27 de agosto 2022
“Believe In The Power Of Education!” En cada correo electrónico enviado por la doctora Irella Pérez, se puede leer esa frase al pie, a manera de firma, junto a su nombre y datos de contacto. Como su mantra, su eslogan, es la frase que ha vivido y predicado en su carrera de 30 años en el sistema educativo estadounidense: “¡Cree en el poder de la educación!”.
Esta nicaragüense- estadounidense, de 51 años, residente de Whittier, ciudad del condado de Los Ángeles, ha roto barreras en su campo profesional, un paso a la vez, en el estado de California, al que llegó a mediados de la década de 1980.
Con un doctorado en Liderazgo Educacional de la Universidad del Sur de la California, escaló de maestra de preescolar, primaria y secundaria, a directora de centros educativos, luego a superintendente -la primera latina en ocupar dicho cargo en ese distrito-. También ha sido miembro de una junta escolar, un puesto de elección popular, y ha dedicado su vida al voluntariado y activismo social en su comunidad.
Los años definitorios en Nicaragua
Irella Pérez, de raíces chinas, de padres nicaragüenses y nacida en Nicaragua, vivió de niña en la Centroamérica, una colonia de clase media de la capital. “Mi mamá y mi papá no fueron ricos, fueron clase trabajadora. No íbamos a restaurantes ni cosas así, porque era todo para pagar el colegio”, recuerda. Con sus empleos en una inmobiliaria y en un banco, sus padres proveían para los cuatro hijos, siendo Irella la menor y, por tanto, “la insolente”, admite, con una sonrisa.
Asistió a los colegios privados católicos Pureza de María y Centroamérica, pero también estudió por un tiempo en el colegio público Salvador Mendieta. “Ahí me di cuenta que no toda la educación es igual, no todos tenemos acceso a lo mismo. Los niños y maestros eran muy lindos, pero los estándares más bajos, la educación no era igual. Desafortunadamente, es el pueblo el que recibe bajos estándares de educación”, reflexiona.
Ello le marcó tanto como haber nacido bajo la dictadura de Somoza, derrocada ocho años después, y haber crecido en medio de una guerra civil en la década de 1980, la que terminó provocando la emigración de toda la familia.
“Mis años formativos fueron durante la Revolución. Quisimos creer que había una esperanza de mejorar el país y nos dimos cuenta que siguió la misma dictadura, (pero) con diferentes personas. Eso ha formado mi carácter, sé identificar sistemas de corrupción e injusticia, sé lo que causa la falta de prioridad de los temas sociales, educativos”, asegura.
Los hermanos varones habían salido antes del país para escapar del servicio militar obligatorio. “Estaban a riesgo de perder su vida, porque a los chicos a esa edad no se les estaba dando ningún entrenamiento y estaban regresando todos mutilados o simplemente desaparecidos”, rememora.
Según recuentos sobre la guerra civil nicaragüense entre la Resistencia -bando conocido como “la Contra” financiado por Estados Unidos- y el Ejército liderado por el Gobierno sandinista en ese entonces, más de 40 000 nicaragüenses murieron en esa década, periodo en el cual también se produjo uno de los flujos migratorios más importantes en la historia reciente, cuando salieron del país decenas de miles de personas, como la familia de Irella.
Los 15 años de Irella Pérez y un viaje sin retorno
Irella cumplió sus quince años, una edad muy simbólica en la cultura latinoamericana, en la que se cree que las niñas transitan hacia la juventud, y tan solo días después debió partir para siempre hacia los Estados Unidos.
Así fue que llegó a vivir a Los Ángeles, California, a un barrio de clase trabajadora. Irella Pérez describe esa época como “un choque” del que no se percató sino hasta muchos años después.
Ir al colegio de repente se convirtió en una misión de mayor dificultad. Debido a que la ciudad recibía en ese entonces un considerable flujo de migrantes centroamericanos, los centros educativos en la zona estaban abarrotados, por lo que la joven debía trasladarse diariamente en bus por tres horas desde y hacia su nueva escuela.
El centro estaba ubicado en un barrio cuya población era mayoritariamente blanca, de altos ingresos y con pocos menores de edad, donde las escuelas sí tenían cupo. Irella recuerda que en esos vecindarios había gente que “no quería niños morenos”, por lo que algunos compañeros la trataban “diferente”. “Cholitas o cholitos”, recuerda eran los términos que asignaban a los niños latinos de bajos recursos.
A ese contexto había que sumarle que la joven no sabía nada de inglés. “Pensaba que todo mundo me quería mucho, que todo mundo era amistoso, se pasaban riendo todo el tiempo. Hasta que aprendí inglés me di cuenta que se estaban riendo de mí por ser diferente, por no saber el idioma, por no tener el acceso a la vestimenta”, comparte.
