9 de noviembre 2016
El mundo contiene el aliento ante la incertidumbre que se abre el día después de que los estadounidenses eligieron a Donald Trump, el millonario que hizo una campaña electoral controvertida, como presidente de la primera potencia mundial.
Las interrogantes que se plantean ahora son muchas: ¿Mantendrá Trump su discurso anti inmigrante en un país construido a lo largo de su historia por migrantes? ¿Cómo serán sus relaciones con América Latina, principalmente con México? Y en el caso de Nicaragua, ¿qué acciones tomará frente a un gobierno cuya deriva autoritaria ha sido fuertemente criticada por Washington?
"Vamos a hacer un gran trabajo. Prometo que no los voy a decepcionar", dijo Trump en Nueva York, tras proclamarse ganador de la elección. Trump mantuvo un discurso conciliador, aunque le dijo a la comunidad internacional que Estados Unidos estaría primero en sus decisiones. "Amo este país", afirmó. El ahora presidente electo, en un acto en el que sus seguidores gritaban "¡Estados Unidos¡ ¡Estados Unidos!", dijo que será un "presidente para todos los estadounidenses". "A todos los republicanos, demócratas e independientes en esta nación les digo que es momento de que nos reconciliemos como un pueblo unido", afirmó el que sería el presidente 45 en ocupar la Casa Blanca.
Algunos analistas en Estados Unidos dicen ahora que el triunfo de Trump no debe sorprendernos. Su mensaje iba dirigido al estadounidense promedio, al obrero que veía cómo su situación privilegiada se caía a pedazos por la globalización, la huida de puestos de trabajo a otras regiones con mano de obra barata y a un 'status quo' que creían invencible. El miedo a perder esa forma de vida puede ser una de las grandes razones que explican la victoria del republicano.
Pasada la medianoche del martes la campaña demócrata anunció que Hillary Clinton no daría declaraciones ante sus seguidores. Todo un mensaje dentro de una campaña atípica, en que Trump ya había dicho que no reconocería los resultados si estos no le daban la victoria y que, además, había dejado entrever la posibilidad de un fraude en el sistema electoral estadounidense.
Se trata de una revolución en un país de una democracia sólida, que hoy sorprende al mundo sentando en la Casa Blanca a un hombre de ideas radicales, comentarios incendiarios, posiciones misóginas y xenófobas, pero que ha logrado movilizar millones de votos. Para muestra un botón: en un estado tan demócrata como Pensilvania, Trump ganó la votación, convirtiéndose en el primer candidato republicano en ganar la presidencia desde 1988.
Tras conocerse estos resultados, políticos de una dudosa credencial democrática y extremistas como la líder ultraderechista Marien Le Pen, de Francia, felicitaron a Trump por su triunfo, lo que genera más incertidumbre sobre el camino que tomará el republicano como el líder de la primera potencia del mundo.
Lo cierto es que Trump rompe con ocho años de gobierno en los que Barack Obama ha intentado liderar el país con el diálogo, impulsado una reforma liberal que en muchos casos no dio frutos por la oposición republicana. Muchos de los logres sociales del primer presidente negro de Estados Unidos parecen que no pesaron entre una gran parte del electorado, que se casó con la idea de que Obama ponía en riesgo sus libertades y que el Estado se metía más de lo que podían permitir en sus vidas. El mundo miraba a Obama como un líder ejemplar (le concedieron el Nobel de la Paz), mientras que en el interior de Estados Unidos era una amenaza a un estilo de vida que, hay que decirlo, prácticamente ya no existe.
El "Make America Great Again" caló en 56,797,857 millones de estadounidenses que le dieron el triunfo a Trump. Caló hondo, pero de una manera diferente al "Yes We Can" de Obama. Este apelaba a la esperanza de un mundo sin el horror de la guerra, de paz, de negociaciones, abierto. Trump apeló al miedo a perder los privilegios de una nación que se cree grande.
Hillary Clinton se enfrentó a una maquinaria pesada, que la descalificó siempre, por formar parte de una élite tradicional y por ser mujer. Y aunque tuvo el respaldo de los sectores más abiertos y liberales del país, muchos la acusan de mentirosa y por falta de carisma para conectar con el estadounidense promedio. No está demás decir, sin embargo, que en un país de contrastes como Estados Unidos, un hombre negro pudo llegar a la presidencia antes que una mujer.
No cabe duda que el gran respaldo que Trump tuvo de la cobertura de los medios fue decisivo para su triunfo, aunque esa cobertura haya sido en su mayoría negativa. Los grandes medios, en un principio, se reían de él y luego lo ningunearon. Y fue muy tarde cuando se dieron cuenta que se trataba de un fenómeno arrollador. Trump aprovechó esa publicidad gratuita para formarse una imagen de macho blanco, un mesías que haría a Estados Unidos grande otra vez.
El mundo que inicia este miércoles es otro. El triunfo de Trump suma más dudas al sistema democrático. Se une al triunfo del Brexit, en Gran Bretaña. Y, aunque el paralelo suene raro, al triunfo del No a la paz en Colombia. Para muchos se trata de un declive de la democracia tal y como la conocemos, lo que abre un abismo de incertidumbre. ¿Qué pasará ahora con Trump como presidente? ¿Es lo suficientemente fuerte el sistema de balances en Estados Unidos si el nuevo Presidente se decanta por sus desmanes de campaña? ¿Cómo responderá el mundo? ¿Qué pasará en una América Latina en pleno cambio? ¿Y en una Europa a la deriva? La victoria de Trump, este martes, desató una tormenta cuyas consecuencias son imprevistas. Como ya pasó tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, el mundo que se despierta este miércoles contiene el aliento. Es otro.