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Son actos de venganza que retratan el estado de extrema degradación moral de un régimen criminal.
La cruzada de Daniel Ortega y Rosario Murillo contra la iglesia católica revela el miedo de la pareja de dictadores ante una voz profética que denuncia la injusticia, proclama la verdad y anuncia la esperanza que descansa en la sed de libertad del pueblo nicaragüense.
Estas acciones irracionales, sin argumentos ni pruebas, son actos de venganza que retratan el estado de extrema degradación moral de un régimen criminal. La dictadura grosera y “guaranga” como la ha llamado el Papa Francisco, sigue acumulando el rechazo de los nicaragüenses, incluyendo de sus antiguos partidarios sandinistas y de los empleados públicos, que están cada vez más convencidos que Nicaragua no tiene presente, ni futuro, bajo una dictadura familiar.
Una dictadura corrupta que se ha encargado de terminar con todo el tejido social del país y además, profana la fe de todo un pueblo, al prohibirle ejercer su derecho de participar de una festividad religiosa en las calles. El silencio no es la solución ante la escalada del régimen contra la Iglesia católica.
La Conferencia Episcopal está obligada a informar y orientar a la feligresía sobre estas agresiones, para generar la solidaridad nacional y mundial con la Iglesia perseguida Pero mientras se impone la oscuridad en Nicaragua, en las celdas de El Infiernillo en Tipitapa, resplandece una luz de dignidad que simboliza el obispo Rolando Álvarez, cuyo ejemplo de coraje, convicción y coherencia, mantiene viva la esperanza de un país, y representa una reserva moral de la iglesia que predica con su testimonio.
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