15 de octubre 2023
Entre 13 000 y 15 000 kilómetros separan a estas migrantes de su natal Nicaragua. La vida les ha llevado a establecerse en continentes lejanos, en países muy distintos al suyo.
La mayoría de migrantes nicaragüenses se ha asentado principalmente en Estados Unidos y Costa Rica y, en tercer lugar, España, por la cercanía geográfica y cultural. Pero con la globalización, cada vez son más quienes se aventuran a vivir en cualquier rincón del mundo.
Hablamos con Massiel Morales, nicaragüense en Taipei, Taiwán; Angelly Cabrera, residiendo en Dubái, Emiratos Árabes Unidos; y Norma Díaz, quien vive en Sydney, Australia, para conocer sus historias de migraciones lejanas: qué les llevó a esos países, cómo se han integrado a sociedades tan diferentes y cómo compensan la nostalgia por Nicaragua. Estos son sus testimonios:
Una familia nicaragüense entera se muda a Australia
Cuando Norma Díaz salió de Nicaragua pensó que sería temporal. Un año o dos, lo más. Luego regresaría para reencontrarse con sus amigos. Desde entonces han pasado casi cuatro décadas.
Era una joven de 17 años en la Nicaragua de los años 80, durante la guerra civil entre el Gobierno sandinista y la Resistencia Nicaragüense llamada “Contra”, y su familia entera se había trasladado a Costa Rica para refugiarse del conflicto. Desde ahí, su padre postuló a un programa de Naciones Unidas para el reasentamiento para personas de países en conflicto.
Cuando supo que el destino era Australia se preocupó un poco. Varios de sus amigos habían emigrado a Estados Unidos y otros fueron a la guerra por el Servicio Militar obligatorio. Pero siempre tenía la ilusión de volver a Nicaragua y retomar su vida. “Le pregunté a mi papá si yo me podía regresar cuando quisiera. Pregunté en la entrevista (de elegibilidad) qué pasaba si uno quería regresar y me explicaron que iba a tener una visa como residente permanente y que si tenía el dinero iba a poder, pero que Australia era muy lejos”, cuenta. Tan lejos que son 16 horas de diferencia entre un país y otro.
El 27 de julio de 1984, Norma y su familia subieron a un avión con otras familias, unas 50 personas en total. Recuerda que hicieron escalas en las que más personas se unieron al largo viaje para llegar a Australia. Norma explica que, en ese momento, el país acogía a refugiados de naciones que atravesaban inestabilidad por distintos motivos, por fines humanitarios y el interés de aumentar su población, que en ese momento era escasa.
Llegaron durante la época de invierno y el frío al que no estaban acostumbrados fue el primer shock en su nuevo hogar, pero debían irse adaptando y así lo hicieron.
En la primera etapa, vivieron en un hostal junto con refugiados de todas partes del mundo y recibían clases intensivas de inglés. “Me acostumbré súper rápido, nos atendieron muy bien en ese periodo de ajuste. No teníamos donde regresar, Nicaragua nunca fue una opción realmente en esos años”, explica.
Norma cambió su anhelo de volver por el de adaptarse a su nueva realidad. Cree que, en parte, eso ayudó a su completa integración: enfocarse en el presente sin ver tanto hacia atrás. Pero, sin duda, fue determinante que no solo su familia inmediata se mudó a Australia, sino que también la extendida fue llegando poco a poco: tías, primos, abuelos.
“Cuando uno llega acompañado no necesita mucho del exterior. Tenía a mis padres, mis hermanos y hermana. Nicaragua, sinceramente, la olvidamos por años, siempre la teníamos en el corazón, pero estábamos en el proceso de ajuste, de estudiar, salir adelante, quebrar las barreras que teníamos acá y juntos pudimos hacerlo mucho más rápido, más efectivamente”, reflexiona.
Siempre mantiene contacto con los nicas y otros latinoamericanos que llegaron junto con ella. “Tengo una amiga buenísima de Nicaragua, de Boaco. Nos conocimos desde el hostal y tenemos todavía esa relación, nos reunimos en cumpleaños, Navidad, almuerzos”, comenta.
En ese hostal también conoció a quien luego sería su esposo, un chinandegano que había llegado dos meses antes. Se casaron cuatro años después. Además, siguió estudiando, se graduó de la universidad como contadora y más recientemente recibió su título de maestría en Administración de Negocios. “Australia es un país muy lindo, tiene muchas oportunidades”, agrega.
Norma explica que también le gusta el clima –más parecido al de Chile o Argentina por estar en el hemisferio sur–, describe la fauna y la flora como exóticas, con especies únicas y exclusivas de Oceanía, como el canguro.
