30 de mayo 2024
La proeza física y emocional de convertirse en madre es poco reconocida en la sociedad. Menos aún se habla y valora cómo el acto de parir y criar es más retador cuando se hace fuera del país propio. Algunas madres migrantes sufren violencia obstétrica y discriminación con base en su nacionalidad, otras se encuentran con condiciones médicas más respetuosas y profesionales. La mayoría enfrenta el reto de criar sin la tribu más cercana, la del núcleo familiar que dejan atrás al instalarse en otros destinos.
Sufren porque sus padres y hermanos no verán crecer a sus hijos o hijas, porque no les tienen cerca para cuando necesitan manos extras para el cuidado de los niños cuando ellas salen a trabajar. Algunas desearían quedarse trabajando en casa, cuidando de sus bebés, pero no pueden porque necesitan un empleo que pague el alquiler y demás gastos. La depresión posparto llega y se enfrenta en soledad.
Nueve mujeres nicaragüenses compartieron con Nicas Migrantes de CONFIDENCIAL sus testimonios de cómo viven la maternidad siendo migrantes en Costa Rica, Estados Unidos y otros destinos. Todas solicitaron mantener sus nombres en reserva, por lo íntimo de sus relatos, pero compartieron fotos y objetos que representan ese vínculo con sus bebés, con el parto, los primeros días de posparto y la crianza fuera de la patria.
“Lizzy”, Costa Rica: “En el hospital, me trataron súper mal”
Soy indígena rama, de la comunidad Rama Cay, al sur de Bluefields. Estudié Ingeniería en Sistemas y trabajaba en el diagnóstico de los territorios Rama cuando conocí a mi esposo, que es estadounidense y hacía su doctorado en la comunidad. A él siempre las autoridades lo han retenido en el aeropuerto para preguntarle qué hacía en Nicaragua, eso se incrementó después de 2018, así que nos exiliamos en Costa Rica.
Salí embarazada en 2019 y como madre primeriza me imaginaba tener a mi mamá en el parto, pero cerraron las fronteras por la pandemia en marzo de 2020, mi hija nació un mes después. Al llegar al hospital el día del nacimiento, me trataron súper mal. Las enfermeras, con sus caras largas me preguntaban: “¿De dónde es usted?”. Cuando escuchaban que soy de Nicaragua, yo miraba la reacción negativa de ellas.
Nadie me explicó por qué me harían una cesárea. Me llevaron de emergencia al quirófano y los doctores no decían nada. No sé si es que sabían que yo era nicaragüense o fue una coincidencia, pero cuando me estaban poniendo la anestesia estaban hablando de Daniel Ortega.
Cuando salgo con mi niña siempre me preguntan que si yo soy la nana. Siempre, siempre, hay un comentario sobre el color de la piel, porque ella es blanca y yo soy morena. También me han dicho: “Aunque su hija nació en Costa Rica, siempre va a ser nica porque la madre es nica”.
Ella habla inglés, español, y con mi familia habla rama kriol. Mi mamá viene de visita, mi cuñada, mis tías. La bauticé en Nicaragua y ella pasó encantada. Siempre le hablo de mis raíces para que las conozca y se sienta orgullosa.
“Massiel”, Francia: “En un país ajeno es muy difícil”
Tuve a mi primera hija en Nicaragua, luego emigré con ella a Grecia, donde tuve otro hijo. Ahora vivimos en Francia. Durante mi primer parto en Nicaragua tenía miedo, pero tenía a mis doctores, caras familiares conmigo, mientras que cuando parí a mi segundo hijo estaba sola. En el quirófano me aferré al anestesiólogo, le agarré la mano porque estaba muy nerviosa. En el hospital, mi compañera de habitación recibió visitas de toda su familia y me dio celos, me sentí sola, porque el papá de mi hijo, que fue el único que llegó, solo pasaba una hora al día.
Me dio una depresión muy grave y ansiedad. Sentía que me estaba volviendo loca. Tener a dos niños estando sola, en un país donde no conocés a nadie, había detonado ese cuadro nervioso, me dijo mi psicóloga. No tenía ningún momento para mí. Amo ser la mamá de mis hijos, me encantó estar embarazada y me encantan los bebés, pero cuando te toca en un país donde no tenés a nadie, es muy difícil. En Nicaragua tenía a mi mamá, a mi cuñada que me ayudaban, en Grecia no tuve a nadie.
Cuando a mi hija le preguntan de dónde es, no sabe qué responder. Te dice: “Tengo nacionalidad nicaragüense, pero no soy nica; y crecí en Grecia, pero no soy griega”. No recuerda casi nada de Nicaragua, pero tampoco es considerada griega porque los griegos son muy nacionalistas y, si sos extranjero, siempre vas a ser extranjero. En Francia a mis hijos no les han puesto etiquetas por los lugares de donde vienen, porque es un país con muchísima migración y todos son tratados como iguales.
“Andrea”, Costa Rica: Soltera, primeriza, “no fue nada fácil”
Salir embarazada en un país que no es el tuyo, y siendo mamá soltera y primeriza, no fue nada fácil. Lo más duro fue que mi hijo nació en la pandemia. Tuve que volver al trabajo exigidamente a los 40 días después del parto, porque tenía que pagar el alquiler. Los primeros seis meses no fueron fáciles ya que pagar una guardería era algo inalcanzable para mí, así que me tocó pagarle a una vecina para que cuidara a mi bebé.
“Kenia”, España: la crianza y la realidad migrante
Salí de Nicaragua en 2019, a raíz de la crisis política, pero más que nada por el tema económico. Vivo en España desde entonces y tengo un bebé de seis meses. Gracias a Dios yo sí conté con mi hermana, que vive conmigo desde 2022.
