22 de agosto 2022
En 1980, a un año del triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) sobre la Guardia Nacional—la fuerza armada del dictador Anastasio Somoza—entrevisté a los Comandantes Guerrilleros Hugo Torres y Dora María Téllez, protagonistas indiscutibles del hecho que dio a conocer al sandinismo en el mundo entero, y que desató la insurrección popular que acabaría con la dictadura el 19 de julio de 1979. Las dos entrevistas están tomadas del libro Nicaragua-Revolución: relatos de combatientes del Frente Sandinista. (Siglo XXI Editores, 1980, México, D.F.)
Hugo Torres: La planificación
Un día antes de que supuestamente fuéramos a tomar como rehenes a todos los diputados somocistas y zancudos que se encontraban en el Palacio Nacional, terminamos de concentrar a la gente y las armas a las 7:30 de la noche. Todavía no habíamos probado si las armas estaban buenas y no nos conocíamos con algunos de los comandantes de escuadra programados para la acción. Esa noche nos reunimos Dora María, Edén, y yo, con Joaquín Cuadra, y con Óscar Pérez Cassar, que—junto con Hilario Sánchez—eran el estado mayor de la Tendencia Insurreccional.* Estábamos todos en una finca en las sierras de Managua, haciéndonos pasar por un grupo de cursillistas religiosos. (Edén era el cura, y como tiene pinta de cura español, le quedaba.) Cuando llegaba una señora a dejarnos comida nos reuníamos todos en el comedor y rezábamos.
Esa misma noche nos dimos cuenta de que no era imposible, pero sí sumamente difícil, llevar a cabo la acción de manera que rindiera los frutos esperados. Se discutió eso: nosotros les presentamos nuestras apreciaciones a los compañeros. El compañero Pérez Cassar era sumamente exigente y empezó a presionar, diciendo que eso se tenía que hacer—lo mismo Joaquín. Se dio una discusión… y nosotros planteamos que si nos daban la orden lo hacíamos; pero argumentamos que corríamos demasiado riesgo, y que las repercusiones de que eso saliera mal iban a ser graves. Los compañeros tomaron en cuenta nuestros puntos de vista, nuestras apreciaciones, le dimos vuelta al asunto, y en definitiva fueron ellos los que dijeron que no. Pospusimos la acción.
- Fotogalería: Hugo Torres, el exguerrillero que liberó a presos políticos de Somoza, incluido Daniel Ortega
Dora María: La toma
A mí me avisaron de la acción de Palacio dos días antes del primer intento, porque yo no estaba programada para entrar en acción. Pero cuando entramos a profundizar en lo que podía derivarse de ella, en las condiciones que podían generarse con esa acción, y en la serie de decisiones y problemas que tal vez surgirían adentro, entonces se pensó más en el fortalecimiento, y asumí el primer intento. Como el primer intento no se dio por una serie de fallas técnicas y otras cuestiones, tuvimos que esperar una semana y eso ya nos permitió compenetrarnos más de la situación y preparar el golpe mejor.
Los diputados se reunían cada semana, miércoles a miércoles, y esa era la última sesión antes de entrar en receso. Iban a votar sobre un préstamo fuerte que iba a dar el BID** de 40 millones (de dólares.) ¡Eso a nosotros nos gustaba más todavía! ¡Íbamos a lanzar un voto de incógnito, un voto del pueblo! Y se lo dijimos a los diputados que estaban ahí adentro, que votábamos en contra de los 40 millones. Así fui a dar a Palacio, por una decisión del estado mayor nuestro, que eran Óscar Pérez Cassar, Joaquín Cuadra, e Hilario Sánchez. Esa fue la decisión que tomamos los compañeros. La dirección aprobó la acción, y bueno...¡va de viaje! Nos metimos al palacio.
