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El precio del cambio en Cuba

En aras de la normalización de la relación con EE.UU., los cubanos renunciaron a privilegios con los que han contado durante las últimas décadas

En Cuba empiezan a despuntar los cambios. En la imagen, el Paseo El Prado, en La Habana, escenario del vistoso desfile de la casa francesa de modas Chanel. Foto: Teresita Goyeneche.

Colaboración Confidencial

Teresita Goyeneche

18 de enero 2017

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Para Anaomí, profesional en comercio y funcionaria en Cuba, el mundo se vino abajo el pasado jueves 12 de enero. Durante las últimas semanas, su viaje a Estados Unidos había sido el tema predilecto de conversación, casi hasta el hastío. A sus 41 años, la mujer de ojos almendrados y largas uñas rojas, ya tenía resuelta la venta de su casa, que debía quedar lista una vez tuviera certeza de que recibiría la visa mexicana, desde donde podría cruzar la frontera. Pero esta opción quedó sepultada con la suspensión de la política denominada “Pies Secos, Pies Mojados” que les permitía a los cubanos que llegaran a suelo estadounidense de manera ilegal tener permiso de trabajo y ayudas financieras mientras tramitaban su residencia en el país.

La vida de Anaomí no es precaria dentro del promedio económico cubano. Tiene una casa propia donde vive con su hijo de 9 años y no padece escasez en sus necesidades básicas. El asunto es que durante los últimos años ha visto cómo sus amigas más cercanas apostaron por viajar aprovechando los beneficios de la particular política migratoria, y si bien ejercen oficios básicos, tienen una mejor remuneración que les permite acceder al estilo de vida que han soñado. “No quiero pasarme la vida buscando y contando pollos y huevos, que muchas veces no son suficientes para todo el mundo”, dijo en alguno de sus discursos monotemáticos, como se presenta en este relato publicado por la plataforma de periodismo latinoamericano CONNECTAS.

Las medidas del presidente Barack Obama como epílogo de su mandato, están acordes a los compromisos de normalización de las relaciones entre ambas naciones. Una de sus grandes apuestas de política hemisférica. Además de cerrar las puertas bajo la política de “Pies Secos, Pies Mojados”, también cierra el programa que estimulaba la migración de los médicos cubanos en condiciones especiales.

Tan sabido era que vendrían las medidas, que según el Homeland Security Department de Estados Unidos, durante el último año fiscal más de 41.500 cubanos entraron al país por la frontera sur, la cifra más alta en los últimos cinco años. Muchos argumentaron saber que el privilegio pronto se acabaría. De ahí que la sorpresa para los isleños no fuera la medida, sino lo imprevisto. Cientos, quizás miles, súbitamente se quedaron en el camino, en la incertidumbre de no tener destino ni recursos para regresar.


La noticia de la restricción migratoria rápidamente se propagó en la isla, en parte gracias a los nuevos puntos de acceso a internet en los parques, que es otra de las medidas que se ha tomado en el camino de la Normalización. Para sorpresa de un extranjero, dejaba en muchos casos a su paso más desconsuelo que la que dejó la muerte de Fidel. Así se vivió en el barrio Miramar en La Habana.

Mientras finalizaba el día, las nuevas condiciones se fueron esparciendo por las calles como un rumor que entristeció en diferentes tonos de azul los ánimos de los isleños. Esa noche, en un concierto en el Tun Tún de La Habana, el trovador Frank Delgado habló del fin del corazón de la Ley de Ajuste a un público todavía incrédulo, que esperaba al día siguiente con la esperanza de estar viviendo una pesadilla liviana. Pero no lo fue.

Para el gobierno cubano las condiciones migratorias que habían era uno de los principales focos de desestabilización interna. Desde que se implementó esta política en 1995 cientos de miles han migrado a Estados Unidos, muchos de ellos con los altos niveles de educación. Frenar esa fuga de capital humano es uno de los puntos a favor que se le concede al Régimen.

El 27 de diciembre de 2016, mientras el mundo entero se preparaba para recibir el año nuevo, Raúl Castro daba su último discurso del año frente a la Asamblea Nacional. En el, reconocía el decrecimiento en el producto interno bruto, y alentaba a los cubanos a superar los prejuicios creados durante años de adoctrinamiento socialista que crearon los temores sobre el capital foráneo, que hoy en día han complejizado la aceleración de la economía a través de la inversión extranjera. Castro señaló: “no vamos, ni iremos al capitalismo, pero no debemos ponerle trabas a lo que podemos hacer en el marco de las leyes vigentes”. Para esto necesita que la gente se quede en la isla. Sin embargo, los locales no lo ven tan fácil como su líder, pues se preguntan si no es al capitalismo, ¿hacia donde va Cuba? Y, ¿de qué se trata el cambio del que todo el mundo habla?

