Sandino.
El anhelo de Eleazar Blandón era volver
Desde ese mismo aeropuerto, Eleazar había partido en octubre de 2019 a España para buscar mejor vida, pero para julio de este año su situación económica era muy difícil así que estaba desesperado por regresar a su tierra. Su madre hizo todo lo que pudo y recogió el dinero para el boleto de retorno con fecha de 24 de octubre.
En menos de tres meses estaría en casa; mientras tanto, tocaba seguir sobreviviendo y ahorrando para los demás gastos del viaje: debido a la pandemia de coronavirus, necesitaría pagar una prueba de laboratorio de covid-19 cuyo resultado negativo le permitiría montarse al avión y entrar a Nicaragua.
Fue por eso que accedió a trabajar como ‘temporero’ cosechando sandías, bajo temperaturas de 44 grados, sin acceso a agua, durante once horas seguidas, donde lo humillaban y maltrataban, se quejaba con su familia. Tras las medidas implementadas en España por la pandemia de covid-19 perdió su empleo como repartidor de agua, así que tuvo que mudarse al campo y aceptar ese trabajo, por más duro que fuese.
El sábado 1 de agosto, tres días después de haber recibido la confirmación de su viaje a Nicaragua, Eleazar estaba muerto. Su madre tuvo un presentimiento cuenta su hermana Karla, quien reside en Jinotega. “Pasó casi toda la madrugada con la incomodidad y la inquietud porque él tenía ya varias horas de que no se conectaba. Le puse un mensaje a mi hermana, solo le puse: 'Ana, ¡hola!', y ahí nomás me reenvió unos mensajes que a ella le enviaron donde decían que mi hermano estaba en el hospital”.
Ese fatídico día Eleazar sufrió un “golpe de calor”. Desmayado en el campo de sandías, su jefe le tiró un balde de agua para que reaccionara, él despertó momentáneamente, vomitó, volvió a desmayarse. Lo llevaron al centro hasta que terminó la jornada del día, pero ya era muy tarde. “A mi hermana le dijeron, los médicos y la Policía, que si a él lo hubieran llevado antes, él estuviera vivo”, solloza Karla en el teléfono.
Eleazar regresará a su país y sus seres queridos podrán despedirlo. “Una vez que nosotros lo tengamos aquí y le rindamos todos los honores que él se merece, porque él se lo merece después de todo lo que él ha pasado, yo siento que nos va a liberar un poco el dolor y la angustia que sentimos ahorita por no tenerlo aquí”, agrega.
La muerte de Eleazar: un caso de muchos
La muerte de este nicaragüense causó conmoción en España y Nicaragua, medios internacionales hicieron eco de su historia que recordó el abandono y la explotación a las que son condenadas las personas migrantes indocumentadas, cuyas condiciones se han agravado por la pandemia.
José Daniel Rodríguez, nicaragüense que llegó a España hace cinco años, no tiene que leer los periódicos para conocer detalles de la tragedia que viven muchos de sus compatriotas. Conoce varias historias de primera mano, ya que brinda apoyo humanitario a través de la Asociación Nicaragüense por Gracia de Dios, la cual preside y está ubicada en Sevilla.
Muchos de los nicas que llegan al país lo hacen con una gran ilusión, cuenta. “Tal vez no conocen la realidad de España. La percepción que se tiene en Nicaragua es que se gana en euros, que hay buenos salarios, que se gana 800, 900 euros, pero cuando vienes acá es otra realidad”.
Esa otra realidad, en muchos casos implica caer en condiciones de explotación laboral, hay mujeres que se emplean como domésticas sin horarios establecidos y que no se les permite salir de casa; que sufren, incluso, agresiones sexuales de parte de sus empleadores.
En el caso de los hombres, la realidad es muy parecida a la que Eleazar vivió, trabajan solo por temporadas -de ahí el nombre “temporero”- cosechando cebollas, aceitunas, naranjas y sandías bajo condiciones infrahumanas. “Al no tener documento, al no tener los requisitos legales para ser contratados, hay días que van, hay días que no. No se les puede dar de alta, no se les paga la Seguridad Social. Están desprotegidos, el riesgo laboral que se corre es muy alto y esto no es asumido ni por el Estado ni por ninguna otra institución”, detalla.