El entrenamiento anterior consistió en lo siguiente: yo intenté hacer algunos ejercicios días antes, pero como tenía tiempo de no hacer ejercicio pensé que si comenzaba entonces, iba a llegar cansada a Palacio. Resolví no hacer ejercicio. Me parece que el programa de entrenamiento de Hugo y Edén fue un poco parecido. Decidimos no concentrar a la gente hasta dos días antes, porque si no, nos podían quebrar. Entonces, en esos dos días estuvimos enseñándoles el uso de algunas armas; arme y desarme, posiciones de tiro, cómo tenían que disparar, en dónde estaba el seguro, cómo se cargan los tiros...una serie de cosas. La mayoría de la gente que participó en la acción la sacamos del equipo de bomberos nuestro—de los tirabombas pues. Bomberos de Managua, de León, de todas partes, que no siempre conocían el manejo de las armas.
Lo que más ensayamos antes fue el teatro, ¡eso sí que lo ensayamos! Edén tiene mucha capacidad para eso; él es capaz de hacerlo igualito a como se hizo en Palacio. Tiene un gran talento dramático, histriónico, y para los compañeros fue una cosa retratada lo que ellos debían de hacer, la actitud que debían tomar. Según nosotros, eso era lo medular de la situación; asegurar nuestra imagen y al mismo tiempo darle seguridad a los rehenes para que no armarán una crisis histérica, porque a cien gentes histéricas no hay batallón que los controle. Incluso hubo un temblor cuando estábamos adentro, y ahí nos quedamos pensando a ver cómo hacíamos sí había un segundo temblor, porque esa gente era capaz de entrar en crisis.
Bueno, pues nos fuimos a Palacio disfrazados de guardias todos. Edén Pastora, Hugo Torres y yo, y los 25 miembros del comando. Las camionetas, que supuestamente iban a ser verde olivo, quedaron verde perico porque no había otra pintura. La lona que les pusimos encima no ajustaba, y tuvimos que tapar los huecos con unos cartones y arrancar así hacia el Palacio. Contando chistes, porque Edén es de los que cuentan chistes en los momentos de tensión.
Nuestro nivel de información no daba como para hacer el cálculo de que entre las 12 y la 1:00 de la tarde se movían en Palacio unas dos mil y pico de personas, si no, tal vez no hubiéramos sido tan audaces; hubiéramos pensado en otra cosa. Pero nosotros pensamos que con un comando de 25 personas estaba bien; más hubiera sido peligroso; y menos, pues no. Además, no teníamos más armas. Se decía que la Tendencia Tercerista, o Insurreccional, tenía más armas (que las otras dos tendencias del Frente Sandinista) pero en agosto de 1978 Managua se había quedado con una pistolita, y el país entero se quedó sin una granada para poder armar el comando. Entonces era el todo por el todo: había que jugársela y nos la jugamos.
En principio (la acción de Palacio) se planificó para romper una maniobra política (del dictador Anastasio Somoza) y la vía militar fue un medio. Que la acción, desde el punto de vista militar, haya sido audaz no tiene importancia; fue únicamente un medio, porque nos mataran o no nos mataran, la acción cumplía su objetivo. Claro que la planificamos para que no nos mataran, para triunfar, porque si no, no hubiéramos triunfado. Pero de todas maneras, las posibilidades de la muerte estaban a la vuelta de la esquina, porque en la llegada al Palacio había que pasar frente a dos o tres tanques de la Guardia, y o los engañábamos y nos aceptaban el disfraz, o nos matábamos a tiros en la calle con ellos.
De todas formas, nuestro Estado Mayor decidió darnos la posibilidad de una salida; una de nuestras exigencias era que se leyera un extenso documento del FSLN en la cadena nacional de radio, y ahí se alertaba a todas nuestras unidades de combate para entrar en acción en el momento que fuera determinado. Los compañeros insistieron en que la obligación moral y política de ellos era garantizar que si la guardia nos atacaba, por lo menos les iban a tirar cuatro tiros por la espalda que nos permitieran una posibilidad remota de salir con vida de ahí.
Nosotros nos negamos, porque la responsabilidad de nosotros era cerrarnos las puertas. Uno tiene sus debilidades, y cuando le dan una vía de salida dan ganas de aprovecharla. Los revolucionarios tienen que cerrarse las puertas a las alternativas. Nosotros siempre partimos de ese criterio, y más que sabíamos cuán grande era la responsabilidad nuestra, porque de la acción se iba a derivar un auge insurreccional; se iba a acortar el tiempo a la insurrección. Eso no era totalmente conveniente, pero no había más remedio: ya habíamos medido el ánimo insurreccional y sabíamos que era incontenible.