En casa había poco dinero, pero mucha ambición por un mejor futuro. El padre de Irella se empleó en el hotel The Beverly Hilton lavando platos, mientras que su mamá empezó a trabajar en una fábrica china de ropa en Downtown LA, el centro de la ciudad. Ella también contribuía. Su primer trabajo lo consiguió en El Pollo Loco, un restaurante de franquicia de comida mexicana.
El “ticket” para superar la pobreza
En casa todos tenían que ganar un salario para pagar las cuentas, pero aún así los ingresos no daban para pagar educación superior. Su madre, sin embargo, fue directa en el mandato para ella: tenía que ir a la universidad y graduarse. Cuenta que tuvo tres trabajos durante la universidad y también solicitó ayuda financiera para cumplirle a su mamá.
Había otras voces que le sugerían lo contrario, pero ella decidió no escucharlas. “Tuve un consejero que me dijo que no me miraba como una estudiante universitaria, que no perdiera mi tiempo”. Esas palabras le confirieron mayor convicción, le enseñaron “a tener el coraje de decir ‘gracias, pero voy a seguir adelante’”.
“Llegué a la universidad con muchas ganas, siendo terca, entendiendo que mi ticket para salir de la pobreza era la educación”, comparte.
Irella Pérez fue durante dos años a un junior city college, que es una opción más accesible por medio de la cual los estudiantes pueden obtener una certificación técnica y, si lo desean, luego convalidar sus créditos para continuar en una carrera universitaria. Ella se transfirió después a la California State University de Long Beach y sacó un diploma en Literatura en Español. También obtuvo credenciales para ser maestra de primaria y secundaria, y así empezó su carrera dentro del sistema educativo estadounidense.
“Pedí trabajo cuando me gradué y, ¡wow!, ya era maestra en Estados Unidos. Me encantó ser maestra. Enseñarle a un niño a leer es lo más poderoso en el mundo”, dice.
En la misma universidad sacó su maestría en Educación Administrativa y luego decidió realizar un doctorado en Liderazgo Educacional en la Universidad del Sur de California (University of Southern California, USC), una de las mejores del país. “Ni yo misma me lo creía”, exclama, recordando lo duro que fue y la satisfacción de obtener su PhD después de haber cuidado de su hija de un año estando a la vez embarazada de su segundo hijo cuando se graduó.
El poder de la educación, según Irella Pérez
La doctora Irella Pérrez halló su propósito en el sistema educativo. “Creo en el poder de la educación, de la justicia, el poder de una persona y el poder colectivo. Me di cuenta que era un vehículo para prepararme, para mejorar y compartir ideas que yo veía que eran escasas, sobre el acceso para que mujeres tengan oportunidades, acceso para los niños de bajos recursos”, reflexiona.
Pérez fue maestra de preescolar, maestra de otros grados, profesora universitaria y directora de colegios en una época en la que había pocos maestros latinos y directores, menos.
Vivir en carne propia las dificultades que trae la falta de recursos, hablar español e inglés, y conocer las realidades de las poblaciones latinas, le ayudó mucho a conectar con la comunidad escolar desde que inició su carrera: padres, alumnos y maestros.
“Siempre me ha tocado trabajar en los colegios más pobres, donde meten a los latinos, y es más difícil porque hay más problemas sociales. Mi experiencia la veo ahora como una bendición, pero también era tirar a los (maestros y directores) menos experimentados a los lugares más necesitados, y es parte de un sistema racista”, reflexiona.
“Si eres una persona que no ha vivido la misma clase de vida que tus estudiantes y maestros, no sabes quienes son, no vas a poder entenderlos y darles lo que necesitan. El maestro tiene que entender que si el alumno no se sabe la lección es porque (quizá) no tiene una cama donde dormir o porque es un niño abusado…”, agrega.
Romper techos de cristal
Irella siguió rompiendo barreras y en 2015 fue elegida superintendente de El Monte Union High. Así se convirtió en una de los superintendentes a cargo de los más de mil distritos escolares que existen en California, uno de los estados más ricos, grandes y diversos de Estados Unidos.
Fue un logro como mujer y latina, pues a nivel de país apenas entre el 24% y 27% de los superintendentes son mujeres, mientras que latinos solo el 13%. A nivel del estado californiano, entre 2017 y 2018, de 920 superintendentes, solo 37 se identificaban como latinas, es decir el 4%. Irella asegura que, en su caso, ella fue la primera latina en ocupar esa posición en ese distrito en particular. “Ninguna persona latina, a pesar de ser una zona mayoritariamente poblada por población latina o hispana, había ocupado el puesto”, dice.
Recibió la noticia con mucha alegría, había quebrado una barrera más. La junta directiva del distrito había seleccionado su CV de forma unánime entre una gran cantidad de opciones, a pesar de no tener experiencia previa en administración de un distrito, pero sí mucha con poblaciones vulnerables.
