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Con la migración masiva se reduce la demanda en zonas cafetaleras del norte del país

Andrea, una comerciante de la tercera edad, narra a CONFIDENCIAL cómo ha visto “desaparecer” a sus clientes en las zonas rurales que se fueron del país

Mercado municipal de Jinotega. | Foto: Confidencial

Iván Olivares

24 de febrero 2024

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A principios de febrero, dos señoras de la tercera edad repitieron un viaje que realizan juntas desde hace más de quince años. Van desde su casa, en un departamento del Pacífico de Nicaragua, hasta las áreas cafetaleras del norte del país para vender ropa usada, calzado barato y cualquier tipo de bisutería que les encargan sus clientes de esa zona.

La sorpresa de ambas fue mayúscula cuando, al llegar al hogar de la familia López, situada en un frío municipio jinotegano, descubrieron que la madre, el padre, y la hija de ambos (de 16 años), se habían ido del país, de tal modo que la casa en la que ellas se hospedan cuando llegan allá, había quedado al cuidado del hijo varón.

“La última vez que fui ya no los encontré”, relató a CONFIDENCIAL la menor de las dos hermanas, que pidió ser identificada solamente como Andrea. Muchos de sus clientes también se fueron del país. 

Según un informe del Banco Central de Nicaragua (BCN), los ciudadanos que quedaron en Jinotega recibieron 246.3 millones de dólares en 2023, un 75.9% más que los 140 millones de dólares recibidos en 2022. Si bien no puede inferirse que la migración haya crecido en esa misma proporción, el dato ayuda a dimensionar el tamaño de la migración que se ha generado desde ese departamento norteño.


Aunque la mayor cantidad de migrantes parece haber salido de las zonas rurales del país, que son también las más pobres de Nicaragua, el fenómeno no es exclusivo de esas regiones paupérrimas donde los habitantes suelen tener empleo fijo fundamentalmente en épocas de cosecha, sino que también se observa en los municipios y en las ciudades donde emprendedores y pequeños empresarios reportan disminución de sus ingresos.

Es el caso de un profesional de la Medicina que pidió ser identificado como Jacob, quien opera un pequeño negocio que presta servicios de Salud en una ciudad pequeña del norte del país. Jacob compartió su apreciación de que sus vecinos que reciben remesas, priorizan la compra de materiales de construcción y alimentos.

“Uno de cada tres o cuatro de mis vecinos está construyendo algo”, destacó calculando que entre sus vecinos, ha emigrado “por lo menos una persona en cada familia. La salud viene estando como en tercero o cuarto lugar de prioridad y de hecho, la gente que se va es un cliente que pierde mi negocio, así que la migración sí me afecta, y eso se nota en la baja en las ventas, más en el rubro nuestro, en el que si llega el enfermo se aprovecha a vender y si no, no se vende”, relata. 

‘Leonardo’, es el alias de un taxista que habló con CONFIDENCIAL la semana pasada, para indicar que tuvo que dejar ese oficio porque “esto está muerto. Está palmado”, en referencia a que “no hay casi población en la calle, así que hay menos trabajo y menos ganancia”.

Este profesional del diseño que tuvo que dejar atrás su campo de experiencia cuando se contrajo el sector, y pasó a ser un ‘profesional del volante’, observó que “aunque cada año entra una millonada de dólares en remesas, me parece que la gente que recibe ese dinero no lo usa para viajar en taxi”, aunque también opina que “hay menos gente en las calles buscando taxi, por tanta gente que se ha ido del país”.

¿Quién cortará el café?

Según el investigador Manuel Orozco, director del programa de ‘Migración, Remesas y Desarrollo’ del Diálogo Interamericano, entre 2018 y 2023 salieron del país un poco más de 832 000 personas, o sea, alrededor del 12.8% de los ciudadanos. 

Mujeres comprando en un puesto de ropa usada en el mercado de Jinotega. | Foto: Confidencial

La pérdida de población, combinada con la recepción de 15 067 millones de dólares entre 2018 y 2023, según estos datos del BCN, genera la paradoja de que si bien en el país hay cada vez menos consumidores, el consumo se mantiene en niveles constantes -y hasta creciendo- porque las remesas sirven para complementar la alimentación de los hogares, así como para pagar la educación y la salud de los que quedaron atrás.

“No se puede suponer que porque salió un 10% de la población, eso se vaya a reflejar en un descenso automático del 10% en el consumo. Primero, porque los que están saliendo son los integrantes de los quintiles de menor capacidad de compra; gente con salarios precarios a los que tal vez solo les alcanzaba para comprar alimentos, de modo que el comercio de otros productos de mayor valor no se verá afectado por esa sangría poblacional”, dijo un economista nicaragüense exiliado en un país de Centroamérica.

Este experto advirtió que las familias que reciben transferencias internacionales han visto crecer su capacidad de consumo gracias a esas remesas, por lo que le parece “muy probable” que sea casi nulo el efecto de que haya menos consumidores, por cuanto muchos de esos consumidores ahora tienen mayor capacidad de compra.

La migración de los López es solo una anécdota más de las miles de historias de individuos y familias que se fueron del país huyendo de la pobreza. O de la persecución política. O de ambas.

Andrea, la señora de la tercera edad que sale a vender junto con su hermana, comenta que “toda aquella gente alegre y feliz que había en el campo antes de todo lo que sucedió [se refiere a la persecución y masacre de los ciudadanos que comenzaron a reclamar justicia y democracia a partir de 2018] ahora no existen, porque todos se han ido debido a la misma situación que estamos viviendo. Emigraron a otros países después de malvender su finquita o empeñarla para tener dinero y poder llegar hasta donde se han ido”.

El resultado en esas zonas jinoteganas que ellas frecuentan, es que “no hay personas que estén dispuestas a recoger el café, porque los que lo hacían se han ido, así que a las pequeñas haciendas cafetaleras les toca buscar cómo recoger el café por sus propios medios, sumando esfuerzos entre los familiares que se quedaron en Nicaragua para recoger lo que pueden, porque el resto se les cae, así que casi no hay producción”.

Explica que se refiere a fincas pequeñas que habían invertido en la construcción de sus propios campamentos para albergar a los trabajadores en época de cosecha, “y se llenaban de gente, pero ahora ya no es igual: los campamentos están vacíos, hay poca gente cortando el café, que está perdiéndose”, reiteró.

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Iván Olivares

Iván Olivares

Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Durante más de veinte años se ha desempeñado en CONFIDENCIAL como periodista de Economía. Antes trabajó en el semanario La Crónica, el diario La Prensa y El Nuevo Diario. Además, ha publicado en el Diario de Hoy, de El Salvador. Ha ganado en dos ocasiones el Premio a la Excelencia en Periodismo Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, en Nicaragua.

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