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El alud "era como el rugido de diez tractores juntos”

El huracán Iota provocó la crecida de ríos y deslaves en las montañas de Jinotega, que dejaron a centenares de familias sin viviendas

Vista de una vivienda dañada y otra destruida por una riada en la comunidad Maleconcito, en Wiwilí, Jinotega. Nayira Valenzuela | Confidencial

Confidencial Digital

26 de noviembre 2020

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El campesino José Luis Hernández Castro describió como el sonido “de diez tractores juntos” el ruido del alud que destruyó más de una decena de casas —incluyendo la de él— en la comunidad San José del Kilambé. El pulpero Pedro Pablo Herrera solo escuchó los “bugidos” de la riada que inundó de lodo su vivienda en la comunidad Maleconcito. Ambas localidades pertenecen al municipio de Wiwilí, en Jinotega.

Ambos sucesos ocurrieron el mismo martes 17 de noviembre, con solo unas horas de diferencia, luego del paso del huracán Iota, que entró un día antes a Nicaragua en categoría 4 —de un máximo de 5—, y salió degradado a tormenta tropical rumbo a Honduras y El Salvador.

Iota fue el segundo huracán en menos de 15 días que azotó Nicaragua y varios países de Centroamérica. El primero, Eta, afectó principalmente el Caribe Norte. El segundo, Iota, terminó de devastar el Caribe Norte y sus lluvias provocaron deslaves y riadas, como los que describen Hernández y Herrera, en las montañas y cerros de Jinotega.

Herrera admitió que Iota los “agarró descuidados”. Él vive a orillas de la quebrada El Malencón, cuya riada destruyó decenas de casas y otras las inundó de lodo y restos de vegetación arrastrados por la corriente.


“Vino una crecida. Fue rápida la llena del río. De pronto se escucharon los bugidos de la quebrada, y el palerío de un lado y otro”, detalló Herrera, cuya vivienda quedó tapizada con una enorme capa de residuo del río.

Peor suerte corrió el joven Eleazar Méndez. La riada se le llevó su vivienda, en la que habita con su esposa y dos hijos. Pedazos de tablas y un enorme boquete en la tierra, es lo único que quedó de su casa de dos cuartos, una cocina y una pequeña sala.

“Nos confiamos porque el primer huracán no hizo casi nada. Con Eta sacamos algunas cosas, pero esta vez solo sacamos ciertas cositas, la de los niños nada más. La cama, el ropero, todo se lo llevó. Aquí no quedó nada”, subrayó Méndez.

Vista de una vivienda destrozada por un deslave en la comunidad San José del Kilambé, en Wiwilí, Jinotega. Nayira Valenzuela | Confidencial

Se les vino el cerro

A unos diez kilómetros al este de Maleconcito, dentro de la montaña, en San José de Kilambé, Hernández inspecciona lo poco que le quedó de su vivienda. “Estoy tratando de recuperar unos hierros que tenía en la casa”, comentó el pequeño productor de café, mientras unos tres hombres asidos con palas escarban en una gruesa capa de lodo.

“En la comunidad hay como unas 60 casas, pero las destruidas fueron como unas 15. Las que estaban en el camino principal”, señaló.

“Ya sabíamos que se iba a derrumbar el cerro porque las tierras habían quedado muy flojas con el huracán Eta; entonces ya sabíamos que con otro fenómeno más fuerte se iba a dar este desastre”, resaltó Hernández, quien detalló: “Se oía feo. Era terrible; en un momento, parecía que venían como diez tractores al mismo momento. Esos derrumbes del cerro ni quiera Dios”.

Daños en Jinotega

De acuerdo a autoridades municipales y eclesiásticas, las zonas más afectadas en Jinotega han sido: El Cuá, San José de Bocay, Santa María de Pantasma y Wiwilí.

En Pantasma, decenas de familias afectadas se han refugiado en iglesias católicas, templos evangélicos o en viviendas de familiares y amigos. En un principio, el Gobierno los acomodó en las escuelas de las comunidades, pero tras el paso del huracán los ha empezado a desalojar.

