Manifestaciones extraordinarias están sacudiendo a Bielorrusia desde hace semanas. Miles de personas han salido a las calles para protestar contra el dictador bielorruso Alexander Lukashenko, que se proclamó vencedor en unas elecciones muy disputadas a principios de agosto de este año.
Exdirector de una granja colectiva, Lukashenko fue elegido presidente en 1994, en lo que ha sido ampliamente reconocido como su única victoria electoral real. Desde que asumió el poder, Bielorrusia se ha mantenido en gran medida atada a su pasado soviético. Minsk, la capital del país, se ha mantenido como aliada firme de Moscú, aunque la relación entre Lukashenko y el presidente ruso Vladimir Putin no es fluida.
Para frenar las protestas, la Policía ha dispersado violentamente a los manifestantes utilizando gases lacrimógenos, balas de goma, granadas de destello y cañones de agua. Las autoridades han detenido a cientos de personas, manteniéndolas en condiciones inhumanas o torturándolas. Varios manifestantes han muerto o están desaparecidos.
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Nadzeya estuvo detenida en la prisión preventiva de la ciudad de Akrestina. El 11 de agosto, alrededor de la medianoche, ella y su amiga fueron apresadas cerca del centro comercial de Riga. Nadzeya es una mujer casada de 35 años y se dedica a las manualidades.
Nadzeya ha brindado su testimonio para que todos sepan lo que ella y otros treinta y cinco bielorrusos experimentaron durante dos días terribles, a mediados de agosto de este año.
“Cara al suelo, manos en la cabeza, perras”
Estaba con una amiga y su esposo. Los tres fuimos al supermercado de la ciudad de Riga. Con cuidado nos asomamos desde la esquina y vimos, como es habitual en ese momento, alrededor de veinte personas. Un hombre estaba ondeando la bandera de las tropas aerotransportadas. Todo estaba en silencio. A lo lejos, vimos camionetas de la Policía. Dimos la vuelta y nos dirigimos a casa, cruzando la plaza de la calle Vostochnaya.
Todo pasó rápidamente. Un minibús azul bloqueaba la carretera. La gente que estaba parada cerca del supermercado de Riga corrió, y nosotros también. Mi esposo dijo que escuchó claramente disparos y gritos:
“Cara al suelo, manos en la cabeza, perras”, dijeron las autoridades.
Mi amiga tropezó y cayó. Le ayudé a levantarse y flaqueamos. En ese momento, fuimos atacados por dos oficiales. Fue un verdadero ataque.
¿Por qué? ¿Cuáles eran sus nombres, su rango? ¿Qué estaba pasando? Nadie dijo la frase "están detenidos". Nos estaban insultando. Me golpearon en la cadera con una porra, me pusieron boca abajo y luego me llevaron a un minibús. Después me movieron varias veces de un carro a otro.
“¿Cuánto te pagaron?”
Me encontré en un vehículo especial con dos bancos a los lados y un lugar vacío en el medio. Ya había hombres acostados boca abajo. Les gritaron y golpearon con porras cuando movían la cabeza. Fueron golpeados brutalmente, particularmente aquellos que llevaban algún tipo de símbolo. Algunas personas lloraban y pedían perdón.
Subieron a más personas en el vehículo. Las chicas fueron arrojadas a los bancos. Yo tenía a dos hombres bajos mis pies. Me dio la sensación de que uno de ellos ya no estaba vivo.
El vehículo empezó a moverse. Me golpearon en la cabeza con una porra por mirar a los policías. Nos quitaron los teléfonos y nos ordenaron cantar el himno nacional de Bielorrusia. Empezamos a cantar: “Nosotros, los bielorrusos, somos gente pacífica”.
Por todas partes había billetes de un dólar. Los esparcieron ellos mismos o los sacaron del bolso de alguien y los esparcieron gritando "¿cuánto te pagaron?" Durante el traslado tuvimos que gritar "Me encantan los antimotines".
La siguiente camioneta policial tenía miniceldas especiales. Había cinco personas en cada celda. No se nos permitió levantar la cabeza, pero mi amiga logró ver que uno de los antimotines tenía un parche 015. Nos llevaron a los centros de prisión preventiva de Akrestina.
