29 de junio 2022
Cada 28 de junio se conmemora a nivel mundial el Día del Orgullo LGBTIQA+. Durante todo el mes se llevan a cabo marchas, protestas y actividades en distintas partes del mundo en las que se visibilizan las luchas y demandas de esta población históricamente vulnerada.
En Nicaragua no hubo marcha ni celebración por parte de la sociedad civil organizada, ya que desde 2018 en Nicaragua existe un estado policial que impide cualquier manifestación ciudadana, excepto aquellas organizadas por el régimen Ortega Murillo que, además, ha coartado todas las libertades cívicas.
En San José, Costa Rica, cientos de miles de personas salieron a las calles el domingo 26 de junio para conmemorar el Día del Orgullo, después de dos años en que las actividades masivas estuvieron suspendidas debido a la pandemia.
A la colorida marcha se sumó un bloque de personas exiliadas y solicitantes de refugio nicaragüenses que pertenecen a esta población. Las participantes visibilizaron sus demandas hacia al Estado costarricense y alzaron sus voces por la población diversa que vive en Nicaragua y se le impide marchar.
“Nosotros marchamos aquí porque no podemos en nuestro país y eso nos duele, pero siempre vamos a ser esa voz de las personas que las tienen secuestradas y tienen la libertad de expresión secuestrada y aquí, desde nuestro orgullo y lo que representa cada una de nuestras letras, vamos a decir que Nicaragua también es diversa”, manifiesta Jacob Ellis, un hombre trans no binaria que se exilió en Costa Rica a raíz de su involucramiento en las protestas de 2018 en Nicaragua.
Organizaciones nicaragüenses como la Mesa de Articulación LGBTIQA+ en el Exilio Costa Rica (MESART) y Voces Diversas se hicieron presentes con pancartas. “En el marco de la conmemoración del Día del Orgullo LGBTIQA+, dejamos las redes para tomarnos las calles como ese espacio público para posicionar y visibilizar las demandas y esos vacíos en materia de derechos humanos específicos para nuestra población” , indica Yasuri Potoy Ortiz, coordinadora de MESART.
Aunque en los últimos cinco años Costa Rica ha logrado reivindicar importantes derechos en pro de la población LGBTIQA+, incluyendo a la migrante, el acceso a estos derechos se ha visto limitado, especialmente para la población solicitante de refugio, explica Potoy Ortiz. “Hay grandes avances en materia de disposiciones legales, pero tristemente nos encontramos con una realidad, que es la práctica. Pasar de las disposiciones escritas en papeles a esa sociedad que normalice los derechos de todas las personas es uno de los grandes retos”, recalca.
“Ser trans es siempre cargar con una mochila”
Dentro de las decenas de miles de nicaragüenses que han huido por la persecución política en su país de origen y que han llegado al vecino Costa Rica, hay personas trans como Dámaso, Jacob y Yasuri, que reflexionan sobre cómo eran sus vidas en Nicaragua y cuáles son los avances y retos desde el exilio.
“Existir en estas sociedades centroamericanas se vuelve complejo solo con el hecho de ser una persona trans”, describe Dámaso Vargas, quien tiene 29 años y desde hace 15 trabaja como activista en pro de los derechos de las mujeres y las personas LGBTIQA+.
Se exilió en marzo de 2019 y se encuentra como solicitante de refugio en el país. “Ser trans es siempre cargar con una mochila, o sea, siempre cargas con las miradas de las y los otros- describe- aquí en Costa Rica es un poquito diferente, porque no lo llevan más allá, como en Nicaragua. Allá te gritaban cosas, había gente que era capaz de tirarte cosas. Y luego están los hombres acosadores, que de repente te interceptan en la acera donde vas caminando y entras en pánico porque no sabes qué hacer, porque corres el peligro de que te golpeen”, recuerda Vargas.
En Nicaragua “hay muchos vacíos en materia de derechos humanos”, expone Potoy Ortiz, haciendo referencia a la despreocupación por parte del Estado nicaragüense en materia de derechos LGBTIQA+. “Nos cercenan los derechos y nos hacen vivir en una sociedad excluyente, que margina y que nos deja solo obstáculos, los cuales las personas LGBTIQA+ hemos tenido que transformarlos en oportunidades”, agrega.
Para Ellis tampoco ha sido fácil. Es una persona trans no binaria originaria de la Costa Caribe Sur nicaragüense. “Desde pequeño pedían que me llamaran ‘liki boy’ que en creole significa ‘chavalito’. Aquí en Costa Rica me llaman Jacob y me gusta, lo honro y reivindico, pero no dejo de sentir discriminación por ser negro, nicaragüense y diverso”, expresa.
El reconocimiento de la identidad como derecho fundamental
Dámaso, Yasuri y Jacob piden no solo ser llamados por su nombre, sino también reconocidos como sujetos de derechos. Las tres personas trans han sido activistas desde hace más de diez años y, aún en el exilio, continúan luchando por que se garanticen los derechos humanos para las personas LGBTIQA+.
