21 de octubre 2015
Doña Lucinda Miranda se quedó sola en su casa de la Comunidad La Manzana, municipio de San Lucas, (Madriz), con su hija de 14 años. Hace tres semanas, su esposo se fue con uno de sus hijos mayores para trabajar en los cafetales de Jalapa. Dos semanas después, su otro hijo, Luis Javier, (23) se fue hacia El Salvador, abrumado por la amenaza del hambre.
Fue la única salida que encontró este núcleo familiar para hacer frente a los efectos de la sequía, que arrasó con las dos manzanas de maíz y frijoles que habían sembrado.
La sequía está agravando los niveles de pobreza de los campesinos del país. Sea en las comunidades de Madriz (norte) o Chinandega (occidente), esposos, madres, hijos y hermanas tienen que separarse de los suyos y emigrar para buscar cómo ayudar a mantener el hogar.
Maricela Méndez, (25), habitante de la Comunidad La Manzana, en San Lucas, explica que “ahorita hay mucha gente que sale para España, El Salvador, Honduras, porque ahí hay más comercio. Se van para mantener a sus hijos y a sus familias, que quedan muy afligidos, pero hay que hacerse corazón duro para irse y poder mantener a los hijos. ¡No hay de otra!”.
Su vecino, Sabino Reyes, destaca que “este lugar por naturaleza siempre ha sido así. Hay que viajar para poder mantener a la familia. La gente elige más El Salvador, porque es el lugar que está más cerca”.
Mario Hernández, líder juvenil de La Manzana, es uno de los pocos menores de 25 años que todavía quedan en esa comunidad. A sus 24 años, señala que “no queda otra que irse, porque aquí no hay más fuentes de trabajo. Aquí lo que a uno lo levanta es la agricultura, son las cosechas, y como no hubo pues incluso yo iba a migrar, pero me detuve por otros inconvenientes que tuvimos en mi familia, pero la mayoría de la gente de aquí sí migra”.
Una encuesta del Servicio Jesuita para Migrantes, de la Universidad Centroamericana, realizada entre 400 familias de ocho municipios del corredor seco, mostró que los problemas causados por el cambio climático y la sequía, aceleraron la fuga de hombres y mujeres de las zonas rurales del país, especialmente jóvenes y mujeres.
Lea Montes, Directora del Servicio Jesuita para Migrantes, señala que uno de los principales argumentos para explicar esa migración al extranjero es que “la población de esos municipios está vinculada al trabajo agrícola. La gente ya no puede seguir sembrando. La tierra ya no produce como antes, por la escasez de lluvia, y por el cambio climático”.
“Esta gente siembra para el autoconsumo de la familia, y para cubrir los gastos de la familia. Al no poder sembrar, una de las alternativas que les ha quedado es migrar”, explica.
Los estudios están mostrando una faceta aún más preocupante del fenómeno migratorio que afecta al país por más de tres décadas: está creciendo el número de jóvenes y de mujeres que deja su vida, su tierra y su familia, y se va al extranjero.
Emma Pelegrín, Investigadora del Servicio Jesuita para Migrantes, explica que “lo que se visualiza a diferencia de otras décadas, es que en la presente se está yendo la franja etaria más joven. Antes veíamos que se iban a partir de los 30, 35 a 40 años. Ahora que estamos acusando mayor perjuicio por el cambio climático: quienes más se van, tienen edades entre 20 a 29 años. También vemos un crecimiento en las edades de 15 a 19”.
El otro elemento a considerar es hacia dónde se están yendo. Si bien, Costa Rica sigue siendo con mucho, el destino preferido de estos migrantes forzados, está disminuyendo la cantidad de connacionales que se queda en la vecina del sur, mientras el número de los que elige Panamá sube 60.6% en apenas tres años. El Salvador, Estados Unidos y España también atraen a los migrantes nicas.
