19 de marzo 2021
En la lucha contra la covid-19, lo han dado todo. Incluso, la vida. Un estimado de 116 trabajadores de la Salud han muerto por la pandemia en Nicaragua, aunque no hay un solo reconocimiento de las autoridades nacionales a su vida. Algunos estaban al frente de la emergencia sanitaria en hospitales públicos o privados; otros, atendieron pacientes en sus clínicas o en sus propias casas.
En Nicaragua, las muertes de trabajadores de la Salud han sido invisibilizadas en las estadísticas oficiales. El Minsa nunca se ha pronunciado, abiertamente, sobre el número de contagios entre el personal médico. Por el contrario, despidió a decenas de especialistas por denunciar las arbitrariedades y falta de condiciones que incluyeron la prohibición del uso de mascarilla mientras el pico de contagios iba en ascenso.
Pese al intento del silencio oficial, se siguen conociendo testimonios de los héroes de la Salud, reconocidos por CONFIDENCIAL como el personaje del año de 2020. Aunque en Nicaragua no tengan monumentos, el mayor homenaje seguirá el recuerdo de su vida y la visibilización de su historia.
Doctor Delvis Majano:
El “héroe” de sus pacientes
Delvis Majano García era cirujano general, con varias especialidades. Tenía 56 años y brindaba consulta externa en el Hospital Alemán Nicaragüense. Falleció el 23 de agosto de 2020
Dos lazos negros flanquean la entrada de la casa de la familia Majano Gutiérrez. Adentro, hay bolsas con medicamentos, una máquina para ultrasonido y una cama médica. También hay trofeos deportivos y fotos, muchas fotos de momentos felices, que Violeta Gutiérrez repasa con nostalgia.
“Ahí está en Miami, en el Baptist Hospital” dice Violeta, pasando los dedos sobre la foto en la que su esposo, el doctor Delvis Majano García, luce el cabello negro y un bigote espeso. “Esta es del día de su graduación”, continúa. Sobre la mesa también hay una de ellos dos juntos, y otra de la fiesta de quince años de Daniela, su hija menor, quien se refiere a su padre aún en presente y lo describe como un “hombre inteligentísimo”, “sabio”, de “carácter fuerte”, pero también “dulce y bien noble”.
El médico era originario de Corinto, Chinandega. El mayor de cinco hermanos. Estudió Medicina en la UNAN-León y realizó su internado en Granada, donde conoció a Violeta, se casaron y procrearon una familia de cuatro hijos. Cuando el doctor falleció el 23 de agosto de 2020, tenían 34 años de casados.
A Violeta le cuesta hablar de él. Intenta disimular el temblor de sus manos, a veces se le va la voz, o se queda en silencio. A ratos, también ríe al narrar una anécdota o referirse a su carácter. Era fuerte, amable, cariñoso y alegre, también amaba los deportes, relata. Jugó baloncesto, voleibol y softbol, y en este deporte fue manager del equipo “Los Médicos”, que arrasaba en las ligas locales.
Delvis Majano decidió ser médico un día de diciembre, mes de fiestas y celebraciones. Su mamá se quejaba de un dolor de estómago, y no encontró un médico para atenderla. Impotente, se prometió a sí mismo que sería médico, y su prioridad siempre serían los pacientes.
Se especializó en cirugía, gastroenterología, manejo del cáncer gástrico, enfermedades del hígado y ultrasonografía. Cuando la pandemia llegó a Nicaragua, el Hospital Alemán Nicaragüense, donde él trabajaba, fue destinado para atender los contagios de covid-19. Él no estuvo en las salas covid, pero siguió brindando consulta externa y atendió a decenas de pacientes en su clínica privada y a domicilio.
--Cuidate-- le decía Violeta.
--Sí, me cuido-- le respondía él.
El doctor Majano también buscó información sobre el SARS-CoV-2 y grabó videos para las redes sociales con recomendaciones para prevenir el contagio, que implementó como un protocolo en su propio hogar.