A mediados de enero baja la temperatura en La Habana. Es la época de los frentes fríos que modifican la vestimenta de los transeúntes callejeros y complica la salida a conversar en los balcones de los edificios. Durante una de esas tardes frescas se prepara el almuerzo en casa del padre de Anaomí – cerdo, congrí, huevos rebosados, ensalada de pepino, tomate y repollo, y yuca con mojo-. En su departamento familiar de Nuevo Vedado, un barrio clase media al norte de La Habana, el patriarca ya retirado, habla con actitud militar expresando su descontento con las intenciones que tenía su hija.

Aunque reciba una pensión que no llega a los 25 CUC (menos de 25 dólares), dice tener todo lo que necesita. “No hay que confundirse. Antes de la revolución había niveles de desigualdad más intensos que los que tenemos ahora. Mi familia era realmente pobre, pero además no tenían educación. Lo que pasó con nosotros es que todos pudimos ir a la universidad, y una vez nos das educación, nos das perspectiva, y esa perspectiva nos hace querer tener una vida que la situación económica del país no puede ofrecernos. Por eso muchos se quieren ir, aunque tengan suficiente para vivir acá”.

Bajo esa mirada, la nueva medida es un paso hacia adelante en la potenciación y fortalecimiento de la soberanía política y económica de Cuba, pero al preguntarle a varios cubanos sobre qué serían capaces de sacrificar para lograr tener la vida que quieren vivir sin salir de su país, las respuestas fueron diversas y discordantes.

Por un lado, hay quienes dicen que por mejorar la situación económica del país podrían sacrificar un poco de la seguridad de la que gozan en la isla de manera ejemplar, o tal vez abrir un poco la política de salud y educación a un escenario híbrido entre lo público y lo privado. Todas características bandera y orgullo nacional del gobierno de Fidel. Para otros es imposible contestar esta pregunta, porque para hacer un sacrificio las personas deberían ser capaces de decidir su destino y en un país que vive bajo un régimen totalitario, donde es ilegal hacer manifestaciones públicas y donde todavía hay censura a la libertad de expresión, lo que se está negociando, dicen, son los intereses de los mandatarios y no los del pueblo.

Para el emblemático actor cubano, Jorge Perugorría, famoso por sus roles en “Edipo Rey” y la reciente estrenada serie “Cuatro Estaciones” de Netflix, basadas en la obra de Leonardo Padura, no hay nada que sacrificar. Para él, los cubanos han pasado varios años sacrificando el bienestar individual por el colectivo y este es un momento para recuperar las libertades individuales que son necesarias para poder aportar a la sociedad.

Perugorría, locuaz y popular por donde va, que sigue conservando el espíritu joven de sus primeras apariciones públicas en los 90, habla sentado en una mesa del bar que lleva el nombre de la película que lo hizo famoso, “Fresa y Chocolate”, mientras le da vueltas al anillo en forma de carabela que lleva en el meñique.

“Cuba es diferente, la aspiración de los cubanos no es llegar a ser igual de los demás. Nosotros no queremos ser como México, ni como Colombia. Cuba tiene que cambiar – especialmente en su modelo económico- y lo está haciendo lentamente, pero esos cambios se parecen más a la social democracia que a lo que pasa en el resto de la región. Lo que nos han metido en la cabeza durante las últimas décadas lo tenemos tatuado. Aunque nos empecemos a entender como individuos, seguiremos siendo seres sociales”, señala con optimismo.

Es claro que mientras la isla termina de digerir el trastazo, las opiniones están divididas.

Cuba está cambiando, pero ese cambio no viene como esperan los que ven lo que pasa desde afuera, casi con ingenuidad. El reto es mejorar las condiciones de vida y derechos de los ciudadanos al interior de la Isla. Abrir la puerta al capitalismo sería una acción suicida para los avances sociales que ha vivido el país durante casi 60 años de Revolución. Los cubanos se siguen sintiendo vencedores. Paradójicamente se sienten orgullosos de no ser dependientes de la gran potencia mundial que es Estados Unidos, pero resienten los cambios y privilegios que se dan en la normalización de esas relaciones. A pesar de querer irse, o sufrir algunos padecimientos, agradecen ser de aquí y no de otra parte. Un país de contrastes en donde la canasta básica para una familia cuesta cuatro veces más que lo que recibe un pensionado; pero si te da un infarto, podrías recibir un trasplante inmediato de forma totalmente gratuita.

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*Esta crónica fue realizada por Teresita Goyeneche para CONNECTAS, y es republicada en El Espectador gracias a un acuerdo para distribución de contenidos. Para leer este artículo en CONNECTAS, siga este enlace.


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