“Me salí por orden del representante de Sinapred (Sistema Nacional para la Prevención, Mitigación y Atención de Desastres), que llegó para que me saliera porque estaba en peligro con los niños”, dijo el campesino Julio Castro Valle, quien junto a sus seis hijos estaba refugiado en un templo evangélico en la comunidad Loma Alta, en Pantasma.

“Me dijeron que me iban a traer colchoneta para que durmieran los niños en la escuela, y hasta ahorita no han venido”, apostilló.

Castro junto a otros 40 refugiados de esa comunidad fueron sacados de la escuela porque presuntamente reiniciarían las clases.

Niños de la comunidad Loma Alta, en Santa María de Pantasma, posan para la foto luego de comer y recibir una provisión en el templo Nueva Esperanza. Nayira Valenzuela | Confidencial

Josué Magdaleno Rivera, pastor del templo Nueva Esperanza, señaló que la condición de los refugiados era “muy crítica”, por los adultos y niños “están acostándose en el suelo, en el puro piso, solo con unas cobijitas que sacaron de sus casas. No tienen colchón, no tienen nada”.

Añadió que “las casas de algunos no tienen techo, otras están inundadas. Son lugares de riesgo y por eso ameritan que estén todavía refugiados, porque se puede dar un deslave o que la casita se vaya junto con ellos”.

Régimen los deja “solos”

Las afectaciones en Maleconcito y en San José del Kilambé, así como los refugiados de Loma Alta, no han sido reportadas por el Gobierno, que reduce los daños en Jinotega al fallecimiento de tres personas en comunidades de Wiwilí.

En el ámbito nacional, el régimen orteguista ha calculado que el paso de Eta y Iota dejaron pérdidas económicas por el orden de los 742 millones de dólares, según un informe preliminar divulgado. Sin embargo, no ha detalló las afectaciones por municipios o departamentos.

Los alcaldes de Santa María de Pantasma y El Cuá, ambos del partido Ciudadanos por la Libertad (CxL), así como ediles liberales de otros municipios, han denunciado que el Gobierno los dejó “solos” en la preparación y atención ante el impacto de Iota.

Las alcaldías opositoras han integrado los Comités Municipales para la Prevención, Mitigación y Atención a Desastres (Comupred), solo con funcionarios de las comunas, y han buscado fondos por su cuenta.

“Desgraciadamente no tenemos recursos del Gobierno, no han coordinado con nosotros, a pesar que como alcalde soy el que preside el Comité Municipal de Prevención de Desastres, ningún miembro de una institución me ha llamado”, se lamentó Óscar Gadea, alcalde de Santa María de Pantasma.

“Estamos yendo a las pulperías a pedir crédito, porque no podemos dejar a la gente a la intemperie. Acá estamos dándole su pan, arroz, frijoles, aceite, lo más necesario”, subrayó.

Niños de la comunidad Loma Alta, en Santa María de Pantasma, comen unos platillos cocinados y regalados por el templo Nueva Esperanza. Nayira Valenzuela | Confidencial

Apoyo de iglesias y vecinos

Ante la falta de apoyo del Gobierno, las iglesias católicas y evangélicas se han convertido en el principal soporte para los afectados, mientras hombres y jóvenes de Maleconcito y San José han organizado brigadas para sacar el lodo y recuperar algunas de las pertenencias de sus vecinos.

La respuesta del Gobierno, hasta el momento, ha sido la entrega de casi 270 mil láminas de zinc a las familias afectadas en todo el país; sin embargo, ese llamado Plan Techo no ha beneficiado a los pobladores de estos municipios opositores.

En El Cuá, el alcalde Isidro Irías ha gestionado la donación de 500 láminas de zinc, mientras en Santa María de Pantasma solo se mantiene la entrega de alimentos a las familias refugiadas. En Wiwilí y San José de Bocay, las autoridades sandinistas han apoyado con alimentación, pero la reconstrucción de las casas es un tema pendiente.

“El representante del Gobierno todavía no ha venido, dicen que va a venir; tal vez nos da una pequeña respuesta. Claro que no nos van reponer la totalidad de lo perdido, pero (pueden dar) algo”, señaló Hernández.


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