Otro aspecto que le gusta del país que ahora es suyo es la diversidad de su población. “Australia propicia la cohesión para que todos los grupos étnicos nos llevemos bien, para que no haya fragmentación. Es una sociedad muy bien integrada. Somos 26 millones y un cuarto de la población es de padres extranjeros o es nacida afuera. Es multicultural y cosmopolita”, añade.
Siempre extraña ciertas comidas nicaragüenses, pero no sufre demasiado, pues cocina en casa algunos platos con los ingredientes que tiene a mano, como arroz con leche, relleno y gallo pinto. Otra de las ventajas de tener a su familia nica en el mismo país es que otros miembros también preparan comida típica y la comparten entre sí.
La primera vez que visitó Nicaragua tras su salida fue en 1991 y deseó que Australia estuviera más cerca para volver seguido. Luego, regresó en 2006 con sus hijos adolescentes y no sintió la misma pertenencia. Había vivido ya más tiempo en Australia que en Nicaragua y tenía toda una vida hecha allá.
Aunque Norma conserva sus raíces y, como asegura, lleva en el corazón al país donde nació, está agradecida por las oportunidades y la vida que halló en Sydney. Salir sin temor hasta el otro extremo del mundo para empezar de cero fue la mejor decisión que pudieron haber tomado sus padres, reflexiona.
La beca a Taiwán que cambió la vida de Massiel
Massiel Morales lo tuvo claro desde niña: la educación rompe los ciclos de pobreza y contribuye a una vida más plena. Su madre, que la tuvo a los 17 años en medio de muchas dificultades, siempre le dijo que las personas valen por quienes son y no por lo que tienen. Por eso, fue excelente alumna y su esfuerzo fue recompensado con becas para estudiar en centros privados destacados por su calidad.
Se graduó con honores como ingeniera industrial de la Universidad Centroamericana (UCA) y desde entonces se puso como meta estudiar una maestría fuera de Nicaragua. Escuchó las experiencias de amigos y conocidos, investigó por su cuenta y se enteró de que la agencia de cooperación de Taiwán (ICDF) otorgaba becas completas, incluyendo boletos, alojamiento y seguro médico.
Así llegó a la National Chengchi University, a la maestría en Administración de Empresas con énfasis en Finanzas. “Al ser un programa internacional completamente en inglés, te permite conocer y hacer networking con personas de diferentes partes del mundo. Es una experiencia que no solo te enriquece a nivel profesional, sino también a nivel personal”, detalla.
En 2017, partió emocionada por lo que se vendría, pero también triste por dejar a su hermano en Nicaragua y a su mamá, que había emigrado a Estados Unidos. “La distancia y la diferencia horaria fueron de las cosas más difíciles de asimilar”, admite. Entre Taiwán y Nicaragua hay 14 horas de diferencia.
Al llegar a Taipei, Massiel encontró que los taiwaneses son amables con los extranjeros. “No tienes que dominar el mandarín para sobrevivir en ese país, muchos entienden el inglés, o al menos hacen el esfuerzo de comunicarse”, dice, pero para ella era importante aprender el idioma, así que tomó un curso de chino mandarín paralelo a la maestría.
Massiel aprovechó al máximo ese tiempo. Halló empleo en una fábrica de repuestos de automóviles, en el área de desarrollo de negocios para Latinoamérica y durante un viaje de negocios conoció a quien después sería su esposo. “Él es taiwanés; sin embargo, mientras yo vivía en Taiwán, él estaba en Nicaragua tratando de emprender. Coincidimos en una feria comercial en Honduras y luego llegó a visitarme a Taiwán. En ese tiempo me llevó a conocer casi toda la isla, y aprovechó para presentarme a su familia. La unión familiar, la humildad y el respeto fue algo que me cautivó”, detalla.
Los esposos emprendieron un negocio juntos. “Identificamos algunos desafíos que enfrentan importadores en América Latina para hacer negocios en Asia, como la barrera del idioma, poca transparencia de algunas fábricas y la diferencia de hora. Formamos CSB Global Trading Inc. en Taiwán y abrimos una sucursal en Miami. Somos agentes de compras, conectamos fábricas en Asia con importadores de Latinoamérica y Estados Unidos”, explica Massiel.
La nicaragüense comparte que el choque cultural fue la comida, los olores y sabores nuevos, pero su paladar se adaptó rápido. Revela que en los mercados filipinos encuentra ingredientes parecidos a los latinoamericanos para cocinar algunos antojos típicos en casa.
Acostumbrarse a un clima muy lluvioso, húmedo, caluroso en verano y frío en invierno no ha sido fácil, pero dice que los paisajes naturales y el contraste de edificios modernos con arquitectura tradicional oriental compensan esa incomodidad. Enumera el desarrollo económico del país, la calidad de vida, seguridad e infraestructura como fuertes atractivos para extranjeros que viven en Taiwán.
