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“Hay policías que matan y andan con paramilitares, otros deciden irse”

Ortega “tiene gente muy fiel y fanática, que hace oraciones por él y su esposa. Gente que dice, yo muero por mi presidente".

Vigilancia policía, espionaje, Policía, Paramilitares

Ilustración: CONFIDENCIAL.

Colaboración Confidencial

Frauke Decoodt | Especial para Confidencial*

27 de agosto 2018

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“Era un día normal, un día de confrontaciones, uno de los tantos que ahora hay en Managua. Eran tal vez las diez de la mañana. De repente me quedé pensativo. Mis compañeros me preguntaban qué me pasaba. Cuando regresamos al Distrito Policial me quité el uniforme, puse mi ropa de civil y entregué mis cosas”.  

“Pedro” es uno de los cientos de policías que han desertado en Nicaragua desde que empezó la crisis en abril. Hasta el 30 de julio, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha registrado 317 personas asesinadas, de los cuales 21 eran policías. Una organización local de derechos humanos estima que han muerto otros 30 paramilitares y personas simpatizantes del Gobierno.  

Muchos nicaragüenses se sorprendieron por la capacidad represiva de una fuerza policial que antes era celebrada por su modelo comunitario. Lo que causó aún más consternación es que esos policías han realizado operativos acompañados por civiles armados. La mayoría son jóvenes que al inicio andaban en motocicleta armados de tubos y garrotes, pero luego reaparecieron entrenados, encapuchados, y armados con fusiles de guerra. Ellos son los responsables de la mayoría de los ataques y asesinatos en Nicaragua. Los expertos en seguridad nacional, consideran que las fuerzas de choque evolucionaron en una fuerza paramilitar con combatientes históricos del FSLN, exmilitares, expolicías, empleados públicos y miembros de la juventud sandinista. 

“Te tardaste mucho en venir, te esperábamos antes”

“Pedro” estuvo corriendo al lado de esos civiles que aterrorizan al pueblo, perteneció a una institución que se transformó en un aparato represivo al servicio del presidente y su esposa. El expolicía viaja de lejos, y habla con la condición que le cambiemos su identidad. Desertar le “hace un enemigo de la patria”, “un blanco fijo para los francotiradores”, hablar con una periodista puede ser riesgoso.


“Ese día me despedí de mis compañeros. Nadie me preguntó por qué me iba. Agarré el bus. Pensé en qué había dejado y qué había ganado. Pensé en mis compañeros, a los que pueden matar, a los que quieren irse también pero no se atreven, a los radicales que quieren matar.” “Pedro” llegó triste a su casa pero el peso se evaporó cuando vio a su familia. Todos estaban, todos lloraron, le abrazaron, le besaron. --Me dijeron “tardaste mucho en venir, te esperábamos antes.”  Mis hijitas me persiguieron varios días, ni podía ir solo al baño. Como que sintieron que había estado en peligro, que estuve en algo feo.” 

Sus hijas no se equivocaron. “Pedro” estuvo en algo feo. Durante varios meses temió por su vida, cuando dispararon a la camioneta en la cual estaba, cuando lo rodearon de miles de manifestantes muy molestos, o cuando las balas venían de todos lados en un enfrentamiento. Pasó muchas noches en que casi no logró dormir. 

Varias veces no logró contenerse las lágrimas. Fue doloroso cuando los manifestantes le gritaron “¡¡asesino, asesino!!”. Un día un señor le pidió permiso para dejarle pasar. “Le dije que no podía, que ahí había un gran pleito. El viejo me respondió, “Pues ahí está mi hijo, ¿vos no tenés hijos? ¿Si vos sentís que a tu hijo lo pueden matar, vos no te metes sin importar? Si me matan, que me maten! …. Este día me quebré.” “Pedro” habla en voz baja y triste. El silencio dentro sus frases habla de las cosas que ha visto, los demonios que está enfrentando todavía.

Otro día, cuando la orden era de capturar y detener, “Pedro” se arriesgó. “Venían varios antimotines persiguiendo un amigo mío. Les paré, les dije que le tenían que dejar pasar. Si se lo hubieran llevado me habría sentido como le hubiera traicionado”.

