27 de marzo 2022
La última vez que Pedro Manzanares Obregón, de 35 años, vio con vida a su esposa Clorinda Alarcón Urbina, de 20 años, ella protegía a la hija de ambos de los embates de decenas de migrantes que desesperados intentaban salir de un contenedor cerrado y abandonado por unos “coyotes” —traficantes de personas—, que presumiblemente los llevarían a la frontera de México con Estados Unidos.
La joven nicaragüense estaba embarazada de 33 semanas. De acuerdo con el Instituto Nacional de Migración (INM) de México, Alarcón fue hospitalizada, el sábado 5 de marzo, “con un embarazo al que se diagnosticó muerte fetal”. Al día siguiente, ella falleció por síndrome de disfunción multiorgánica. Los medios mexicanos publicaron que la migrante fue atendida por distintas lesiones, ya que durante el escape del contenedor “fue aplastada por sus compañeros en la desesperación por salir a tomar aire”.
Alarcón es la primera migrante nicaragüense que muere tras ser abandonada por unos “coyotes” en el interior de un contenedor. Ella viajaba en compañía de su esposo, una hija de tres años, un hermano —de 23 años—, una cuñada —de 24 años— y su pequeño hijo de dos años.
Los seis nicaragüenses fueron abandonados a orillas de una carretera en una zona desértica de la ciudad mexicana de Monclova, en el estado de Coahuila, al noreste de México, cerca de la frontera con Estados Unidos.
El contenedor llevaba otros 250 migrantes, según las autoridades mexicanas. Todos viajaron por más de 30 horas hacinados, con poca ventilación, sin agua ni alimentos.
“(Los “coyotes”) no nos dieron nada (de comer o beber), nosotros llevábamos unas pachitas de agua y unos juguitos, que eran para la niña. Esas pachitas de agua teníamos que hacerlas durar todo el día, esa era la comida. No hay permiso de bajarse hasta llegar al destino que va”, relató Manzanares.
“Veía (a los otros migrantes) que exprimían las camisas en las manos para beberse el sudor, porque ya no aguantaban (la sed). Querían mojarse la garganta con lo que fuera. La saliva era oro, uno deseaba que fuera ralita para tragársela y mojarse la garganta”, agregó.
Dos coyotes en el interior
Los coyotes dividieron a los migrantes en dos grupos: los varones viajaban al fondo del contenedor, mientras las mujeres y niños más cerca de la puerta, por donde era la salida del aire acondicionado.
La familia de nicaragüenses abordó el contenedor en Ciudad de México, bajo la promesa de que los llevarían hasta Piedras Negras, una ciudad fronteriza del noreste de México, en el estado de Coahuila.
Entre Ciudad de México y Piedras Negras hay una distancia de 1257 kilómetros, que en vehículo se recorren entre 16 o 17 horas, pero el furgón se tardó más del doble.
En el interior del contenedor viajaban dos de los “coyotes” o “guías”, quienes ejercían de vigilantes de los migrantes.
“(En el camino) ellos se iban parando. Pasábamos de tres a cuatro horas estacionados, nos decían que había un retén y que teníamos que estar calladitos. Lo hacían para hacernos sufrir”, comentó Manzanares.
“Luego, más adelante, apagaban el aire acondicionado. Cuando les reclamamos, nos decían que nos callaramos, y si alguien hablaba le tomaban foto y le decían que lo iban a reportar con la mafia”, agregó.
Saturnino Alarcón, hermano de Clorinda, confirmó que ambos “guías” mantuvieron intimidados a los migrantes, bajo la amenaza de entregarlos a la “mafia”. “Todo el mundo estaba humillado, nadie decía nada. Si alguien se paraba, gritaba o decía algo, ahí nomás ellos lo amenazaban”.
“Nos estamos ahogando”
En un punto del camino, el furgón se detuvo, apagaron el aire acondicionado del interior del contenedor, y el cabezal se despegó del vagón. Sin dar ninguna explicación, los dos “coyotes” que iban dentro del contenedor se salieron y encerraron a los migrantes.
