21 de febrero 2016
A Fernando Cardenal no podía encomendársele la simple tarea de ir a comprar pan. En el camino lo partía y repartía entre los pobres, y a su casa no llevaba ni las migas. Él, de cejas cerdosas y ojos azules, fue un pésimo mandadero, pero un diestro cazador de olas, un seguidor de Cristo y el hombre que, a la cabeza de la Cruzada Nacional de Alfabetización, redujo del 51 al 12.9 por ciento los índices de analfabetismo en Nicaragua. Ortodoxo con los horarios (debía comer a las 12 en punto) y víctima de un eterno dolor de cabeza, Fernando Cardenal, —el jesuita, el aventurero, el alfabetizador— falleció la madrugada del 20 de febrero, a los 82 años.
“Quienes están aquí hoy despidiéndose de él, están despidiendo a tres personas: a un amigo, era buen amigo, a un guía espiritual y a un confidente”, dijo su sobrino, Fernando Cardenal. Familiares, académicos, sacerdotes, escritores y políticos, se reunieron este sábado en la capilla de la Universidad Centroamericana, UCA, para decirle adiós a este ex ministro de educación.
Fiel creyente de “la libertad para opinar en cosas discutibles”, el padre Cardenal podía soltar, en una misma plática, opiniones directas sobre el celibato, el aborto terapéutico, la pedofilia y el sacerdocio femenino. “Ojalá los teólogos morales de la Iglesia aprueben que el Estado pueda castrar a los violadores”, aseguró en una ocasión.
Él no vivió lejos de la polémica. El Papa Juan Pablo II, en 1985, lo apartó de la Compañía de Jesús por estar vinculado a la Revolución Sandinista. “Él me obligó a dejar la Revolución. Yo había tomado una decisión muy pensada en 1973, estando convencido que era Jesús el que me pedía que por los pobres me comprometiera a esa revolución. Yo decía, en mi discernimiento espiritual y comunitario, que la voz de Jesús era más fuerte que la del Papa”, confesó Cardenal en su última entrevista concedida al programa Esta Noche.
Años después revocaron su suspensión y le permitieron regresar. Era 1997. Para la ex comandante guerrillera, Dora María Téllez, de él queda su inconformidad. “Inconformidad con que Nicaragua no podía ser un país con pobres, que Nicaragua no podía ser un país sin libertades y él siempre estaba apelando por los jóvenes, a que la juventud, muchachas, muchachos, pudieran intervenir para cambiar el país”, aseveró. “Fue el general de la batalla más importante que se libró durante la Revolución, que fue la batalla contra la ignorancia”, afirmó la escritora Gioconda Belli.
“Una vida para el amor”
Fernando Cardenal creía en un Dios incluyente y amoroso. Uno que no podía mandar a sus hijos al infierno. “Vos tenés que hacer algo para los demás para lograr la gracia”, le repetía a su sobrino. “La vida de Fernando no puede verse sino desde la integridad de sus sentimientos y sus convicciones, y de sus acciones como consecuencia de esos sentimientos y convicciones, que forman todos un denso tejido ético, en unidad indisoluble”, afirmó Sergio Ramírez. “Su vida misma ha sido desde el principio una vida para el amor”, sostuvo el escritor.
En una recopilación de fotografías personales y familiares a las que Confidencial tuvo acceso, a Cardenal, puede vérsele anclándose a las rocas de un precipicio. Leyendo. Enseñando. Navegando. Sonriendo. Siempre sonriendo.
“El legado más grande del padre Fernando para los nicaragüenses es el amor por los demás, sobre todo a los que menos tienen”, aseguró Ana Margarita Vijil. Ella se dio a la tarea de armar esta memoria a base de instantáneas. Ya sea detrás del volante de un carro o con las narices metidas en un libro, en cada imagen, se nota cercano. Él, según su amiga Odilie Pallais, “irradiaba amor y fe”. Era, dice Pallais, un hombre un tanto impaciente. Capaz de bracear, a los 75 años, 15 kilómetros mar adentro.
Sencillo al vestir y sencillo en su forma de percibir a Dios, “a Dios que era amor y acción”, agregó su sobrino, Fernando Cardenal. “Nunca pidió nada para él, si pedía, era para alguien más”, apuntó.
La escritora Gioconda Belli lo admiraba por su integridad. “Este es un país donde nos faltan personas así”, subrayó. Para Silvio Gutiérrez, director ejecutivo de Fe y Alegría Nicaragua —organización de la que Cardenal fue impulsor—, “el legado del padre es su ética, una coherencia increíble en su vida. Una vida llena de muchas batallas. Un guerrero de muchos campos. Tratando de provocar cambios sociales. Fernando no era nuestro, era de muchos”.
El otro Fernando
Fernando Cardenal, el adolescente, distó mucho del hombre que regresó de Colombia, en los años 70, luego de vivir nueve meses en un barrio paupérrimo de Medellín.
"En el Colegio Centroamérica de Granada yo era una bestia en cuanto al homosexualismo, porque había una actitud de rechazo total. Es decir, hasta linchamos a uno. Éramos unos salvajes", confesó Cardenal en el programa Esta Noche.
"Después fui cambiando, por supuesto, a una actitud de gran respeto por los homosexuales, que es lo que está pidiendo el Papa Francisco. Respeto y misericordia por ellos", enfatizó.
Su primo, Ricardo Coronel Kautz, fue su amigo desde niño. "Era un jodido paradito, como dicen. No se dejaba. Muy abierto, muy claro de todo (...) un chavalo alegre, jodedor. Una vez me pelié con él, me pegó un codazo en el ojo. Esos pleitos de amigos", recordó Coronel Kautz, empresario y hermano del Presidente de la Autoridad del Gran Canal de Nicaragua.
Nacido en una familia acomodada, Fernando, era un muchacho que poco sabía sobre pobreza.
"En esa época en Nicaragua no había ese gran grado de conciencia de pobreza en la niñez, una vez que vuelve Fernando hecho sacerdote, él asume una posición mucho más comprensiva y mucho más consciente de problemáticas como la miseria", explicó.
Fernando Cardenal era, antes del noviciado, un joven que "apenas comenzaba a gozar de la vida", reza su diario, al que Confidencial accedió.
Indisciplinado y enamorado. "Me sentía destinado para el amor, la belleza, la vida". Hasta que "llegó el instante de unir mi vida a Cristo" y le dijo a una joven: "ya no puedo seguir amándote". "He encontrado un amor más grande".