En diciembre de 2018, en Costa Rica se aprobó el reconocimiento de la identidad de género para la población trans en el DIMEX (Documento de Identidad Migratorio para Extranjeros), lo que permite que las personas trans extranjeras puedan tener un cambio de nombre y sexo dentro de su documento de identidad, pero este derecho solamente lo gozan quienes ya tienen una resolución migratoria aprobada.
“Si bien es cierto que en la cédula, ya no aparece el sexo, ya no aparece la F (de femenino) o la M (de masculino), en el registro que ellos tienen sí está. Entonces el empleador, cuando va a ver si te contrata o no, se va al registro del Tribunal Supremo de Elecciones y ve que el género que vos presentas no se identifica con el sexo en el Registro, entonces desde ahí ya ellos logran discriminarte”, expone Vargas.
Ellis cuenta que cuando se exilió, en 2019, ya había personas trans extranjeras registradas con el nombre que ellas habían elegido. No fue ese su caso cuando hizo su solicitud de refugio: “Ahí, en grande, me ponen mi nombre y el “conocido como”, entonces sí, están los derechos humanos, pero no para todas las personas”, ejemplifica.
Para las personas no binarias sucede lo mismo. Se reconoce como tal una vez que el Estado costarricense les concede el refugio. “Los procesos migratorios han sido una de las razones principales de las brechas más grandes con las que las personas migrantes tenemos que lidiar”, dice Ellis.
Se trata de una realidad en común que viven decenas de miles de nicaragüenses que han solicitado refugio en los últimos cuatro años, de las cuales poco más del 3% ha recibido protección internacional, mientras que el proceso de revisión de solicitudes es lento debido a la capacidad de atención restringida por parte de las autoridades migratorias.
Trabajo, salud y educación
Tener un trabajo digno, servicios de salud sin discriminación y acceso a la educación tampoco es fácil para las personas migrantes trans en Costa Rica. “Nos encontramos con mujeres trans que no tienen oportunidad para desarrollarse y tienen que desarrollar el sexo por sobrevivencia (trabajo sexual), ya que la sociedad no te deja otras oportunidades para generar fuentes de ingresos dignas, porque hasta incluso los emprendimientos de personas trans son estigmatizados y son descalificados”, visibiliza Yasuri.
También hace referencia a las limitaciones en el acceso a la salud, al no contar con estabilidad económica para pagar un seguro médico. “El sistema de salud en Costa Rica es (a través de) la cotización de un seguro, que no todas las personas en condición de solicitante de refugio y refugiados pueden solventar”, relata.
Las limitaciones en el acceso a la educación están relacionadas con la documentación legal. “Las personas bajo la condición de solicitantes de refugio, que salimos huyendo del país, no logramos traer consigo los documentos legales que son requisitos para poder ingresar al sistema educativo y no todas las personas podemos acceder a ellos desde Costa Rica”, dice.
“La discriminación es el pan nuestro de cada día”
La personas trans migrantes no solo se enfrentan al rechazo de una sociedad llena de fundamentalismos religiosos, machista, misógina y poco inclusiva, sino que también deben de lidiar con la discriminación que existe hacia las personas migrantes. “Hay una marcada xenofobia. Se invisibiliza que emigrar es un derecho humano y este tipo de discriminación se vuelve el pan nuestro de cada día”, comenta Yasuri.
El exilio es “agridulce” para Jacob. Ha encontrado espacios de sanación y formación, una colectividad que sostiene a las personas migrantes, pero también se ha topado con la cruda realidad que expone Yasuri. “Vivir desde la resiliencia y desde el existir, porque las poblaciones LGBTIQA+, más (si son) desplazadas forzosamente, así sobrevivimos. Me pasa que yo me enfrento diario al acoso callejero, a la discriminación racial, y no es revictimizarme, sino que es una realidad que pasa y se siente sobre mi piel", explica.
Las demandas de la población trans en el exilio por un trato digno y humano no son solamente hacia los Estados, sino también hacia las sociedades para tener un desarrollo e integración a la sociedad de forma justa e inclusiva.
“Una de las grandes brechas que hay en cualquier sociedad del mundo es el acceso a la justicia, entonces quiero estudiar Derecho, para poder acompañar a mujeres nicaragüenses que viven un montón de violencias aquí en Costa Rica”, anhela Dámaso.
Dámaso, Yasuri y Jacob desde el exilio aseguran que seguirán siendo las voces de aquellas personas LGBTIQA+ que los Estados han querido callar y desde sus espacios trabajan también por una patria que garantice sus derechos. “Yo creo que Nicaragua puede trascender como país, creo que podemos avanzar, crecer y lograr una sociedad justa, inclusiva y más humana, por eso yo sigo sosteniendo que Nicaragua también es diversa, y desde acá seguimos en resistencia”, concluye.