Massiel recién se convirtió en mamá. Asegura que tener una familia y una empresa multicultural le permite aprender algo nuevo todo el tiempo. “Desarrollás un nivel de tolerancia y respeto hacia los demás, eliminás prejuicios de que una cultura es mejor que la otra”.
“Migrar a Taiwán como estudiante cambió mi vida, me dio la oportunidad de reinventarme como profesional, de conocer al tipo de persona con la que siempre quise formar una familia y de tener amigos en diferentes partes del mundo. Creo que para ser feliz no importa en qué lugar del mundo vivís, sino las personas que tienes a tu lado”, asegura.
Angelly una nica que migró de México a Emiratos Árabes
Cuando Angelly Cabrera llegó a Dubái, Emiratos Árabes Unidos, se encontró con una agradable sorpresa. Había por doquier árboles cargados de sacuanjoche, la flor nacional de Nicaragua, un simbólico recordatorio de la patria que había dejado atrás.
Se fue de Nicaragua en 2017 cuando estudió una maestría en Gobernanza, en México. Una vez establecida, hizo una pasantía en la organización Teletón, después halló empleo en la Cruz Roja, en el área de recaudación de fondos y, posteriormente, se pasó a Médicos Sin Fronteras.
Fue en esa organización que surgió la oportunidad de cubrir temporalmente una plaza en Dubái. Cuando Angelly vio la convocatoria pensó que era muy lejos, pero igual se animó a postular y fue seleccionada. Durante esa primera estadía Angelly quedó impresionada con la ciudad. Era cosmopolita y desarrollada, distinta a los prejuicios que abundan sobre cómo son las sociedades de Medio Oriente. “Empecé a leer un poco de la cultura, de cómo era el país. Me di cuenta que era sumamente diferente, con más de 130 nacionalidades viviendo acá. Me llenó de mucha emoción tener este contexto tan grande”.
En 2023, se mudó de forma permanente a Dubái, cuando asumió como gerente de Alianzas Estratégicas de Médicos Sin Fronteras en ese país.
Había vivido siete años en México y en ese entonces visitaba Nicaragua con frecuencia, su familia y amigos llegaban a verla, casi todos sus amigos eran nicaragüenses y se reunían para cocinar comida nica. Todo eso cambió al mudarse a Dubai.
“No me dio miedo para nada porque ya había venido. Tenía esa emoción de que quería venir acá, de que quería crecer, de que estas oportunidades para nosotros, que venimos desde tan lejos, no son tan fáciles de encontrar. Eso me llenaba de mucha fuerza y emoción”, confiesa.
Angelly aclara que no es lo mismo vivir en Dubái que en otras ciudades de ese país u otras naciones de Medio Oriente. “En Dubái se habla más inglés. El idioma oficial es árabe, pero 90% de la población es extranjera entonces hablamos en inglés 100%”, explica. Básicamente es una ciudad de migrantes profesionales de todas partes del mundo que convergen allí.
Cuenta que sí hay comunidad latina e hispanohablante, que hay discotecas latinas y que escuchar el reggaetón por doquier ayuda a sentirse cerca de casa. “La comida sí es sumamente diferente. Acá no se come cerdo y nuestros platos nicas son puro cerdo. En los supermercados hay una área para personas no musulmanas donde podés encontrar para cocinar, pero en los restaurantes casi nunca vas a encontrar”, comparte. Halla algunos ingredientes para comida nica, pero no todos. Le hacen falta los frijoles y las tortillas.
Asegura que la población local es amable y da la bienvenida a las personas extranjeras. “Son muy respetuosos de las culturas de otros países. Yo como extranjera no tengo que estar cubierta, únicamente si quiero ir a una mezquita, pero de ahí (en otros lugares) podés usar cualquier vestimenta”, aclara. Eso sí, sobre el contexto sociopolítico del país y temas de derechos humanos no se puede opinar, explica.
Una gran diferencia con la Nicaragua tropical es la falta de naturaleza. “Acá es desierto total. Es muy caliente siempre en la ciudad, puede llegar a 50 grados centígrados. Todo es con aire acondicionado, la gente no camina durante los meses más calurosos”.
Angelly no se ve viviendo para siempre en Dubái. “Es un momento para aprender, ganar experiencia”, dice, pero considera eventualmente mudarse a otro país más cercano a Nicaragua en distancia y cultura. “Siento que me he vuelto mucho más independiente, pero, por el otro lado, también siento que me hace extrañar más Nicaragua. Me he adaptado muy fácilmente a esta cultura, vivir con tantas nacionalidades te abre mucho la mente, te da otra perspectiva del mundo, de tus creencias, pero llega un momento –admite– en que necesito mis rosquillas con café”.