“¿Cómo es posible que haya tanta muerte?” 

Hubo otros momentos en que “Pedro” empezó a dudar. “Al inicio tuve la esperanza que se iba a calmar. Nos habían plantado en la cabeza que era poca gente la que andaba en contra. Nos decían que había unas 200. Yo miraba lo que parecía eran 100 000. Ahí entendí que era todo el pueblo que se andaba manifestando.”

También le entraron las dudas cuando cayeron los primeros muertos. “Desde que empezaron los problemas yo decidí no disparar. Cuando sale un muerto, este Alvarito Conrado [el muchacho de 15 años asesinado por francotiradores mientras cargaba agua a los estudiantes] nos preguntábamos en qué estuvimos metidos. ¿Si andamos balas de goma como murió este chavalo, cómo es posible que haya tanta muerte?”

“Pedro” no tiene dudas, nunca escuchó ordenes de matar. Pero tampoco tiene dudas sobre la responsabilidad de la Policía. Vio personas disparando que no eran policías, pero andaban con ellos. “En vez de detenerles la policía les daba vía libre a los simpatizantes del Gobierno, gente que cargaban armas de alto calibre. Uno no puede andar al defendiendo a un civil, que anda tirando a otros civiles.”

El día que se salió de la fuerza policial, quizás estaba pensando en esto; en los civiles disparando que andaban con la Policía, en las supuestas balas de goma, en la cantidad de manifestantes y la cantidad de muertos. Y luego abandonó lo que era su sueño. “Siempre quise ser Policía. Servir a mi pueblo. La gente nos tenía confianza. Ni a los delincuentes agredíamos con fuerza. Cuando uno entraba en una unidad donde se respetaban esos principios, era bonito.”  

El “bróder” del presidente

Analistas en seguridad ciudadana concuerdan con “Pedro” en que la policía nicaragüense tiene unos principios de prevención y acción comunitaria. Hasta antes del 18 de abril la retórica oficial celebraba a Nicaragua como “el país más seguro de Centroamérica”. Entre otros se atribuye los bajos índices de violencia a la relación que la Policía tenía con la comunidad. Varias veces escuché en Nicaragua que “antes la policía era nuestro broder”. Desde afuera del país nos cuesta entender por qué este “broder” ahora anda matando a su propio pueblo. 

Según Roberto Orozco, experto en seguridad y crimen organizado, la represión se da porque este “broder” ya no es del pueblo, sino del presidente.  

Después de la revolución en 1979, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) abolió la Guardia Nacional, los guardianes del régimen de Somoza. Los sandinistas transformaron la Policía, separando la Seguridad Pública de la Defensa Nacional. Crearon un sistema donde la policía tenía lazos muy cercanos con la comunidad. 

En 2007, Daniel Ortega regresó al poder con la determinación de no perderlo, como ocurrió en las elecciones de 1990. Empezó la centralización y politización de muchas instituciones del Estado. Para la Policía, este proceso en el cual las instituciones públicas llegan a estar controladas por el FSLN y más específicamente por el presidente y su esposa, la vicepresidente Rosario Murillo, se consolidó en 2014 cuando se adopta la reforma a la Ley 872 que regula la Policía. Ahora el presidente es el jefe supremo de la Policía. 

Esa instrumentalización política de la policía respondió a intereses mutuos. La Policía quería crecer en importancia y poder. Ortega quería una institución fuerte y fiel. Y así la policía dejó de ser el guardián del pueblo y volvió a ser el guardián de un presidente. Toda crítica a Ortega y su régimen volvió a ser percibida como una amenaza. Suprimir cualquier amenaza con violencia se hace con total impunidad, ya que las demás instituciones del Estado también están politizadas y son fieles a Ortega. 

