Ciudad de México.- Los campanarios de la catedral de México se colorearon con el dorado de los últimos rayos del sol, cuando el zócalo de esta ciudad aclamaba la llegada del presidente Manuel Andrés López Obrador, quien tras ser investido la mañana de este sábado se dirigiría a una población expectante frente a las promesas de un nuevo Gobierno que asume su mandato bajo la premisa de terminar con la corrupción en el país más importante de la América que habla español.
Citlali, una indígena que vino a esta enorme plaza a escuchar al nuevo presidente, miraba maravillada el prodigio de los colores dorados sobre el templo, que realzaban la hermosura de una construcción que se levantó sobre la sangre y el pasado indígena de este país de cultura ancestral. Ella, ataviada para esta ocasión con una tradicional blusa blanca y con el cabello cano amarrado en una enorme trenza, bebía sorbitos de licor para hacer menos cansada la espera. “¡Salud, que estamos de fiesta!”, brinda, mientras alza la pequeña copa de barro hacia el cielo.
Decenas de miles de mexicanos se reunieron la tarde del sábado en el zócalo, en el corazón de esta enorme ciudad, para saludar al hombre que había intentado desde hacía mucho tiempo convertirse en presidente de México. Aquí había muchos indígenas, pero también jóvenes universitarios que vestían camisetas con el rostro del político de MORENA, el movimiento de izquierda que lo llevó al poder. Las parejas se abrazan entre una multitud que a veces hacía sofocante la permanencia en la plaza, donde, además, se mezclan toda clase de olores, desde el dulzón del mezcal que se bebe a escondida, hasta el ácido de las frutas bañadas de chile. “¡Salud!”, repite Citlali y sus compañeras indígenas ríen con timidez.
La mujer explica que para ella es un momento importante, que ha esperado desde hacía tiempo. Considera que López Obrador es una especie de redentor de las comunidades indígenas de este país, sometidas al olvido, la miseria y un profundo racismo. Citlali considera una reivindicación el hecho de que AMLO decidiera someterse desde el inicio de la ceremonia a los rituales ancestrales para purificarlo a él y a su Gobierno, tanto que la mujer decidió seguir paso a paso los rituales desde la plaza. Y no satisfecha, conminó al periodista extranjero que escribe estas líneas a imitarla.
Así, cuando desde la tarima principal se ordena el saludo al sol, Citlali tomó mi mano, pidió que la ahuecara un poco y recibiera la energía que venía del astro, en una plaza ya purificada y ansiosa de un cambio real, tras la larga historia de corrupción, pobreza, desigualdad y brutalidad que han vivido los mexicanos. “¡Ometéotl!” “¡Ometéotl!”, gritaba la pequeña mujer ––tan frágil como los globos blancos que inundaban el cielo mexicano––, en referencia al dios dual, hermafrodita, que representa la creación de todo. “¿Sabe usted? No tengo ni idea de cuándo me van a dejar gritar otra vez Ometéotl aquí en el zócalo”, dice Citlali, que celebra este día como una victoria personal.
La ceremonia comienza con la purificación de López Obrador por indígenas, quienes le entregaron el bastón de los pueblos que heredaron su pasado cultural ancestral, en una muestra de confianza y esperanza hacia el nuevo presidente. Cuando comenzó su discurso bajo un baño de masas, el político dijo que mantenía su compromiso de campaña de apoyar y sacar de la pobreza a las etnias que han sufrido por siglos. “Reafirmo mi compromiso de no mentir, no robar y no traicionar al pueblo mexicano”, dijo. Citlali, extasiada, sentencia con seriedad: “Que las palabras de su boca sean veraces”.
López Obrador lo prometió todo a los mexicanos. Durante su largo discurso dijo que invertiría decenas de millones de dólares para becar a jóvenes de escasos recursos que quieren continuar estudiando, a 300 mil estudiantes universitarios, que el Estado otorgaría 120 mil millones de pesos mexicanos para las pensiones de ancianos, que reactivará la agricultura para generar empleos, que llevaría infraestructura a lugares olvidados por el Estado, que pagaría mejor a los maestros, que instauraría una sanidad pública como la de Canadá o los países nórdicos, que modernizaría la industria pesquera, que reactivaría la petrolera, que bajaría los precios de los combustibles, que establecería un cambio tecnológico, que promovería la cultura, que protegería el patrimonio cultural del país… Y la gente lo aclama. Citlali está extasiada, como poseída, sin importarle que cuando las expectativas son tan altas, la decepción, sino se cumplen las promesas, es enorme.
Esta tarde, sin embargo, millones de mexicanos se aferran a la esperanza. Después de décadas de violencia, de una guerra sangrienta entre el Estado y el narco, de episodios terribles como la matanza de Ayotzinapa, de corrupción desmedida desde la misma casa presidencial de tiempos de Enrique Peña Nieto, este primero de diciembre podían soñar con el cambio. López Obrador les pidió paciencia. Una pareja de Querétaro, que viajó para escucharlo, dijo que estaba dispuesta a tener esa paciencia. Total, afirmaron, “tras lo que hemos vivido más bajo no podemos caer”.
Para Citlali no es momento de malos augurios ni de cautela. Ella vive su propia revolución, una revolución pacífica, ganada con los votos, con la que espera que otro México renazca de las ruinas de los anteriores gobiernos del PRI, del PAN y del PRI nuevamente. “Estamos de fiesta”, repite sonriente la mujer. “¡Sí se pudo! ¡Sí se pudo!”, grita con el puño en alto. La noche de sábado prometía ser una noche de jolgorio en México. La gente sonreía, bailaba, muchos se refugiaban en bares cercanos al zócalo y otros prometían verse más tarde en la Plaza Garibaldi, epicentro de la tradición ranchera, de juerga de mezcal y tequila de esta ciudad inmensa y maravillosa. Citlali quiere seguir su fiesta. Pero antes tomó de las manos al periodista extranjero y lo llenó de energía. “Por Ometéotl”, dijo. Por Ometéotl.