“Ya nadie aguantaba cuando ellos (los coyotes) salieron del trailer. Era un montón de gente desmayada, niños, mujeres, varones; ellos nos miraron más muertos que vivos, por eso decidieron salirse”, subrayó el esposo de Clorinda.
El INM confirmó en un comunicado que en el interior del contenedor había una sensación térmica de unos 40 grados centígrados.
Encerrados en el trailer, los migrantes comenzaron a preocuparse y estalló la histeria. Lanzaron gritos de auxilio para que los dejaran salir, pero no hubo respuesta.
En un video que ha circulado en las redes sociales —tomado en el interior del contenedor— se observa a un grupo de hombres con el torso desnudo y bañados en sudor. “Nos estamos ahogando. Estamos metidos en un container. Son las dos de la tarde. Casi cuatrocientas personas. No tenemos aire, no tenemos oxígeno. Guardemos la calma”, se escucha a los migrantes en el video.
Manzanares explicó que los migrantes comenzaron a golpear las puertas y paredes del contenedor, y que en un momento lograron abrir un pequeño espacio en la parte de arriba de las puertas, por donde sacaron a un “chavalo delgadito” que abrió el vagón.
Le ve por última vez
“Mi idea era rescatar a mi doña y decirle: ‘Amor hágase a un lado para que salga toda la gente cuando abran la puerta y nosotros salirnos de último’. Iba avanzando hacia la puerta, la vi a ella y le hice de seña para saber cómo se sentía. Ella solo me quedó mirando y me hizo (de seña) como que se sentía mal; la miré como pálida a la pobrecita”, narró Pedro.
“Cuando iba llegando —prosiguió— la gente me agarró de la camisa y nos fuimos todititos para atrás y después para adelante. Cuando abrieron la puerta me botaron, todos me pasaron encima”.
Saturnino intentó llegar también hasta donde Clorinda, pero al igual que Pedro los otros migrantes lo botaron y pasaron por encima. “Desde que nos dejaron abandonados busqué cómo ayudar a mi hermana y su niña, pero los otros iban luchando por salir, y fue difícil ayudarla”.
Pedro cayó semiinconsciente desde el contenedor y rodó hasta un arenal del desierto a orillas de la carretera. Cuando se pudo reincorporar corrió a buscar a su esposa, pero Clorinda estaba desmayada. Sin embargo, se alegró al ver que su pequeña hija estaba fuera del contenedor junto a Saturnino.
“Ella (Clorinda) protegió (a la niña), quizás ya en los últimos momentos ella estaba sin respiración y se estaba asfixiando, pero la niña sí quedó con un poco de respiración y logró salir a la puerta”, describió el esposo y padre.
“Un amigo me dijo que (la niña) había rebotado y que estaba encima de otra gente. Él la agarró de la manito y la puso en el pavimento, donde la agarró mi cuñado”, subrayó.
25 200 dólares por todos
Los traficantes abandonaron a Clorinda, su familia y demás migrantes a unos 236 kilómetros del punto prometido: Piedras Negras.
Este pueblo mexicano está a orillas del río Bravo, frente a la ciudad estadounidense de Eagle Pass, Texas, en cuyo puesto fronterizo pretendían entregarse los nicaragüenses.
Los coyotes cobraron 4200 dólares por cada uno, en total la familia de Clorinda pagó 25 200 dólares para que los trasladaran desde Managua hasta Piedras Negras. Este dinero lo entregaron al llegar a Guatemala.
Los seis salieron de Managua el sábado 19 de febrero, y cuatro días después llegaron a la ciudad mexicana de Villahermosa, capital del Estado de Tabasco, fronterizo con Guatemala. El trayecto de Centroamérica lo hicieron legalmente con la cédula y en un autobús que salió desde la capital nicaragüense.