Al regresar a casa se quitaba la ropa en el garaje, se duchaba de inmediato y se ponía ropa limpia. En el hospital también usaba permanentemente mascarilla, aunque le habían prohibido usarla y varias veces le llamaron la atención.
“Le prohibían que se pusiera mascarilla, (le decían) que estaba prohibido. Pero, él se la ponía, y le llamaban la atención (...) Él decía: Tengo que cuidarme”, recuerda Violeta.
El doctor Majano no padecía ninguna enfermedad crónica, y por el contrario gozaba de buena salud. Sin embargo, el virus fue implacable. El primero de agosto fue ingresado al Hospital Fernando Vélez Páiz, de Managua. Permaneció consciente, sabía qué medicamentos le aplicaban y a qué procesos lo estaban sometiendo. Se comunicaba con su esposa solo a través de mensajes de texto, porque por videollamadas se cansaba demasiado. El virus afectó un pulmón, adquirió un hongo y su cuerpo falló. Él mismo autorizó que lo intubaran, pero después de dos días falleció.
Su familia luchó para que lo vistieran con su gabacha de médico. Era lo mínimo que consideran que se merecía. Se despidieron de él en la morgue, lo llevaron a Granada. Un sacerdote salió de la iglesia de Xalteva a bendecir su féretro y orar. Lo enterraron el 23 de agosto, a las once de la noche.
El acta de defunción indica neumonía atípica y otras patologías. Su familia está consciente que falleció por el virus, aunque el Minsa no lo admite ni le haya dedicado algún reconocimiento.
“Yo al menos, esperaba algo más de ese hospital. No sé, algún acto más de empatía con su médico de base de muchos años, pero no pasó, no hicieron nada” cuestiona Daniela, que se refiere a su padre como un “héroe, que ofrendó su vida por los demás”. “Simplemente --se reconforta-- queda la gratitud de los pacientes con los que él trató, y es lo que ha ayudado a mi familia”.
Enfermera Nora Mairena:
“Un roble del Hospital Manolo Morales”
Nora Mairena Icabalzeta era jefa de enfermería en el Hospital Manolo Morales. Tenía 62 años, pero se negaba a jubilarse. Falleció por covid-19 el 27 de mayo, aunque su acta oficial indica: “insuficiencia respiratoria por neumonía grave adquirida en la comunidad”.
Una voz a punto de quebrantarse grita: “Nora Mairena”, y al unísono, otras responden “presente”. En seguida, se escuchan aplausos. Son médicos, enfermeras, amigos, todos trabajadores del Hospital Manolo Morales, embutidos en trajes de plástico que sirven de frontera ante un virus invisible. Es 27 de mayo de 2020, y el pico de contagios por covid-19 en Nicaragua está en ascenso. Ese gesto en el parqueo del hospital, viendo desde lejos el féretro sobre una camioneta en marcha, es todo el homenaje que sus colegas pueden dar a Nora Mairena Icabalzeta, jefa de enfermería de ese centro hospitalario.
La “licenciada Mairena”, como le llamaban en el hospital, redoblaba turnos para cubrir a los colegas que empezaban a enfermarse con síntomas asociados a la covid-19. “Mi madre siempre estuvo al servicio de los otros”, recuerda Ninoska González Mairena, hija única de Nora, quien siempre la llamó “Nino”.
Personal del hospital Manolo Morales, despide con dolor y lágrimas, el cuerpo de doña Nora Mairena, quien laboró por 25 años en ese centro y falleció de Covid19. pic.twitter.com/aWgeAkzDQP
— Café con Voz (@CafeconVozNi) May 28, 2020
“El legado que yo tengo es la dedicación y compromiso a lo que uno es”, asegura. Para “Nino”, su mamá vivía un día a la vez. Quizás, dice, al ver a las personas en su lecho de muerte, le recordaba que nadie tiene la vida comprada, y esa filosofía la aplicaba siempre, al estar con su familia y ser enfermera.