“Muero por mi presidente”

Esta politización y fidelidad total al régimen es algo que “Pedro” vivió en carne propia.  En Nicaragua poca gente escapa de tener que probar su fidelidad. “En todo el país, para poder entrar en un trabajo, no solamente con la Policía y a veces hasta en el sector privado, hay que tener el visto bueno del político local, hay que decir que eres sandinista para poder obtener un aval político.” 

Si uno no es orteguista cuando entra en la Policía, resulta una sorpresa que no lo sea después un rato. “Tratan de entrar en tu cerebro, subordinarte a sus ideales”, menciona “Pedro”, indignado. “Entré para ser policía del pueblo, no de un partido político o del presidente.” Me explica que muchos policías adoptan el discurso de sus jefes para quedar bien con ellos y que esos jefes sí son fieles a Ortega, es gracias a él que están ahí. “En la Academia cada día tuvimos que cantar el Himno Nacional, el de la Policía, y el Himno (del partido). En las reuniones después un largo día de trabajo te meten política, que la Policía es sandinista, que solo el gobierno de Daniel es bueno. Siempre este mensaje: “defendemos al comandante!” 

“Tiene gente muy fiel y fanática, gente que hace oraciones por él y su esposa. Gente que dice, yo muero por mi presidente.” A “Pedro” no le cabe en su lógica como humano. “En ningún momento dicta la ley que uno debe fielmente morir por su presidente.” 

Aunque puede no tener ninguna lógica, la historia ya nos ha enseñado que gente fiel y fanática puede matar por sus ideales. Daniel Ortega tiene a miles. “Hay unos que realmente creen que, defendiendo a Daniel, andan sirviendo al pueblo.” “Pedro” insiste: “No dan órdenes de matar pero por medio de la psiquis te sugestionan que debes de defender ese partido a como sea.”

Obligados a quedarse

Según “Pedro” no todos los policías disparan por fanatismo. “La policía nunca fue entrenada para enfrentar esta cantidad de gente protestando.” El expolicía puede entender que un policía, como ser humano, cuando está rodeado de una multitud y le dicen que lo pueden matar, se siente amenazado y empieza a disparar. 

También hay muchos policías que no son tan fieles y radicales como sus jefes esperaban. “Pedro” estima que más de la mitad quiere irse. “Les dicen que ahora no aceptan renuncias. Si se marchan perderán todas sus prestaciones sociales, personas que quizás trabajaron ahí 25 años. Entonces no se quitan el uniforme, y se quedan con el temor que alguien los mate.” O con el temor que la misma policía los mate por querer renunciar. El ocho de julio un policía murió en un enfrentamiento en Diriamba. Su madre asegura que su hijo pidió su baja y que su jefe le amenazó de matarlo a él y su familia. 

“Pedro” dice que hay muchos policías que no se van por temor. Si uno sale, como Pedro, el temor aumenta. “Soy el primerito al que le meten un tiro en la cabeza. Ya no puedo vivir en Nicaragua, busco como salir con mi familia.” Es difícil de saber cuántos policías han desertado. “¡Nunca van a decir eso!” Solamente en la unidad de “Pedro” se fueron quince policías antes que él decidiera irse. 

Roberto Orozco, el experto en seguridad y crimen organizado, dice que organizaciones de derechos humanos tienen un total de 300 expedientes de policías que han denunciado acoso y persecución por haber abandonado sus cargos. Es la única cifra de agentes que han desertado que existe, “pero se considera que hay mucho más.” 

Tiradores especializados

“Pedro” también considera que hubo más heridos y murieron más policías de lo que dicen las cifras oficiales. “No lo dicen para no desanimar aún más a la policía”. Aunque los policías muertos demuestran que la oposición al régimen no era estrictamente pacífica. 

Aunque sus estrategias de resistencia son mayormente pacíficas, el expolicía ha visto armas entre los protestantes y estuvo bajo ataque. Sin embargo, recalca que es una confrontación desigual. “El Gobierno tiene muchas más armas.” El expolicía estima “que las armas del pueblo no son ni el 10% de los armas que tienen las fuerzas progubernamentales.” El Gobierno además tiene mucha gente bien entrenada.  “Aunque son muy valientes esos jóvenes, no tienen ningún entrenamiento, nunca han vivido la guerra. Por eso es que hay tantas muertes a un lado y no al otro”. 

