Túnez.- En los múltiples cafés que jalonan las calles de Cité Etadem, uno de los barrios salafistas por excelencia del norte de la capital de Túnez, casi nadie quiere hoy hablar de los atentados que anoche sembraron el horror en París y que de momento han causado 127 muertos y centenares de heridos.
Los parroquianos, en su mayoría jóvenes de aspecto occidental, fuman con parsimonia y observan con desgana las noticias y los debates sobre la masacre que se suceden sin interrupción en canales de difusión mundial como "Al Yazira".
"Yo en particular no comparto el uso de la violencia", asegura Mujtar, un joven de unos 25 años electricista de profesión pero en la actualidad sin oficio fijo, una vez que supera la desconfianza que le supone un europeo en su barrio. "Pero estoy de acuerdo en que están atacando el islam y que los musulmanes debemos defender nuestra religión, que es la única y verdadera. Esto es una guerra y vamos a ganarla", recalca desafiante.
Según los servicios de Inteligencia de Túnez, de esta empobrecida barriada han salido muchos de los más de 5.000 tunecinos que se calcula han viajado en los últimos años a Siria para sumarse al grupo yihadista Estado Islámico, que ya ha asumido la autoría de los atentados de París. Y en sus precarias casas, frías en invierno y tórridas en verano, saben que habitan algunos de los cientos -a veces familias enteras- que en los últimos dos años han regresado a través de esa especie de puente aéreo del radicalismo que son los vuelos a Turquía.
Los más peligrosos, aquellos que se considera pueden constituir una amenaza inmediata, son encarcelados, pero el resto quedan libres, como mucho con la obligación de fichar de forma regular en las comisarías. No hay espacio en las prisiones ni personal suficiente para tenerlos bajo vigilancia. Aún así, solo en los últimos dos meses la Policía tunecina ha arrestado a casi un centenar de supuestos yihadistas y desarticulado una veintena de presuntas células de reclutamiento y planificación terrorista en todo el país.
"El yihadismo es un problema intrínsecamente ligado a nosotros, está en la sociedad tunecina desde la década de los ochenta", explica el periodista Yedi Yahmed, autor de un reciente y prolijo libro sobre el islam violento en Túnez. Yahmed vincula su origen a la dictadura del derrocado Zinedin el Abedin Ben Ali (1987-2011), a la falta de educación y oportunidades, más que a la pobreza y abandono que se evidencia en las calles de barrios como Cité Etedam.
"La mayoría de los jóvenes no tiene mucho que hacer después de la escuela, así que terminan en las mezquitas, donde se les enseña un islam diferente", explica sobre un mal que afirma se reproduce en el resto de países musulmanes. Y también lo vincula con los efectos de la revolución de 2011 en Túnez, la llamada "primavera del Jazmín", origen del resto de revueltas árabes. No solo porque durante el alzamiento se abrieran las puertas de las cárceles y salieran en tromba los miles de radicales que Ben Ali mantenía en la cárcel, sino también por la sensación que tienen muchos de que en realidad nada ha cambiado.
Más al sur, en la carretera que lleva a las fincas rurales que rodean el aeropuerto de la capital, Samia, una mujer de clase alta que regenta un restaurante, tiene una teoría complementaria. "Es un problema político. Un problema relacionado con las políticas que Occidente ha aplicado en los países árabes. Nosotros no somos más que marionetas de un gran teatro", afirma. "Ya no vamos a poder estar tranquilos en ningún lado. Matar a un presidente, a un político no crea terror. El terror lo crea atacar a cualquiera, que cualquiera puede ser víctima. No sé cuál va a ser el futuro", se pregunta con pesadumbre.
Samia, que suele viajar a París por negocios, pone también el acento en la desconfianza que se ha extendido en las dos orillas del Mediterráneo. "Los tunecinos nos sentimos incómodos en Francia, tanto los que viven allí como los que los visitamos. Hay ciertas miradas. Y aquí tampoco se ve a los extranjeros como antes", insiste Samia, que como muchos tunecinos se siente hoy más cerca de Francia por los atentados similares que este año sacudieron su país.
De regreso al centro de la ciudad, la capital tunecina parece en estado de sitio con decenas de policías fuertemente armados en las rotondas, patrullas a pie y puestos de control en las principales rutas. Ahmed, un pequeño empresario que regenta un comercio de ropa en la famosa avenida Habib Bourguiba, lo considera oportuno: "ha sido una catástrofe", dice respecto a la matanza en París. "Por desgracia demuestra que se necesita más seguridad. La gente debe mentalizarse de que es problema creciente que se va a prolongar", afirma.
En su inmediaciones, Duali Embarki, responsable de Finanzas del comité central de la UGTT, principal sindicato tunecino, sentencia con una frase. "Es terrible, pero de verdad Francia se creía que iba a soltar bombas en Siria y en otros países y no iba a pagar por ello", concluye.