Mi madre vino para estar conmigo en el parto, no enfrenté sola los primeros dos meses y medio de posparto, pero tenemos un gran problema por delante, ya que no puedo trabajar, porque necesito cuidar de mi bebé. Es imposible que solo mi pareja trabaje, por todos los gastos como inmigrantes que tenemos que afrontar, como por ejemplo el alquiler.
Si estuviéramos en nuestro país, no tendríamos que pagar alquiler y tampoco tendríamos la gran necesidad de enviar al bebé a la guardería porque tendríamos quien nos echara una mano.
“María José”, Alemania: “La falta de redes de apoyo es muy dura”
En mi caso lo más duro ha sido darme cuenta de la violencia obstétrica que viví cuando nació mi primera hija en Nicaragua y cómo esta segunda experiencia –si bien estuvo lejos de ser perfecta– la viví acompañada de una mirada feminista más integral en Alemania: tuve el apoyo de una doula desde el inicio del embarazo, y durante el parto me acompañaron una partera y una ginecóloga que me dieron una perspectiva distinta del proceso. A pesar de estar hablando con ellas en mi cuarto idioma, sentía que la comunicación con menos obstáculos que cuando tuve a mi hija en Nicaragua, rodeada de médicos hombres tradicionales que, por muy profesionales que sean, están acostumbrados a ver el parto como una emergencia médica y a los cuerpos gestantes como objetos pasivos, incapaces de tomar decisiones.
Por otro lado, la falta de redes en este lado del mundo (mamá, hermanas, tías) es muy dura. Tengo varias amigas, pero nunca es lo mismo. No es fácil confiarle a alguien el cuido de una bebé de menos de seis meses.
Cosas lindas de este proceso: Mi bebé oye todo el día conversaciones en inglés, alemán y español. Vive en una casa que es una especie de istmo centro-sudamericano, visitado por gente de otras partes del mundo, justo en el ombligo de Alemania.
“Sofía”, Costa Rica: “Mi hija me pregunta '¿De dónde soy?'”
Tuve a mi hija en Costa Rica, era mamá primeriza y me tocó tenerla sin mi familia ni esposo acá. Fue una experiencia difícil, porque no tuve esa compañía, el soporte emocional de la familia que se necesita en los primeros días y creo que eso causó que sufriera depresión y desconexión con mi bebé al principio.
Ahora estamos mejor. Sin embargo, a veces en la escuela a la niña le han hecho comentarios xenófobos y viene a casa con preguntas: “Mami, ¿por qué tú no eres de aquí?”, “¿Por qué si nací aquí mis compañeros dicen que no soy tica? ¿De dónde soy?”.
“Ligia”, Estados Unidos: “No poder compartir con mi familia es muy difícil”
Viajé a Estados Unidos a mediados de 2023 con el parole humanitario, junto con mi esposo estadounidense y con mi bebé de dos meses de nacida, tras una cesárea más una histerectomía que me hicieron por una negligencia médica por la cual estuve a punto de morir.
Sigo adelante por mi bebé, pero mi vida tuvo un cambio rotundo, de ser saludable a tener muchos problemas de salud, más una menopausia adelantada. Sigo recuperándome, con medicación por el resto de mi vida.
Ha sido todo un reto ser madre en otro país porque la cultura es súper diferente. A pesar de que hablo el inglés, ha sido difícil adaptarme. Mi esposo me ha ayudado bastante con el cuido de mi bebé porque mi familia no está acá.
No poder compartir y disfrutar de mi bebé junto a mi familia, que no la vean crecer, es difícil para mí porque somos muy unidos.
“Carmen”, Irán: “La depresión posparto es real”
Tenía solo cuatro meses de haber llegado a Irán cuando salí embarazada. Como la comida es muy diferente, las náuseas fueron muy fuertes, bajé 15 kilos.
La depresión posparto es real. Nunca pensé que me pasaría. Siempre soñé con tener el apoyo de mi mamá y mis hermanas en el parto, así que planeé viajar a Nicaragua para parir allá, pero era el tiempo de la pandemia y cuando logré comprar un ticket ya tenía 36 semanas de embarazo, así que no me dejaron viajar. En el aeropuerto me trataron súper mal, nunca me dieron un asiento, me puse a llorar y creyeron que era drama. Así empezó mi depresión y miedo de cómo iba a ser el parto en un país que no conocía.
Gracias a Dios todo salió bien, pero al salir del hospital empezó otra depresión. Era difícil lidiar con los gases del bebé, con cómo bañarlo. Tuve que estar pendiente de todo sola. Cuando la bebé tenía cinco meses, mi esposo se enfermó de coronavirus, estuvo hospitalizado un mes muy grave. El miedo y la depresión se me dispararon. No sabía qué hacer, tuve mucho miedo de quedarme sola con mi hija en un país que aún era nuevo para mí.
Es duro criar a un bebé con tres idiomas a la vez. Todavía mi hija no habla, creo que está confundida.
“Brenda”, Estados Unidos: “Las guarderías son excesivamente caras”
Tuve que salir de Nicaragua a los siete meses de embarazo, una semana antes de celebrar mi baby shower que había planeado con esmero. Nos fuimos mi esposo, mi hija de cuatro años y yo hacia Estados Unidos. Durante el viaje nos dio covid, pasé tres días sangrando, tres días presa en México y sin recibir asistencia médica.
Cuando llegué a Estados Unidos, hubo personas que me ayudaron a gestionar asistencia médica y así tuve a mi hijo sin pagar. No me quejo de la atención que tuve.
Creo que lo más difícil para mí fue dejar de trabajar, porque acá las guarderías son excesivamente caras. Hace seis meses comencé a trabajar por las noches, pero es duro, porque al día siguiente debo estar despierta temprano para llevar a mi hija al colegio y atender a mi hijo pequeño.