Nora era la antepenúltima de diez hermanos. Nació en Managua y en los ochenta participó en las jornadas de alfabetización en Matagalpa. Se interesó en la Medicina cuando una hermana mayor fue hospitalizada. Iba a estudiar en León, pero para no alejarse de su familia optó por estudiar enfermería en el Polisal, de la Unan-Managua. En 2009 completó un máster en Enfermería Clínica Avanzada, y también fue catedrática universitaria.
A Nora le costaba decir no. Su hija recuerda que si alguien la buscaba para que le inyectara, lo hacía; si una compañera de trabajo la necesitaba, acudía. Podía estar en la cama, lista para dormir, y si alguien necesitaba su apoyo, corría a ayudar. “Ser servicial era su esencia”, describe.
Cuando la pandemia apareció, Ninoska le pidió a su madre que se retirara. Ya tenía edad para jubilarse. Pero Nora se negó. Le dijo que no podía, y para intentar tranquilizarla, cada día, le enviaba fotos de ella con sus gafas, gorro, careta y guantes. “Estoy protegiéndome”, le decía.
“Yo la perseguí, la acosé, muchas veces le pedí que se saliera, y me dijo: cómo lo voy a hacer (…) No, me dice, no lo voy a hacer”, recuerda Ninoska.
Nora trabajó en el sistema de salud público durante 33 años. Fue enfermera general, supervisora de turno y jefa de enfermería en el área de infectología. Cuando llegó la pandemia, no estuvo directamente en las salas covid, pero igual estaba expuesta como jefa de enfermería de la Unidad de Cuidados Coronarios del hospital.
Ninoska muestra con orgullo los diplomas de su madre. También conserva los reconocimientos y obsequios de sus pacientes, y recuerda que cuando estaba en casa, sonaba música por todos lados y le gustaba bailar en la Casa del Obrero.
Cuando se enteró de la confirmación del primer caso de covid-19 en Nicaragua, Ninoska entró en pánico. Tenía tanto miedo que le dio un ataque de taquicardia y tuvo que ingresar al hospital, donde su mamá la estuvo cuidando, y le dijo que no pasaría nada. Dos meses después, la covid-19 apareció en su casa.
La primera que mostró síntomas fue la mamá de Nora, de 90 años. Tuvo fiebre, pero no pensaron que fuera el virus, hasta que, el 21 de mayo, la fatiga fue evidente y tuvieron que conectarla a un tanque de oxígeno. El mismo día, Nora fue ingresada al hospital. Nunca supo que su mamá también luchó contra la enfermedad. Ninoska también enfermó, pero logró atender a su abuelita en casa, mientras se comunicaba a diario con su mamá. En el hospital todo parecía normal. Nora confiaba en su equipo.
Sin embargo, el 26 de mayo, le informaron que su mamá era candidata a intubarse. Ninoska habló con ella y la vio firme, incluso ella misma volvió a tranquilizarla. Ninoska estaba asombrada de la fuerza de su mamá. Pero fue la última vez que habló con ella. La madrugada del 27 de mayo, Nora falleció. Ninoska afirma que su mamá murió como una servidora pública.
El hospital reconoció su trabajo en un acto en el que participó. También hubo otros familiares de trabajadores fallecidos por la pandemia, aunque el acta de defunción no admite que fue covid-19. Ninoska aún no se acostumbra a su ausencia. A veces aún la imagina en el hospital. “Vivía para ese Manolo --afirma-- era su segunda casa”.
Doctor Mauricio Espinoza:
El pediatra que no quería jubilarse
El doctor Mauricio Espinoza Mendiola trabajó durante cuatro décadas en el Heodra de León, y fue maestro de varias generaciones. Tenía 72 años y cuando la pandemia apareció, su familia le pidió que se jubilara.
Mauricio Espinoza Mendiola había pasado sus últimas cuatro décadas de vida entre las paredes envejecidas del Hospital Escuela Óscar Danilo Rosales (Heodra), de León. A sus 72 años subía y bajaba, sin quejarse, los cuatro pisos de ese edificio, cada vez más deteriorado. En febrero de 2020 se jubiló a petición de su familia, aunque él no quería hacerlo. Así, se despidió de sus colegas, sin imaginar que semanas después enfrentarían en primera línea la pandemia de covid-19, y lucharían por salvar su vida.