En México, los “coyotes” mantuvieron a los migrantes nicaragüenses escondidos en unos grandes depósitos abandonados, donde les daban pocos alimentos y bebidas.
Desde el 23 de febrero hasta el 4 de marzo, los tuvieron en Villahermosa y en la capital mexicana, Ciudad de México. El contenedor que los llevaría a su fatídico destino lo abordaron la madrugada del 4 de marzo.
“De Villahermosa a Ciudad de México nos movieron en trailer, pero en las cabinas o camarotes, una cosa que ellos hacen ahí adentro. Se viaja rendido, pero no se arriesga la vida uno”, comentó Saturnino.
“Buscar una mejor vida”
La familia de migrantes nicaragüenses es originaria de Ocote Tuma, una empobrecida comunidad del municipio de Waslala, una de las entradas a la Reserva de Biosfera Bosawás.
La comunidad es de difícil acceso. Entre Ocote Tuma y Waslala hay una distancia de unos 20 kilómetros, pero los caminos pedregosos y grandes pendientes hacen que el recorrido, en vehículo 4x4, dure más de una hora.
La comunidad tiene escasa actividad comercial y los habitantes se dedican principalmente a labores agrícolas.
“Ella (Clorinda) me dijo: ‘Nosotros no vamos a quedarnos allá (en EE. UU.), nosotros vamos a regresar, quizás podamos traer un fondito —ahorros—, entonces vamos a salir adelante, para el niño y la niña”, dijo Clorinda Urbina Loza, mamá de la migrante fallecida.
El flujo de nicaragüenses hacia Estados Unidos ha crecido anualmente desde la crisis socioeconómica de 2018. Datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) revelan que, entre enero y febrero de 2022, detuvieron al menos a 24 992 nicaragüenses.
En 2021, la CBP reportó la detención de 87 530 nicaragüenses, siendo diciembre el mes con más detenciones: 15 338.
Este incremento de la migración va aparejado con una adaptación en los métodos que usan los coyotes y los peligros que representan para los migrantes.
A mediados de febrero pasado, unos 59 centroamericanos, entre ellos nicaragüenses, fueron hallados en compartimentos que simulaban contenedores de agua secos colocados en un vehículo de carga.
A finales de enero pasado, unos 65 migrantes, entre ellos 41 nicaragüenses, fueron rescatados cuando viajaban hacinados en un contenedor en el norteño estado de Coahuila.
Para la misma fecha, Migración de México descubrió a 28 migrantes nicaragüenses que viajaban hacinados en una ambulancia pirata. Fueron detenidos en la ciudad de Jalapa del Marqués, en el estado sureño de Oaxaca. “Nosotros teníamos en cuenta esos riesgos, pero tenemos amistades que se han ido y han pasado, por eso decidimos arriesgarnos”, dijo Saturnino.
“Vendieron todo”
El cuerpo de Clorinda y su bebé fueron repatriados a Nicaragua el pasado miércoles 16 de marzo, y enterrados al día siguiente.
Para los gastos de repatriación, los deudos contaron con el apoyo de dos funerarias mexicanas y el INM. A los tres adultos sobrevivientes, la Migración mexicana les ofreció una visa humanitaria, válida por un año, con la que podían trabajar y moverse legalmente por todo México. Sin embargo, los nicaragüenses decidieron volver al país, donde ahora viven posando en casas de familiares, ya que vendieron todas sus pertenencias para buscar el sueño americano.
“Tuve que vender todo lo que tenía con la idea de hacer algo más, pero a veces te va mal y no hacés nada”, opinó Saturnino, quien añadió: “Tenía un terrenito y lo empeñé, ahora tengo que entregarlo. Perdí todo”.
En el caso de Clorinda y su esposo, Pedro detalló que vendieron una vivienda en la comunidad El Hormiguero, en Siuna, además de todos los muebles y enseres que poseían. “Quizás uno cree que va hacer más, pero hace menos. Ni modo, contra la voluntad de Dios no se puede hacer nada”.