Ahora con el coronavirus, muchos no tienen ni para la comida, agrega Rodríguez, quien ha organizado manifestaciones exigiendo justicia para Eleazar, pero también respeto a los derechos humanos básicos y a los derechos laborales de los migrantes. A las protestas se han unido españoles de sociedad civil y de sindicatos como la Unión General de Trabajadores (UGT-FICA).
Emilio Terrón, responsable del sector agrario de dicho sindicato, explica que es común encontrar en el campo los asentamientos de migrantes indocumentados que levantan tiendas de plástico para vivir allí y buscar trabajo, a la vez que se queja de los empresarios del sector “que se están aprovechando de los trabajadores y las trabajadoras, y máxime cuando son de otros países, que tienen una necesidad más grande de poder trabajar para llevar a su familia el sustento”.
En el esquema de explotación laboral en el agro, Terrón ha bautizado como ‘piratas’ a los intermediarios que en España contratan a trabajadores inmigrantes en condición irregular y cobran una comisión por ello sin ofrecer ninguna garantía o derecho laboral.
Es similar a la figura del ‘contratista’ que en Costa Rica -destino histórico de miles de nicaragüenses migrantes- se encarga también de buscar a los migrantes nicas indocumentados para trabajar en plantaciones de piña, cítricos y otros cultivos sin ninguna prestación y con un sueldo por debajo del mínimo. “Esto hay que evitarlo. Esto no puede continuar así para que no ocurran hechos desgraciados como el del compañero”, comenta Terrón.
“Lo trataban de haragán, de boludo y le decían cosas feas que no eran ciertas, porque él luchó hasta el último instante de su vida, él luchó, él trabajó y todo lo hizo por su familia, por sus hijos… Iba con muchos sueños y muchas aspiraciones y todo eso se desvaneció producto del maltrato que a él le dieron y la forma en cómo lo dejaron morir”, lamenta Karla, que ha coordinado las gestiones con una funeraria de la ciudad para que los restos de Eleazar viajen de Managua a su natal Jinotega, donde le esperarán sus amigos y compañeros de toda la vida.
“Aquí mucha gente ha estado a la expectativa y nos hemos sentido muy apoyados por toda la gente de aquí de Jinotega y de muchos lugares. Incluso los muchachos de la Escuela de Música se están organizando, porque él perteneció a esa escuela, entonces ellos han estado al pendiente porque quieren recibirlo en la entrada de la ciudad y acompañarlo hasta su entierro”, comenta.
El caso judicial
Las investigaciones en torno a la muerte de Eleazar siguen su curso. Tras su muerte fue detenido un hombre ecuatoriano que presuntamente le había ofrecido el trabajo. Posteriormente fue puesto en libertad condicional. Terrón no cree que el caso vaya a quedar impune, pero sí advierte que es común que este tipo de situaciones terminen en una indemnización económica para los familiares del fallecido. “Aunque haya una indemnización, también tiene que haber una pena de cárcel”, opina Terrón.
En Jinotega, Karla no tiene cabeza para pensar en eso. Está dedicada a los detalles de la repatriación, preocupada por el estado emocional de su madre, que se encuentra sumamente afectada por la pérdida de su hijo. “No manejo nada de las leyes de España. Si (el responsable) tiene que caer preso y eso lo ordena la ley, tiene que hacerlo”.
Pero ella prefiere enfocarse en un posible propósito mayor: “Me dicen que la muerte de mi hermano va a hacer una revolución allá en España, para que cambien todas esas situaciones laborales por las que pasan los inmigrantes. A mí me da tristeza porque, digo yo, tuvimos que pasar nosotros por ese dolor para que haya cambios y espero, en realidad, yo espero que sí los haya”, dice. Por ahora solo espera con ansias que llegue el 27 de agosto, que falte un cuarto para las tres de la tarde, para ver aterrizar el avión que le devolverá a su hermano para darle el adiós que se merece.