3 de enero 2021
Han muerto cumpliendo su deber, fieles a su vocación de servicio, en primera línea, en medio de grandes carencias y de un manejo estatal con fuertes tintes políticos de la crisis sanitaria más grave de los últimos tiempos a nivel mundial. Es el personal sanitario de Nicaragua fallecido por la pandemia de covid-19. Quienes hoy continúan atendiendo en hospitales y centros de salud, lamentan las muertes y temen que un repunte del virus cause más muerte entre el gremio.
Según el reporte del independiente Observatorio Ciudadano COVID-19 Nicaragua, hasta el 23 de diciembre de 2020, en Nicaragua se han registrado 112 fallecimientos de trabajadores de la salud. Es la única cifra que visibiliza las pérdidas humanas entre dicho personal, ya que el Gobierno minimizó las consecuencias de la pandemia en el país, ocultó información y brindó datos escasos y poco creíbles sobre el avance del virus.
Hasta la fecha, el Ministerio de Salud (Minsa) reporta 164 muertes por covid-19 en todo el país, un número muy cercano a las 112 reportadas solamente entre el personal sanitario. Es, además, una cifra muy baja en comparación con las de países vecinos que, a diferencia de Nicaragua, sí tomaron medidas de distanciamiento físico para evitar la propagación del virus: Honduras reporta más de 3.000, Costa Rica más de 2.000.
Las autoridades en Nicaragua no solo han ocultado muertes por la pandemia, sino que también han promovido aglomeraciones y han despedido a personal médico que se quejó por la falta de insumos de protección personal.
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Un duelo obligadamente discreto
En medio de ese secretismo en torno a la pandemia impuesto por el Gobierno, no solo faltó el homenaje público por la tarea y el sacrificio del personal de Salud, sino que a los seres queridos de quienes murieron tras contagiarse de coronavirus les tocó vivir un duelo obligadamente discreto.
Es el caso de los amigos y familiares de Walter Escalante Alonso, enfermero fallecido el 23 de mayo de 2020 por covid-19 en el Hospital de España, Chinandega, uno de los departamentos más afectados por la pandemia en Nicaragua en 2020.
Sus compañeros hicieron un afiche con su fotografía y un mensaje de duelo donde le llamaron un “héroe con capa blanca”.
“Nos queda un reto grande porque NO podemos perder ninguno más”, escribió la directora interina del hospital en el mensaje que compartió con sus compañeros para notificarles de la muerte.
El joven enfermero de 35 años estaba casado con una doctora, tenían una hija pequeña y esperaban la segunda cuando él murió.
“Era una persona amable, alegre, siempre hacía reír a los pacientes y a todos”, lo recuerda uno de sus compañeros del Hospital España, que prefiere no revelemos su nombre, por temor a represalias en su trabajo, debido a la política oficial de silencio sobre lo que ocurre en las instituciones públicas de Nicaragua, incluyendo los hospitales.
Walter tenía dos empleos: en el Hospital España, que es público; y en Amocsa, privado y ubicado en la misma ciudad. Era un trabajador incansable, dice su compañero. Nunca se enfermaba.
"La punta de lanza"
Al inicio de la pandemia, el hospital España preparó un área pequeña que pronto se vio desbordada por la cantidad de casos. Para mayo, el hospital no dio abasto con una sola área, por lo que se abrió una segunda. Los enfermeros eran “la punta de lanza” en ese nuevo y extenuante esquema de trabajo en que rotaban por las áreas covid-19. Walter era parte de esos turnos, contó su compañero.
“El hospital agotó tantos recursos humanos y económicos. Ver tanta gente muerta fue devastador. Las emergencias estaban abarrotadas de gente con esa gran dificultad para respirar”, describe el colega de Walter.
Hubo mucho miedo entre el personal sanitario, pero había que continuar. Lo que quedaba era darse ánimos. Se ponían a pensar que en 20 o 30 años verían al pasado y dirían contentos: ‘sobrevivimos el coronavirus’, rememora.
Siempre se recordaban entre sí las medidas de seguridad para proteger a sus familias.“‘Acordate de bañarte cuando llegués a tu casa del hospital’, nos decíamos, más en su caso que estaba su esposa embarazada”.
Un golpe terrible
Walter se contagió con el virus y se enfermó tan gravemente que fue hospitalizado de inmediato. Tras unas 24 o 36 horas tuvieron que conectarlo a un ventilador mecánico, pero finalmente falleció.
“Fue un golpe terrible. Muchas de mis compañeras dejaron su trabajo porque vieron que las condiciones en las que estábamos no nos protegían totalmente”, dice el compañero de Walter.
Recuerda que cuando los trabajadores del hospital recibieron el mensaje de la muerte de Walter en sus celulares, de inmediato estalló el llanto. “Enfermeros, camilleros, gente de lavandería, de cocina, todo mundo llorando. Pasamos días llorando”.
En ese hospital hubo otros miembros del personal médico que fallecieron, asegura, pero no tiene una cifra exacta, “no le sabría decir porque se manejó con sigilo. No se hablaba mucho de eso por órdenes institucionales”.
Si ya de por sí el virus no permite que los seres queridos puedan tener los acostumbrados rituales de despedida, ese sigilo oficial en torno a la pandemia hace que los duelos del personal médico se vivan casi que a escondidas. “Es triste no reconocer la labor de tantas personas que lucharon. Que no se le haya dado el reconocimiento al sistema de Salud”, lamenta.
También le preocupa que llegue una segunda ola de contagios, tan fuerte como la primera, que arrebate a más de sus colegas: “Nos da miedo. Usted sabe que en diciembre la gente se reunió y salió; y si va en estos días por la calle y ve a alguien con mascarilla más bien es rareza”, comenta con aflicción.