No sabíamos dónde estábamos antes del juicio. A nadie se le permitió usar el baño y, por lo tanto, usamos una trampilla con desagüe. Nadie pensó que seríamos tratados tan cruelmente, que podría llegar a tal anarquía. Fue inesperado. Cuando me detuvieron, nos gritaron que nos dispararían, y me atreví a reclamar que eso era ilegal. Sin embargo, en la camioneta de la Policía, comencé a dudar de que estuvieran bromeando sobre ejecutarnos.
Me llevaron al pasillo, pusieron mi cara contra la pared. Me obligaron a quitarme los sujetadores y toda mi joyería. Por algún milagro, todavía tenía mis anteojos. Luego nos llevaron a nosotras, 28 de nosotras, a un patio de ejercicios. Era una habitación con piso y paredes de concreto. Había una malla en la parte superior desde donde se podía ver el cielo y los minipuentes sobre los que caminaban los guardias. Había una trampilla con desagüe en la esquina y, alrededor, dos cámaras de vigilancia.
Antes de la inspección, tuvimos tiempo de beber el agua que teníamos. Esa fue la última vez que vimos agua potable. No se nos permitió ir al baño. En lenguaje vulgar, nos dijeron que lo hiciéramos en ese momento, allí. Luego comenzamos a usar una escotilla con desagüe: nos paramos en fila, protegiendo a las mujeres de las cámaras y los observadores. De esta manera usamos el baño por turnos.
Estaba prohibido sentarse, pero cuando ya no nos importó descubrimos que era imposible sentarnos en el piso de concreto. Yo estaba de pie y mi amiga se sentó sobre mis pies para no congelarse. No podía pararse porque se había lastimado la rodilla cuando se cayó en el parque, luego alguien la pisó. Una chica le dio una chaqueta, la llevamos al baño. Pedimos un médico, pero no nos escucharon.
Tenían las caras en blanco
La audiencia judicial estaba prevista para las 3:00 p.m.
Cuando nos movían de un punto de la prisión a otro, tuve que arrastrar a mi amiga porque su pierna estaba muy hinchada. Una de sus rodillas era tres veces más grande que la otra. Nos llevaron a un pasillo donde había una mesa y dos sillas entre las celdas, y un juez con una secretaría detrás de ellos. Parecían bastante jóvenes. Tenían las caras en blanco.
No nos mostraron los documentos del caso. Hasta la fecha, todavía no los he visto. El informe decía que fui detenida por un policía a la 1:00 p.m. Hablé con el juez, le pedí ayuda y le dije que mi amiga necesitaba un médico y que nos estaban ignorando.
Me leyeron mis derechos formalmente. Les dije que tengo el derecho humano a beber agua y que no les hablaría hasta que me permitieran beber. Trajeron el agua, pero dijeron que la proporcionaría el centro de detención, no el personal del tribunal. Era una botella de yogurt con agua del grifo. Era terrible, agua clorada. En la celda, solíamos dejar que el agua se asentara, pero tenía tanto miedo de infectarme que bebí agua del grifo, no de la botella.
Nadie anunció la decisión del tribunal. Simplemente trajeron a un nuevo grupo de personas. Nos enviaron de regreso a nuestra celda. A mis vecinos se les dijo en la audiencia del tribunal que supuestamente había gritado “Muere, bestia bigotuda”. A mí me dijeron que expresé mi desacuerdo con el Gobierno actual. Era una acusación leve, y pensé que no era suficiente para meterme tras las rejas por diez días.
En ese momento ya no pensaba con claridad: no había tenido la oportunidad de dormir, comer, sentarme o beber líquido. Habían pasado quince horas desde mi detención. Fuera de la prisión, los voluntarios gritaban la hora. Esto fue muy útil y nos apoyó moralmente.
Treinta y seis personas en una celda para cuatro personas
No sabía dónde estaba mi esposo. Escuché a los hombres gritar y pensé que podría ser él. Mi esposo tenía el cabello largo y temía que lo maltrataran fuertemente. Ya en la camioneta de la Policía, a uno de los muchachos le dijeron que un hombre no debería llevar el pelo largo. Se lo cortaron allí mismo y lo tiraron en una intersección.
Después del juicio, nos trajeron una botella con agua para todos. A una de las chicas le vino su menstruación. Tuvo que demostrarle a los guardias que no podía estar sin agua. Ella les mostró la sangre y, tiempo después, le llevaron dos litros de agua para lavarse. Ella nos dio un litro, y usó el segundo.