“(Pérez) tenía corazón, tenía pasión, tenía convicción para ayudar a nuestros estudiantes. Viniendo de un distrito escolar que ha pasado por muchas pruebas y tribulaciones, fue una prueba de que ella es una persona decidida a tener éxito, independientemente de la falta de recursos”, respondieron los miembros de la junta del distrito ante las críticas en los medios locales.
Ejerció su puesto a partir de marzo de 2015 manejando un presupuesto anual de 120 millones de dólares para atender a más de 20 000 estudiantes. “Es una posición súper política, hay que tener mucho tacto, navegar toda clase de problemas, cómo formar equipos funcionales enfocados en la comunidad y en los niños”, explica.
Sobreponerse ante las adversidades
En noviembre de ese mismo año hubo cambios en la junta directiva de distrito y, con ello, también cambió el panorama para Irella. A pesar de haber recibido una evaluación laboral positiva en octubre de 2015, para marzo de 2016 le suspendieron temporalmente de su cargo y finalmente fue despedida. Pérez decidió demandar al distrito, argumentando que había sido víctima de despido injustificado basado en represalias y discriminación.
“Fue malicioso, fue un acoso, querían que hiciera cosas que no iban con mi ética, nada contra la ley o criminal, pero, por ejemplo, que empleara a personas que tenían cargos políticos en la ciudad, o que empleara a contratistas con los que ellos (la junta directiva) tenían relaciones”, detalla.
Sobre el proceso legal, Irella también comparte que se le juzgó por su supuesta “incapacidad para usar la gramática adecuada en las comunicaciones externas e internas”, a lo que ella responde que apenas tres errores en fragmentos de sus escritos fueron presentados como evidencia. “Pensaron que era una buena excusa… pensaron ‘(es) latina, migrante, tiene problemas con el acento’”. La educadora también lamentó que cuestionaran su capacidad de asumir su rol por ser madre soltera de niños pequeños.
Fue uno de los momentos más dolorosos en la vida de Irella. Estaba desempleada, no lograba encontrar trabajo por haber sido despedida y debía mantener a sus cuatro hijos. Cuando salían noticias sobre su caso en los diarios locales, recibía cartas de ciudadanos, algunas con amenazas y ofensas, otras con mensajes de apoyo y solidaridad, recuerda.
Finalmente, Irella ganó la demanda y, de acuerdo a los reportes periodísticos, debió recibir más de 700 000 dólares por parte del distrito. El jurado, de manera unánime, falló a su favor en el cargo de despido injustificado basado en represalias, pero Irella cree que también hubo discriminación. “Sí lo sentí, sé quién me empleó y sé cómo fue cuando llegué y todo cambió. Me dolió mi dignidad, porque soy mujer, latina, y me despierto todos los días nica y migrante”, confiesa.
Pérez dice que su caso no es único. Tiene un grupo de apoyo conformado por otras superintendentes y administradoras educativas, y cuenta que varias de ellas han pasado por lo mismo. “Muchas son latinas, no todas. Nos apoyamos entre sí”, añade.
Con la tranquilidad de haber obtenido el respaldo de la justicia en ese episodio de su vida, Irella cuenta que se hizo “más fuerte”, continuó con su voluntariado social y destacando en otros espacios. Fue durante nueve años miembro del consejo escolar de Whittier, la ciudad donde actualmente reside, una posición electa por la ciudadanía para crear leyes y sistemas en el campo de la educación pública.
Irella también se animó en 2018 a postularse para concejal de su distrito. Aspiraba a ser la primera mujer latina en su distrito y aunque finalmente no ganó, comenta satisfecha que la siguiente latina en postularse sí lo consiguió.
La educadora ha recibido múltiples premios en su comunidad, como el otorgado por el senador Archuleta en marzo de este año, al seleccionarla como parte del grupo de “Women of Achievement” (Mujeres de Logros).
Hoy Irella trabaja para una fundación en la cual se encarga de buscar fondos para la investigación y para garantizar el acceso equitativo al aire limpio, especialmente para las comunidades más excluidas y contaminadas en California.
El largo camino de esta migrante nicaragüense en Estados Unidos ha sido agotador, pero satisfactorio. “La parte más difícil es que el racismo es real, el sexismo es real y es cruel, hiriente, pero ni modo, hay que seguir… no te quieren por ser mujer, por ser latina, migrante, por tener ‘acento’. Yo estoy muy orgullosa de mí misma, de donde vengo”, afirma.
Lo mejor de ser migrante y haber escogido su carrera es, asegura, haber roto barreras, abrir puertas y dar acceso a otra gente, y esa satisfacción sobrepasa, por mucho, las adversidades superadas.