12 de agosto 2024
La falta de nueva mercadería, debido al crecimiento desmesurado de sucursales y el retraso de su mercadería en Aduana, llevó al fracaso económico -y en algunos casos, a migrar en Estados Unidos, España y Costa Rica- a decenas de pequeños comerciantes que compraban al por mayor, ropa y zapatos de segundo mano, para revenderlos en multitud de pequeñas comunidades de Nicaragua.
La falta de empleos formales y salarios bien remunerados en el país empuja a miles de personas a iniciar emprendimientos que les permitan generar ingresos para solventar el gasto familiar. La venta de alimentos y el comercio de prendas usadas, están entre las actividades principales a las que muchas personas se dedican para sobrevivir.
En ese esquema, la cadena de 50 tiendas Megaboutique distribuidas por todo el territorio nacional, ha jugado un papel determinante para centenares de pequeños comerciantes que hicieron de la reventa de prendas usadas su modus vivendi para esquivar el desempleo, hasta que problemas en el abastecimiento llevaron a que muchos de ellos lo tuvieran que abandonar.
“Yo estuve como un año en ese negocio, o sea todo 2022 más o menos, pero en 2023 se puso malísimo”, dijo a CONFIDENCIAL una madre de familia que pidió ser llamada Fátima. Ella tuvo que dejar el país cuando su emprendimiento se vino abajo ante la falta de suficiente producto en la Megaboutique.
Otra comerciante que pidió ser identificada como Daniela, dijo que los competidores que siguen comprando mercadería en la Megaboutique para revenderla en pequeñas ciudades y caseríos del país, han tenido que acostumbrarse a trabajar por ciclos de quince días en los que hay “15 días de escasez, y 15 días de abundancia”.
Aunque ni Fátima ni Daniela tienen certeza de por qué en la tienda ya no hay tanta ropa usada ni tantos zapatos de segunda como solía haber, ambas tienen indicios de lo que pasa, gracias a la confianza que desarrollaron con los empleados de la tienda, y que fue lo que les permitió enterarse que la Aduana estaba reteniendo los contenedores de la empresa.
“El negocio se puso malísimo porque el Gobierno comenzó a retener en la Aduana los contenedores de la Megaboutique, así que la ropa comenzó a ponerse más cara: la de categoría bronce (la de menor calidad), que al inicio valía 15 córdobas subió a 20, y después a 30, a pesar que eran más que todo retazos. Ya no salía buena ropa”, detalló Fátima.
“Como ya nos conocían, los trabajadores tenían confianza con nosotros y nos decían que sí había mercadería, pero que no estaba disponible porque la Aduana tenía retenidos los contenedores. De repente lograban liberar un contenedor, pero con eso no daba para abastecer a todas las tiendas, y lo que llegaba a muchas eran solo motetes”, añadió.
Daniela también conoció la versión del retraso en Aduanas, y aunque no tiene certeza acerca de las razones de los administradores aduaneros, tampoco descarta que se trate de una estrategia para beneficiar a las nuevas tiendas chinas que comenzaron a surgir en el país, después que Daniel Ortega rompió relaciones con Taiwan para establecerlas con China, y firmó un tratado de libre comercio con esa nación asiática.
Hay una versión más que ambas conocen, según la cual los dueños de la cadena de tiendas se expandieron tanto, que fueron incapaces de seguir abasteciendo su negocio con suficiente cantidad de mercadería, en especial cuando comenzaron a ser víctimas del acoso aduanero.
El ‘pecado’ de no tener un aval político
A finales de la década pasada, Fátima renunció a su trabajo en el área de cocina de un restaurante situado al sur de Managua y se dedicó a cuidar a sus hijas mientras su compañero de vida se convertía en el proveedor principal del hogar. Cuando ese esquema dejó de funcionar, buscó regresar a lo que ella sabía hacer, sin imaginar que abstenerse de participar en las votaciones de noviembre de 2021, la dejaría sin posibilidad de hallar empleo.
“Cuando quise reintegrarme al área de cocina del restaurante donde trabajaba ya no pude hacerlo porque me pedían el aval político, pero no lo tenía porque yo no voté en las elecciones de 2021, porque no soy simpatizante de ningún partido. No tener ese aval hizo que se me cerraran las puertas”, relató.
Gracias a una pariente política, supo que había personas que compraban la mejor mercadería de segunda que llegaba a las Megaboutique y la revendían -a veces de casa en casa- en barrios y comunidades, obteniendo buenas ganancias, así que comenzó a dedicarse a eso.
Cuando comenzó, aprendió que la empresa catalogaba la ropa usada (seminueva, en el argot empresarial) en tres categorías: oro, plata y bronce. Las piezas de la categoría oro valían 120 a 180 córdobas. La plata valía 80 a 90 córdobas. La categoría bronce costaba 10 a 15 córdobas, y podía revenderse en 60 u 80 córdobas a pagarse en dos pagos, lo que generaba una buena ganancia que compensara el tiempo invertido, así como los gastos en pasaje, comida, etc.
La ganancia era mayor cuando en la bronce salía ropa categoría oro o plata: pantalones de marca, camisas originales, que vendían ahí mismo a gente que tenía sus propias boutiques y llegaban en carro a comprar las piezas oro, que ellos les revendían en 200 o 250 córdobas, aunque la hubieran comprado en 20 córdobas, por estar en los montones de ropa bronce.
