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Ortega perderá otro voto en la OEA

FMLN sacó un millón de votos menos que su antiguo militante, que supo desmarcar a tiempo de las viejas etiquetas de ‘izquierda’ y ‘derecha’

The former mayor of San Salvador

Iván Olivares

5 de febrero 2019

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El Salvador se pintó de celeste la noche en que decidió dejar atrás el bipartidismo, siguiendo una ola que de forma paulatina se ha venido manifestando en la región desde las elecciones presidenciales de Costa Rica en 2002. La elección de Nayib Bukele, que en junio será el presidente más joven que haya tenido esta nación, también confirma que América Latina continúa dando la espalda al discurso de izquierda, y que gobiernos como el del Frente Sandinista se están quedando solos.

Estamos haciendo historia, y pasando la página de la posguerra”, dijo al proclamarse ganador en un salón del lujoso hotel Sheraton, en referencia al hecho que el país ha sido gobernado durante los últimos 30 años por las dos organizaciones políticas que se enfrentaron en el copiosamente sangriento conflicto que enfrentó al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), con la Alianza Republicana Nacionalista (Arena) en los años 80.

La extrema izquierda matándose con la extrema derecha, con el resultado de 80,000 muertos en una guerra civil circunscrita en el contexto de la Guerra Fría.

Quizás el pecado de los dos partidos perdedores (Arena obtuvo el 31.8% de los votos, o sea, 550,000 menos que el ganador, mientras el FMLN se hundía a más de un millón de votos de distancia de Bukele, su antiguo militante), fue tratar de convencer al electorado de que eran capaces de cambiar, pero sin dejar de ser ellos mismos.


Mientras los altavoces de la campaña de Arena seguían sonando los viejos himnos de la época en que su meta era acabar con los guerrilleros (uno de ellos dice “tiemblen, comunistas”), y los seguidores del FMLN oyen música de los Mejía Godoy o de los Guaraguao, los partidarios de Bukele se ambientan con ritmos que la gente de los años 80 difícilmente catalogará como música, pero que sí entusiasmó a los jóvenes.

Fue, también, la campaña de lo digital contra lo analógico: mientras los partidos tradicionales basaban su fuerza en un poderoso tendido electoral capaz de movilizar a miles de sus simpatizantes y de tener presencia en todas las juntas receptoras de votos, el ganador confiaba en la penetración de las redes sociales con 1.5 millones de seguidores en Facebook, y otros 521,000 más en Twitter.

En lo que quizás sea un guiño a esa generación joven, el primer acto público de Bukele fue hacerse un selfie con la multitud de periodistas y seguidores que le acompañó al ofrecer sus primeras declaraciones en el Sheraton.

Más allá de las estrategias de campaña, y el manejo de la imagen de cada candidato, hay algo que parece haber cambiado en El Salvador, y es el discurso catastrofista con el que los presidenciables trataban de marcar a sus contrincantes.

“En esta campaña ya no se oyó a los candidatos decir que si ganaba el otro, el país se iría a la deriva, confiscarían las empresas, volvería la guerra y se destruiría la economía. Esta vez se centraron en sus planes de campaña, aunque se señalara que algunos de ellos habían sido copiados o no identificaran las fuentes de recursos”, señaló un mediano empresario del sector textil que votó por primera vez en estos comicios, y que solo quiso identificarse como Gerson.

Con todo, el sistema fue incapaz de alejar al fantasma de las abstenciones pasadas, como lo muestra el dato oficial del Tribunal Supremo de Elecciones: solo un poco más del 51% de los ciudadanos aptos para votar hizo uso de su derecho al voto, lo que implica que alrededor de 2.5 millones de ciudadanos se quedaron en casa.

El resultado fue que la fórmula victoriosa alcanzó la primera magistratura salvadoreña con poco menos de 1.4 millones de votos. El resultado más bajo de los últimos quince años.

Las tareas del presidente

Terminada la campaña, el presidente electo deberá darse a la tarea de elegir a su gabinete, de donde ya excluyó expresamente a cualquier miembro de la cúpula de GANA, el partido que le sirvió de plataforma legal para asaltar el poder.

Además de los temas tradicionales de combatir la pobreza, generar confianza en el sector privado (que lamenta como nadie los ataques sufridos a lo largo de una década de gobierno del FMLN), este país se enfrenta al flagelo de la violencia organizada que amenaza con romper la confianza de los ciudadanos en la idea de la convivencia pacífica.

Una parte de la esperanza de que la sociedad se imponga sobre las maras (o que el Estado resuelva el problema… por las buenas o por las malas), recae sobre el abogado Raúl Melara, recién instalado como fiscal general de la República, el que aclara de entrada que no se trata de una guerra que su oficina pueda ganar por sí sola.

“La lucha en contra de la delincuencia no es solo de esta Fiscalía, sino también de los gobiernos locales, del gobierno central y de las diversas expresiones de la sociedad, sin olvidar que hay que respetar el debido proceso y la presunción de inocencia, porque muchas veces parece que eso se olvida”, dijo en referencia al reclamo ciudadano por aplicar la mano más dura posible en contra de quienes delinquen, o solo son sospechosos de haberlo hecho.

En todo caso, Bukele tiene ante sí un obstáculo imponente: su partido, GANA –el mismo que él desdeñó al asegurar que no los integraría en su gabinete y que, de hecho, tampoco le acompañó a celebrar la derrota- solo tiene diez de los 84 curules ante la Asamblea Legislativa salvadoreña.

Aunque nadie tiene los 43 diputados que le darían la mayoría, Arena es el que más se acerca, con 37, mientras el FMLN solo suma 23 representantes, y los 14 restantes se reparten en cuatro partidos más pequeños, atomización que generalmente abona a la polarización, y que obligará al electo a aplicar un esquema de alianzas que puede tener altos costos políticos entre el electorado.

Y si bien la política exterior no entra en la lista de problemas urgentes a enfrentar, Félix Ulloa, que es desde este domingo el vicepresidente electo de El Salvador, prometió cumplir “los dictados y principios de la Carta Democrática [Interamericana de la OEA]”, y que el nuevo gobierno está comprometido “con los valores de los derechos humanos y la democracia”, aclarando, ante las preguntas de los periodistas, que ya estudiarán las acusaciones de crímenes de guerra “cuando lleguemos a la presidencia”.

Antes, Bukele había hecho varias referencias a la tragedia nicaragüense, tanto en Twitter, como en entrevistas televisadas, en donde aseguró que “cinco muertos sería inaceptable, ya no se diga cientos”.

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Iván Olivares

Iván Olivares

Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Durante más de veinte años se ha desempeñado en CONFIDENCIAL como periodista de Economía. Antes trabajó en el semanario La Crónica, el diario La Prensa y El Nuevo Diario. Además, ha publicado en el Diario de Hoy, de El Salvador. Ha ganado en dos ocasiones el Premio a la Excelencia en Periodismo Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, en Nicaragua.

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