7 de febrero 2016
¿Y su apellido?". En las escuelas de habla hispana hay un autor cuyo nombre siempre genera confusión entre los alumnos. Rubén Darío y sus versos siguen vivos en los programas de estudio y en la calle. Hoy, aquellos países que conoció y que inmortalizó en sus escritos le rinden homenaje a cien años de su muerte, y no es exageración decir que el continente americano y España lo recordarán en las plazas, en los colegios y hasta en las estaciones de subte bautizadas en su honor. La Casa de América, en plena Cibeles madrileña, tiñe desde ayer su fachada de color azul para recordar su figura. Poeta panhispánico, les cambió el halo y el matiz a muchas palabras y "moderno" dejó de ser un adjetivo peyorativo para representar una actitud vital y estética, un movimiento donde se erige como su mayor exponente. Aún hoy sus versos generan diatribas, pero hay un hecho diáfano y no sujeto a polémicas. Darío es, junto con José Martí, el pionero de la crónica contemporánea.
Desde 1892, cuando ya era el joven poeta que había generado un cimbronazo con Azul, y hasta su muerte, fue redactor y corresponsal de LA NACIÓN. Tres cuartos de su producción se publicó en diarios y periódicos, precisa Susana Rotker en La invención de la crónica, a pesar de que sea más conocido como poeta. Darío utilizaba su espacio en el diario como un sitio para informar a sus lectores y también como un laboratorio donde crear y cincelar un estilo original y auténtico, sin la urgencia que impone el cierre de un artículo de furiosa actualidad. En esta usina surgirán las prosas inclasificables de Los raros, un libro que reúne retratos de figuras como Edgar Allan Poe o Paul Verlaine. Darío, en su rol de periodista, se dedicará a descubrir las nuevas plumas y a opinar sobre política.
Nace por entonces la crónica hispanoamericana en el sentido en el que hoy la concebimos, como crónica periodística, realizada por un escritor profesional. Así, con una multiplicidad de recursos retóricos de la literatura, construirá prosas de no ficción. Darío escribirá en varios medios y viajará por el mundo, pero la "estupenda sábana", como llamaba a LA NACIÓN, fue la columna vertebral de su producción. "Estamos ante una prosa cuya levedad impregna el tratamiento de episodios de lo cotidiano tramados con fabulaciones de cuentos de hadas, nunca leídos antes por los argentinos con esa impronta", escribe Susana Zanetti en Rubén Darío en La Nación de Buenos Aires.
Graciela Montaldo, titular del departamento de Culturas Latinoamericanas e Ibéricas de la Universidad de Columbia y autora de Rubén Darío, viajes de un cosmopolita extremo, se refiere a la innovación que realiza el nicaragüense. "La modernidad es el género mismo, que no solía ocupar a los escritores «serios». Las crónicas del fin de siglo, con Martí y Darío a la cabeza, pusieron a los escritores a hablar de la actualidad, de lo contemporáneo, de la vida del presente. Darío sacó la escritura de la biblioteca a la calle, la hizo pública. Difundió la escritura entre públicos no especializados. Y lo logró con la prosa pero también con la poesía. Darío se conectó, como nadie, con su presente."
El pintor de la vida moderna
Darío retrata ciudades, costumbres y modas sin descuidar como norte la verdad ni la belleza, reproduce dialectos, amasa, revitaliza y expande el español, al que nutre de otros idiomas extranjeros ("sus composiciones entradas a la lengua madre con derecho de presea dieron un ambiente nuevo al idioma riguroso", dice la necrológica de Darío en LA NACIÓN). Rotker resume este recurso en lo que llama la "poetización de lo real", donde el lenguaje no cumple una mera función referencial.
Este líder del romanticismo hispano, como llamó Octavio Paz al modernismo, fue acusado de mundano (en "Tuércele el cuello al cisne", Enrique González Martínez disparaba contra los clisés de los versos darianos). Sin embargo, en sus crónicas Darío realiza una aproximación diferente. Era crítico con el rol que ocupa el dinero en la sociedad y no olvida retratar a los sectores más desprotegidos. Mucho antes de que el periodismo ingresara como objeto de estudio en la vida académica y se debatiera interminablemente la cuestión, Darío ya sabía que lograr la objetividad era imposible.
En ese pacto de lectura que proponía, tomaba partido en disquisiciones sobre arte y en cuestiones sociales. En "Pan y trabajo", defiende a un grupo de personas en España de 1914 ("Y uno queda pensando en que no es prudente, sobre todo en una ciudad como Barcelona, que cuando los trabajadores sin ocupación y con hambre piden pan y trabajo, se les echen caballos encima y se saquen los sables a relucir"). En "El triunfo de Calibán" realiza una feroz crítica a los Estados Unidos: "No, no puedo, no quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata. Son enemigos míos, son los aborrecedores de la sangre latina, son los Bárbaros".
A pesar de este vigor y espíritu de denuncia, la poesía de Darío ha opacado en fama a sus prosas, pero pareciera que esta tendencia comienza a revertirse. "En cada época hay condiciones diferentes de lectura. La poesía tenía un gran prestigio en el cambio del siglo XIX al XX. Si bien Darío era un lector ávido de todo lo que se le ponía al alcance, admiraba especialmente a los poetas. Y fue reconocido, desde el principio, por sus poemas. Las crónicas que escribió eran parte de su trabajo periodístico, las escribía a pedido y cobraba por ellas. Excepto unas pocas, no las recogió en libros. Creo que no había condiciones para valorar una escritura tan novedosa. La poesía era más legible en su época, creo que a diferencia de lo que pasa hoy. Ahora tenemos nuevas condiciones para leer su escritura como una totalidad y las crónicas deben salir a la luz porque interpelan a un lector contemporáneo. Habrá que hacer una buena edición crítica de su prosa", reflexiona Montaldo.
Existe unidad en sus prosas, algunas reunidas para publicarlas de modo conjunto (Los raros, España contemporánea, Tierras solares, Viaje a Nicaragua). Pero hay una serie poco conocida que fue encontrada por Pedro Luis Barcia, el primer investigador que recopila en archivos las prosas publicadas en Buenos Aires por Darío, Escritos dispersos de Rubén Darío, en dos tomos (1968 y 1977). Las "Cartas del Lazareto" fueron publicadas en LA NACIÓN con el seudónimo de Levy Itaspes. El doctor Prudencio Plaza lleva en el invierno de 1895 a Darío, desmejorado y errático, a la isla Martín García, donde ejercía como médico de los inmigrantes que se sometían a controles de salud antes de que se les permitiera el ingreso en el país. Según la investigación de Barcia, Darío comienza a tener una rutina saludable y, conmovido por los enfermos y los cadáveres que se apilaban, escribe esas cartas. Fue en esta misma estancia donde, casi de un tirón, escribe la célebre "Marcha triunfal" para un aniversario del 25 de Mayo.
Hay preguntas que se siguen haciendo, una y otra vez, aunque la respuesta correcta ya haya sido argumentada y esté construida con múltiples ejemplos desde hace un siglo. ¿Puede el (buen) periodismo considerarse literatura? Sí. Darío se encargó, con sus crónicas, de ser uno de los ejemplos más cabales.