Para “Pedro” no cabe duda que las milicias pro-Gobierno, los paramilitares o parapoliciales, que confrontan a los jóvenes tienen un entrenamiento distinto que la policía. “La gente que ha muerto son por heridas de balas certeras, en la cabeza, en el cuello. Yo, estando en la Policía, y con los años de práctica en los campos de tiro, ¡puedo decirte que a 30 metros hacer un tiro y pegar donde querés no es fácil! Esos tiros son de gente demasiado especializada.”

Las milicias paramilitares

Desde que empezó la crisis en abril el Ejército declaró que no se iba a involucrar en el conflicto. Sin embargo, “Pedro” está seguro que hay militares que andan de civil con las milicias. “Son los únicos que pueden disparar así. A esa gente que llegó, ni miedo les mirabas en los ojos.” “Pedro” admite que quizás el Ejército como institución no se ha involucrado, pero sospecha que los militares más fieles a Ortega están involucrados. En las redes sociales abundan denuncias de supuestas pruebas de la participación de los militares con las milicias. A Roberto Orozco no lo han convencido todavía, y considera que todavía no hay evidencias de militares participando en la represión. 

Ortega en ocasiones ha negado la existencia de las bandas paramilitares, en otras ha negado su responsabilidad, también ha dicho que son de la oposición y recientemente dijo que son “policías voluntarios”. Aunque algunos orteguistas dentro y fuera de Nicaragua -en otras ocasiones izquierdistas críticos- ignoran la evidencia irrefutable, es difícil de contrarrestar que esos grupos son los responsables principales de la mayoría de los 317 muertos y la violencia que azota Nicaragua. También es difícil contrarrestar las evidencias de la complicidad del Estado. La Policía se coordina con ellos, les escolta y les protege. Es difícil de refutar que en cualquier Estado que pretende ser democrático, su primera responsabilidad es desarmar a los grupos de civiles armados, no protegerlos. 

¿Y ahora qué?

Paradójicamente, el celebrado modelo comunitario y preventivo de la Policía ha contribuido a la represión que se vive ahora. Roberto Orozco explica que la Policía se apoyó en la colaboración de líderes comunitarios que funcionaron como un red de vigilancia. A medida que la Policía se politizó, solamente se relacionó con el Comité de Liderazgo Sandinista (CLS) de cada barrio. En la represión actual, ellos funcionan como un red de informantes que han entregado a la Policía y los paramilitares las listas de jóvenes que han participado en las protestas. 

El expolicía no ve el futuro de color rosa. “La gente fiel es poca y ni con tanta arma pueden con todo el pueblo, pero van a pelear por sus ideales”, sentencia.

Para muchos nicaragüenses un futuro con Ortega como presidente es imposible. “La gente anda bien molesta, hay demasiados muertos.” explica “Pedro”. El expolicía sabe que hay “gente con intereses políticos, de ambos lados, que andan utilizando a los chavalos” pero eso no desvaloriza la legitimidad del reclamo del pueblo, y la pérdida de legitimidad de Ortega por ser el responsable principal de la represión. 

“Pedro” reconoce que sacar Ortega del poder va ser difícil. “Los dictadores nunca salen por las buenas.” Volver a la normalidad, con o sin Ortega, también resultará casi imposible. Por un lado, será difícil controlar esas bandas paramilitares que han disfrutado del poder de la violencia con una impunidad total. No será la Policía que les pondrá orden. 

“Hay una gran tristeza en mí”, dice “Pedro” mientras suenan los morteros unas calles al lado. “Siempre quise ser policía, sé que salí por una buena causa, que lo que está peleando el pueblo es justo. Pero me pongo melancólico. ¿Será qué cuando logren sacar a este tipo y a todos los jefes fanáticos, la gente de Nicaragua logrará volver a confiar en la Policía? ¿Que Nicaragua vuelva a tener paz?” Me encantaría.


*Periodista belga.

www.fraukedecoodt.org


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