Un par de horas más tarde, entró un hombre que nos puso junto a la pared. Mi amiga y otra chica, que también tenía problemas con su pierna, se fueron en una ambulancia. Nos dividieron en dos grupos, 13 personas en cada uno, y nos llevaron a una celda en el tercer piso, donde habían otras chicas. Era una celda para cuatro personas: dos literas, un inodoro, un lavabo, una mesa, una mesita de noche, una ventana enrejada con un poco de lejía. Estaba muy mal ventilado.
En un momento contamos 36 personas en la celda. Los guardias constantemente llevaban y traían gente. Todavía no me queda claro cómo alcanzamos allí. Nos sentamos en las camas, varias personas a la vez, nos paramos, nos sentamos debajo de la mesa. Para usar el baño, nos alineamos en orden para que se pudiera abrir la puerta.
Golpearon a una detenida por decirle algo a los guardias
Había personas muy diferentes en la celda. Todas eran mujeres de 20 a 50 años. Había chicas con las que difícilmente habría hecho amistad en circunstancias normales. A una chica punk que había llegado antes que yo, le dijeron: “Estás acostumbrada a esto, quédate aquí por más tiempo”. La mantuvieron presa otros 15 días después de que me liberaron.
Había una chica bonita y activa que le dijo algo a los guardias. La tomaron del pelo y le golpearon la cabeza contra las baldosas. Su rostro permaneció intacto, pero todo sonaba y se veía muy aterrador. Cuando fue detenida caminaba con una bandera blanca, roja y blanca sobre los hombros. La marcaron con pintura roja en la camioneta de la Policía.
Se veía la calle a través de una ventana entreabierta. Vi un banco donde a veces se sentaba gente. En algún momento llegaron sacerdotes ortodoxos. Al parecer, le pidieron a la Policía que nos dejara ir, pero dispersaban regularmente a la gente debajo de las ventanas.
Me empezó a doler la cabeza. Temía que fuera por el golpe que recibí. Estaba muy estresada. El aire estaba viciado. Intentamos dormir. Extendimos mantas debajo de las camas y nos metimos allí, una por una, porque había un conducto de ventilación y teníamos algo de aire para respirar. A pesar de eso, no logré dormir en dos días.
Nadie nos dio de comer antes de que entráramos a la celda. En cualquier caso, ninguna de nosotras tenía mucha hambre. No sabíamos qué pasaría después. Exigí que me dieran la decisión judicial, pero nadie me prestó atención.
Hablamos de lo que le había pasado a cada quien, a lo que nos enfrentamos. Incluso durante la caminata diaria, mi amiga y yo intentamos cantar, pero las chicas estaban tan aterradas que nos detuvieron y pidieron que nos mantuviéramos calladas y agachadas. No levanté la voz, simplemente apelé al estado de derecho de vez en cuando.
Cada una de nosotras fue llevada al pasillo para una “conversación”, creo que con un oficial de la Agencia de Seguridad del Estado de la República de Bielorrusia (KGB). Me preguntó cómo me detuvieron, quién era, qué hacía. También dijo que si me atrapaban la próxima vez sería mucho peor.
Ella gritaba, corría hacia nosotros y nos rasguñaba
Había una mujer psicótica en la celda que me impidió dormir. Caminaba en círculos en el estrecho espacio que teníamos, empujando a todos con los codos. A veces se comportaba un poco más tranquila, pero luego gritaba, se precipitaba hacia nosotros y nos rasguñaba. Parecía que intentaba salir de un apartamento imaginario para fumar o ir a la tienda. Nos dijo que le abriéramos la puerta, creía que éramos algunos de los familiares de su marido que la mantenían encerrada.
El segundo día, la mujer pensó que todas éramos muñecas que tenía que quemar. Cuando invadía demasiado el espacio personal de la gente, la rechazaban. Había jóvenes que le respondían de manera agresiva. Algunas intentaron razonar con ella. Muchas veces pedimos que le llamaran a un médico. Estaba cubierta de sudor, era evidente que se sentía mal y teníamos miedo de que muriera allí mismo. Sentimos pena por ella, incluso cuando todos intentaron alejarla.