En el caso de los zapatos -que solo se clasifican en oro y plata- un par podía costar entre 100 y 120 córdobas, y a veces, cuando había suerte, hallaban zapatos de marca, que vendían a otros pequeños empresarios que tenían sus propias zapaterías finas en la cercanía de la tienda.
El resto de los zapatos pasaba por un proceso de lavado con detergente, después de lo cual se les envolvía en papel higiénico para que no se les pegara el polvo ni la suciedad, y poder venderlo a mejor precio.
Cuando la mercadería comenzó a escasear, Fátima comenzó a salir más temprano de su casa para recibir uno de los primeros números que asigna el personal de las tiendas, sabiendo que a veces, tener el número diez no garantiza que encontrará mercadería valiosa porque “los motetes eran muy pequeños y no alcanzaba para todos, por mucho que ellos quisieran hacer maravillas para darnos a todos”.
El resultado fue que muchos, al ver cómo mermaban sus negocios, buscaran otras opciones tanto dentro como fuera del país. Los que se decidieron por esta última opción emigraron a Estados Unidos, España o Costa Rica, mientras que los que siguen en Nicaragua, buscaron otras fuentes para ganar algo de dinero, “porque el comercio de ropa y zapatos ya no es el mismo de antes”.
Desde Costa Rica, Fátima refiere que eligió salir del país cuando sus gastos superaron a sus ingresos, al punto que comenzó a gastar el dinero que le habían prestado dos empresas de microfinanzas. Pudo asentarse en Costa Rica gracias al apoyo de uno de sus hermanos, y ahora tiene dos empleos para enviar a casa el dinero necesario para cuidar a su madre y a sus hijas, además de pagar la deuda que adquirió con "los banquitos".
Adiós a la clientela
Gerardo nunca trabajó con la Megaboutique, pero conoce cómo funciona su esquema comercial, porque dos vecinas suyas -ambas habitantes de las comarcas situadas al sur de la capital- hacen negocios revendiendo los productos que adquieren en una de las tiendas situadas en carretera a Masaya.
Él destaca la historia de una vecina a la que identificó como María, que rigurosamente ofrece sus productos de casa en casa, martes y jueves o martes y viernes, o solo el viernes o solo el martes, en especial después que la última vez que viajó hacia el norte para ir a vender sus productos en las haciendas cafetaleras de Matagalpa, “vino con toda la ropa de regreso”.
Gerardo explicó que la señora no pudo vender nada porque muchos de sus clientes se habían ido del país, y muchos otros (cortadores de café que viajaban de otras partes a recoger la cosecha), simplemente no llegaron a las haciendas cafetaleras, que se quedaron esperándolos “y los que si llegaron fueron muy poquitos”.
El resultado fue que María no encontró a quien venderle la ropa usada que había comprado para comercializarla en las haciendas cafetaleras, “y se tuvo que devolver a su casa con todos los trapos”.
También relató la historia de una pareja que aparenta tener afinidad política con el Gobierno, “como un camuflaje que utilizan para que no los molesten”. Ellos venden al fiado ropa usada y zapatos usados, complementando su oferta con sábanas, limas, cortauñas, peines, prensapelos, y todo tipo de bisutería que les permita obtener otros ingresos.
Sin producto para tantas sucursales
Por casi una década, Daniela hizo negocios comprando en la Megaboutique, al punto que puede asegurar con orgullo que “a mí me iba bien, muy bien. Tenía una buena ganancia con ese negocio”.
Si bien ella salió de Nicaragua por razones personales, admite que llegó un momento en que entraba poco producto, aunque “ahorita está entrando bonita mercadería. Lo que pasa es que comenzó a retrasarse, en especial después de la pandemia”, que trastocó las cadenas globales de suministros.
Aunque las tiendas también reciben muebles, cristalería, juguetes, electrodomésticos, etc., al final “no da abasto” porque son demasiadas sucursales las que están esperando la poca cantidad de mercadería disponible, lo que empuja a los comerciantes que todavía quedan en el país, a niveles de competencia feroz para quedarse con los mejores productos.
La apertura de la Megaboutique número 50, ubicada en el 7 Sur, fue todo un acontecimiento que contó con presencia de medios de comunicación, y si estuvo muy surtida, fue porque la administración trasladó producto de muchas otras tiendas para hacer una gran apertura, con el resultado que muchas otras quedaron desabastecidas.
Desde su exilio en Costa Rica, Daniela narra que ha habido “una especie de relevo, porque mucha gente se fue del país, y ha llegado gente nueva”, citando el ejemplo de la Megaboutique de Ticuantepe, donde había 50 a 52 compradores, de los que una veintena se fue hacia Estados Unidos, así que “los 30 que quedan son los que compran a diario y se llevan la mercadería especial. Aparte entra mucha gente a llevarse lo que está en promoción, o a comprar una que otra pieza”.
Instalada en Costa Rica, asegura que le va bien en el empleo que encontró como cocinera en una comidería, lo que le permite solventar sus propios gastos, y ahorrar para enviar dinero a su mamá “que se quedó en Nicaragua cuidando a mis hijos, que son menores de edad”.