¿Por qué? Porque aquí ya había habido un 10 de enero, que fue el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro***, con toda su cauda de indignación popular. Pero hubo algo más importante todavía: había habido ya una captación en febrero de 1978, en Monimbó, de la idea de la insurrección. Eso quería decir que el pueblo ya había aceptado como suya esa forma de lucha, que respondía a sus necesidades y a sus tradiciones históricas de combate, y que eso garantizaba que la insurrección fuera la alternativa correcta hacia la victoria.
¿Pero cómo detectamos el ánimo insurreccional realmente? Cuando regresaron Los Doce**** aquí, yo me fui a la manifestación de clandestina, porque si no no iba a saber nunca lo que eran capaces de hacer las masas en este país. Entonces me fui a meter a Monimbó a oír el discurso del padre Fernando Cardenal. Mi coche iba en la punta de la manifestación, de manera que pasé el cordón de Guardias antes de que la Guardia empezará a disparar.
Ahí vi al pueblo nuestro volcado en las calles, con ánimo insurreccional, pero desarmado, mostrando los albores de su potencial para insurreccionarse. Regresé como a las 11:00 de la noche y casi me sancionan, pero si no me hubiera asomado a la manifestación no iba a lograr medir la conciencia política y la decisión de nuestro pueblo. Porque si ese potencial lo demostró en determinadas ocasiones antes, y no había habido un reflujo sino que había un ascenso, quería decir que el potencial estaba ahí.
Es como lo que pasa con las pruebas de inteligencia: un individuo en determinado momento puede sacar 125 de coeficiente intelectual, pero en otro momento y en otras circunstancias saca 110. ¿Cuál es el coeficiente real? Se toma el 125 que es su capacidad potencial. Así con las masas: cuando el regreso de Los Doce, se vio su potencialidad, aunque en otros días aparentemente disminuyera. Porque las masas tienen empujes gigantescos, pero nadie puede aguantar una carrera sin respirar, entonces cómo que de repente uno veía que la movilización cesaba un poco, y yo llamo a eso el tiempo de respiro de las masas. Están agarrando aire, llenando los pulmones para tirarse de nuevo contra el enemigo. Eso fue lo que se dio después del Palacio, antes de la insurrección de septiembre.
Dora María Téllez: “La prueba de la montaña”
Cuando me tocó subir a la montaña para formar parte de la escuadra que iba a participar en la ofensiva de octubre, me di cuenta de que yo tenía un problema. En primer lugar, era mujer. En segundo lugar, era flaca, flaca, sin cuerpo. Y en tercer lugar, era blanquita, lo que quería decir que era de la ciudad—que era inútil para la vida de la montaña—y que por lo tanto tenía esas tres cosas totalmente en mi contra a la hora de querer tratar con los compañeros campesinos.
Me tocó de baquiano Juancito. Juancito era un hombre que caminaba a un solo paso; no caminaba rápido sino a un solo paso. Uno comenzaba caminando tranquila detrás de Juancito porque Juancito llevaba un paso despación, pero después de caminar tres días al lado de Juancito, ¡ese paso ya te tenía loca¡ Había gente que caminaba rápido pero que a los tres días ya caminaba despacio: Juancito no. El mismo paso tres días, cuatro días; el mismo paso.
Entonces voy detrás de Juancito. Él me ve blanquita, flaquita, de la ciudad, pero yo al principio voy bien, pues. Pero al cabo de cinco días ya no aguanto más. A esas alturas Juancito, perspicaz, me dice: “¿le ayudo, compañera?” “No, si no estoy cansada,” le digo. “Aguanto.” Pensaba: si no, ¡no me van a respetar nunca! Seguimos caminando y Juancito, bandido, me decía: “¿No quiere que descansemos un momentito, compa?” “Sigamos, Juancito.” Llegó un momento en que no podía caminar más y me fui a brazos: me agarraba de las ramas con los dos brazos, me jalaba, y me empujaba un poco con las piernas. Entonces Juancito me decía: “Le ayudo.” “No,” le decía yo. “Yo aguanto todavía, yo le voy a avisar cuando.” Nunca jamás ningún compañero campesino se burló de mí después de eso.