La mujer olía muy mal. Tenía su período y eso empeoraba las cosas. Finalmente llegó la enfermera, quien la sacó al pasillo y le preguntó dónde estaba. La mujer respondió que estaba en el bosque. Luego de eso, volvieron a meterla en la celda y le dijeron "que se fuera a su bosque". A nuestros pedidos para tratar de calmarla, los guardias respondieron: “Estoy solo y ustedes son más de treinta, así que cálmense. No nos importará si tiene un par de ojos morados ".
Para mí, la presencia de esta persona fue una de las pruebas más difíciles. No poder comer ni ir al baño estaba bien, porque a menudo hacía caminatas. Después de todo lo que pasó en la ciudad, estaba moralmente dispuesta a pasar un tiempo en la cárcel, pero esto ...
En algún momento me acosté y ella se sentó en mi cara. Salté, agarré sus manos y la abracé ... fue difícil.
Al día siguiente nos alimentaron. A cada uno se le dio una taza de té dulce y fuerte, un trozo de pan blanco y un plato de avena. A las 14:00 horas me sacaron de la celda y fui al patio. Me pusieron de cara a la pared. No me golpearon. Incluso bromearon. Eran guardias de la prisión. Tuvieron una conversación inteligible, y tuve la sensación de que estaban en algún lugar "en el medio" sobre lo que pensaban que estaba pasando. Entendían que muchos terminaron allí por accidente.
Estuvimos de pie durante una hora. Un olor a café llegaba desde la parte posterior de la celda, había mechones de cabello y rastas debajo de la cerca. Los guardias caminaron alrededor y los recogieron.
Nos llevaron a una camioneta policial, y los guardias calmaron a las chicas que lloraban. Nos dieron agua. Dijeron que nos llevarían a la ciudad de Zhodzina. Luego entró un hombre con una máscara negra con la imagen de una cara con dientes, que nos dijo que regresáramos a la celda.
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Pasadas las 9:00 p.m. empezaron a dejarnos salir. Nos pusieron frente a la pared en el cuarto piso. Después de estar de pie durante dos días, mi espalda se estaba rindiendo por completo. La adrenalina que me mantuvo en movimiento todo ese tiempo se había ido. Me quedé allí y me moví nerviosamente, tratando de enderezarme. La chica a mi lado llamó al personal. Me permitieron sentarme en el suelo. Y luego, en una silla. Nadie nos humilló ni nos golpeó.
Hablamos de nuevo con algunas personas, pero no sé quiénes eran. Firmamos un papel que decía que se nos había informado sobre la responsabilidad de participar en los disturbios. Nos llevaron abajo para recoger nuestras cosas. La chica punk, la mujer psicótica y una chica pequeña y frágil quedaron en la celda.
En el cuarto piso, miré al guardia de la máscara con la imagen de una cara decirle a una de las muchachas: "Quiero recordarte". Él le dijo: "Está bien, te vas a quedar durante 15 días". Su nombre es Yulia, estoy muy preocupada por ella.
Nos dieron las cosas que nos habían quitado en el centro de detención de Akrestsina. Dijeron que, si queríamos conseguir nuestros teléfonos y otras cosas de la camioneta, teníamos que quedarnos un día más. Las chicas que no tenían las llaves de sus apartamentos estaban llorando. Salimos por la puerta. La gente nos estaba esperando.
Nadzeya está llorando
Todos estaban parados allí en silencio. Un mar de gente, un mar de luces y carteles. Nos ofrecieron té, agua y teléfono para hacer una llamada. La gente corrió hacia los "supervivientes" y yo estaba buscando a mi familia. Me ofrecieron hacer una llamada.
No recordaba ni un solo número de teléfono. Los voluntarios encontraron a mi esposo en las redes sociales. Vi que estaba en línea dos minutos antes. Me di cuenta de que no había muerto de hambre y que me estaba buscando. Me estaba esperando en la ciudad de Zhodzina, donde mi nombre estaba en las listas.
Leí sobre esto en el libro Shantaram de Gregory David Roberts, sobre la prisión en la India. Y pensé que era posible aguantar. … vivimos con un gran miedo ahora. Nos quedamos con amigos por el momento. Anteayer vi a un hombre parado frente a nuestra casa. O estaba escuchando a escondidas o espiando ... tal vez no tenga nada que ver con todo esto, pero solo quiero esconderme.
*Este artículo fue traducido al español por Ana María Sampson, integrante de nuestro equipo, y publicado en nuestro sitio con la autorización de Euroradio.fm.