El doctor Espinoza era disciplinado. Cada noche alistaba sus zapatos, camisa, pantalón y la gabacha blanca grabada con su nombre y el emblema de la Unan-León, donde enseñó a varias generaciones. Ante la insistencia familiar de jubilarse, su plan de retiro era acondicionar un espacio de su casa para consultas privadas, pero la pandemia arruinó los planes.
“Teníamos terror de que ese virus pudiera entrar a nuestra familia”, afirma Luis Mauricio, hijo del doctor.
Con la aparición de más contagios, la familia extremó medidas de prevención, a tal punto que optaron porque el doctor no saliera de casa. En cambio, a diario recibía llamadas de pacientes, y aunque su especialidad era pediatría, procuraba escucharles y recomendarles qué hacer ante una enfermedad desconocida.
El doctor Espinoza era muy reconocido en León. Además, había trabajado en Jinotepe y Chinandega. En casa, también recibía llamadas de colegas preocupados por la falta de equipos de protección y le contaban de pacientes que fallecían en cuestión de días.
El temor de un contagio crecía en la familia, porque él era asmático, aunque su condición estaba controlada.
Sin embargo, a finales de octubre, presentó un cansancio inexplicable. “Un cansancio totalmente atípico, no era normal”, recuerda su hijo. El doctor que antes subía los cuatro pisos del Heodra, ahora se cansaba con ir de la cama al baño, no podía sostenerse en pie, le dolía el pecho, y solo respirar se había convertido en un desafío. Una noche, les dijo que sentía que el aire no le llegaba a los pulmones; y no estaba a gusto sentado, acostado ni boca abajo, y decidieron llevarlo en una clínica previsional.
En cuanto ingresó, le colocaron una máscara de oxígeno y lo llevaron a una sala aislada para pacientes con covid-19, aunque permitieron que su hijo se quedara con él, tras explicarle que de ahí no podría salir “por nada del mundo”.
En ese cuarto, Luis Mauricio fue testigo del ingreso y salida de enfermeros y médicos con trajes que compara con los de un astronauta. Cuando llegaban, le advertían que no se quitara la mascarilla. “Es por su vida”, le decían, y confiesa que sintió “un terror terrible”, y luego todo empeoró.
A Luis Mauricio le tocó administrar las medicinas de su padre. Los médicos solo las dejaban y se alejaban, “como cuando una persona tiene lepra”, compara. Un día, cuando le daba la medicina en la boca, su papá se le desvaneció. Pensó que era un infarto, llamó a los doctores y lo trasladaron a Cuidados Intensivos. Más tarde, le solicitaron autorización para intubarlo, y el 10 de noviembre falleció. Todo ocurrió en solo 15 días.
A la fecha, la familia no tiene certeza si el doctor contrajo o no covid-19. Los resultados dieron negativo, pero también les explicaron que el diagnóstico podía fallar. “Te dejan como al principio: no sabés al final, si tiene covid o si no”, lamenta. La causa oficial de muerte fue shock cardiogénico y un infarto agudo al miocardio, y la familia logró velarlo y realizarle una misa de cuerpo presente, en lugar de ser obligados a un entierro exprés.
Luis Mauricio quiere que su padre sea recordado como el médico que fue. “De esos doctores que se hacen amigos de sus pacientes”, recuerda, “un hombre de valores y entrega total, hasta el final”. De eso tiene certeza absoluta.
*El personal de Salud en Nicaragua ha luchado contra la pandemia sin equipos de protección, amenazados e intimidados por recibir ayuda o demandar insumos. Decenas también han sido despedidos y muchos temen contar su testimonio. Agradecemos a las familias que han contado la historia de sus familiares. Ellos serán recordados como héroes de la Salud.
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