Claro que ya con el tiempo yo era buena caminadora y cargadora. ¿Pero qué es lo que te hace hacer eso? La moral. La moral, y un cierto grado de conciencia de que uno no puede sobrecargar la carga de otro. Vos no podés dejar ir tu carga en la espalda de otro, porque el otro va cargado también. Yo sabía que si yo me había metido a ese barco tenía que aguantar ese barco. Eso te forja una voluntad que permite aguantar después más cosas. Y yo decía: sí hay mujeres que aguantaron, ¿por qué no voy a poder aguantar yo? Si ha habido otras compañeras que pudieron, ¿por qué yo no? Entonces para grabarme eso usaba los seudónimos de compañeras caídas.
En la montaña le salen a uno fallas y defectos que uno cree que nunca ha tenido. La primera prueba dura es el primer mes en la montaña. Y luego hay otra, que es cuando aprieta el hambre. Entonces empiezan a salir estas fallas. Es cuando ya es un problema grave que una persona se coma media cucharada más de azúcar que otra; cuando se constituye en un problema gravísimo que un compañero se sirva un cuarto de cucharada de arroz más que otro en su vaso; cuando se considera un delito de trascendencia enorme que alguien se beba dos tragos más del agua de una cantimplora que tiene que servir para una escuadra; o cuando alguien se come la orilla de una tortilla. Cualquier cosa así.
Ahí, la montaña te obliga a componer esas pequeñas fallas—o te vas. Y como uno no tiene vuelta de hoja, como uno ya sabe que no es nada afuera, que nada ya puede dar satisfacción, se compone. Ese es el sentimiento de vergüenza revolucionaria: el sentimiento de que uno no puede fallar, porque ya la falla sería lo último. No hallaría qué hacer después. Ese sentimiento lo va obligando, lo va empujando a uno.
(…)
Yo definí una situación a lo nica: La montaña hace huevos, pero los huevos no hacen moral. Eso yo lo viví. Nosotros en la montaña teníamos gente que era extraordinariamente valiente, ¡pero valiente! Se le paraba en frente al enemigo. Pero cuando las condiciones apretaron y lo que se requería no era sólo valentía en el combate sino la valentía de aguantar hambre, y prisión, y aguantar cercos, aguantar las perspectivas de no salir de ahí, de no descansar nunca y sentirte físicamente mal...entonces esa gente flaqueó y se fue.
Y quedamos los que a lo mejor nunca fuimos valientes pero que no teníamos más remedio que ser valientes, porque estábamos embarcados en una lucha que era armada y en la que había que vencer al enemigo. El criterio nuestro era: está bien, nosotros nos vamos a morir de miedo, pero nos vamos a morir de miedo atrás de este palo, combatiendo. Que el miedo nos ponga fijos acá, que no nos deje movernos, porque así, en definitiva nos pueden matar, pero por lo menos no nos fuimos.
* En 1976 se dividió el Frente Sandinista en tres “tendencias”, Proletaria, Guerra Popular Prolongada, y Tercerista o Insurreccional. Como su nombre lo indica, los Insurreccionistas estaban a favor de acciones que provocaran rápidamente una insurrección popular. Fue la tendencia que llevó a cabo la toma de Palacio Nacional.
**BID: Banco Interamericano de Desarrollo
***Pedro Joaquín Chamorro: Periodista destacado, director del diario opositor La Prensa, conocido por sus denuncias de la vasta corrupción somocista. Asesinado—es de suponer que por órdenes del dictador—el 10 de enero de 1978.
****Los Doce: Grupo de destacados intelectuales y ciudadanos probos nicaragüenses que se unieron en el exilio para denunciar a Somoza, y que regresaron a Nicaragua para formar un frente cívico interno en contra de la dictadura.