12 de febrero 2023
Con trescientos dólares en el bolsillo, algo de ropa, una mochila y un par de zapatos, los presos políticos nicaragüenses excarcelados y expulsados de su país por Daniel Ortega se enfrentan al abismo de empezar de cero, cargando traumas, miedos y una historia que, esperan, tenga sentido algún día.
El hotel de las afueras de Washington que les ha dado cobijo los primeros días en Estados Unidos se ha convertido esta semana en centro de operaciones para coordinar sus vidas de ahora en adelante. Hoy lo abandonan con dos objetivos: recuperarse y empezar de nuevo.
El alojamiento está a pocos minutos del aeropuerto internacional de Dulles, en el que aterrizaron el jueves los 222 en un vuelo procedente de Managua y fletado por Estados Unidos, después de que el presidente Ortega decidiera liberarlos, expulsarlos del país y quitarles la nacionalidad.
Por el bullicioso vestíbulo transitan estos días algunos de los presos políticos más mediáticos, entre ellos la legendaria guerrillera sandinista Dora María Téllez, y también los menos conocidos, que intentan encontrar pistas, con la ayuda de oenegés o compatriotas solidarios, sobre cuál será su camino a partir de ahora.
Llegaron a Estados Unidos como apátridas, con un permiso especial humanitario de dos años y una mezcla de alegría, por haber salido del infierno; tristeza, por haber sido expulsados de su tierra; y mucho desconcierto y miedo, por lo que vendrá.
Así lo cuenta Osmar Vindell, ingeniero agrónomo de 38 años, que estuvo encarcelado en la prisión de Chinandega durante 23 meses y 5 días por haber participado en las protestas antigubernamentales de 2018: “Todos llegamos con mucho temor”, explica.
Un teléfono y 300 dólares
Además de alojamiento para tres noches, transporte a donde quieran, atención médica y asistencia legal les dieron una ayuda inicial para su nuevo comienzo: un teléfono, 300 dólares, una mochila, un abrigo, calzoncillos, un pantalón, unos zapatos y una camisa, explica Osmar.
Con ello partirá este domingo a Charlotte, Carolina del Norte, donde le espera uno de sus primos que le ayudará en sus primeras semanas, mientras consigue regularizar su permiso para trabajar.
El primo llegó por tierra a Estados Unidos emigrando por motivos políticos, recorriendo los más de 5000 kilómetros que separan el norte prometedor de un sur de desesperanza y miedo a decir lo que se piensa.
También huyó de Nicaragua y se refugió en Irlanda el hermano de Osmar, que es por quien él acabó en prisión ya que cuando lo detuvieron confundieron a uno con el otro. “Yo también participaba en las manifestaciones pero mi hermano estuvo más metido, en temas logísticos, y a quien querían era a él”.
Siete días tuvieron a Osmar, antes de internarlo en prisión, torturándolo en una celda, golpeándolo y sometiéndolo a vejaciones para que soltara información de dónde estaba su hermano o de quiénes estaban metidos en las protestas.
“No consiguieron sacarme nada”, cuenta emocionado, sin pudor de enseñar las dos marcas negras que le quedaron en el pecho, dos quemaduras de un objeto con el que le quemaban.
Luego lo trasladaron a la cárcel y fue condenado por posesión de drogas, pues a la mayoría les inventan delitos para justificar las penas. “A mí por droga, a otros por violación... ellos mismos te montan un delito para hacerte reo común y ser procesado”, explica.
De la cárcel cuenta horrores: una celda para ocho donde dormían hacinados en el suelo o colgando de hamacas hasta 33 personas; apenas un chorro de agua para lavarse; frijoles con sabor a tierra, arroz duro y muchas torturas psicológicas.
Pese a todo, no se arrepiente de haber salido a las calles a protestar: “Yo creo que la libertad de expresión de un país tiene que ser lo más importante y si el pueblo nicaragüense se queda callado vamos a seguir siendo marginados y controlados por ellos”.
Osmar, que sueña con poder traer un día a sus tres hijos y a su esposa gracias a la ayuda que Estados Unidos les ha prometido, está convencido de que el sufrimiento va a valer la pena porque “va a haber pronto un cambio en Nicaragua para el beneficio de todo un pueblo que ha sufrido mucho desde hace mucho tiempo”.
Muchos no tienen a nadie
A Osmar lo espera su primo en Charlotte, pero son muchos quienes no tienen a nadie, confirma Ligia Gómez, la exfuncionaria del Banco Central de Nicaragua, uno de los primeros cargos del Gobierno de Ortega que se exilió en Estados Unidos, hace ya cuatro años.
“Unos 109 no tienen a nadie y yo intento ejercer de familiar”, cuenta, mientras intenta organizar quién puede acoger a los pocos que quedan sin un lugar en el que pasar las primeras semanas.
“Toda la diáspora nicaragüense y la gente que está viviendo acá está ofreciendo sus casas y ya casi todos están colocados”, narra esta exiliada, quien explica que a los ciudadanos les ha movido mucho el corazón el tema de los presos políticos.
“Nos sentimos comprometidos con ellos porque han dado lo más importante que es su libertad, su familia, su vida y han sufrido muchos torturas y maltratos”, comenta.