Las mujeres se van
No sólo eso. La investigadora Pellegrín dijo que en el estudio se detectó que en los últimos años se fueron más mujeres que hombres, lo que suena contradictorio tomando en cuenta que la agricultura está dominada por varones, y se supone que se van porque no pueden hacer producir la tierra para alimentar a sus familias.
“Como la tierra ya no produce suficiente para toda la familia, el hombre tiene que buscar otro medio de vida, pero lo que encuentra es bastante deficiente, son trabajos irregulares que no cubren las necesidades de la familia. Lo que antes daba la tierra ahora lo tienen que comprar. Eso obliga a nuevos integrantes de la familia a buscar cómo aportar, y empuja a la mujer a buscar nuevas alternativas. Esto está condicionado a la percepción -también real- de qué hay más trabajo para las mujeres fuera del país que dentro”, añadió.
La encuesta del Servicio Jesuita no es la única que hizo este hallazgo. Un estudio de la Red NicasMigrante, realizado a mediados del año, también confirma el dato.
“Cuando analizamos el fenómeno migratorio y quiénes eran los que habían salido de los hogares, este año, no los años anteriores, las familias señalaron que eran los hijos e hijas, es decir, el primer rango de salida son los hijos e hijas, varones y mujeres, más mujeres que varones”, explica Martha Cranshaw, de la Red Nicasmigrante.
“Este es un fenómeno que nos demuestra que en momentos de crisis, quien sale es la juventud porque tiene mejores oportunidades de insertarse en el mercado laboral fuera del país. Los hogares expulsan a las personas que pueden competir de mejor manera en el mercado laboral fuera del país”, aclaró.
En la comarca La Manzana, doña Lucinda contempla amargamente el retrato de su hijo, Luis Javier, al que por ahora solo se conforma con oír por teléfono. “Tenemos fe en Dios de que en la postrera tengamos algo, un poquito de cosecha”, confiesa. Con respecto a su hijo, “espero que venga al cumplir un mes, porque tengo a mi hija estudiando, y usted sabe que el pan de todos los días no le tiene que fallar”.
¿Chinandega? Igual
La situación no es muy distinta en los municipios de Santo Tomás y Cinco Pinos, situados a 90 kilómetros al norte de Chinandega, donde la sequía también barrió los cultivos.
Laura Estela Trujillo, de la Comunidad Vado Ancho, en Santo Tomás, (Chinandega), narra que “aquí está feo. Sólo estamos medio pasando, y por eso mucha gente ha despachado a los hijos... Cuando aquí no hay cómo hacer -porque lo único que tenemos son los cultivos para pasar- entonces se tiene que mandar a los hijos a otro lado para sobrevivir”.
Ángela Arce, (69), de la Comunidad El Carrizal, en Cinco Pinos, (Chinandega), ha visto irse dos veces a uno de sus hijos. El hombre migró primero hacia El Salvador, pero volvió en menos de una semana, luego de ser amenazado por mareros que le ofrecieron enviarlo “embolsado” de regreso a Nicaragua.
La alternativa entonces fue marcharse hacia Costa Rica, adonde se fue en julio, con la intención de trabajar seis meses. “En julio se fue y ya me habló. Me dijo que estaba cortando café. Que me iba a mandar dinero dentro de 15 días, y yo tengo la esperanza que me lo va a mandar”, aseguró.
El panorama es igual de desalentador en El Viejo. Sobre la carretera hacia El Congo, Martha Rodríguez se quedó sola con su madre. El marido y los hijos perdieron los cultivos y se fueron a Costa Rica.
“Como no llovió, no sembró. El monte se le puso ya grande. Él me dijo: aquí no hay nada más que hacer. Yo me voy. Aquí te quedas vos, porque aquí no hacemos nada. Estamos viéndonos las caras unos con otros, pereciendo. Es que no tenemos para una libra de arroz, no tenemos para aceite, y cómo hace uno aquí para darle de comer a los chiquitos, si aquí no hay trabajo”, lamentó.